La guerra del papel y el músculo de la escritura
Oswaldo Calatayud, ganador con La guerra del papel del XVII Premio Nacional de Novela, profundiza en torno a esta singular obra que supuso un duro desafío en su proceso creativo y espera similar compromiso en su lectura.
Martín Zelaya Sánchez
“Mi cuerpo es un facsímil, casi el de un niño que tiene a
los garabatos por bien…”, señala K. “(…) Personalmente, nunca he disimulado mi
deseo de reencontrarme con mi cuerpo en el más allá, mientras mi alma
desperdicie su tiempo errando así que asá tras la burocracia celestial”, dice,
en otro momento, el tullido, terminal, casi incapacitado protagonista de La guerra del papel.
Y más adelante, dirigiéndose a la eterna ausente y muda
destinataria de sus cartas, sentencia: “pero así como reclamo su presencia, me
aterraría tenerla enfrente y destruir de esa torpe manera mi ficción o como se
llame este mi delirio por usted”.
Y sostiene Oswaldo Calatayud Criales, el autor de esta obra
ganadora del XVII Premio Nacional de Novela: “La guerra del papel exige una relectura, que es mucho pedir en la
actualidad en que todo se mira muy de pasada o de reojo. Pero el tema mismo de
la novela versa sobre eso: la función límite del papel y de la escritura en una
sociedad en la que ni los cuerpos y sus voces sostienen contacto. Por eso
traslado la escena al futuro, para plantear una hipótesis cierta: que se acabe
el papel, que se acabe la escritura y que muramos en la soledad de nuestros
cuerpos tullidos de tecnologías”.
Se resume así, de la mejor manera posible, lo argumental y
lo formal de esta extensa y compleja obra, a tono con el fallo del jurado que
destacó, precisamente, que “se trata de una obra arriesgada en lo estilístico:
un lenguaje denso y profundo que resulta en un código propio, original y bien
logrado que va a contracorriente del minimalismo hiperrealista que domina la
actual literatura hispanoamericana”, por un lado, y que también es “muy
singular en lo temático, al proponer un entorno futurista en el que la
deshumanización de una sociedad ultratecnificada sirve de escenario para contar
una historia sobre la soledad y la extinción de lo afectivo, a partir de
situaciones poco antes exploradas en nuestra literatura como la relación
epistolar, la enfermedad o el deporte”.
Siempre es esencial el cómo, sin denostar el qué, pero,
reconozcámoslo, no siempre, sobre todo en los días que corren, nos topamos con
un libro trabajado con tanto ahínco palabra por palabra. Hay muy buenos libros
en los que se nota que los narradores trabajaron hasta el cansancio en la
economía de palabras, en decir lo más y mejor posible con pocas palabras, en
pocas páginas. La guerra del papel va
a contramano y por eso vale la pena incidir en este punto.
En este diálogo con el autor tratamos de diseccionar, aún
sin que haya sido editada, la obra consagrada con el más importante galardón de
la literatura nacional. Haber tenido la oportunidad de ser parte del jurado
calificador es una ventaja que pretendemos aprovechar.
- ¿Cómo definirías tu
propuesta estilística, el lenguaje de tu novela?
- Es un pastiche en el sentido en el que tomo los estilos y
maneras con los que tradicionalmente se escribe una carta. No una de amor ni
una de buró, sino una carta trabajada con la espontaneidad de quien quiere
comunicar algo pero con la experiencia límite de no saber exactamente a quién.
Al tratarse de una novela epistolar respeto ciertos códigos
de la escritura decimonómica, y quizás lo arriesgado es ambientarla en un
contexto futurista, pues busco crear esa tensión inverosimil salvo por la
escritura.
Ahora bien, todas las cartas fueron hechas con la
naturalidad de haberlas escrito con mi puño y letra sobre el papel, sin que
medie la computadora en un principio. Ya sea con un lápiz, bolígrafos verdes,
azules o rojos… aunque siempre sobre un papel sábana doblado por la mitad. En ese
ejercicio “visceral” con la escritura en el que se me acababa el papel, se me
hundía la punta del grafito, tachaba cosas o cambiaba el tamaño de las letras,
me imagino que se permeó cierto estilo. Ya después las iba transcribiendo y
supongo que en esa traducción caligráfica también se habrá colado algo de mi
estilo.
