Literatura y La Paz: interculturalidad
antes que
marginalidad
La Paz es Jaime Saenz y Felipe Delgado, y viceversa, eso casi nadie lo discute. De todas maneras, proponemos dejar de lado -o al menos intentarlo- al icónico autor para tratar de rescatar otros títulos que pintan de cuerpo cabal a la urbe.
Martín Zelaya Sánchez
Bien lo dice Luis “Cachín” Antezana: “si Carlos Medinaceli
se inventó la literatura boliviana, Jaime Saenz se inventó La Paz”1.Es
indudable que a la hora de identificar una ciudad con un escritor, como Dublin
tiene su Joyce, Lisboa su Pessoa y Buenos Aires su Borges, La Paz tiene su
Saenz.
Aunque caemos en la rutina periodística de asociar fecha con
tema -en este caso el 16 de julio, aniversario paceño, con literatura,
literatos y libros emblemáticos de esta urbe- intentemos al menos obviar el
lugar común y no, no hablaremos de Saenz, ni de René Bascopé Aspiazu, otro
notable narrador que ya no “creó” la ciudad, pero fue determinante para fijar
su imaginario de marginalidad, nocturnidad y mística; ni siquiera de Víctor
Hugo Viscarra, que hizo de su literatura una crónica in situ de ésta triada; ni tampoco de la fundacional Añejerías paceñas de Ismael Sotomayor,.
Nos abocaremos, entonces, a otros autores y libros que, por
peso específico y méritos propios, creemos, están ya consolidados como
referentes de la identidad y corporalidad de esta ciudad. Para ir por orden
cronológico: American Visa, de Juan
de Recacoechea; Periférica Blvd., de
Adolfo Cárdenas y Cuando Sara Chura
despierte, de Juan Pablo Piñeiro.
Aparecen algunas ineludibles interrogantes: ¿es La Paz
solamente la ciudad de las laderas, de las fiestas folklórico-religiosas, de
los conventillos del casco viejo, de los boliches de medio pelo, de los
alcohólicos marginados y los bohemios poseros?
¿Cuándo se escribirá desde y sobre La Paz de la zona Sur o
de Sopocachi (acaso sobre este último barrio se halla bastante en Ladies Night de Ramón Rocha Monroy)?
¿Será necesario hacerlo? ¿Es necesaria, a fin de cuentas, una literatura que
refleje cabal, globalmente una ciudad?
Me gustaría acá detenerme en dos miradas concretas al
respecto. Primero la de Florencia Rossi, académica argentina, miembro del Grupo
de Estudios sobre Narrativas Bolivianas:
“Una ciudad -señala- se compone
de instantáneas superpuestas, texturas, historias y voces de quienes la
habitan. Textualizada, deviene una ciudad escrita -ciudad ficcional- a la vez
que un lugar epistemológico, con una forma de conocimiento diferido y
particularizado. Su ficcionalización ha ido cambiando en distintas épocas,
recordándonos siempre que es un espacio de tensiones que se actualizan a
diario, en cada calle y desde cada
calle caminada. O, mejor aún, en tanto “abigarrada” (como postula Zavaleta
Mercado), convergen múltiples líneas, forman un tejido de relieves y
materialidades diversas. A su vez, la experiencia del recorrido de la ciudad
lleva a pensar(nos) cómo influye lo que pisamos, cómo escribimos y desde dónde”.
2 (Pág. 75)
Pero también, ya para referirnos a lo marginal como impronta
de lo paceño -siempre hablando desde lo literario, por supuesto- recurrimos a
Hina Soledad Ponce que para abordar la marginalidad de La Paz, usa el mejor
parangón posible, el aparapita:
“Esta autonomía, esta forma de
vivir y también de morir, esta forma de trabajar que se encuentra fuera de lo
esperado, coloca al aparapita en una situación de marginalidad, pero esta
situación también es voluntaria, porque la muerte es una experiencia valorable
para Saenz, tanto o más que la vida.
Esta imagen paceña se inicia
casi como una elegía: ‘Ya casi no existen aparapitas en La Paz’. Como si este
vivir voluntariamente en la periferia, no solo geográfica sino también social,
laboral y demás, explicara o justificara su gradual desaparición, pero eterna
permanencia”. 3 (Pág. 136)
American Visa
“El taxi se detuvo. El conductor, un tipo corpulento, dio
vuelta su cabezota de peso pesado y exclamó con furia contenida: No puedo
seguir adelante.
−¿Qué pasa? −pregunté.
−¿Acaso no oye la banda? Están bailando aquí cerca,
entrenándose para la Entrada del Gran Poder. ¡Estos carajos han paralizado el
tráfico!
