De ferias del libro y otros temas
A modo de contar su reciente experiencia en eventos libreros en Oruro, el autor aprovecha para reflexionar sobre otros aspectos de la realidad del país.
Manuel Vargas
1. El mes pasado estuve en dos oportunidades en la
ciudad de Oruro. Dos colegios me invitaron a participar en sendas ferias del
libro organizadas por los docentes, alumnos y padres de familia.
Aparte de autores orureños, estuvimos autores de
literatura infantil y juvenil de La Paz, Cochabamba y Tarija. Todo bien, un
ejemplo para otras ciudades, por saber organizar y fomentar la lectura y el
interés por los libros, por los versos, por los cuentos y las novelas. Eso es
parte de una tradición orureña. Y si digo tradición, digo un gran pasado cultural
que se mantiene. Aunque los términos de “infantil y juvenil” a mí no me caen
muy bien, pues da la impresión de que fuera una literatura “menor”, más simple
y dirigida a cierto público. La literatura no debe ser “dirigida”. En fin. Es
que soy un criticón y me gusta ir por las ramas.
2. Hablando de ramas, no puedo dejar de comentar lo
que significa un viaje de La Paz a Oruro. Es algo espeluznante, para quien
desde su tierna juventud realizó esos viajes. Imagínense ustedes, yo transité
por esa carretera desde que era de pura tierra y grava.
A propósito, ¿han leído el cuento que se llama El atraco de Calamarca? Pues en ese
cuento se habla, como el título lo señala, de un atraco sucedido en Calamarca,
o sea, en la carretera La Paz-Oruro, allá por los años 60 del siglo pasado. De
esas cosas yo me acuerdo, imagínense. Y esto venía a cuento porque en ese
cuento se describe la carretera, el polvo, las piedras, un auto detenido en una
curva, la tierra, los policías, los ladrones, las pistolas, el dinero de las remesas
rumbo a las minas… en fin. Fue un hecho que marcó mi juventud. Y posiblemente también
la juventud de algunos de ustedes, queridos lectores y lectoras, puesto que
hace algunos se estrenó la película nacional El atraco, que trata del mismo tema. Gran película, estimado Jorge
Ortiz. Ya ven, seguimos hablando de arte. Ahora sí, vuelvo a la carretera.
3. De pronto -en los años 70 ha tenido que ser- esa vía
del pasado fue asfaltada y era toda una maravilla. Ya no teníamos que tragar
tanto polvo, ni sacudirnos ni avanzar como en una hamaca haciendo que nuestro
corazón se quiera escapar por la boca. De eso muy bien me acuerdo, y el camino
de tierra era inclusive hasta Cochabamba.
En esos tiempos, tomen nota, la única carretera
asfaltada era entre Cochabamba y Santa Cruz. Menos “La Siberia”, de poética y
misteriosa niebla eterna. Pero ya estoy pasando de una rama a otra como los
monitos. Retrocedo. Pasaron los años. Aumentó la población del país. Pasaron las
lluvias, los fríos y las sequías y los gobiernos y esa carretera a Oruro se
volvió simplemente chica, y peligrosa, y vieja, y causaba tantos accidentes,
motivados, además, por los choferes adictos a la coca y el alcohol. Y al
gobierno actual se le ocurrió que debería construirse una doble vía entre Oruro
y La Paz –y viceversa. Porque ya eran otros tiempos. ¡Meta carreteras por todo
el territorio! Eso ya ustedes muy bien lo saben, pues han tenido que sufrir,
tantos años de retrasos, hasta que finalmente la doble vía fue una realidad.
Con señalizaciones modernas y puentes y vueltas y vueltas para entrar o salir
de las pequeñas poblaciones del trayecto. Vino el asunto de las horas de viaje.
Dejemos a un lado la feria del libro y hablemos del tiempo.
4. Es una tradición decir que el viaje de La Paz a
Oruro se cubre en tres horas. En realidad, digamos cuatro, a lo mucho. De
cuando el camino era puro tierra, ya no me acuerdo. ¡Tres horas! La palabra
mágica. Bueno, cuatro, porque ya saben, en El Alto hay que detenerse a
conseguir pasajeros, y al final, ¿qué apuro tenemos? Y entonces nos contaron el
cuento de que con la doble vía el tiempo de viaje se iba a reducir, aparte de
que sería más seguro y cómodo. Pero el mes pasado, cuando fui a dos ferias del
libro, lo constaté una vez más: mentira. El viaje sigue durando más de tres
horas. Es que, seguramente, ha aumentado la población, y en todas partes hay
que detenerse, qué sé yo. Si no tenemos apuro. Entonces, tarde o temprano, de
alguna manera mágica, llegamos a Oruro.
A la feria del libro.
5. Buena estuvo la feria, les cuento. Los chicos,
las chicas, los padres jóvenes y los mayores y los profes y las profes. La
poesía, la literatura, los cuentitos. Los amigos, las amigas. Dos días. Hasta
me olvidé del frío. Entonces, había que regresar. Por la terminal de buses de
Oruro. Ay. Yo me acuerdo cuando esa terminal era nueva. Un inmenso edificio que
se veía desde cualquier parte de la ciudad. Ahora no tanto. Pero el problema no
es ese. Ya desde hace rato la terminal es un laberinto de terror. ¿Quieres
comprarte un pasaje? No, las oficinas de los buses no funcionan. Todo se hace
en la calle. Se compra los boletos, se sube, se baja, fuera de la terminal. Y
tomas el bus que te toque nomás. Además, siempre andamos apurados, ¿no? Pero
hace tiempo yo ingresé a la terminal y casi me pierdo. De pronto vi una fila de
covachas o qué se llamarán, donde unas señoras con las faldas envueltas en
mantas y ponchos vendían pasajes, ¡a Chile! Toda esa fila era de venta de
pasajes a Chile. Buenos negocios hay por allá. Pero para ir a La Paz, tienes
que detenerte en una esquina de fuera nomás, a realizar tus transacciones y
negocios.
6. ¿Qué ha pasado? ¿Y la carretera de doble vía? ¿Y
la modernidad y el bienestar y las tres horas de viaje? Nada. ¡Cuatro horas de
tortura! Para salir de un centro de tortura y llegar a otro centro de tortura.
Es que ha aumentado la población. Tomo una flota de nombre extraño. ¿Va hasta
la terminal de La Paz, no? Sí, claro. Pero no, señor. No entra a la terminal de
La Paz, el bus nos deja en la Avenida Perú. ¿Por qué? Seguramente son empresas pequeñas,
clandestinas, truchas, que no pueden o no quieren o no les da la gana de pagar su
derecho a ingreso a la administración de la terminal, y por lo tanto…
No hay duda, lo que pasa es que ha aumentado la
población en nuestro país. Claro, si cuando las carreteras eran de tierra, no
éramos más que tres millones de habitantes. Ahora somos diez. Y ya no cabemos.
Bueno, la feria, realmente, estuvo muy buena. Y eso
que me queda pendiente hablar del teleférico de la ciudad de La Paz y otras obras
modernas que solucionan nuestros problemas modernos. Y de la siguiente feria
del libro. Porque a mí me gusta comunicar las actividades culturales en las que
participo.
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