Letras orureñas
En esta primera de dos entregas, el autor reflexiona sobre el universo literario orureña -y, de paso, nacional-, a propósito del libro Letras orureñas. Autores y antología.
Edwin Guzmán Ortiz
Toda
iniciativa ordenadora y sistematizadora de la literatura boliviana es
bienvenida. Trátese de estudios, compilaciones, antologías y publicaciones. O,
en sus versiones orales, seminarios, mesas redondas, en fin.
El
mentado ordenamiento permite aglutinar la producción literaria en base a
criterios más o menos convencionales. De este modo, la dispersión y la
producción aleatoria se rearticula en un espacio que nos permite distinguir
autores, periodos y obras, con frecuencia borroneados por el tiempo, atravesados
por las tradiciones, estilos, y esa vocación centrífuga que tiene la
literatura.
Letras orureñas, autores y
antología
(Zofro-Plural, 2016), es una obra compilada por Carlos Condarco, Benjamín
Chávez y Martín Zelaya. Aborda principalmente los géneros de la narrativa,
dramaturgia, ensayo y poesía. En sus 400 páginas hace un inventario detallado
de creadores nacidos en Oruro o estrechamente vinculados a este espacio
geográfico, donde además de una presentación indicial de 124 autores, realiza
una selección paradigmática de 67 de ellos con muestras representativas, en
prosa y verso, bajo la forma de una antología.
El
esqueleto textual de la obra emerge principalmente de la sección Letras
orureñas del suplemento cultural El Duende, publicado por el diario La Patria
de Oruro, durante más de ocho años, bajo el auspicio de la Fundación ZOFRO.
Ahí, periódicamente, se fue recuperando poetas, narradores y ensayistas tanto
en sus datos personales, logros, su obra, más una breve muestra de textos.
Sobre esa base, más la consulta de obras antecedentes y archivos inherentes, se
cristalizó esta compilación que probablemente sea la más completa hasta ahora,
respecto a la producción literaria de la tierra de los Urus.
A
continuación algunos apuntes preliminares de una primera lectura que, por
supuesto, provoca un cúmulo de inquietudes que van desde un estudio más detenido
de autores y obras, hasta la consideración de temas transversales vinculados al
estilo, corrientes estéticas, tradiciones, rupturas y otros en el marco de la
producción literaria boliviana.
El
apelativo “Letras orureñas”, de inicio nos convoca a realizar una consideración
puntual de su identidad y alcance. Acaso,
preguntarnos si se trata de una literatura forjada por orureños o una
literatura de temática orureña.
En
el primer caso, lo orureño implica una complejidad identitaria que proyecta no
pocas ambigüedades, no se trata de una esencia arquetípica, cuando más de
algunos rasgos distintivos como la pertenencia a un espacio geográfico, las culturas
que lo componen, una historia plural, ciertas tradiciones, un ethos que asume un carácter diferencial
en el tiempo.
En
consecuencia hablar -strictu sensu- de
letras orureñas nos remite al referente regional de una literatura expresada en
lengua castellana, tributaria de la literatura boliviana y a su vez de una
literatura hispanoamericana, donde la lengua constituye la matriz central de
pertenencia. En cuanto a la temática, hay escritores orureños que abordan temas
regionales y muchos otros que abordan temas bolivianos o francamente universales. Por tanto, letras orureñas más que un
dispositivo escritural identitario, constituye un ordenador válido que permite
desde la adscripción regional, abrirse a la sistematización y organización de
una población de discurso, vinculado a un segmento dinámico de la literatura
boliviana.
A
partir de la referencia de autores y de la antología -actualizadas y
pertinentes- se perciben generaciones de escritores, periodos que traducen
momentos históricos cuya incidencia es innegable en la historia literaria del
país. Dentro de ellas, grupos y movimientos que han formado parte de la dinámica
cultural de Oruro y el país. Pienso por ejemplo, en la segunda generación de Gesta
Bárbara, la década del 60, o
contemporáneamente el Movimiento Encuentro 15 Poetas de Bolivia que ha
transitado en la interfaz del siglo precedente y el actual. Colectivos que han
mantenido puentes de pasaje y actividades comunes. En ellos, es posible
reconocer rasgos del romanticismo, modernismo, de la poesía social y por
supuesto escrituras de vanguardia que reflejan a su modo el pulso de la
dinámica literaria que se mueve aquende y allende nuestras fronteras.
Hechos
que han generado una comunicación intergeneracional fructífera en el caso de la
poesía; a su vez, un contacto permanente con poetas de otros departamentos.
Oruro es un escenario -textual e institucional- abierto a la comunicación
literaria y la promoción de las letras, incluso recientemente a través de la
iniciativa de acoger a poetas de reconocido prestigio internacional, a través
del Festival Internacional de Poesía en Bolivia, en sus diferentes versiones,
bajo iniciativa del poeta Benjamín Chávez.
No
es el caso de los narradores orureños, que han mantenido mayor independencia y
cuya obra se ha forjado de manera más personal. En ellos no se encuentra
agrupaciones o incluso nexos aglutinantes manifiestos con otros narradores
nacionales. Lo que no obsta reconocer la calidad de muchos de ellos como es el
caso de Josermo Murillo Vacareza que con Aguafuertes
del altiplano (1946), publicado en el periodo posterior a la Guerra del
Chaco, irrumpiendo con una narrativa sólida, un lenguaje maduro y la capacidad
sutil de adentrase al complejo universo de la vida rural.
Destacan
posteriormente entre otros, el sacerdote dominico Oscar Uzín Fernández (El Ocaso de Orión, Premio Nacional de
Novela, Eric Guttentag, 1972) y Adolfo Cáceres Romero con numerosos premios
nacionales en cuento y novela; actualmente, Cé Mendizábal, con dos premios
nacionales de novela (Alguien más a cargo,
2000, y Pasado por sal, 2014),
novelistas que resaltan en el panorama narrativo nacional.
La
contribución de los orureños al ensayo no ha sido menor, destacándose los
estudios sobre literatura boliviana de Adolfo Cáceres Romero (Nueva historia de la literatura boliviana,
Diccionario de la literatura boliviana). Los ensayos y la crítica literaria
de las letras bolivianas que hace Luis Antezana Juárez (Ensayos y lecturas, 1991; Ensayos
escogidos, 2011) constituyen un hito en el país, siendo su aporte renovador en la lectura y análisis de obras
literarias bolivianas.
En
el género de la poesía, las lecturas e interpretaciones de Eduardo Mitre no son
menos importantes (El árbol y la piedra,1981;
De cuatro constelaciones,1994; El aliento y las hojas,1998; Pasos y voces, 2010). La obra ensayística
de estos dos últimos autores se halla dentro lo más relevante de la crítica
literaria y el ensayo boliviano contemporáneo, habiendo generado un giro
significativo en la manera de entender e interpretar la textura verbal,
dicciones y universos que se manifiestan en poemas y novelas del país.
En Letras
orureñas. Autores y antología, se
percibe que de Mariano Ramallo a Sergio Gareca en poesía, y de José María
Dalence a Daniel Averanga en prosa, se registra un recorrido atento y
exhaustivo, hecho de discursos y obras que a la manera de fotogramas van
generando formas que se hacen, se deshacen, que se funden, reflejando
dicciones, representando imaginarios, atravesando escrituras y configurando un
mapa dinámico, en el que es posible reconocer metonímicamente también, el
universo complejo y plural de la literatura boliviana.
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