En efecto, la cadencia tediosa y densa de una llamerada se
dejaba escuchar algo distante. El rostro del taxista, congestionado por la
rabia y por la impotencia de no poder avanzar más, se infló como la de un
batracio de tiras cómicas. El clamor de las bocinas se tornaba intenso,
inaguantable… El taxista descanso el brazo en el espaldar del asiento, fijó su
frustrada mirada en un punto distante y esperó”.
Así inicia American
Visa (Los Amigos del Libro, 1994) de Juan de Recacoechea, acaso una de las
más populares novelas policiales bolivianas y, como su mismo autor lo reconoció,
“un homenaje a La Paz y a sus personajes”.
Qué mejor homenaje, entonces, no solo retratar aunque de
pasada la caótica catarsis colectiva que a título de devoción religiosa y
fervor folklórico se practica en el Gran Poder, sino de paso dar cuenta, ya
desde los párrafos iniciales, de otro indiscutible sello identitario paceño: el
colapso, la inmovilidad permanente que parte y termina en la trancadera de
turno sea por manifestación, bloqueo, exceso de vehículos o, claro, entrada
folklórica.
Aunque ahonda más en su estructura como novela policial,
Antezana también ayuda, de pasada, a evidenciar otro rasgo crucial de La Paz
urbe en American Visa: la ciudad de contrastes, la ciudad de arriba (norte) y
la ciudad de abajo (sur):
“La segunda vez que Álvarez se
encuentra con Isabel, ésta ha subido hasta la zona en la que Álvarez habita.
Clara e inmediatamente, la zona se indica teñida de ilegalidades. Por un lado,
Isabel ha venido a sacar a su hermano Charles de algún refugio para drogadictos
y, por otro, subrayando la belleza de Isabel, Álvarez teme explícitamente por
ella: ‘si en la librería fue una aparición celestial, aquí en el barrio del
Rosario era un personaje galáctico. (…) Es cierto que por estos empedrados del
Señor, y a esta hora, no hay muchos rateros y malvividores, pero una muchacha
de esta fina estampa arriesga bastante’. Poco después, Álvarez baja con los dos
hermanos Esogástegui hacia los barrios ricos del sur…”. 4 (Pág. 424)
Periférica Blvd.
“Nuevamente los callejones interiores, las gradas, los
corredores, los fantasmas que circulaban en aquellas brumas de artificio, el
eco de los pasos, las voces que repercutían esporádicas se impusieron a las
sensaciones adormiladas del teniente. Nuevamente trató de adivinar sus pasos al
arribar a zonas más lóbregas y donde todo era tan solo reconocible a través del
tacto (…). (Pág. 95)
Porque eso parecían los brazos, las piernas y la lengua de
la ninfulana con la que por primera vez en mi larga vida de polcía (como dice
el creti del cabo Juan) cometo el error de escurrirle el bulto al deber de una
forma no concebible a mi sólida formación castrense por doble partida. Y es
que, hastiado de irrumpir todo el tiempo en chinganas, clubes, fandangos,
bailantas, prestes, orgías, privados, hoteluchos, casas de tolerancia,
discotecas, aguantaderos, moteles, siempre como el malo de la película, le
concedo algo de descanso a mi agotada humanidad y que puede durar unas cuantas
horas más o prolongarse hasta ese infinito que se avecina amodorradamente y en
forma de un objeto geométrico, giratorio y de colores que estalla en mil puntos
luminosos que al acercarse se esfuman en los contornos y asemejan pompones de
pluma que me rozan la cabeza, el tronco y las extremidades, contagiándome su
ausencia de peso, elevándome por encima de mi presencia física en un desdoblamiento
casi plagiario (…). (Pág. 105)
La ciudad lóbrega, intrincada, accesoria, se funde en estos
párrafos de Periférica Blvd. (Gente
Común, 2003) de Adolfo Cárdenas, con el humor y la idiosincrasia del paceño expresados
inmejorablemente en el habla popular y, por lo tanto, en la ubicua
interculturalidad. Bien lo advierte Willy Camacho:
“Su prolífica obra [de Cárdenas]
ha contribuido a la renovación del imaginario urbano, presentando una ciudad
intercultural que se nutre de las tensiones para generar una expresión propia.
Tensión entre visiones de mundo, entre clases sociales, entre vida y muerte,
entre oralidad y escritura, en fin, tensión entre lógicas diversas que, sin
perder sus singularidades, se incorpora al pulso de la urbe, concibiéndola –en
palabras de Juan Carlos Orihuela- “como la posibilidad de un espacio de
convergencia” (…).
“La ciudad, entonces, ha crecido
en la obra de Adolfo: ya no es la hoyada, con su boulevard periférico, sino un
inmenso espacio herido por el hueco que habitamos. Una urbe ficcional que se
reconcilia con la/su otredad, que es capaz de aceptar, reconocer y,
fundamentalmente, imaginar la diferencia. En la narrativa de Cárdenas, La Paz se
manifiesta polifónica, habla todos sus lenguajes para entenderse, construirse,
renovarse y también, por qué no, para reírse de sí misma”. 5
Cuando Sara Chura
despierte
“Cuando Sara Chura despierte estará más hermosa que nunca.
