martes, 26 de julio de 2016

Artículo

Conversando con Humberto Muñoz Cornejo



Texto leído hace algunas semanas en la presentación en La Paz de la reedición de Así hablaba Zaparrastroso, una singular obra que estuvo más de un siglo oculta y olvidada.


Iván Peredo Ch.

Más de un siglo tuvo que pasar para que se reedite Así hablaba Zaparrastroso, esta enérgica obra de Humberto Muñoz Cornejo, y a estas alturas es evidente que la intención del autor fue clara: cambiar la mentalidad del hombre de su tiempo y contexto.
No se pueden evitar, entonces, las preguntas ¿qué ha cambiado en Bolivia en todo este tiempo? ¿Ha logrado esta obra influir en las generaciones posteriores a Muñoz? ¿Ha servido para que nosotros vivamos días mejores? Sin duda, las respuestas dejarían perplejo al autor.
Si pudiésemos conversar con quien en sus días fue considerado todo un rebelde, las que siguen son palabras que probablemente debería escuchar.
“Señor Muñoz, leímos su obra y debemos decirle que en nada hemos cambiado. Nuestros prejuicios continúan intactos, contra aquel que piensa distinto, contra aquel que siente de manera distinta los considerados valores humanos irrebatibles. Y a pesar de que ahora usamos fórmulas pseudo-originarias ancestrales para elevar nuestra cultura, son fórmulas que tienen una base teórica tan occidental como nuestras costumbres”.
“Vemos a nuestros habitantes preocupados por pagar cuentas de banco con trabajos mal pagados, y a gobernantes transitando en vehículos blindados. Nuestras necesidades aún no se resuelven, ya sea por falta de voluntad propia o por el poco interés de las autoridades. Nuestro espíritu luchador, en la mayoría, aún se encuentra profundamente adormilado”. 
“¿Que cuál es el estado actual de la religión? Por lo general, aún nos encontramos subyugados a aquella religión que usted criticó, junto a Nietzsche, con vehemencia. De hecho, ahora nos encontramos con un sinnúmero de variaciones espirituales basadas en aquel eterno salvador; se hacen llamar congregaciones: familias enteras pregonando la llegada de tal personaje, como si se tratase de un ídolo de la cultura pop. Como institución, a la Iglesia no le ha quedado más que intentar abrirse a grupos sociales que antes eran rechazados, con la idea de no perder su incidencia en el mundo y así poder mantener el lugar que cree le corresponde”.
“¿Me pregunta si lo político cambió en algo? Es irónico porque, de hecho, después de una década de creernos revolucionarios en este lado del continente, ahora vemos que lo ocurrido no fue más que un cambio de discurso. Ahora predomina uno de izquierda tan o más dogmático que su predecesor de derecha; como diría Nietzsche, a cuál más decadente”.
“Estas realidades actuales, analizadas fríamente y lejos de un posicionamiento político, permiten ver que, como usted menciona en su libro, el equilibrio no es posible. Tanto los gobiernos de izquierda como los de derecha resultan, al final del día, igual de incapaces para resolver las problemáticas que les toca enfrentar. El poder, ocasionalmente conseguido por ambas ideologías, es eso: solo poder, y sobre eso Nietzsche ya fue claro: ‘se paga caro llegar al poder, el poder vuelve estúpidos a los hombres’”.
“La voluntad de poder propuesta por Nietzsche no puede, en absoluto, confundirse con el poder obtenido en la política. Ese poder que aturde y que no permite pensar, es el que se refleja en todos los tiempos, aquel poder que al final del día hace que se desconfíe hasta de uno mismo. Cada sujeto que contradice a aquellos que se encuentran el poder es considerado un rebelde”.
“¿Qué dice…? ¿Qué todo esto le suena conocido? ¡Ja! Otra muestra de que parecería que no ha pasado un siglo entre su época y la nuestra. A pesar de que la democracia es un ejercicio que se presume a lo ancho del mundo, en países como el nuestro es innegable su mal uso y abuso, tanto por gobernantes como por gobernados”.
“Usted propone que un buen gobierno consiste en la energía, en el carácter capaz de guiar a los hombres, capaz de arrojarlos en empresas atrevidas y grandes. Pero aún estamos alejados de ello. Tanto por la incapacidad de los gobernantes como por la nuestra. Seguimos esperando que todas las respuestas vengan desde esas instancias, mientras padecemos de esa falta de energía”.
“¿Que si el espíritu del boliviano es mucho más fuerte ahora? Para variar, solo ‘pseudo-unidos’ en aquellas victorias de discurso, como el de la reivindicación marítima. Aún no somos agentes de cambio, como usted motivaba en sus artículos. Aún vivimos subsumidos en la constante crítica desde la comodidad de nuestros sillones, que no desde nuestras acciones”.
“¿Luchar por nuestra Bolivia? Eso es algo que solo se recuerda en cada efeméride cívica.
¿Y qué hay sobre la actualidad filosófica? Seguimos en aulas, oficinas, detrás de nuestro escritorio. Usted mencionó que ante todo debemos basarnos en la experiencia, pero es lo que menos hicimos. Muy pocos son quienes intentan responder a nuestro contexto con experimentación, mientras son más los que aún discurren entre conceptos y teorías. La filosofía, entendida como una actividad que responda a las necesidades de su entorno, ha quedado lejos dentro de la misma agenda filosófica”.
A todo esto, más allá de esta apreciación de que el estado de cosas sigue intacto, Muñoz responde –desde sus artículos, desde su libro, desde su pensamiento- que todas las falencias identificadas deben combatirse con la lucha individual, con el movimiento de cada hombre para buscar esa siempre bien ponderada y anhelada felicidad.
“Que todo hombre luche, trabaje, se esfuerce, contribuya, aunque sea con una sola piedra, a la obra de la regeneración del mundo”, sostiene. “Soy admirador del hombre que con hacha en mano derriba los frondosos árboles de la montaña, para construir allí su hogar porque demuestra tener un brazo fuerte y un espíritu templado”, agrega.
En estos pasajes es cuando Muñoz reencarna más a Nietzsche, porque en realidad lo que ambos parecen buscar es una elevación del hombre a una instancia superior.

Queda claro que para Nietzsche, la verdadera voluntad del poder era el superhombre que supera el eterno retorno a través de una voluntad completamente enérgica que no cesa hasta el último día de cada hombre. Una voluntad de vida que no solo otorga fuerza para las adversidades del día a día, sino que enaltece la existencia humana, tal como nos propone Muñoz a lo largo de Así hablaba Zaparrastroso.

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