jueves, 23 de junio de 2016

Ensayo

Manuel y Fortunato: entre
la historia y la mentira



Con este texto sobre la primera novela de la trilogía de Saturnina, de Alison Spedding, la autora inicia una serie de ensayos sobre autoras bolivianas.


Virginia Ayllón

Lo que se sabe es que, nacida en Inglaterra, Alison Spedding vive, investiga, enseña, produce coca, es dirigente comunal y escribe desde 1986 en Bolivia. Que es autora de cuentos y novelas que, a mi modo de ver, han refrescado la narrativa nacional, particularmente su trilogía de novelas Manuel y Fortunato: una picaresca andina (1977), El viento de la cordillera: un thriller de los 80 (2000) y De cuando en cuando Saturnina/ Saturnina from time to time: una historia del futuro (2004).
La primera está ambientada en el siglo XVII, la segunda en la época del narcotráfico de los años 80 y la última entre 2022 y 2086. En conjunto, conforman una saga de la comunidad indígena en Bolivia desde la Colonia hasta el año 2086 y tienen como personaje central a Saturnina Mamani, quien toma el papel de cacica aymara en la primera, productora de coca en la segunda y navegante interespacial en la tercera.
La siempre bondadosa relectura ha puesto en crisis mi juicio sobre la tercera de la trilogía como la mejor novela de Alison, aunque mantengo que es una de las mejores escritas en Bolivia. No estoy segura, pero poco a poco Manuel y Fortunato se me dibuja como la mejor. En De cuando en cuando Saturnina me seduce el caos y especialmente el lenguaje, ese spanglish aymara cibernético que me alucina. En contraste, la sutileza de Manuel y Fortunato me gana cada vez más.
Rosario Rodríguez y Lourdes Belsy han dedicado sendos estudios a Manuel y Fortunato. La primera resaltando la picaresca de la novela, especialmente en sus personajes, y planteando que en esta obra Spedding se ubica a “contracorriente del indigenismo clásico, pero al mismo tiempo [traza] una reivindicación del indigenismo sobre la base de un juego de inversión de sentido”.
La segunda, en cambio, tituló a sus tesis de maestría: “Mejor es hacerse la zonza siempre: evadiendo la prisión en la trilogía de Alison Spedding”.
Mi lectura de esta novela coincide con algunos elementos de ambos análisis pero resalta el juego entre historia y mentira. El apartado “Notas sobre fuentes” en que Spedding destaca sus artes de investigadora, me recuerda, por ejemplo, al mismo apartado de Memorias de Adriano de Yourcenar en el que la belga testimonia su trabajo de 20 años en archivos para documentar su novela. En ambos casos lo que me provocan estos apartados son sentimientos de duda, en primer lugar, de admiración en segundo, y de duda otra vez. Es como si las autoras quisieran reiterar que los datos provistos en lo que acabamos de leer provienen de la realidad, a lo que se sobrepone la pregunta ¿y?
Claro que admiro el serio trabajo “de fuentes”, pero ello no suma o resta nada a la impresión de la trama que acabo de disfrutar. “Que no le quepa duda, querido lector, que los datos a los que usted ha accedido provienen de la más verdadera (sic) realidad”, es lo que me suena al leer estos apartados.
¿Para qué o por qué importa ofrecer esta información? Sin duda, me digo, para asentar el objetivo histórico de la autora en esta novela. Es decir, hay un evidente intento de narrar la historia, más allá del solo objetivo de verosimilitud. El tema es que esta “historia real” debe hacerse ficción y ahí recuerdo a Alfonsina Storni quien decía que la historia la hacen los historiadores.
Estoy, entonces, ante una ficción histórica (otro sic) pero mi lectura y relectura de Manuel y Fortunato han encallado en la ficción. Como sutil la calificaría, como tenue a pesar de los potentes personajes (especialmente femeninos) y de las violentas o apasionadas escenas.
Esta sutileza se despliega en la mentira (y aquí posiblemente coincido con Belsy) en dos vertientes. Por un lado como estrategia de sobrevivencia personal y cultural, y por otra como el mundo ficcionado. Me ha cautivado el uso de la mentira y el engaño como contravalor a la seña cristiana. Es decir, resistir significaría también crear otra ética que pone en cuestión la ética dominante, más aún si se obra en consecuencia. Hay en esto un interesante ejercicio reflexivo sobre lo que querría decir mentira o engaño. Ahora bien, la mentira en el mundo ficcionado es un pleonasmo pero me interesa destacar la tentativa de armar un mundo donde los vilipendiados de siempre no son tan zonzos porque su audacia sería “hacerse los zonzos” (Belsy).
Es decir, los personajes de Manuel y Fortunato se crean a medida que resisten mintiendo o engañando, esto es, se van escribiendo a medida que el narrador los pone en juego. Este ejercicio especular de la ficción es fino en esta novela y si bien se puede leer el proyecto político al que se refiere Rodríguez, éste no es explícito como sí lo es en De cuando en cuando Saturnina. Así, son simples personas las que a través de un cuestionamiento fáctico de la moral dominante, parece, van armando un “otro” proyecto histórico, diferente al que siglos después se les destinará.
El carácter tenue de esta narración también se asienta en que no nos es posible conocer (por mucha fuente que se consulte), si no es por la ficción, que la estrategia de la mentira y el engaño era patente en la comunidad indígena del siglo XVII. Más aún, si hubiera fuente que así lo explicitaría, ello no habilitaría per se a la ficción como “verdadera”.  Y es que creo que con Manuel y Fortunato Spedding también crea una comunidad imaginada, como no podría ser de otro modo. De ahí que las lecturas históricas e inclusive sociológicas poco podrían “obtener” de esta novela como fuente. De hacerlo traicionarían su carácter ficcional, quitándole su razón de ser.
Creo, en ese sentido que esta novela es tan futurista como De cuando en cuando Saturnina porque aspira a “corregir” en el pasado la calificación que en el futuro recibirán los habitantes de la comunidad indígena. No eran así, parece querer decirnos el narrador. No eran simples víctimas, continuaría, resistían con la mentira y el engaño, interpelando la moral dominante, por eso no corresponde un indigenismo victimista, hay que crear otro indigenismo que rescate esas estrategias del pasado, concluiría. En este sentido y solo en este cobra sentido el apartado “Notas sobre fuentes”, en el proyecto político de la escritora, que no del narrador, por lo que agradezco sea precisamente un apartado.
De este modo, Manuel y Fortunato es un proyecto narrativo que se debate entre la historia y la mentira o, para decirlo de otro modo, entre la verdad y la ficción. Creo, sin embargo, que gana la ficción.

Esto me recuerda a cierto debate en el que algún escritor descalificaba la obra literaria de Spedding calificándola de obra sociología. Conjeturo que no debe ser sencillo para Spedding salir del discurso académico para volcarse en el literario, pero si algo demuestra Manuel y Fortunato es que no solo lo logra con evidente talento (Iván Vargas dixit) sino que ha creado una novela con todas las de la ley; más aún, una muy buena y sutil novela. 

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