domingo, 3 de julio de 2016

Entrevista

La guerra del papel y el músculo de la escritura

Oswaldo Calatayud, ganador con La guerra del papel del XVII Premio Nacional de Novela, profundiza en torno a esta singular obra que supuso un duro desafío en su proceso creativo y espera similar compromiso en su lectura.

 
Oswaldo Calatayud Criales. (Foto: Juan Carlos Usnayo)

Martín Zelaya Sánchez

“Mi cuerpo es un facsímil, casi el de un niño que tiene a los garabatos por bien…”, señala K. “(…) Personalmente, nunca he disimulado mi deseo de reencontrarme con mi cuerpo en el más allá, mientras mi alma desperdicie su tiempo errando así que asá tras la burocracia celestial”, dice, en otro momento, el tullido, terminal, casi incapacitado protagonista de La guerra del papel.
Y más adelante, dirigiéndose a la eterna ausente y muda destinataria de sus cartas, sentencia: “pero así como reclamo su presencia, me aterraría tenerla enfrente y destruir de esa torpe manera mi ficción o como se llame este mi delirio por usted”.
Y sostiene Oswaldo Calatayud Criales, el autor de esta obra ganadora del XVII Premio Nacional de Novela: “La guerra del papel exige una relectura, que es mucho pedir en la actualidad en que todo se mira muy de pasada o de reojo. Pero el tema mismo de la novela versa sobre eso: la función límite del papel y de la escritura en una sociedad en la que ni los cuerpos y sus voces sostienen contacto. Por eso traslado la escena al futuro, para plantear una hipótesis cierta: que se acabe el papel, que se acabe la escritura y que muramos en la soledad de nuestros cuerpos tullidos de tecnologías”.
Se resume así, de la mejor manera posible, lo argumental y lo formal de esta extensa y compleja obra, a tono con el fallo del jurado que destacó, precisamente, que “se trata de una obra arriesgada en lo estilístico: un lenguaje denso y profundo que resulta en un código propio, original y bien logrado que va a contracorriente del minimalismo hiperrealista que domina la actual literatura hispanoamericana”, por un lado, y que también es “muy singular en lo temático, al proponer un entorno futurista en el que la deshumanización de una sociedad ultratecnificada sirve de escenario para contar una historia sobre la soledad y la extinción de lo afectivo, a partir de situaciones poco antes exploradas en nuestra literatura como la relación epistolar, la enfermedad o el deporte”.
Siempre es esencial el cómo, sin denostar el qué, pero, reconozcámoslo, no siempre, sobre todo en los días que corren, nos topamos con un libro trabajado con tanto ahínco palabra por palabra. Hay muy buenos libros en los que se nota que los narradores trabajaron hasta el cansancio en la economía de palabras, en decir lo más y mejor posible con pocas palabras, en pocas páginas. La guerra del papel va a contramano y por eso vale la pena incidir en este punto. 
En este diálogo con el autor tratamos de diseccionar, aún sin que haya sido editada, la obra consagrada con el más importante galardón de la literatura nacional. Haber tenido la oportunidad de ser parte del jurado calificador es una ventaja que pretendemos aprovechar.

- ¿Cómo definirías tu propuesta estilística, el lenguaje de tu novela?
- Es un pastiche en el sentido en el que tomo los estilos y maneras con los que tradicionalmente se escribe una carta. No una de amor ni una de buró, sino una carta trabajada con la espontaneidad de quien quiere comunicar algo pero con la experiencia límite de no saber exactamente a quién.
Al tratarse de una novela epistolar respeto ciertos códigos de la escritura decimonómica, y quizás lo arriesgado es ambientarla en un contexto futurista, pues busco crear esa tensión inverosimil salvo por la escritura.
Ahora bien, todas las cartas fueron hechas con la naturalidad de haberlas escrito con mi puño y letra sobre el papel, sin que medie la computadora en un principio. Ya sea con un lápiz, bolígrafos verdes, azules o rojos… aunque siempre sobre un papel sábana doblado por la mitad. En ese ejercicio “visceral” con la escritura en el que se me acababa el papel, se me hundía la punta del grafito, tachaba cosas o cambiaba el tamaño de las letras, me imagino que se permeó cierto estilo. Ya después las iba transcribiendo y supongo que en esa traducción caligráfica también se habrá colado algo de mi estilo.

