Voces a pedido
Libros & películas. Una mirada. Una lectura de los pasajes que cambiaron nuestra forma de ver el mundo.
Aldo Medinaceli
Dentro de la vasta y magnífica obra del escritor mexicano
Mario Bellatin, se me viene a la memoria una escena no tan conocida y que,
debido a su espontaneidad y florecimiento transparente, cobra brillo en mi
memoria.
Se trata del primer pasaje de Canon perpetuo, publicado en 1993; una buena muestra de cómo un
libro muchas veces puede brotar enteramente desde una primera imagen. O un
primer estado de ánimo, una primera composición de elementos, paisajes, líneas
y ánimos interiores.
La escena es la siguiente:
“Nuestra Mujer vivía en una zona donde la corrosión
producida por la sal marina era muy fuerte. El efecto aparecía en los aparatos
eléctricos, en las sillas de verano puestas en los balcones y en la estructura
general del edificio. La escalera de emergencia se había convertido en un
montón de hierros retorcidos, que los inquilinos decidieron poner frente al mar
a manera de una gran escultura”.
Este inicio compuesto como un cuadro desencantado de Dalí,
poniendo cada objeto con meticulosidad, en una instalación amplia, compleja,
urbanamente siniestra y al mismo tiempo de horizonte apocalíptico, funcionaba
como el portal hacia el espacio en donde los improbables hechos del libro
ocurrirían.
Leí este pasaje -junto a los otros libros que componen el
primer tomo de la Obra reunida de
Mario Bellatin- en una buhardilla en París en 2013 y sucedió como un hecho
develador. De pronto la escritura era un asunto de fluidez. Y la obra del autor
de Perros héroes se abría ante mis
ojos como un objeto voluntariamente incomprensible, en donde lo atípico era la
norma y lo común solamente se escondía en las profundidades de su escritura.
Me llamaba la atención aquella cualidad del lenguaje tan
difícil de encontrar en nuestros días, un lenguaje fluido pero potente como un
manantial, que abría distintos canales de interpretación -e inspiración- a sus
lectores.
Algunos de esos seguidores se enfocaban en lo meramente
lingüístico, intentando emular la capacidad de escribir sin detenerse, casi en
estado de trance; otros, quizás los más superficiales, intentaban copiar
atmósferas y sutiles estados alterados.
Era y es una escritura mística, de búsqueda y espiritualidad
humana, en donde confluyen varias religiosidades o visiones de mundo. O
visiones del arte, del artista, del lenguaje, de sus usos y desusos.
En el prólogo del reciente libro dedicado a la obra del
autor -llamado Salón de anomalías-,
Salvador Raggio afirma que la obra de Bellatin “logra producir textos que
tienden a evitar la categorización y el claro desciframiento por parte de sus
lectores”, lo que también puede entenderse como un permanente estado de alerta
pero en el vacío.
La ausencia de contenido, pero a la vez como un detonante de
un sinnúmero de contenidos. Ausencia también de jerarquías entre posibles
sentidos, sin que esto anule variadísimas interpretaciones. Una permanente
reflexión de la función del arte desde su puesta en escena, de sus actores
institucionales y los lugares comunes a los que se ha llegado como lectores
sindicalizados de las supuestas obligaciones semánticas en cada nueva obra
literaria.
Varios de los libros de Bellatin no pueden ser llamados
novelas, nouvelles, relatos, cuentos
o guiones, a secas, porque son una mezcla de varios elementos narrativos
tradicionales junto a otros que van en contracorriente. Por supuesto que algo
de esto mismo ocurre en Canon perpetuo,
en donde se configura un mundo de contexto indefinido.
Una casa comercial ofrece poder escuchar todas las voces que
las personas quieran oír. Algunos desean escuchar las voces de personajes históricos,
santos o asesinos. Algunas simplemente quieren saber qué dicen las voces de sus
amigas cuando ellas no están.
El personaje de este libro, llamado simplemente “Nuestra
Mujer”, anhela escuchar su propia voz cuando era niña.
Al final no lo consigue. Pero ese deseo sirve como pretexto
para conducir la historia, la cual pareciera estar ya presente en aquella
primera escena que hemos citado arriba.
Se trata de una descripción más o menos detallada del
panorama que se observa en la zona en donde ella vive, nada más que eso. Sin
embargo, en cada ángulo de los fierros retorcidos, en la preocupante corrosión
causada por la sal marina o en el vacío mismo de ese espacio por algo que no sea
elementos inertes, pareciera estar ya el alma misma de las motivaciones de
Nuestra Mujer.
Como si hoy en día tuviéramos tiendas que venden nuestras
propias voces de niños o como si en aquel futuro incierto de paisajes desolados
eso fuera lo normal.
Aquella escena es la más corta del libro. Podría ser un
lienzo, un performance, más bien quieto, una instalación de arte contemporáneo,
la escenografía de una improbable obra teatral, una interpretación de la obra
más tardía de Marcel Duchamp, un campo lúdico de compradores de arte
verdadero...
Sin embargo, funciona como un delicado portal que logra
introducir al lector en el mundo en el que se desarrolla la historia.
Me pregunto si la literatura siempre es una obra de arte. O
dónde se encuentra la línea que puede dividir una cosa de la otra. Creo que sí
es posible determinar cuándo una obra literaria tiene como fondo mismo la
acción del arte, sus límites, sus posibilidades.
Hace años, Salón de belleza
-la obra más conocida de Mario Bellatin- fue elegida como una de las cien
novelas más importantes del siglo XX por un conjunto de escritores y críticos
especializados.
Aquel libro proyectaba un ambiguo escenario en donde la
muerte, la agonía, lo atípico y el lenguaje -casi en iguales proporciones-
interactuaban entre sí, eludiendo el sentido obvio, evadiendo al sentido en sí
mismo, muchas veces rozando con lo absurdo como método de vida.
Recuerdo haber leído Salón
de belleza en una edición cartonera pintada a manos que mostraba docenas de
flores diminutas y de todos los colores en la portada, de ellas salían
pececitos a nadar en el aire.
Hoy, viendo el conjunto de esta vasta obra, creo que lo más
estimulante es darse cuenta de que cada libro es tan diferente al otro pero sin
fractura. Incluso de que cada párrafo es tan impredecible en relación al
anterior.
Al final de Canon perpetuo,
Nuestra Mujer no logra escuchar su propia voz cuando era niña, porque a cambio
le pedían que deje su voz de adulta, lo que sin duda alguna hubiera
representado un cambio importante en su vida.
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