La crónica redonda de Santiago Espinoza
Un elogioso comentario-entrevista al ganador de un concurso nacional de crónica.
Lupe Cajías
Unir dos elementos aparentemente tan incompatibles como
niños ciegos y un director de cine, es el hilo conductor de la magnífica
crónica de Santiago Espinoza sobre su breve encuentro con su admirado Werner
Hertzog, que fue premiada en el concurso anual de la Fundación Pedro y Rosa
Rivero.
Espinoza (Cochabamba, 1983) cumple la teoría de la narrativa
de no ficción y sus potencialidades fácticas con una historia simple, (por suerte,
sin ningún gramo de sangre) que logra el suspenso y la novedad con puros datos
conocidos. El arte del autor está en el “cómo” contar la historia que vivió una
tibia mañana en su ciudad natal. No hay informes extraordinarios, sino un orden
pulcro de quien conoce el oficio y sabe conjugar el qué, los quiénes, los dónde
y, sobre todo, el cuándo: el tiempo narrativo concebido como la columna
vertebral del texto.
El joven escritor y editor de La Ramona, suplemento cultural
del diario Opinión, cumple uno de los desafíos más complicados para el
cronista, aunque ya Aristóteles lo nombraba como imprescindible: la unidad. Un
texto debe hablar de un asunto y de subtemas; no se dispersa en lo mucho que
puede saber sobre el mismo, ni abre ventanas a temas que solo rivalizarán con
la historia principal. Espinoza se concentra en qué quiere contar, compartir.
La fugaz visita de Hertzog a Cochabamba es el pretexto para
rememorar sus filmes, las escenas que ya son parte de la historia del cine
mundial, la sensibilidad del artista y del espectador y la ansiedad de un joven
que descubrió hace muchos años que así quería que le desmenucen historias de
conquistas, conquistadores, barcos, ríos y cantos.
Mas no es el autor quien protagoniza, como suelen caer en la
trampa ansiosos escritores, sino que la tensión la dan los colegiales no
videntes en un casting que, de inicio a fin, solo puede ser imposible y parte
de un realismo mágico que es latinoamericano y también es propio del mismo
Hertzog. Y con protagonistas tan singulares, el cronista abarca medio mundo y
ese “dónde” es un aula y es el firmamento, Berlín, la Amazonia, Manaos, el
Salar de Uyuni, la plaza pueblerina.
Su lenguaje es propio de quien lee mucho, ve mucho cine (del
bueno), y escribe con la presión de la redacción en un periódico que hoy es
historia y mañana envoltura de zapatos.
Por eso no desperdicia el espacio ni repite datos ni da números
innecesarios.
Centrarse en el momento, no solo para darle actualidad a la
crónica, sino para tener un piso temporal -el imprescindible presente/ presente
de toda crónica- es saber que el tiempo es el que alivia o ahoga la narrativa.
Es el mayor puntaje que logra Espinoza.
¿Quién es Santiago?
Es periodista cultural, investigador y crítico de cine.
Autor, junto con Andrés Laguna, de los libros El cine de la nación clandestina. Aproximación a la producción
cinematográfica boliviana de los últimos 25 años (1983-2008) y Una cuestión de fe. Historia (y) crítica del
cine boliviano de los últimos 30 años (1980-2010).
Participó también de los libros Insurgencias. Acercamientos críticos a Insurgentes de Jorge Sanjinés
(2012), Medios a la vista (2012), De Bolivia con amor: el huayño zapateado
(2013), 12 películas fundamentales de
Bolivia (2014) y Hora boliviana
(2015).
Ganó el Premio Nacional de Periodismo (en categoría prensa)
en 2012, el Premio Plurinacional Eduardo Abaroa en Periodismo Cultural (en la
categoría de prensa) en 2013 y 2014, el Premio al Buen Periodismo en la
categoría crónica de la Asociación de Periodistas de Cochabamba en 2015.
Más allá de la hoja de vida fría, cómo se ve este hombre en
medio camino entre el joven que ya no es y el maduro que tampoco alcanza a ser.
“La primera película que vi fue una cinta animada en el cine Capitol. No
recuerdo el título ni mucho más, pero sí que mi hermana y yo alternábamos la
fascinación y el pánico, como si fuéramos un par de esos espectadores parisinos
que acudieron a las primeras proyecciones de los hermanos Lumiere, solo que a
nosotros no era un tren a punto de arrollarnos lo que nos sobrecogía, sino el
trajín de unos equinos colorinches y parlanchines”.
“La oscuridad de la sala nos acobardaba y rogábamos a mis
padres porque nos fuéramos de allí, apelando, incluso, a amagos de berrinche.
Pero ellos hicieron caso omiso de nuestras súplicas y nos obligaron a terminar
de ver la película, como si de una experiencia de vida imprescindible se
tratara”.
“El primer artículo
cinematográfico que escribí lo dediqué a la película On the waterfront, que visioné con el aliento suspendido a principios
de 2002, en una remota función del cineclub “Lunes de Película”, el único
espacio en el que por entonces un cinéfilo cachorro como yo podría corroborar
que Marlon Brando fue alguna vez joven y atlético y que había sido un actor
inmenso”.
“De entonces a la fecha, no he dejado de escribir artículos
y críticas cinematográficas, siempre llevado por el deseo de descifrar y
compartir la hipnosis a la que películas como aquella de Elia Kazan suelen
conducirnos”.
“En 2012 conseguí acreditarme para cubrir el Festival de San
Sebastián, la Semana del Cine de Valladolid y el Festival de Cine Independiente
de Barcelona. En ellos encontré la única rutina que considero tolerable, una
rutina intensa y atropellada, hecha de visionados sin pausa, de caminatas en rebaño,
de compulsiva compra de entradas, de filas sin principio ni fin, de
cronometradas ruedas de prensa, de fotografía indiscriminada de ‘estrellas’, de
necia espera ante la dichosa alfombra roja y de otros tantos rituales, dignos o
no de mención que cumplo con abnegada devoción”.
“Con esto no quiero parecer un primerizo impenitente, sino
que, cuando de cine y periodismo se trata, suelo enfrentar las experiencias con
ímpetu virginal. Ese ímpetu que activa el deseo de seguir escribiendo sobre
películas, la necesidad de consumirse en festivales, la urgencia de seguir
buscando teléfonos con altavoces, la posibilidad de hacer prisionero en
filmotecas. Ese ímpetu que se renueva sin fin en las pantallas que contienen
las imágenes y las palabras en movimiento.”
Dejo a Santiago aún incrédulo, con el principal premio
boliviano para una crónica. Se ruboriza porque lo invito a charlas con los
alumnos de la Católica, no cree que ellos tendrán interés en su experiencia, no
imagina lo mucho que gusta su crónica.
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