Hablar desde la locura
Una aproximación entre la poesía y la locura a raíz de la desaparición del poeta Hugo Montero Añez en el psiquiátrico de Sucre.
Alex
Aillón Valverde
Los
locos no hablan de la locura. Los locos sufren su condición de exiliados al otro
lado del muro, su ex/centricidad, su marginalidad, su estar fuera de los
límites que te imponen la razón y los lenguajes convencionales, tal como los
conocemos, tal como los dividimos.
No,
no tienes que estar loco para hablar de la locura. Todo lo contrario, la
cordura es la que habla de la locura, la que la sitúa, la medicaliza, la
analiza, la objetiva y, en consecuencia, la nombra.
El
lenguaje de la locura es exterior al lenguaje de la disciplina. Se encuentra en
el límite donde se descompone este lenguaje, en la ampliación de su rango
normativo, en su incomodidad, es una forma de incomunicación, en ese sentido se
emparenta con la muerte, con el enigma, con lo desconocido, con lo
incomprensible. Por eso la locura asusta, repugna, confunde, agrede, fascina.
Se
ha dicho que la verdadera poesía y el arte, tienen el deber y el poder de
caminar entre las dos líneas de la frontera. De ser traductores de este espacio
incómodo. El acto creativo es un acto de expansión de estas fronteras que en
definitiva, son las fronteras del lenguaje. Un filósofo austríaco nos enseñó
que las fronteras de nuestro mundo son las fronteras de nuestro lenguaje. Pues
bien, esas fronteras son perforadas por la poesía y por el arte. Esta debe
tener la capacidad de traernos a la superficie la perla del otro lado de la
frontera, del espacio errante donde habitan la locura, el sueño y la muerte.
De
esto se ha hablado mucho y no hay mucho más que decir. De Kant a Foucault, de Nietzsche
a Maurois, la bibliografía es fecunda al respecto. Además, tenemos un gran
abanico de escritores que bien podría refrendar esta relación de la cual no
siempre se sale ileso. Sylvia Plath, Guy de Maupassant, Virginia Woolf, Arthur
Rimbaud, Kawabata, y un etcétera sin fin, darían cuenta con claridad de lo que
referimos.
Un poeta del Pacheco
Hasta
hace algunas semanas, casi nadie conocía a Hugo Montero Añez. Estoy seguro de
ello. Yo lo había escuchado nombrar hace tiempo y últimamente lo tenía más
presente porque sabemos que un realizador de Sucre, Omar Alarcón, hace una
película acerca de su vida.
De
pronto, murió. Quizás no tan de pronto, no sabemos exactamente el proceso,
murió viejo (85 años) y solo en el Pacheco de Sucre, sería justo decir que se
pudrió allí y nadie lo acompañó hasta su última morada (Alarcón llegó tarde), pero,
como ocurre con los santos de los últimos días, de pronto renació a las pocas
horas, en las redes sociales con la vitalidad de un astro, de una leyenda, con
una legión de admiradores repentinos, desconocidos, amigos nuevos y
refrendadores de su condición de loco y, encima, poeta -la maldición de la
banalidad de la cyberagora.
Montero,
el poeta, nos muestra uno de esos raros casos en los que el locus de
enunciación se revierte.
Cuando
el poeta vive del otro lado de la frontera, cuando la locura habla desde la
locura, nos vemos ante una situación de extraordinaria y seductora fortaleza.
El
poeta/loco se reviste de toda la legitimidad de un lenguaje que le es natural,
que no es un lenguaje inventado o secuestrado, sino que proviene de la entraña
misma de donde se nutre el hecho poético.
Esto
nos pone a quienes estamos del lado de la razón en una posición de desventaja
(¿para qué carajos servimos?, ¿somos acaso unos impostores?).
El
poeta/loco no necesita traductores, no necesita intermediarios, él nos comunica
el lenguaje poético en su estado puro, en su estado auténtico, legítimo.
Pero
la poesía es una articulación. Es una forma. Cuando la locura se condensa en un
poema, entonces adquiere su lucidez. Ambos lados deben estar conectados. Pues
si la locura es simple ausencia de producción de palabra, se pierde del otro
lado del límite. Es necesario, de cualquier manera, que la literatura la
restaure, le dé forma.
De poetas y locos
Cuando
el loco habla, todos callamos. Al menos en poesía, tal parece que esa es la
ley. Sentimos que los locos, los alcohólicos, los drogadictos y los outsiders, de alguna forma son nuestros
mártires y de ese imaginario se apropia la cultura popular. La gente se siente
más cercana a un ser miserable, falible, vulnerable, que del que no lo es.
Pero
más allá de la repentina fascinación por la figura del poeta/loco, de los
comentarios de gente alucinada con la marginalidad de Montero, de esta atención
súbita, queda la obra. Quizás lo único puro, y es lo único que deberá llamarnos
la atención en adelante, aunque jamás podamos dejar de relacionarlo con su
locura, con ese espacio que ahora queremos privilegiar como un espacio
fascinante donde moraba el poeta y su palabra, aunque lo cierto es que el lugar
de la locura para Montero no haya sido otra cosa que un miserable cuarto en el
Hotel Pacheco de Sucre, donde se desvaneció en soledad, lleno de calmantes,
drogas, silencio y delirio.
Pero
esto jamás nos importó, lo cual demuestra no lo buenos que somos, sino lo
miserables que podemos ser al fingir que mucho nos afecta. Pero es justamente desde
esa miseria, desde la miseria humana, desde nuestra miseria, que canta el poeta.
Ya lo dijo Dylan Thomas: los más bellos cantos al sol, se hacen desde la
oscuridad. Y es cierto.
--
Mar
negro
En
esta noche negra y fría
escucho
sonar una banda que está muy cercana
y
esa música me trae tu recuerdo
me
parece que esa música es del mar
del
mar negro que ha sido nuestro amor
mar
negro siempre negro
porque
en su cielo nunca brilla la esperanza
sin
embargo te quiero eternamente
aunque
un mar negro sea nuestro amor
aunque
mi corazón se ahogue en el recuerdo
como
se agita el mar en la marea
y
pienso que si tú escucharas el acento de esta música
sin
que tu quisieras movería tu corazón al huracán
Un poeta loco, siempre será un poeta grande, porque los sentimientos son intensos, grandiosos, sublimes o desgarradores...
ResponderEliminarUn poeta loco, siempre será un poeta grande, porque los sentimientos son intensos, grandiosos, sublimes o desgarradores...
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