Y claro, como el mismo autor afirma, un esfuerzo de este
tipo, amerita una no menor respuesta: el compromiso del lector que debe tomar
la lectura de esta novela como un desafío. “Haciendo cálculos, creo que es más lo que escribo que lo que he
leído, desde cuando me hacían repetir quinientas veces en el colegio ciertas responsoriales,
hasta las autobiografías que solía inventar con esmero en mi época
universitaria”, comenta este autor obsesivo en busca de lectores obsesivos.
- Ya que hablamos del
tema, ¿cuáles son tus autores y libros de cabecera?
- Muchos y pocos. Tendría que hablar de gente irreverente
como Mirtha Dermisache. Pero en general, creo que construyo mi literatura fuera
de cualquier referente. En todo caso tendría que hablar de mis “lectores de
cabecera” que es más importante para el proceso de escritura, como que lo
fueron en su momento Rubén Vargas, Mónica Velásquez, Alba María Paz Soldán, Marcelo
Villena, Ana Rebeca Prada [todos docentes de la Carrera de Literatura de la que
Calatayud egresó], las siamesas Daniela [Renjel] y Montserrat [Fernández] y Pamela
Peralta, mi compañera, es decir todo aquello que yo llamaba el “eje del mal” en
la carrera.
- Más allá de ser una
novela epistolar y con el trasfondo de un amor platónico, casi virtual, creo
que es también una novela sobre la soledad a la que al parecer estamos todos
condenados en el futuro mediato.
- No había pensado en la palabra amor al escribirla, pero
supongo que el hecho de que sean cartas de “alguien” a “alguna” presupone eso.
Yo más bien hablaría de una obsesión, como todos las tenemos, de entrar en
contacto con lo ausente. Hoy en día las distancias no se acortan con la
tecnología, se afianzan; la soledad es un estado total de la miseria humana y
la escritura apenas una tecnología más que fuerza -eso sí- nuestra imaginación,
ergo, nuestra obsesión por algo. De ese minúsculo se ocupa la novela.
Valga, ahora, una sinopsis breve, de esas de catálogo, de La guerra del papel: K, en los años
2033-35, en una ciudad y país inventados para la trama, es un enfermo terminal
que mientras va perdiendo poco a poco sus capacidades, escribe frenéticamente a
Abril, una mujer que apenas conoce y que hace mucho dejó de responderle.
K es un ex atleta de élite (y ella también) que vive como
conejillo de indias de una corporación médica y laboratorio de medicinas, junto
a sus dos hijas adoptadas y con la constante visita de un nuncio que escribe
sus cartas a dictado, las lleva a destino, y se hace finalmente cómplice y
albacea inseparable. Una novela futurista, que no de ciencia ficción
propiamente dicha.
- Otros temas
importantes, y de ahí viene el título en parte, son la paulatina extinción del
libro objeto, y en general del papel como soporte de lectura-escritura.
- Claro, el contacto con el libro es cada vez menor, y eso
también ahonda nuestra soledad. Hoy creo que la gente lee en las redes sociales
más palabras de las que ha leído en un libro, y algunos pueden incluso jactarse
de haber escrito en su teclado más que Cervantes, pero esa hipercomunicación
supedita ese “silencio fatal” que es en parte el que testamento en la novela.
Se antoja necesario, en esta parte, copiar este breve
fragmento:
“A decir verdad, ni siquiera yo sé
si estoy completamente solo -pese a las cercanías-, pero indudablemente
mientras más gente haya en el mundo y mayor el hacinamiento, más aislado
nuestro destino, interceptado por las máquinas y sin pero que valga.
Para mí, la gente que no ha
experimentado la soledad aunque en contadas jornadas de clausura o en largas
estancias en el policlínico, poco puede afirmar su identidad en otra medida que
no sea aquella que el mundo imprime en sus dactilares. Hay un sinnúmero de
personalidades que combatir para alcanzar la soledad, que es como un estado
equipolente a nuestro ser, básico para catar la existencia. El contacto con los
demás contamina nuestro espíritu y a menudo desvía la atención que debemos
prestarle a nuestro mundo interior. Tan solo fíjese en los escritores o en la
gente de la farándula, cuyas personalidades revisten un estereotipo hoy tan de
moda, pero que jamás lograrán deshacerse del cortejo de maneras y modismos que
les infunde el círculo vicioso de sus amistades. No es menos cierto que todo
cuanto esas gentes hacen al escribir, actuar o componer, cae en la trivialidad
y el hedonismo porque no han sabido aplacar un poco su genio y publican
disparates que igualmente podemos obtener de una charla en el café o de un día
en la playa”.
