Diego Morales Barrera y
las Heridas de una obsesión
A modo de reseñar a profundidad y con detalles la más reciente exposición del artista paceño, el autor traza un completo perfil de trayectoria y estilo.
Pedro Querejazu Leytón
Una de las más importantes e interesantes
exposiciones del semestre que acaba de terminar, en La Paz, fue la de Diego
Morales titulada Heridas de una obsesión,
que se realizó en el Espacio Simón I. Patiño, entre el 4 y el 31 de mayo.
La exposición estuvo compuesta por 26 obras
en tres disciplinas artísticas. Las pinturas realizadas entre 1993 y 2016: El sueño del ketzal, ¡Ah! ¡El mar…!, Cargando la vida, Cosechando los
granos de sol, La pelota, Vendimia, Árbol, Ícaro cae al lago
Titicaca, Interior daliniano, Ángel de Chagall, Ventana a Magritte, Madre
tierra, No
entiendo nada, Ayer, hoy y mañana…
y El traje de los sueños.
Los grabados al aguafuerte: Quetzal herido, ¡Bang! (2011), Geisha (2011),
M-19, Atocha (2011), El carnaval de los corruptos (2011), Ángel transformer (2013), El lado oculto de la Luna (2014), y La chicharra (2016). Las esculturas: Cuarto creciente y Valle de la luna, ambas de 2015; y un objeto intervenido: Lunita camba (2011).
Nacido en La Paz, el 12 de noviembre de 1946,
Diego Morales es uno de los más interesantes artistas de la que denomino:
“Generación de 1975”. Es un trabajador constante y dedicado. Desarrolla su arte
dentro de los medios considerados tradicionales: el dibujo en papel, la pintura
sobre lienzo, el grabado en metal y la escultura con materiales mixtos.
Su lenguaje plástico está dentro de la
figuración en términos generales, con avances y acercamientos tanto a la
abstracción, como especialmente al superrealismo. No en vano en la exposición
hubo tres obras que homenajean a sendos maestros del surrealismo: Marc Chagall,
René Magritte y Salvador Dalí.
Morales desarrolla su temática como un relato
de la realidad cotidiana, haciendo siempre un análisis crítico de la sociedad
en la que vivimos. Esa crítica y polémica es unas veces evidente, directa, y,
otras es sutil, discreta. Recurre con frecuencia a la ironía y la sátira para
dar intensidad a la crítica. Su obra registra la realidad cotidiana del país
pues él se considera un cronista de su tiempo y lugar, por lo cual a veces sus
obras tienen un sentido de crónica humorística. Sin embargo, no es
costumbrista, sino que parte de eventos aparentemente intrascendentes para
hacer su arte con sentido narrativo y reflexivo unas veces, otras contestatario.
Por eso es interesante analizar algunas de las obras que fueron presentadas en
la muestra.
En términos visuales, en varias obras el
artista recurrió al efecto trampantojo. Ellas representan en realidad paquetes
de envoltorio que cubren y protegen, con papel marrón grueso, lienzos pintados.
Ese papel, unas veces amarrado con cuerdas o con cinta adhesiva, ha sido
parcialmente roto, dejando ver una obra dentro. Son cuadros dentro de los
cuadros.
En uno de los casos, el papel exterior es de
regalo y, tras rasgarlo se encuentra el contenido: La Madre Tierra. En otros, aparentemente son papeles que el artista
habría usado previamente para realizar dibujos y bocetos que permanecen
visibles y comprensibles.
En la citada La Madre Tierra, el papel rasgado en la parte central, deja visible
el dibujo de una mujer nativa, embarazada, caminando en medio de la selva
tupida, rodeada de animales: una mariposa, una serpiente, un mono, un tucán, un
picaflor, una urraca. En su vientre se vislumbra el hijo que crece. A sus pies
cuatro indígenas la miran con angustia. La obra es un cuestionamiento a las
políticas públicas y prácticas sociales del abuso extractivista del ser humano,
que resulta depredador de la naturaleza.
En la pintura No entiendo nada (2010), se aprecia el papel del envoltorio en el
que están dibujados a modo de viñetas, dos feroces perros uno negro y otro
blanco que atacan y destrozan a un grupo de personas. En la franja central se
aprecia en la parte superior lo que parece una manifestación popular ferozmente
reprimida por unos monos chillando agresivos. En la parte inferior, una niña
del pueblo mira al espectador de manera inquisitiva, mientras come una galleta.
