Wilmer Urrelo: un nuevo panorama
El escritor paceño presentará pronto su primer libro de cuentos, Todo el mundo cumple sus sueños menos yo (El Cuervo, 2015). Ofrecemos uno de los relatos de adelanto.
Fotografía de Alex Ayala. |
María José Ferrel
Wilmer Urrelo es un escritor conocido no solo porque todas sus novelas
publicadas fueron premiadas -Mundo negro
(2000), Premio Nacional de Primera Novela; Fantasmas asesinos (2006), IX Premio Nacional de Novela, y Hablar con los perros (2012), Premio de
Literatura Anna Seghers-, sino también por su estilo complejo y exhaustivo que hace que sus obras sean bastante extensas. Es
por esto que sorprende su incursión en la narrativa breve.
Así es. Su primer libro de cuentos Todo el mundo cumple sus sueños menos yo se presentará en las
siguientes semanas en el marco de la Feria Internacional del Libro de La Paz.
Se trata de una selección de 20 cuentos, la mayoría publicados en revistas y
suplementos literarios en los últimos años, que el autor recopiló y seleccionó
junto a Fernando Barrientos, director de editorial El Cuervo.
En el último par de años, Urrelo ha estado trabajando en la escritura de
una novela sobre un crimen ocurrido en los años veinte del siglo pasado en la
ciudad de La Paz. Se trata, cómo no, de un proyecto de largo aliento en el que
tras una agotadora etapa de investigación, se metió de lleno en la redacción
que aún demandará algunos meses. Mientras tanto, por qué no regalar a sus
seguidores una recopilación de sus prosas hasta ahora dispersas.
“Fue una idea
de Fernando. La propuesta consistía en reunir esos cuentos en un solo volumen,
ya que la mayor parte se encontraba bastante disperso”, explica sobre Todo el mundo cumple sus sueños menos yo
que, a propósito, es también el título de un extenso relato, este sí, inédito.
- Algunos
escritores piensan que es más difícil escribir cuentos que novelas, ¿qué dices
al respecto?
- Sí, definitivamente escribir cuentos es una tarea
mucho más complicada, eso de lejos.
- ¿Has pensando
explorar alguna vez poesía?
- No, no me veo escribiendo poesía.
- ¿Desde dónde
escribe Wilmer Urrelo y qué historias le interesa contar?
- Desde la necesidad de entretener, sobre todo; de
dejarle un buen momento al lector. Al fin y al cabo, el fondo de la literatura
es eso, abrirte un panorama distinto al que te presenta la realidad.
- ¿Se ha
realizado un proceso de selección de los cuentos o entraron todos los que
hiciste?
- Sí, hubo una elección y una reescritura, también.
Sobre todo de aquellos que fueron escritos a finales de los 90 del siglo pasado
y a principios de la década del 2000.
- ¿Puedes adelantar
algunas temáticas de las que hablan tus cuentos?
- Son muy diversas: está la violencia, el humor
negro, la soledad. Creo que en este libro hay una suerte de panorama de varias
cosas, de varias etapas, sobre todo.
- Sé que eres un
ávido lector. En lo que respecta a cuentos ¿cuáles son tus favoritos, o los
grandes autores que lees y relees?
- Prefiero -siempre ha sido así- las novelas y en los
últimos años los libros de historia. Te puedo mencionar más a cuentistas que a
cuentos en sí: Liliana Colanzi, Edgardo Rivera Martínez, Edmundo Paz Soldán,
Aldo Medinaceli, Luis Loayza, Felisberto Hernández, Hemingway…
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Pequeño
manual para hallar la felicidad
Wilmer Urrelo
Salga temprano de casa. Después vea con
tristeza la calle desierta. Los árboles maltrechos, las calzadas destrozadas,
picadas por el tiempo. Mire con atención las fachadas de las otras casas
pintadas con esos colores horribles que tanto lo irritan. Camine sin pensar en
nada, mejor si hunde las manos en los bolsillos del pantalón. En lo posible,
aléjese de la tienda donde debe ya tres meses de consumo, baje por la
pendiente, evite a ese perro que cada vez que lo encuentra por esos rumbos lo
ataca sin misericordia.
