domingo, 17 de julio de 2016

Artículo

Literatura y La Paz: interculturalidad
antes que marginalidad

La Paz es Jaime Saenz y Felipe Delgado, y viceversa, eso casi nadie lo discute. De todas maneras, proponemos dejar de lado -o al menos intentarlo- al icónico autor para tratar de rescatar otros títulos que pintan de cuerpo cabal a la urbe.


Martín Zelaya Sánchez

Bien lo dice Luis “Cachín” Antezana: “si Carlos Medinaceli se inventó la literatura boliviana, Jaime Saenz se inventó La Paz”1.Es indudable que a la hora de identificar una ciudad con un escritor, como Dublin tiene su Joyce, Lisboa su Pessoa y Buenos Aires su Borges, La Paz tiene su Saenz.
Aunque caemos en la rutina periodística de asociar fecha con tema -en este caso el 16 de julio, aniversario paceño, con literatura, literatos y libros emblemáticos de esta urbe- intentemos al menos obviar el lugar común y no, no hablaremos de Saenz, ni de René Bascopé Aspiazu, otro notable narrador que ya no “creó” la ciudad, pero fue determinante para fijar su imaginario de marginalidad, nocturnidad y mística; ni siquiera de Víctor Hugo Viscarra, que hizo de su literatura una crónica in situ de ésta triada; ni tampoco de la fundacional Añejerías paceñas de Ismael Sotomayor,.
Nos abocaremos, entonces, a otros autores y libros que, por peso específico y méritos propios, creemos, están ya consolidados como referentes de la identidad y corporalidad de esta ciudad. Para ir por orden cronológico: American Visa, de Juan de Recacoechea; Periférica Blvd., de Adolfo Cárdenas y Cuando Sara Chura despierte, de Juan Pablo Piñeiro.
Aparecen algunas ineludibles interrogantes: ¿es La Paz solamente la ciudad de las laderas, de las fiestas folklórico-religiosas, de los conventillos del casco viejo, de los boliches de medio pelo, de los alcohólicos marginados y los bohemios poseros?
¿Cuándo se escribirá desde y sobre La Paz de la zona Sur o de Sopocachi (acaso sobre este último barrio se halla bastante en Ladies Night de Ramón Rocha Monroy)? ¿Será necesario hacerlo? ¿Es necesaria, a fin de cuentas, una literatura que refleje cabal, globalmente una ciudad?
Me gustaría acá detenerme en dos miradas concretas al respecto. Primero la de Florencia Rossi, académica argentina, miembro del Grupo de Estudios sobre Narrativas Bolivianas:

“Una ciudad -señala- se compone de instantáneas superpuestas, texturas, historias y voces de quienes la habitan. Textualizada, deviene una ciudad escrita -ciudad ficcional- a la vez que un lugar epistemológico, con una forma de conocimiento diferido y particularizado. Su ficcionalización ha ido cambiando en distintas épocas, recordándonos siempre que es un espacio de tensiones que se actualizan a diario, en cada calle y desde cada calle caminada. O, mejor aún, en tanto “abigarrada” (como postula Zavaleta Mercado), convergen múltiples líneas, forman un tejido de relieves y materialidades diversas. A su vez, la experiencia del recorrido de la ciudad lleva a pensar(nos) cómo influye lo que pisamos, cómo escribimos y desde dónde”. 2 (Pág. 75)

Pero también, ya para referirnos a lo marginal como impronta de lo paceño -siempre hablando desde lo literario, por supuesto- recurrimos a Hina Soledad Ponce que para abordar la marginalidad de La Paz, usa el mejor parangón posible, el aparapita:

“Esta autonomía, esta forma de vivir y también de morir, esta forma de trabajar que se encuentra fuera de lo esperado, coloca al aparapita en una situación de marginalidad, pero esta situación también es voluntaria, porque la muerte es una experiencia valorable para Saenz, tanto o más que la vida.
Esta imagen paceña se inicia casi como una elegía: ‘Ya casi no existen aparapitas en La Paz’. Como si este vivir voluntariamente en la periferia, no solo geográfica sino también social, laboral y demás, explicara o justificara su gradual desaparición, pero eterna permanencia”. 3 (Pág. 136)

American Visa
“El taxi se detuvo. El conductor, un tipo corpulento, dio vuelta su cabezota de peso pesado y exclamó con furia contenida: No puedo seguir adelante.
−¿Qué pasa? −pregunté.
−¿Acaso no oye la banda? Están bailando aquí cerca, entrenándose para la Entrada del Gran Poder. ¡Estos carajos han paralizado el tráfico!
En efecto, la cadencia tediosa y densa de una llamerada se dejaba escuchar algo distante. El rostro del taxista, congestionado por la rabia y por la impotencia de no poder avanzar más, se infló como la de un batracio de tiras cómicas. El clamor de las bocinas se tornaba intenso, inaguantable… El taxista descanso el brazo en el espaldar del asiento, fijó su frustrada mirada en un punto distante y esperó”.

