En polvo te convertirás
Una crónica testimonial de alguien muy cercano a Hugo Montero Áñez, el “poeta del Pacheco”, fallecido hace pocas semanas en Sucre.
Omar Alarcón
El 8 de noviembre de 1962, en horas de la noche, se fugaron tres
pacientes del Instituto Nacional de Psiquiatría Gregorio Pacheco de Sucre.
Saltaron la alta pared que separa los muros de aquel nosocomio con
el parque Bolívar, y sus siluetas se perdieron rápidamente entre las sombras de
los árboles. Detuvieron a uno de ellos dos días después en Santa Cruz, cerca de
la base aérea, era Hugo Montero Áñez. En aquel entonces tenía 31 años y ya
habían pasado 11 desde la primera vez que lo internaron.
“Hugo nunca ha estado conforme aquí”, recuerda una de las
psicólogas del I.N.P. G.P., Gloria Rivera, en una entrevista hace un par de
años. “Él decía: ‘tendrían que liberar a todos los locos que estamos acá y
tendríamos que inundar las calles y ponernos en libertad para probar a todos
los de afuera que están más locos que nosotros’. Y sus compañeros lógicamente
estaban todos muy exacerbados”.
Sin embargo Hugo Montero envejecería en el hospital psiquiátrico,
y moriría allí, a la edad de 85 años, no sin antes dejar una obra poética,
fruto de las sombras del encierro, y de la luz de una voluntad férrea que le
hacía escribir versos día y noche detrás de aquellos muros, en centenares de
cuadernos y hojas sueltas. Documentos desaparecidos hoy en día.
“…Un día que el dolor me coronó con sus espinas
y la estulticia me clavó su INRI
mi alma huyó espantada gimiendo por el viento…
solo tú me arrebataste de la muerte,
y me alzaste en tus brazos como un niño,
y mi llanto se hizo trino, madre musa”.
“…Un día que el dolor me coronó con sus espinas
y la estulticia me clavó su INRI
mi alma huyó espantada gimiendo por el viento…
solo tú me arrebataste de la muerte,
y me alzaste en tus brazos como un niño,
y mi llanto se hizo trino, madre musa”.
(Madre musa)
“Yo era un joven estudioso que me habían internado en el manicomio, hospital San Juan de Dios, porque estaba acusado de locura, tenía miedo que me traigan aquí, dicho y hecho”, me dijo Hugo los últimos años de su vida, cuando lo conocí. Él, como la gran mayoría de los pacientes del Pacheco, había recorrido todas las salas del hospital psiquiátrico hasta llegar a la de geriatría.
“Yo era un joven estudioso que me habían internado en el manicomio, hospital San Juan de Dios, porque estaba acusado de locura, tenía miedo que me traigan aquí, dicho y hecho”, me dijo Hugo los últimos años de su vida, cuando lo conocí. Él, como la gran mayoría de los pacientes del Pacheco, había recorrido todas las salas del hospital psiquiátrico hasta llegar a la de geriatría.
Nació en la ciudad de Santa Cruz (20-2-1931), donde estudió
abogacía y donde después trabajó en la base aérea. Hasta aquella tarde de junio
de 1951, cuando lo encontraron oculto detrás del escritorio de su oficina.
Desde entonces todo cambió, fue trasladado a Sucre y durante varios años en su
juventud tuvo altas y recaídas constantes, estabilizándose mucho su cuadro años
después.
Sin embargo para aquellos que lo conocieron, la lucidez,
inteligencia, amabilidad y sensibilidad de Hugo fueron atributos constantes de
su personalidad. Podía fácilmente declamar de memoria poemas de hasta 20
estrofas de autores clásicos (en sus innumerables presentaciones Hugo nunca
leyó sus poemas, siempre los recitaba de memoria); podía apuntar con exactitud
fechas y sucesos históricos sorprendiendo a sus doctores; además, no le era
difícil improvisar poemas y dibujos en los pasillos, para regalarlos a los
visitantes; como tampoco nada le impedía ser muy crítico con su situación de paciente y con el
trato médico-psiquiátrico que recibía.
“…Excitación nerviosa, con estos bromuros se calmará seguro.
que ridículo, doctor, es tu diagnóstico que me hace sonreír
mas tu ciencia tendría que hacer milagros para curar mi mal,
mal de los muertos”.
(Consulta médica)
Su amor por la literatura y por el arte en general (Hugo también
fue conocido como dibujante, muchos de sus poemas venían acompañados con un
dibujo) le ofrecía libertad detrás de aquellos muros.
Lector asiduo de las bibliotecas del psiquiátrico reclamaba a las
enfermeras cuando cambiaban de lugar sus libros favoritos, y les pedía
constantemente cuadernos y lápices para seguir escribiendo sus poemas. “No se
separaba de sus cuadernos, eran como parte de él” recuerdan los doctores.
“En el espejo de mi alma
veo espacios para árboles y ceibos mágicos
que florecen y caen como pétalos…”
veo espacios para árboles y ceibos mágicos
que florecen y caen como pétalos…”
(Versos sueltos)
El alma sensible de Hugo nunca fue indiferente al dolor que le
rodeaba y a lo adverso del destino que a él y a los otros seres les tocaba
vivir. El doctor Oscar Virgo cuenta cómo aquella vez que cortaron un árbol
centenario dentro del psiquiátrico para hacer una remodelación del edificio,
Hugo se opuso rotundamente, y al ver que hicieron caso omiso de su petición
tumbando el árbol frente a sus ojos, se puso a llorar incontrolablemente sin
separarse del árbol sino hasta muchas horas después.
“…Y pienso que si tú escucharas el acento de esta música
sin que tú quisieras, movería tu corazón al huracán”.
sin que tú quisieras, movería tu corazón al huracán”.
(Mar negro)
No fue sino hasta muchos años después, gracias al trabajo de
voluntarios y de personal del Pacheco que fue posible la publicación del libro
de Hugo, que se presentó el 8 de diciembre de 2004 con el título de Penumbras (a pesar de que Hugo siempre
quiso que se llame Panacea) en el
Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia.
En la presentación, Hugo dijo “este libro es una lucha contra el
TEC (tratamiento electro convulsivo) que aún se aplica a los pacientes”, mismo
tratamiento que se le aplicó a él en varias ocasiones en su juventud.
En los años siguientes la salud de Hugo decayó muchísimo. Falleció
después de una larga enfermedad, el 9 de mayo de 2016. Fue enterrado al día
siguiente, por el conductor de una funeraria y un albañil. No hubo nadie más en
su cortejo fúnebre. Cuando mi amiga y yo llegamos al cementerio, después de
recibir el gentil aviso de trabajadoras del psiquiátrico, ya no quedaba nadie,
y la tumba de Hugo se encontraba en blanco, sin nombre.
“Yo sé que claudicaré en algún lugar de la tierra
sin banderas ni escudos…/
…/ La ley de que polvo eres, y en polvo te convertirás se habrá consumado.
Mas desde el seno de la tierra que me asfixia no dejaré de soñar
la flor de la esperanza,
que brota luminosa
que exhala su fragancia”.
(Paz sobre la tierra)
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