Bruckner en la abadía de San Florián
Un revelador ensayo en el que Omar Rocha detecta, a partir de un poema y un texto dedicados a Bruckner, no solo la pronfunda incidencia del compositor alemán en la poética saenzeana, sino de algunas ideas y conceptos fundamentales, como el del júbilo y de la indisolubilidad de vida y obra.
Omar Rocha Velasco
Blanca Wietüchter planteaba que la poesía de Saenz
configura un modo de conocer: “La intención poética de Saenz (…), ha sido
fundamentalmente una tarea de búsqueda: conocer lo desconocido, descifrar lo
indescifrable. Intención que se basa en un conocimiento simbólico intenso (…)”.
En otras palabras, esta poesía es la paciente
manufactura de un camino de conocimiento. Este camino tiene dos puntos de apoyo
fundamentales: los conceptos de obra y júbilo, ambos se repiten en distintos
momentos del recorrido y cobran especial énfasis en Bruckner (1978) y “En la
Abadía de San Florián”, un texto de Tocnolencias
(2010)[1].
Jaime Saenz escribe el poema Bruckner pensando en el compositor Anton Bruckner, a quien admiraba
y oía con pasión. Bruckner era austríaco, nació en 1824 y murió en 1896, fue
organista en la iglesia de la abadía de San Florián -situada en la ciudad de
Vaduz- y luego en la catedral de Linz. Era la
época en la que Wagner se planteaba como ideal sonoro, aunque Brahms entraba
seriamente en la disputa.
Eduardo Storni, biógrafo de Bruckner,
da a conocer aspectos relevantes de sus sinfonías: “Franz Schubert es el precursor de la
obra de Bruckner. Desde la denominada Sinfonía Cero hasta la Séptima, la
plantilla orquestal básica es la que Schubert emplea en su Novena sinfonía. En su Octava y su Novena, Bruckner añade las tubas
wagnerianas como refuerzo de los metales, pero eso nada significa... es el
empleo de un recurso como timbre intermedio entre los cornos y los trombones”.
Storni también resalta el carácter
religioso del compositor austriaco: “Había tanta autenticidad y sinceridad en
él que todos los alumnos terminan adorándolo. Cuando impartía su cátedra y
sonaba el Angelus, interrumpía la clase y rezaba”.
Estos datos son importantes porque Jaime Saenz
considera que vida y obra están entrelazadas y son indisociables, son “una y
misma cosa”, por eso en el poema dedicado a Bruckner, Saenz reflexiona sobre lo
que es una obra de arte, su creación, lo que revela y el júbilo que produce. Es
una reflexión sobre la vida y obra de Bruckner y sobre su propia vida y obra:
“Así la obra en que vive el hombre es la obra / El hombre se hace en la obra”. Saenz
ve en Bruckner a quien es capaz de hacer y deshacer una obra, a quien es capaz
de crearla y revelarla: “con sordos estruendos”, “con aires inmutables”.
Es imprescindible leer este poema junto al último
texto del libro Tocnolencias llamado,
justamente, “En la abadía de San Florián”. Este relato, que es una ficción
basada en datos biográficos, cuenta la historia de Bruckner, sus inicios en la
Abadía de San Florián, su decisión de abandonarlo todo e irse llevando un rollo
de papeles, las circunstancias que posibilitaron la realización de su máxima
creación (la octava sinfonía en do menor) y, finalmente, su muerte antes de
concluir la novena sinfonía.
Saenz plantea que Bruckner emprendió su máxima
creación provocando la cólera de Dios, pues solo pudo hacerlo al lado de Satán:
“(…) se sentiría atormentado durante toda su vida pues por una parte y siempre
llevado por sus ansias de tocar la relevación y el júbilo a sabiendas de que
tales ansias tenían el sello de Lucifer y lo conducirían a la aniquilación
demandaba con siempre renovado fervor la ayuda de Dios para la realización de
su obra mientras que por otra parte no ignoraba que estas demandas del favor
divino implicaban no solo un peligro más que mortal sino que de hecho
significaban un sacrilegio…”.