Así inicia American Visa (Los Amigos del Libro, 1994) de Juan de Recacoechea, acaso una de las más populares novelas policiales bolivianas y, como su mismo autor lo reconoció, “un homenaje a La Paz y a sus personajes”.
Qué mejor homenaje, entonces, no solo retratar aunque de pasada la caótica catarsis colectiva que a título de devoción religiosa y fervor folklórico se practica en el Gran Poder, sino de paso dar cuenta, ya desde los párrafos iniciales, de otro indiscutible sello identitario paceño: el colapso, la inmovilidad permanente que parte y termina en la trancadera de turno sea por manifestación, bloqueo, exceso de vehículos o, claro, entrada folklórica.
Aunque ahonda más en su estructura como novela policial, Antezana también ayuda, de pasada, a evidenciar otro rasgo crucial de La Paz urbe en American Visa: la ciudad de contrastes, la ciudad de arriba (norte) y la ciudad de abajo (sur):

“La segunda vez que Álvarez se encuentra con Isabel, ésta ha subido hasta la zona en la que Álvarez habita. Clara e inmediatamente, la zona se indica teñida de ilegalidades. Por un lado, Isabel ha venido a sacar a su hermano Charles de algún refugio para drogadictos y, por otro, subrayando la belleza de Isabel, Álvarez teme explícitamente por ella: ‘si en la librería fue una aparición celestial, aquí en el barrio del Rosario era un personaje galáctico. (…) Es cierto que por estos empedrados del Señor, y a esta hora, no hay muchos rateros y malvividores, pero una muchacha de esta fina estampa arriesga bastante’. Poco después, Álvarez baja con los dos hermanos Esogástegui hacia los barrios ricos del sur…”. 4 (Pág. 424)

Periférica Blvd.

“Nuevamente los callejones interiores, las gradas, los corredores, los fantasmas que circulaban en aquellas brumas de artificio, el eco de los pasos, las voces que repercutían esporádicas se impusieron a las sensaciones adormiladas del teniente. Nuevamente trató de adivinar sus pasos al arribar a zonas más lóbregas y donde todo era tan solo reconocible a través del tacto (…). (Pág. 95)
Porque eso parecían los brazos, las piernas y la lengua de la ninfulana con la que por primera vez en mi larga vida de polcía (como dice el creti del cabo Juan) cometo el error de escurrirle el bulto al deber de una forma no concebible a mi sólida formación castrense por doble partida. Y es que, hastiado de irrumpir todo el tiempo en chinganas, clubes, fandangos, bailantas, prestes, orgías, privados, hoteluchos, casas de tolerancia, discotecas, aguantaderos, moteles, siempre como el malo de la película, le concedo algo de descanso a mi agotada humanidad y que puede durar unas cuantas horas más o prolongarse hasta ese infinito que se avecina amodorradamente y en forma de un objeto geométrico, giratorio y de colores que estalla en mil puntos luminosos que al acercarse se esfuman en los contornos y asemejan pompones de pluma que me rozan la cabeza, el tronco y las extremidades, contagiándome su ausencia de peso, elevándome por encima de mi presencia física en un desdoblamiento casi plagiario (…). (Pág. 105)

La ciudad lóbrega, intrincada, accesoria, se funde en estos párrafos de Periférica Blvd. (Gente Común, 2003) de Adolfo Cárdenas, con el humor y la idiosincrasia del paceño expresados inmejorablemente en el habla popular y, por lo tanto, en la ubicua interculturalidad. Bien lo advierte Willy Camacho:

“Su prolífica obra [de Cárdenas] ha contribuido a la renovación del imaginario urbano, presentando una ciudad intercultural que se nutre de las tensiones para generar una expresión propia. Tensión entre visiones de mundo, entre clases sociales, entre vida y muerte, entre oralidad y escritura, en fin, tensión entre lógicas diversas que, sin perder sus singularidades, se incorpora al pulso de la urbe, concibiéndola –en palabras de Juan Carlos Orihuela- “como la posibilidad de un espacio de convergencia” (…).
“La ciudad, entonces, ha crecido en la obra de Adolfo: ya no es la hoyada, con su boulevard periférico, sino un inmenso espacio herido por el hueco que habitamos. Una urbe ficcional que se reconcilia con la/su otredad, que es capaz de aceptar, reconocer y, fundamentalmente, imaginar la diferencia. En la narrativa de Cárdenas, La Paz se manifiesta polifónica, habla todos sus lenguajes para entenderse, construirse, renovarse y también, por qué no, para reírse de sí misma”. 5