Vestirá doce polleras de distintos colores y bajará con su cortejo triunfal por
la avenida Mariscal Santa Cruz, el día de la Entrada del Señor del Gran poder
del año 2003. A las cinco de la tarde, en sus cabellos blancos nadarán dos
sirenas de plata y en su sonrisa se adivinará la tristeza acumulada por tantos
años de silencio. Llevará un cetro antiguo en la mano derecha y en la otra mano
una tierna espiga de quinua dorada. Su espalda estará cubierta por un ancestral
textil y sus grandes pechos serán adornados por borlas hechas de la lana de una
vicuña roja. Sus pies, curtidos de tanto caminar, calzarán unas sencillas
sandalias de caucho. Toda la ciudad, bañada por una luz amarilla, olerá a koa y palosanto el día que Sara Chura
despierte.
El cóndor con botas de plata, imponente como la cordillera,
seguirá los pasos de Sara Chura. Después desfilarán todas las aves de los
cielos comandadas por la Suerte María. A continuación vendrán las llamas y las
soberbias vicuñas, ataviadas con bufandas y sombreros elegantes. El Zorro
borracho, de bigotes tupidos bailará en círculo, tocando un pito, al compás de
la banda. Después una escuadra de jucumaris
rugirá la morenada y se abrirán paso los lagartos, las víboras y los sapos. Los
escarabajos entrarán como auki-aukis
con la mano en la espalda, achichiu, achichiu diciendo, y las hormigas
desfilaran cubiertas por hojas multicolores. Después entrarán las más jóvenes
girando coquetas sus polleras y lanzando flores a la gente que las recibirá
desde las aceras el día en que Sara Chura despierte.
Cuando Sara Chura despierte y desfile por el centro de la
ciudad lanzará hojas de coca, alcohol blanco y estrellas de sal bendecidas por
todos los guardianes del Altiplano, cada estrella a una persona distinta y le
anunciará su nuevo camino. Un pajpacu,
preocupado por cumplir su misión, recibirá una estrella azul que desaparecerá
en sus manos el día en que Sara Chura despierte”. (Págs. 67-68)
Lo marginal que dejó de ser tal gracias a esa ineludible
interculturalidad: ¿hace ya cuánto que el Gran Poder es de la ciudad, para la
ciudad, y no solo una fiesta zonal y para cierto grupo socioeconómico?
¿Qué mejor imagen, metáfora, síntesis para todos los tópicos
de lo paceño desde y en literatura que esta festividad y, en específico, esta
muy lograda descripción de Piñeiro en su novela Cuando Sara Chura despierte (Gente Común, 2010. Tercera edición).
Al final de este curioso recorrido nos encontramos con que,
aunque nos esforcemos en ello, no podemos -al intentar hablar de libros,
autores, literatura paceña, de La Paz, desde La Paz- esquivar la trascendencia
saenzeana: la marginalidad, la noche (lo lóbrego, lo ófrico), la bohemia,
auténtica o fingida.
Quizás sí, sin apartarnos de ese camino, tenemos como gran
aporte de las obras citadas, una La Paz de contrastes, tanto geográficos, como
populares y, claro, culturales: orígenes étnico-sociales, festividades
populares, y el inconfundible habla.
En otra ocasión con similares motivaciones, habrá que
sentarse a observar y analizar otros libros clave. Se me ocurre, por ejemplo Pasado por sal, de Ce Mendizábal, y -por
supuesto- Catre de fierro, de Alison
Spedding. ¿Seguiremos en la misma estela, o advertiremos ya algunos nuevos
tópicos de paceñismo-paceñidad?
--
1 Esta frase la dijo en más de una entrevista, pero también
escribió al respecto: “Otra búsqueda en la que se mezclan la vida y la obra del
autor, es la relativa a la ciudad de La Paz (…) Se dice que todo buscador
padece, en el fondo, del ‘síndrome de Ulises’, es decir, la necesidad de
(re)encontrar el lugar propio. La Ítaca de Saenz es su La Paz”. (Antezana J.
Luis, Ensayos escogidos. Plural, 2011. Pag 486).
3 Ponce, Hina Soledad, en “A dos latitudes: aproximaciones
hacia la marginalidad”. González Almada, Magdalena (comp.). Revers(ion)ado. Ensayos sobre narrativas
bolivianas. Portaculturas. Córdoba, 2015.
4 Antezana J. Luis. Ensayos
escogidos. Plural, 2011.
5 Camacho, Willy, en “Adolfo Cárdenas. La ciudad
polifónica”. Fondo Negro, La Prensa, 12 de julio de 2009.
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