Y claro, como el mismo autor afirma, un esfuerzo de este tipo, amerita una no menor respuesta: el compromiso del lector que debe tomar la lectura de esta novela como un desafío. “Haciendo cálculos,  creo que es más lo que escribo que lo que he leído, desde cuando me hacían repetir quinientas veces en el colegio ciertas responsoriales, hasta las autobiografías que solía inventar con esmero en mi época universitaria”, comenta este autor obsesivo en busca de lectores obsesivos.

- Ya que hablamos del tema, ¿cuáles son tus autores y libros de cabecera?
- Muchos y pocos. Tendría que hablar de gente irreverente como Mirtha Dermisache. Pero en general, creo que construyo mi literatura fuera de cualquier referente. En todo caso tendría que hablar de mis “lectores de cabecera” que es más importante para el proceso de escritura, como que lo fueron en su momento Rubén Vargas, Mónica Velásquez, Alba María Paz Soldán, Marcelo Villena, Ana Rebeca Prada [todos docentes de la Carrera de Literatura de la que Calatayud egresó], las siamesas Daniela [Renjel] y Montserrat [Fernández] y Pamela Peralta, mi compañera, es decir todo aquello que yo llamaba el “eje del mal” en la carrera.

- Más allá de ser una novela epistolar y con el trasfondo de un amor platónico, casi virtual, creo que es también una novela sobre la soledad a la que al parecer estamos todos condenados en el futuro mediato.
- No había pensado en la palabra amor al escribirla, pero supongo que el hecho de que sean cartas de “alguien” a “alguna” presupone eso. Yo más bien hablaría de una obsesión, como todos las tenemos, de entrar en contacto con lo ausente. Hoy en día las distancias no se acortan con la tecnología, se afianzan; la soledad es un estado total de la miseria humana y la escritura apenas una tecnología más que fuerza -eso sí- nuestra imaginación, ergo, nuestra obsesión por algo. De ese minúsculo se ocupa la novela.

Valga, ahora, una sinopsis breve, de esas de catálogo, de La guerra del papel: K, en los años 2033-35, en una ciudad y país inventados para la trama, es un enfermo terminal que mientras va perdiendo poco a poco sus capacidades, escribe frenéticamente a Abril, una mujer que apenas conoce y que hace mucho dejó de responderle.
K es un ex atleta de élite (y ella también) que vive como conejillo de indias de una corporación médica y laboratorio de medicinas, junto a sus dos hijas adoptadas y con la constante visita de un nuncio que escribe sus cartas a dictado, las lleva a destino, y se hace finalmente cómplice y albacea inseparable. Una novela futurista, que no de ciencia ficción propiamente dicha.

- Otros temas importantes, y de ahí viene el título en parte, son la paulatina extinción del libro objeto, y en general del papel como soporte de lectura-escritura.
- Claro, el contacto con el libro es cada vez menor, y eso también ahonda nuestra soledad. Hoy creo que la gente lee en las redes sociales más palabras de las que ha leído en un libro, y algunos pueden incluso jactarse de haber escrito en su teclado más que Cervantes, pero esa hipercomunicación supedita ese “silencio fatal” que es en parte el que testamento en la novela.

Se antoja necesario, en esta parte, copiar este breve fragmento:
“A decir verdad, ni siquiera yo sé si estoy completamente solo -pese a las cercanías-, pero indudablemente mientras más gente haya en el mundo y mayor el hacinamiento, más aislado nuestro destino, interceptado por las máquinas y sin pero que valga.
Para mí, la gente que no ha experimentado la soledad aunque en contadas jornadas de clausura o en largas estancias en el policlínico, poco puede afirmar su identidad en otra medida que no sea aquella que el mundo imprime en sus dactilares. Hay un sinnúmero de personalidades que combatir para alcanzar la soledad, que es como un estado equipolente a nuestro ser, básico para catar la existencia. El contacto con los demás contamina nuestro espíritu y a menudo desvía la atención que debemos prestarle a nuestro mundo interior. Tan solo fíjese en los escritores o en la gente de la farándula, cuyas personalidades revisten un estereotipo hoy tan de moda, pero que jamás lograrán deshacerse del cortejo de maneras y modismos que les infunde el círculo vicioso de sus amistades. No es menos cierto que todo cuanto esas gentes hacen al escribir, actuar o componer, cae en la trivialidad y el hedonismo porque no han sabido aplacar un poco su genio y publican disparates que igualmente podemos obtener de una charla en el café o de un día en la playa”.