Cuando Sara Chura despierte

“Cuando Sara Chura despierte estará más hermosa que nunca. Vestirá doce polleras de distintos colores y bajará con su cortejo triunfal por la avenida Mariscal Santa Cruz, el día de la Entrada del Señor del Gran poder del año 2003. A las cinco de la tarde, en sus cabellos blancos nadarán dos sirenas de plata y en su sonrisa se adivinará la tristeza acumulada por tantos años de silencio. Llevará un cetro antiguo en la mano derecha y en la otra mano una tierna espiga de quinua dorada. Su espalda estará cubierta por un ancestral textil y sus grandes pechos serán adornados por borlas hechas de la lana de una vicuña roja. Sus pies, curtidos de tanto caminar, calzarán unas sencillas sandalias de caucho. Toda la ciudad, bañada por una luz amarilla, olerá a koa y palosanto el día que Sara Chura despierte.
El cóndor con botas de plata, imponente como la cordillera, seguirá los pasos de Sara Chura. Después desfilarán todas las aves de los cielos comandadas por la Suerte María. A continuación vendrán las llamas y las soberbias vicuñas, ataviadas con bufandas y sombreros elegantes. El Zorro borracho, de bigotes tupidos bailará en círculo, tocando un pito, al compás de la banda. Después una escuadra de jucumaris rugirá la morenada y se abrirán paso los lagartos, las víboras y los sapos. Los escarabajos entrarán como auki-aukis con la mano en la espalda, achichiu, achichiu diciendo, y las hormigas desfilaran cubiertas por hojas multicolores. Después entrarán las más jóvenes girando coquetas sus polleras y lanzando flores a la gente que las recibirá desde las aceras el día en que Sara Chura despierte.
Cuando Sara Chura despierte y desfile por el centro de la ciudad lanzará hojas de coca, alcohol blanco y estrellas de sal bendecidas por todos los guardianes del Altiplano, cada estrella a una persona distinta y le anunciará su nuevo camino. Un pajpacu, preocupado por cumplir su misión, recibirá una estrella azul que desaparecerá en sus manos el día en que Sara Chura despierte”. (Págs. 67-68)

Lo marginal que dejó de ser tal gracias a esa ineludible interculturalidad: ¿hace ya cuánto que el Gran Poder es de la ciudad, para la ciudad, y no solo una fiesta zonal y para cierto grupo socioeconómico?
¿Qué mejor imagen, metáfora, síntesis para todos los tópicos de lo paceño desde y en literatura que esta festividad y, en específico, esta muy lograda descripción de Piñeiro en su novela Cuando Sara Chura despierte (Gente Común, 2010. Tercera edición).

Al final de este curioso recorrido nos encontramos con que, aunque nos esforcemos en ello, no podemos -al intentar hablar de libros, autores, literatura paceña, de La Paz, desde La Paz- esquivar la trascendencia saenzeana: la marginalidad, la noche (lo lóbrego, lo ófrico), la bohemia, auténtica o fingida.
Quizás sí, sin apartarnos de ese camino, tenemos como gran aporte de las obras citadas, una La Paz de contrastes, tanto geográficos, como populares y, claro, culturales: orígenes étnico-sociales, festividades populares, y el inconfundible habla.
En otra ocasión con similares motivaciones, habrá que sentarse a observar y analizar otros libros clave. Se me ocurre, por ejemplo Pasado por sal, de Ce Mendizábal, y -por supuesto- Catre de fierro, de Alison Spedding. ¿Seguiremos en la misma estela, o advertiremos ya algunos nuevos tópicos de paceñismo-paceñidad?

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1 Esta frase la dijo en más de una entrevista, pero también escribió al respecto: “Otra búsqueda en la que se mezclan la vida y la obra del autor, es la relativa a la ciudad de La Paz (…) Se dice que todo buscador padece, en el fondo, del ‘síndrome de Ulises’, es decir, la necesidad de (re)encontrar el lugar propio. La Ítaca de Saenz es su La Paz”. (Antezana J. Luis, Ensayos escogidos. Plural, 2011. Pag 486). 
2 Rossi, Florencia, en “Los rincones urbandinos de William Camacho. Imágenes, sensibilidades y escritura como modelo epistemológico”. González Almada, Magdalena (comp.). Revers(ion)ado. Ensayos sobre narrativas bolivianas. Portaculturas. Córdoba, 2015.
3 Ponce, Hina Soledad, en “A dos latitudes: aproximaciones hacia la marginalidad”. González Almada, Magdalena (comp.). Revers(ion)ado. Ensayos sobre narrativas bolivianas. Portaculturas. Córdoba, 2015.
4 Antezana J. Luis. Ensayos escogidos. Plural, 2011.
5 Camacho, Willy, en “Adolfo Cárdenas. La ciudad polifónica”. Fondo Negro, La Prensa, 12 de julio de 2009.

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