- La enfermedad y el
deporte, temas que casi nunca se tocan ni siquiera de refilón en la narrativa
nacional, te sirven de vehículo para una reflexión sobre la corporalidad, los
límites y disyuntivas entre lo físico-fisiológico y lo mental-emocional.
¿Compartes esta reflexión?
- Sí. Para empezar soy un convencido de que existe un
“músculo de la escritura” (así se llama un libro que tengo a medio escribir),
es decir del ejercicio mismo de escribir más que la mera inspiración. De ahí
que la temática del deporte viene bien, porque el ejercicio del lenguaje y el
esgrima de la escritura son también conductas problemáticas en la actualidad y
sobre las que reflexino en La guerra del
papel. Sobre la enfermedad, sin duda es otro de los temas que me
obsesionan, y la novela me permitió barrer con algunos tratados de medicina e
inventar neologismos para describir ciertas fatalidades del cuerpo a las que en
un futuro estaremos expuestos, las más evidentes son la trasmutación y la
soledad.
- ¿Cómo fue el
proceso de escritura: tiempo de concepción, diseño; redacción, corrección…?
- La novela estuvo fermentando unos cuantos años antes de
animarme por el concurso. Y como digo, la concebí in situ, escribiendo con mi puño y letra cada una de las cartas. Ya
al llevarla al ordenador modelé una maqueta que incluye recortes de periódicos que
trabajé yo mismo, troquelados en las hojas y hasta una carta en braile que a falta
de un ciego tuve que puntearla. Espero que la edición final mantenga esos
artificios que le dan otro aire a las páginas en blanco que también están ahí.
--
Apoyo 1
45
Alzar la voz –correr
la voz, púlstar, MMXXXV
(Fragmento)
“(…) Más bien que no hemos perdido ninguna carta en esta
faena ¿o las hemos perdido todas?; lo más seguro es que si usted no respondió a
su debido tiempo, cuando tenía a la mano páginas y páginas en vertiginosa
espera, ataviadas por mi interrogante, ahora le será imposible revertir la
rémora, ya que por lo visto no se digna usted en buscar un lugar para
contestarnos ni mucho menos intenta sacarse tiempo para hacerlo. Yo le advierto
que hay distintas maneras -a cuál más bellas- de corresponder las pretensiones
ajenas, e incluso los insultos y bellaquerías; miles de formas de sortear el
acoso y despertar al amante. Si tan solo pudiese devolver la carta mía abierta
de cuanto doblado tenga, para así saber que le incumbo y sentirme correspondido
de esta forma sagaz y distinta. O a lo mejor hacer como se estila ahora,
abreviándolo todo y trasmitirme mucho en pocas líneas, asestando su estima en
un código de barras, a través una ecuación de mil variables y su sola
incógnita, ¡qué sé yo! Quizás mandarme una sílaba muda grabada en una cinta; no
estaría mal tampoco rotular un sobre y ya, cortar las páginas de algún libro
que exprese sus iras y emociones, plagiar los cantares ajenos, franquearme su
voz y el vocabulario que no le alcanza en la sínude de una tinta china, de una
pluma fuente gastada, de un estilógrafo; atiborrarme de fotos, obsequiarme un
periódico pasado, una bitácora futura, el cartapel de sus sueños que no pasan
de la muerte, ¡lo que sea, sabe!…
De todos modos soy consciente de que no podría, porque ya no
tengo lugar ni dirección, porque el mundo también rota y se traslada,
extraviándonos en el relojero de la vida. Para saldar estos movimientos, estas
turbulencias, no le bastaría con salir de su casa y navegar a contracorriente,
sería necesario algo más que preguntar por mí en lugar neutro. Haría falta una
estrategia menos revulsiva que contratar a un vidente para que con los extremos
del alambre y el cobre rastree mi cadáver, el lugar donde yo mismo no siento
encontrarme. Tal vez la muerte una y no separe, quizás el destino sea la fosa
común donde nuestras soledades se fundan, donde los cuerpos por fin se
entremezclen indetenidamente… tal vez…”.
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