Esta obra además de la pintura del envoltorio tiene por encima una cuerda
anudada que completa la apariencia del embalaje.
En Vendimia
se pueden identificar los rostros de poetas tarijeños dibujados con carboncillo
sobre el papel del envoltorio, a modo de bocetos. Son Julio Barriga, Óscar
Alfaro y Nilo Soruco; de hecho, transcribe al pie de cada retrato fragmentos de
alguno de sus poemas. A la derecha está dibujado el rostro de Nilo y escrito el
verso de su cueca La caraqueña y, en el lado izquierdo, están, arriba,
Alfaro, y en la esquina inferior, Barriga cuyo poema dice en parte: “Muerte,
estoy palpando con mi piel tus vestiduras”. En el sector central vertical, el
papel ha sido retirado, dejando visible una pintura que representa a una mujer
desnuda delante de un ventanal con un fondo de paisaje de los valles del sur.
Se trata de una alusión metafórica a la belleza de la mujer tarijeña cantada en
los versos, cuya manta de seda bordada reposa sobre una silla de mimbre,
mientras ella, en actitud de gozosa ensoñación, pareciera pisar las uvas dentro
de una cuba invisible.
Ayer, hoy, mañana ¿Y?... |
Árbol, es una obra que pareciera como las
anteriores, un telón de papel desgarrado que tiene dibujadas las representaciones
de una serpiente, un gallo, un murciélago, un pez y un marabú. En el medio,
como si se tratara de una ventana, está la tupida selva de las tierras bajas
bolivianas, que incluyen al TIPNIS, en medio de cuyas hojas se ve el rostro de
una pareja de indígenas, un gran felino, un tucán, un macaco, de entre los
cuales se percibe el tronco y las ramas del árbol, un árbol real y simbólico;
uno y todos.
La mayoría de las obras expuestas no pretende
ser trampantojos de empaques, pero sí muestra las sectorializaciones del
espacio del lienzo que son peculiares de la pintura de Morales. Entre ellas
analizo las siguientes:
En Ícaro
cae al lago Titicaca, el imprudente personaje de la mitología griega, hijo
de Dédalo, el constructor del Laberinto, cae del cielo en el que están
concentradas las divinidades prehispánicas de Tiwanaku y otras cosmogonías,
rodeadas de ángeles y bandas de músicos de morenada del Gran poder. En medio de
las nubes la máscara del personaje que cae se chamusca y, convertido en huevo
frito, se cuece expuesto a los intensos rayos del sol. Esta es una de las obras
que, pese a las referencias descritas, se aproxima tanto a la abstracción como
al superrealismo. Por otra parte, es también una sutil reflexión política y
social, ¿Quién es tan engreído, soberbio e imprudente como Ícaro?
En la obra titulada Ayer, hoy, mañana … ¿y? están representados en una especie de cruz
negra, en la parte alta, un grupo de jerarcas de la Iglesia Católica, un
angelito, un militar de alto rango, un oscuro esbirro y otros personajes,
masculinos y femeninos, que se desdibujan en un fondo negro lleno de pelotas de
fútbol y huevos (¿pelotas-pelotudos y huevos-huevones?), en medio de las cuales
se encuentran escritos años y lugares: “1964 San Juan, 1970, 1971, 1978, 1981
García Mesa, TIPNIS, 2003 Goni, Yucumo, 2007 Sucre,” etc., y en la esquina
inferior derecha, al lado de la firma dice: “continuará”.
Todos ellos son hitos de la memoria de las matanzas
y agresiones a los indígenas, a los trabajadores y al pueblo de Bolivia. En la
parte baja está el rostro con la boca vendada de un indígena que yace asesinado
y, a su lado, la paloma de la paz también muerta. Desde una línea inferior, una
serpiente, un pez y un felino negro, ocultos entre la maleza tropical
contemplan ese sombrío panorama.
La pelota muestra la silueta de espaldas de un
futbolista que, en el país siempre juega con la camiseta número 10, aunque no
sea Maradona, al que le cuesta amarrarse los cachos de fútbol, que manda un
blancazo contra el público espectador: los pobres del país; tres personajes
mostrados de cintura para abajo, sentados, humildes, harapientos y calzados con
abarcas, contemplando la representación deportiva.
