Conversando con Humberto Muñoz Cornejo
Texto leído hace algunas semanas en la presentación en La Paz de la reedición de Así hablaba Zaparrastroso, una singular obra que estuvo más de un siglo oculta y olvidada.
Iván
Peredo Ch.
Más
de un siglo tuvo que pasar para que se reedite Así hablaba Zaparrastroso, esta enérgica obra de Humberto Muñoz
Cornejo, y a estas alturas es evidente que la intención del autor fue clara:
cambiar la mentalidad del hombre de su tiempo y contexto.
No
se pueden evitar, entonces, las preguntas ¿qué ha cambiado en Bolivia en todo
este tiempo? ¿Ha logrado esta obra influir en las generaciones posteriores a
Muñoz? ¿Ha servido para que nosotros vivamos días mejores? Sin duda, las
respuestas dejarían perplejo al autor.
Si
pudiésemos conversar con quien en sus días fue considerado todo un rebelde, las
que siguen son palabras que probablemente debería escuchar.
“Señor
Muñoz, leímos su obra y debemos decirle que en nada hemos cambiado. Nuestros
prejuicios continúan intactos, contra aquel que piensa distinto, contra aquel
que siente de manera distinta los considerados valores humanos irrebatibles. Y a
pesar de que ahora usamos fórmulas pseudo-originarias ancestrales para elevar
nuestra cultura, son fórmulas que tienen una base teórica tan occidental como
nuestras costumbres”.
“Vemos
a nuestros habitantes preocupados por pagar cuentas de banco con trabajos mal
pagados, y a gobernantes transitando en vehículos blindados. Nuestras
necesidades aún no se resuelven, ya sea por falta de voluntad propia o por el
poco interés de las autoridades. Nuestro espíritu luchador, en la mayoría, aún
se encuentra profundamente adormilado”.
“¿Que
cuál es el estado actual de la religión? Por lo general, aún nos encontramos
subyugados a aquella religión que usted criticó, junto a Nietzsche, con
vehemencia. De hecho, ahora nos encontramos con un sinnúmero de variaciones espirituales
basadas en aquel eterno salvador; se hacen llamar congregaciones: familias
enteras pregonando la llegada de tal personaje, como si se tratase de un ídolo
de la cultura pop. Como institución, a la Iglesia no le ha quedado más que
intentar abrirse a grupos sociales que antes eran rechazados, con la idea de no
perder su incidencia en el mundo y así poder mantener el lugar que cree le
corresponde”.
“¿Me
pregunta si lo político cambió en algo? Es irónico porque, de hecho, después de
una década de creernos revolucionarios en este lado del continente, ahora vemos
que lo ocurrido no fue más que un cambio de discurso. Ahora predomina uno de
izquierda tan o más dogmático que su predecesor de derecha; como diría
Nietzsche, a cuál más decadente”.
“Estas
realidades actuales, analizadas fríamente y lejos de un posicionamiento
político, permiten ver que, como usted menciona en su libro, el equilibrio no
es posible. Tanto los gobiernos de izquierda como los de derecha resultan, al
final del día, igual de incapaces para resolver las problemáticas que les toca
enfrentar. El poder, ocasionalmente conseguido por ambas ideologías, es eso: solo
poder, y sobre eso Nietzsche ya fue claro: ‘se
paga caro llegar al poder, el poder vuelve estúpidos a los hombres’”.
“La
voluntad de poder propuesta por Nietzsche no puede, en absoluto, confundirse
con el poder obtenido en la política. Ese poder que aturde y que no permite
pensar, es el que se refleja en todos los tiempos, aquel poder que al final del
día hace que se desconfíe hasta de uno mismo. Cada sujeto que contradice a
aquellos que se encuentran el poder es considerado un rebelde”.
“¿Qué
dice…? ¿Qué todo esto le suena conocido? ¡Ja! Otra muestra de que parecería que
no ha pasado un siglo entre su época y la nuestra. A pesar de que la democracia
es un ejercicio que se presume a lo ancho del mundo, en países como el nuestro
es innegable su mal uso y abuso, tanto por gobernantes como por gobernados”.
“Usted
propone que un buen gobierno consiste en la energía, en el carácter capaz de
guiar a los hombres, capaz de arrojarlos en empresas atrevidas y grandes. Pero
aún estamos alejados de ello. Tanto por la incapacidad de los gobernantes como por
la nuestra. Seguimos esperando que todas las respuestas vengan desde esas
instancias, mientras padecemos de esa falta de energía”.
“¿Que
si el espíritu del boliviano es mucho más fuerte ahora? Para variar, solo ‘pseudo-unidos’
en aquellas victorias de discurso, como el de la reivindicación marítima. Aún
no somos agentes de cambio, como usted motivaba en sus artículos. Aún vivimos subsumidos
en la constante crítica desde la comodidad de nuestros sillones, que no desde
nuestras acciones”.
“¿Luchar
por nuestra Bolivia? Eso es algo que solo se recuerda en cada efeméride cívica.
¿Y
qué hay sobre la actualidad filosófica? Seguimos en aulas, oficinas, detrás de
nuestro escritorio. Usted mencionó que ante todo debemos basarnos en la
experiencia, pero es lo que menos hicimos. Muy pocos son quienes intentan
responder a nuestro contexto con experimentación, mientras son más los que aún
discurren entre conceptos y teorías. La filosofía, entendida como una actividad
que responda a las necesidades de su entorno, ha quedado lejos dentro de la
misma agenda filosófica”.
A
todo esto, más allá de esta apreciación de que el estado de cosas sigue
intacto, Muñoz responde –desde sus artículos, desde su libro, desde su
pensamiento- que todas las falencias identificadas deben combatirse con la
lucha individual, con el movimiento de cada hombre para buscar esa siempre bien
ponderada y anhelada felicidad.
“Que
todo hombre luche, trabaje, se esfuerce, contribuya, aunque sea con una sola
piedra, a la obra de la regeneración del mundo”, sostiene. “Soy admirador del
hombre que con hacha en mano derriba los frondosos árboles de la montaña, para
construir allí su hogar porque demuestra tener un brazo fuerte y un espíritu
templado”, agrega.
En
estos pasajes es cuando Muñoz reencarna más a Nietzsche, porque en realidad lo
que ambos parecen buscar es una elevación del hombre a una instancia superior.
Queda
claro que para Nietzsche, la verdadera voluntad del poder era el superhombre
que supera el eterno retorno a través de una voluntad completamente enérgica
que no cesa hasta el último día de cada hombre. Una voluntad de vida que no solo
otorga fuerza para las adversidades del día a día, sino que enaltece la
existencia humana, tal como nos propone Muñoz a lo largo de Así hablaba Zaparrastroso.
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