En ese camino de conocimiento Saenz encuentra lo
oscuro, las tinieblas son el punto culminante de su búsqueda, aquello que lo
conduce a la “otra orilla” y le otorga un conocer. Las tinieblas conducen al
“saber del hacer” (la obra), no se trata
solamente de un “saber hacer”.
Otro de los conceptos fundamentales en
este camino construido por Jaime Saenz es el “júbilo”, aparece en varios
lugares y con distintos sentidos[2] uno de ellos relaciona el concepto con cierto
éxtasis musical que prescinde de las palabras:
El júbilo está del lado de una inmensa alegría, de una
revelación, en un sentido místico y poético, pero también está del lado de la
angustia y del dolor –presentes en todo proceso de creación−, en definitiva
cada instancia del proceso de conocimiento está marcada por el júbilo y la
angustia, “... el júbilo es el terror de la revelación” dice el poeta.
Este es el júbilo que Saenz encuentra en Bruckner y su obra:
Conoce este hombre la vida del júbilo,
ha vivido el instante que dura la vida del
júbilo,
ha sido la forma corpórea del júbilo
aniquilador
Este camino se construye a partir de un hacer y un deshacer constantes,
por eso surge la idea de “aniquilación”: la obra empieza donde la obra se
deshace. Este es uno de los sentidos del júbilo aniquilador, por otro lado, la
aniquilación tiene que ver con el cuerpo mismo, esa búsqueda dolorosa cobra cuerpo: “La caída repentina del cabello -vuela por los aires y te
molesta. La caída repentina de los dientes –primero se pudren, luego se mueven,
y luego se salen”. Este “sacarse el cuerpo” es también parte de la poética de
la aniquilación.
Sin duda el “espíritu romántico alemán” está presente
en la obra de Jaime Saenz: La obra; el júbilo; la inagotabilidad de la creación
(Novalis); la pasión como motor de toda creación; la experiencia de mundo a
través de la música y su posibilidad de suspender el tiempo (Schiller); la
oposición del yo y el no-yo (Fichte); la exploración de la noche, el terreno de
lo oscuro y las tinieblas; la reunión de vida y obra como dos caras de una
misma moneda; la autolimitación de la obra
cuyo resultado es la autocreación y la autodestrucción; el arte como
aprendizaje y conocimiento, etc[3].
Esto podría leerse como una asimilación pasiva de las concepciones
poético/creativas provenientes de un ámbito occidental alejado temporal y
espacialmente, una especie de alienación cultural. Sin embargo, se trata de
otra cosa: lo que hace Saenz es una lectura y actualización de ese espíritu
romántico en una particular experiencia poética.
Jaime Saenz admiró a Bruckner porque “corporizó” sus
ideas acerca del arte y la creación, era un hacedor de la obra a la que se
entregó completamente –según nos cuenta en su ficción de Tocnolencias−, para eso tuvo que seguir un camino largo y tortuoso,
incluso, muy a pesar suyo, tuvo que provocar la ira de Dios situándose del lado
de Satanás, pero también tuvo que deshacer sus
hechuras para volverlas a construir de nuevo, para “jugar una broma pesada, con
el hacer una música, con el morir una música, con el ser una música”.
[1] Hube
establecido esta relación luego de una conversación, vía Skype, con Rodolfo
Ortiz.
[2]Claudio Cinti, a partir de un encuentro azaroso, publica en la revista La Mariposa Mundial 21 un esclarecedor texto
sobre la procedencia de este concepto.
[3]Sobre
este asunto existen reveladoras menciones en los artículos de Mary Carmen
Molina, Mauricio Murillo y Mónica Velásquez en el libro La crítica y el poeta, Jaime Saenz (2011), sin embargo, todavía no
existe un estudio minucioso sobre las relaciones entre la obra de Jaime Saenz y
el romanticismo alemán.
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