Llegue a la parada de buses y espere uno
vacío: rehúya los llenos, pues ahí podría encontrar gente desagradable. Una vez
que halle uno de su preferencia pague con sencillo, no intercambie palabra
alguna con el chofer o algún otro pasajero que suba en el camino. Una vez que
esté a punto de llegar a su destino párese con anticipación. Diga “esquina” y
no “bajo”: tenga en cuenta que el conductor podría tomarlo a mal. Camine luego
con calma, silbe (si sabe) alguna tonada de su ya perdida e insípida juventud,
cualquier cosa que solía cantar a sus amigos, esos amigos que están mejor que
usted desde cualquier punto de vista. Luego entre al edificio donde trabaja, le
sugiero no saludar al portero, pues esta estirpe suele ser muy mañosa y tomarse
cualquier expresión de amabilidad demasiado al pie de la letra: tarde o
temprano, sin el menor miramiento, le pedirá dinero prestado, se lo aseguro.
Entre al ascensor y contenga la respiración, piense en la cantidad de pulmones
que pasaron por ahí: vaya uno a saber qué calidad de aire hay ahí adentro.
Ingrese saludando a todos con un general “buenas” y no “buenos días” (las
razones son inexplicables y complicadas, solo le sugiero seguir estas
instrucciones). No trabaje mucho, nada más lo necesario, de lo contrario
podrían sospechar de usted. Sea amable, piense a cada momento en que la hora
del almuerzo ya está cerca. No mire, eso sí, el reloj de pulsera a cada
momento, y si está desesperado por abandonar la oficina hágalo de manera
disimulada (haga caer un lápiz debajo del escritorio, gire el reloj de pulsera
al revés de la muñeca y luego rásquese la frente para poder verlo o vaya al
baño con cualquier excusa). Cuando al fin llegue la hora del almuerzo despídase
de los colegas, dígales que hoy (hoy) comerá en casa. Aguante, no pierda la
paciencia ante las bromas que vayan a hacerle. Solo sonría y encoja los
hombros. Después de eso ya puede salir.
Una vez en casa, salude a su esposa como
siempre, pregúntele a los niños cómo les fue en el colegio (finja atención) y
siéntese ante la mesa. No diga nada si sus hijos se ponen a pelear por algo o
si su esposa se queja de esa hermana que no deja de exigirle el dinero que le
deben (préstamo que en realidad usted debió tramitar humillándose varias veces,
riéndose de las bromas de ella, de esas bromas que hacían referencia a su baja estatura).
Entonces es recomendable que justo en
ese momento se ponga en pie. Para no hacerlo de forma sospechosa diga, por
ejemplo, que va al baño (el viejo truco del baño) o que necesita hacer una
llamada urgente a la oficina. No espere a que su esposa le diga algo. Solo
salga, vaya al dormitorio matrimonial, diríjase al ropero, abra la puerta,
busque la escopeta para cazar vizcachas, herencia de su abuelo y que por suerte
hasta ahora se negó a vender, aludiendo siempre cuestiones sentimentales.
Cárguela con tres cartuchos y retorne a la cocina. Antes de entrar, mójese los
labios con la lengua y solo entonces ingrese escondiendo la escopeta detrás de
la espalda, cierre la puerta con calma, empuñe el arma, apunte a la cabeza de
su esposa y dispare. Es importante que sus niños no huyan, así que no dubite y haga
lo mismo (los niños, pese a la época de sedentarismo en la que vivimos, suelen
ser muy ágiles en este tipo de casos). Si tiene radio y está encendida,
apáguela. No escuche lo que los periodistas dicen (esta despreciable gente ya
se encargará de usted por un par de semanas, se lo apuesto).
Cuando esté más calmado salga de la
cocina. Deténgase ante la imagen de la virgen a quien su esposa ya difunta solía
ponerle flores (usted ahora es viudo, actúe como tal). Saque una del florero
(el color no importa, podría ser blanca, amarilla o roja), salga a la calle con
calma y si halla a una mujer (no importa si es fea) entréguesela y dígale sin vacilaciones:
“a usted la perdono”.
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