domingo, 10 de julio de 2016

Las escenas

Voces a pedido

Libros & películas. Una mirada. Una lectura de los pasajes que cambiaron nuestra forma de ver el mundo.


Aldo Medinaceli 

Dentro de la vasta y magnífica obra del escritor mexicano Mario Bellatin, se me viene a la memoria una escena no tan conocida y que, debido a su espontaneidad y florecimiento transparente, cobra brillo en mi memoria.
Se trata del primer pasaje de Canon perpetuo, publicado en 1993; una buena muestra de cómo un libro muchas veces puede brotar enteramente desde una primera imagen. O un primer estado de ánimo, una primera composición de elementos, paisajes, líneas y ánimos interiores.
La escena es la siguiente:

“Nuestra Mujer vivía en una zona donde la corrosión producida por la sal marina era muy fuerte. El efecto aparecía en los aparatos eléctricos, en las sillas de verano puestas en los balcones y en la estructura general del edificio. La escalera de emergencia se había convertido en un montón de hierros retorcidos, que los inquilinos decidieron poner frente al mar a manera de una gran escultura”.

Este inicio compuesto como un cuadro desencantado de Dalí, poniendo cada objeto con meticulosidad, en una instalación amplia, compleja, urbanamente siniestra y al mismo tiempo de horizonte apocalíptico, funcionaba como el portal hacia el espacio en donde los improbables hechos del libro ocurrirían.
Leí este pasaje -junto a los otros libros que componen el primer tomo de la Obra reunida de Mario Bellatin- en una buhardilla en París en 2013 y sucedió como un hecho develador. De pronto la escritura era un asunto de fluidez. Y la obra del autor de Perros héroes se abría ante mis ojos como un objeto voluntariamente incomprensible, en donde lo atípico era la norma y lo común solamente se escondía en las profundidades de su escritura.
Me llamaba la atención aquella cualidad del lenguaje tan difícil de encontrar en nuestros días, un lenguaje fluido pero potente como un manantial, que abría distintos canales de interpretación -e inspiración- a sus lectores.
Algunos de esos seguidores se enfocaban en lo meramente lingüístico, intentando emular la capacidad de escribir sin detenerse, casi en estado de trance; otros, quizás los más superficiales, intentaban copiar atmósferas y sutiles estados alterados.
Era y es una escritura mística, de búsqueda y espiritualidad humana, en donde confluyen varias religiosidades o visiones de mundo. O visiones del arte, del artista, del lenguaje, de sus usos y desusos.
En el prólogo del reciente libro dedicado a la obra del autor -llamado Salón de anomalías-, Salvador Raggio afirma que la obra de Bellatin “logra producir textos que tienden a evitar la categorización y el claro desciframiento por parte de sus lectores”, lo que también puede entenderse como un permanente estado de alerta pero en el vacío.
La ausencia de contenido, pero a la vez como un detonante de un sinnúmero de contenidos. Ausencia también de jerarquías entre posibles sentidos, sin que esto anule variadísimas interpretaciones. Una permanente reflexión de la función del arte desde su puesta en escena, de sus actores institucionales y los lugares comunes a los que se ha llegado como lectores sindicalizados de las supuestas obligaciones semánticas en cada nueva obra literaria.
Varios de los libros de Bellatin no pueden ser llamados novelas, nouvelles, relatos, cuentos o guiones, a secas, porque son una mezcla de varios elementos narrativos tradicionales junto a otros que van en contracorriente. Por supuesto que algo de esto mismo ocurre en Canon perpetuo, en donde se configura un mundo de contexto indefinido.
Una casa comercial ofrece poder escuchar todas las voces que las personas quieran oír. Algunos desean escuchar las voces de personajes históricos, santos o asesinos. Algunas simplemente quieren saber qué dicen las voces de sus amigas cuando ellas no están.
El personaje de este libro, llamado simplemente “Nuestra Mujer”, anhela escuchar su propia voz cuando era niña.
Al final no lo consigue. Pero ese deseo sirve como pretexto para conducir la historia, la cual pareciera estar ya presente en aquella primera escena que hemos citado arriba.
Se trata de una descripción más o menos detallada del panorama que se observa en la zona en donde ella vive, nada más que eso. Sin embargo, en cada ángulo de los fierros retorcidos, en la preocupante corrosión causada por la sal marina o en el vacío mismo de ese espacio por algo que no sea elementos inertes, pareciera estar ya el alma misma de las motivaciones de Nuestra Mujer.
Como si hoy en día tuviéramos tiendas que venden nuestras propias voces de niños o como si en aquel futuro incierto de paisajes desolados eso fuera lo normal.
Aquella escena es la más corta del libro. Podría ser un lienzo, un performance, más bien quieto, una instalación de arte contemporáneo, la escenografía de una improbable obra teatral, una interpretación de la obra más tardía de Marcel Duchamp, un campo lúdico de compradores de arte verdadero...
Sin embargo, funciona como un delicado portal que logra introducir al lector en el mundo en el que se desarrolla la historia.
Me pregunto si la literatura siempre es una obra de arte. O dónde se encuentra la línea que puede dividir una cosa de la otra. Creo que sí es posible determinar cuándo una obra literaria tiene como fondo mismo la acción del arte, sus límites, sus posibilidades.
Hace años, Salón de belleza -la obra más conocida de Mario Bellatin- fue elegida como una de las cien novelas más importantes del siglo XX por un conjunto de escritores y críticos especializados.
Aquel libro proyectaba un ambiguo escenario en donde la muerte, la agonía, lo atípico y el lenguaje -casi en iguales proporciones- interactuaban entre sí, eludiendo el sentido obvio, evadiendo al sentido en sí mismo, muchas veces rozando con lo absurdo como método de vida.
Recuerdo haber leído Salón de belleza en una edición cartonera pintada a manos que mostraba docenas de flores diminutas y de todos los colores en la portada, de ellas salían pececitos a nadar en el aire.
Hoy, viendo el conjunto de esta vasta obra, creo que lo más estimulante es darse cuenta de que cada libro es tan diferente al otro pero sin fractura. Incluso de que cada párrafo es tan impredecible en relación al anterior.
Al final de Canon perpetuo, Nuestra Mujer no logra escuchar su propia voz cuando era niña, porque a cambio le pedían que deje su voz de adulta, lo que sin duda alguna hubiera representado un cambio importante en su vida. 


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