martes, 7 de junio de 2016

Staccato

Compositores bolivianos

Una relación crítica de algunos de los más importantes compositores musicales bolivianos del siglo XX.



Pablo Mendieta Paz

En la época de oro de los eminentes compositores nacionales que elevaron la música hacia niveles de virtuosismo y deslumbrante estética, tal como enseña la historia, encontramos creadores que con su aporte de estilo y carácter propios corroboran con amplitud tanta disquisición de personalidades célebres de la historia acerca de la estética en todas sus formas.
Se me ocurre ahora, como ejemplo de prominencia, aquella frase feliz y erudita de Hegel: la música o la belleza musical, es “lo infinito en lo finito, en una expresión sensible de la ‘Idea Cósmica’”. Robusta frase del filósofo alemán que, sin duda, halla argumento superlativo o profundización del contendido de estética en todas sus manifestaciones -y por tanto de la música-, cuando Kant precisa: “la idea de la personalidad representa la sublimidad de nuestra naturaleza. Pero lo sublime, coordenado a lo bello, es un concepto fundamental de la estética”.
Cuánta verdad y construcción de temperamento filosófico engloban estos elevados pensamientos; pero, al mismo tiempo, y como prueba de su grandeza, cuánta claridad y sencillez representan ellos para el hombre y mujer profanos que, en la intensidad de la música en particular, exploran el sentido de lo bello reduciendo aquellas reflexiones a criterios amplios, sutiles, muy personales y concluyentes.
A través de este asequible entorno cultural, no es aventurado ni alejado de lo cierto señalar entonces que la opinión pública y el aficionado a las artes, con su buen gusto, o impresiones de placer, han sido decisivos en apreciar de nuestros músicos la cualidad de ser los primeros conquistadores de la expresión y del estilo. De una expresión y estilo propios de técnicas compositivas muy diversas, cuyo análisis, naturalmente, no corresponde someter a un examen especializado en esta columna, sino más bien descubrirlo desde un punto de vista de ensayo muy resumido -una breve síntesis- que sea el fiel reflejo de la excelencia de nuestros músicos.
Refrescar la música de un evocador y solemne Eduardo Caba, cuyo lenguaje sonoro y telúrico, característico del ande boliviano, supera toda concepción de la armonía y el contrapunto adaptados a nuestro territorio, es un vivo ejemplo de la elevación de espíritu de este artista. Recrear, en otra dimensión, la creatividad y perfección de la cueca, así como con ímpetu, sensibilidad y vuelo místico expuso en sus melodías de compleja estructura Simeón Roncal, son verdaderas fantasías de libre romanticismo, exquisita fragancia y encomiable técnica.
Las orquestaciones (“suite para conjunto de cuerdas”), con melodías de inigualable textura indígena creadas por Antonio Gonzales Bravo, son una auténtica reliquia. Fue él quien, además, escribió una infinitud de artículos sobre organografía autóctona (término adaptado a lo musical) dispersos por toda Latinoamérica. Su muy particular naturaleza artística difiere, sin embargo, con la de otro autor, Humberto Viscarra Monje, cuya música proyectada por una gama sonora que en perfecto vaivén oscila entre la música seria sugerida por sus estudios con profesores europeos y entre una línea estética cercana a la de Caba -aunque quizás de una expresión más “depurada en el plano melódico estructural-”, configura la escritura de estilo preciso y precioso, refinado, y de diáfana concepción armónica.
La obertura Los hijos del sol y Amerindia, el poema sinfónico Vida de cóndores, así como las transparentes obras de cámara como Pensamientos indios, Paisaje andino, Río Quirpinchaca, son ejemplos de unidad de estilo, forma y contenido que expuso en sus creaciones el polifacético José María Velasco Maidana; opuestamente a las composiciones de un Jaime Mendoza Nava que influido por las corrientes del politonalismo y del atonalismo, estrenó poemas sinfónicos como Don Álvaro y Antahuara, cuya concepción motivó una auténtica revolución musical en nuestro medio.
En cierta ocasión sostuvo Brahms que “sin la conexión y sin la íntima unión de todas y cada una de las partes, la música es un vano montón de arena incapaz de dejar una impresión duradera. Solamente la coherencia puede transformarla en un mármol en el que podrá perpetuarse la mano del artista”.
Tan hondo y subjetivo sentido sobre la creación y conexión entre las partes, motivó a que Gustavo Navarre asocie ambos recursos para crear obras de acabada pureza lineal, de unidad temática, así como de elástica plasticidad armónica. No por nada sus Seis Lieder, sus sonatas para violín y piano, y para piano solo, y el Quinteto para arcos y piano, entre otras magníficas producciones.
De Navarre damos un salto a la obra del músico potosino Armando Palmero, cuyos Minué de la niña, Romanza, Poema indio, Paisaje, o Mazurka a la Chopin, sugieren un lenguaje musical lindante con la frescura y sensibilidad sonoras, además de una expresión hacia perspectivas mayores, en forma y movimiento, muy vinculadas a un precursor minimalismo.
Atesorando como herramienta indispensable el carácter atonal, así como la punzante politonalidad de su prodigiosa música, Marvin Sandi explota con eminente brío creador la riqueza rítmica de nuestra música. Prueba de ello son sus penetrantes obras de piano: Tres piezas Op. 2, Dos preludios, Op. 3, Ritmos panteístas. Habitante, tal vez, de recónditos y muy privativos espacios (inaccesibles al entendimiento promedio), en Sandi, por ello mismo, germina un genio intrincado, metafísico, aunque exquisitamente etéreo.
La Música para conjunto de percusión, Piezas para piano y Dos canciones para tenor y orquesta sobre textos de Giuseppe Ungaretti, sitúan al músico potosino Florencio Pozadas en un lugar de preeminencia y mérito especial en la técnica compositiva del siglo XX; amén de haber ejercido con maestría la tarea de percusionista de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires.
Músico de formación completa, como ningún otro, el compositor Nicolás Fernández Naranjo estudió solfeo y armonía con el profesor holandés Gerhard Ter Veer, y contrapunto, fuga, formas musicales y composición con el profesor Rudolph Leser y el maestro Mathias François Xavier en el Conservatorio de Estrasburgo, Francia. En el Instituto Saint-Léon de Musique Sacrée estudió órgano y “estilo organístico”. Desaparecidas sus partituras, es posible advertir en descoloridas grabaciones que sus Melodías sacras (para órgano y coro), el Tantum Ergo, para ocho voces mixtas, el Te Deum, para orquesta y coros mixtos, y los Motetes, para coro de voces mixtas, poseen una  maestría técnica que da la impresión de una ilusoria facilidad: un maestro de suprema concepción musical. 

Con este artista concluye, acompañada de un breve análisis técnico, esta primera acción de aproximar a vuelo de pájaro la fecunda labor de creación de los compositores del siglo XX, cuyos nombres se han proyectado lenta y ordenadamente en el quehacer musical de Bolivia, al extremo de alcanzar firmeza, solidez e intensa emoción estética en sus obras. En una futura nota, nombraremos a otra serie de esclarecidos compositores que ha dado Bolivia.   

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