En Ah!
El mar…! el personaje principal es el Presidente haciendo maniobras en el
mar sobre una tabla con vela (windsurfing) mientras es contemplado por los que
parecieran ser claramente reconocibles funcionarios públicos de alto rango y
sus adláteres. Esta obra tiene características semejantes con aquella titulada Y no fue (2010).
El traje de los sueños es otro
análisis político y social. Representa en la mitad superior, con un letrero que
dice “Cielo” un maniquí en el que está colocado el traje que usa el Presidente,
rodeado de hojas de coca que caen o flotan, un helicóptero, aviones, pelotas de
fútbol y una camisola deportiva con un número 10. En la parte central, con un
letrero que dice “Gran Poder” están representados en medio de nubes un indígena
con chulu, un danzante (¿político?) enmascarado y un policía con máscara anti-gas.
En la parte baja, con colores oscuros, con un letrero que dice “Infierno”,
están representados un par de labios femeninos pintados de carmesí, un militar
de alto rango y mirada siniestra, y una figura humana con un collar que tanto
pudiera ser una mujer grotesca como un esbirro torturador.
En los grabados, gracias a las
características de la técnica, el sentido de crítica y burla es más claro pues,
dado que es monocromo y delineado, esa percepción se hace evidente, ya sea que
se trate de temas en defensa de la naturaleza como Quetzal herido o ¡Bang…!,
o de contenido social y/o político como El
Ángel Transformer, El carnaval de los
corruptos y La chicharra.
Desde luego que no todas las
obras expuestas tuvieron necesariamente un contenido o tinte de crítica social
y política. Algunas, muy bellas, son crónicas del país, como Cosechando los granos del sol, Cargando
la vida, la ya citada Vendimia, Lunita camba, o
los homenajes a los maestros del surrealismo.
Dentro de esa
tónica están las dos esculturas que son más bien representaciones simbólicas
de paisajes sintetizados que tienen particular significado para los habitantes
de La Paz, la luna en Cuarto creciente
emergiendo en medio de nubes y acantilados de arcilla o El Valle de la Luna, en la parte baja del gran valle del río La Paz
que llega hasta Cochabamba.
Aunque Diego Morales nunca tuvo filiación
política, el sentido crítico de sus obras fue causa de que en más de una
oportunidad algunas de ellas fueran censuradas por los esbirros de las
dictaduras militares (lo que le costó la persecución y el exilio en 1980), como
también por los del populismo seudoizquierdista (2015). Sin embargo, Diego
Morales sí ha sido un activista constante en la reivindicación de los derechos
civiles y sociales de los bolivianos, y del respeto y protección del medio
ambiente natural. Como parte de su activismo ideológico y artístico, fue
fundador y miembro del grupo “Beneméritos de la Utopía” junto con Máx Aruquipa
y Édgar Arandia.
El valle de la luna. |
Como no podía ser menos con un
artista de esta calidad humana y profesional, el alto nivel de su producción
artística ha sido reconocido y acreditado con varios premios y distinciones: Mención
de Honor en el XXV Salón Municipal de Artes Plásticas “Pedro Domingo Murillo”,
en 1978; Primer Premio en Grabado, en la III Bienal Pucara, en 1985; Primer
Premio en Grabado en el Salón Municipal de Arte “14 de Septiembre” de 1990, en Cochabamba;
Mención de Honor en “Instalación tridimensional” con la obra El laberinto, en el I Salón SIART, en 1999;
Medalla al Mérito Cultural 2008 por la Asociación ProArte; Premio Plurinacional
“Eduardo Abaroa” 2012, por “Trayectoria y aporte cultural”; Premio a la “Obra
de una Vida” en el LXII Salón Municipal de Artes Plásticas “Pedro Domingo
Murillo”, 2015, en La Paz.
--
Bibliografía
Querejazu, Pedro. Pintura boliviana del siglo XX. BHN. La
Paz, 1989.
Querejazu, Pedro. Keiko González. Fundación esART. La Paz,
2010.
Salazar Mostajo, Carlos. Pintura contemporánea. La Paz, 1989.
Bolivia
Dibujo, Catálogo de exposición. Fundación Patiño. La Paz,
2001.
Soriano Badani, Armando. Pintores Contemporáneos, Ed. Los Amigos
del Libro. La Paz, 1993.
No hay comentarios:
Publicar un comentario