- La enfermedad y el deporte, temas que casi nunca se tocan ni siquiera de refilón en la narrativa nacional, te sirven de vehículo para una reflexión sobre la corporalidad, los límites y disyuntivas entre lo físico-fisiológico y lo mental-emocional. ¿Compartes esta reflexión?
- Sí. Para empezar soy un convencido de que existe un “músculo de la escritura” (así se llama un libro que tengo a medio escribir), es decir del ejercicio mismo de escribir más que la mera inspiración. De ahí que la temática del deporte viene bien, porque el ejercicio del lenguaje y el esgrima de la escritura son también conductas problemáticas en la actualidad y sobre las que reflexino en La guerra del papel. Sobre la enfermedad, sin duda es otro de los temas que me obsesionan, y la novela me permitió barrer con algunos tratados de medicina e inventar neologismos para describir ciertas fatalidades del cuerpo a las que en un futuro estaremos expuestos, las más evidentes son la trasmutación y la soledad.

- ¿Cómo fue el proceso de escritura: tiempo de concepción, diseño; redacción, corrección…?
- La novela estuvo fermentando unos cuantos años antes de animarme por el concurso. Y como digo, la concebí in situ, escribiendo con mi puño y letra cada una de las cartas. Ya al llevarla al ordenador modelé una maqueta que incluye recortes de periódicos que trabajé yo mismo, troquelados en las hojas y hasta una carta en braile que a falta de un ciego tuve que puntearla. Espero que la edición final mantenga esos artificios que le dan otro aire a las páginas en blanco que también están ahí.
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Apoyo 1

45
Alzar la voz –correr la voz, púlstar, MMXXXV
(Fragmento)

Oswaldo Calatayud

“(…) Más bien que no hemos perdido ninguna carta en esta faena ¿o las hemos perdido todas?; lo más seguro es que si usted no respondió a su debido tiempo, cuando tenía a la mano páginas y páginas en vertiginosa espera, ataviadas por mi interrogante, ahora le será imposible revertir la rémora, ya que por lo visto no se digna usted en buscar un lugar para contestarnos ni mucho menos intenta sacarse tiempo para hacerlo. Yo le advierto que hay distintas maneras -a cuál más bellas- de corresponder las pretensiones ajenas, e incluso los insultos y bellaquerías; miles de formas de sortear el acoso y despertar al amante. Si tan solo pudiese devolver la carta mía abierta de cuanto doblado tenga, para así saber que le incumbo y sentirme correspondido de esta forma sagaz y distinta. O a lo mejor hacer como se estila ahora, abreviándolo todo y trasmitirme mucho en pocas líneas, asestando su estima en un código de barras, a través una ecuación de mil variables y su sola incógnita, ¡qué sé yo! Quizás mandarme una sílaba muda grabada en una cinta; no estaría mal tampoco rotular un sobre y ya, cortar las páginas de algún libro que exprese sus iras y emociones, plagiar los cantares ajenos, franquearme su voz y el vocabulario que no le alcanza en la sínude de una tinta china, de una pluma fuente gastada, de un estilógrafo; atiborrarme de fotos, obsequiarme un periódico pasado, una bitácora futura, el cartapel de sus sueños que no pasan de la muerte, ¡lo que sea, sabe!…

De todos modos soy consciente de que no podría, porque ya no tengo lugar ni dirección, porque el mundo también rota y se traslada, extraviándonos en el relojero de la vida. Para saldar estos movimientos, estas turbulencias, no le bastaría con salir de su casa y navegar a contracorriente, sería necesario algo más que preguntar por mí en lugar neutro. Haría falta una estrategia menos revulsiva que contratar a un vidente para que con los extremos del alambre y el cobre rastree mi cadáver, el lugar donde yo mismo no siento encontrarme. Tal vez la muerte una y no separe, quizás el destino sea la fosa común donde nuestras soledades se fundan, donde los cuerpos por fin se entremezclen indetenidamente… tal vez…”.

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