domingo, 26 de julio de 2015

Comentario

La aventura de vivir

Una lectura de Los afectos, la nueva novela de Rodrigo Hasbún recién editada en España y que tendrá una edición boliviana -El Cuervo- en las siguientes semanas.


Martín Zelaya Sánchez

Lo que a todas luces puede parecer una novela de aventuras o al menos de predominio argumental, no lo es. Hans Ertl y su familia -su mujer Aurelia y sus tres hijas Monika, Heidi y Trixi- llegan a Bolivia “expulsados” por la decadente Alemania post Segunda Guerra Mundial. Es, entonces, una novela de personajes.

“El futuro sucederá aquí, lo había escuchado decir varias veces en los últimos días, Europa ha perdido la oportunidad, es el turno de países como este”. (19)

El fotógrafo y cineasta -soñador, tozudo, egocéntrico- mantiene a su familia a expensas de su utopía de turno, en este caso, hallar el gran Paitití, y poco a poco mientras envejece, se conforma con una vida mundana campestre, alejado de sus descendientes que enfrentan sus propias rutas, a cual más distante.
El pretexto que Hasbún agarra para contar esta historia -esta serie de historias, fuertemente ancladas en la intimidad mental y sentimental de sus personajes, como acostumbra-: el destino “boliviano” de un camarógrafo ligado al nazismo y de su hija que murió tras participar en las rebeliones post Che Guevara, cumple uno de los preceptos más atractivos para el mercado narrativo actual: novelar hechos reales de gente famosa o con vivencias controversiales, llamativas, vendedoras.
Ojo, esto no quiere decir, bajo ningún punto de vista, que el autor haya buscado un filón de oro para explotarlo en busca de réditos fáciles. Simplemente hay que apuntarlo, y remarcar de inmediato que si Los afectos tuvo tanto éxito apenas vio la luz -se editó en mayo en Random House, una de las más grandes editoriales del mundo y ya se traduce a nueve idiomas- es por la ductilidad del estilo, el asombroso poder de síntesis y el matiz tan apasionante y a la vez convincente con que Hasbún reviste a sus personajes.

“¿No sentir nada es sentir algo? Llevas años preguntándotelo y ahora, mientras entregas tus documentos, vuelve a suceder. Ninguna emoción, ningún recuerdo: es la consigna ante cualquier instancia de control. Aferrarte a una sola idea, a unas cuantas palabras, a esa pregunta que ha vuelto a asomar…”. (116)

La narración se inicia en primera persona, en la voz de Heidi quien a modo de introducir la trama, -pretexto, cuando lo que en realidad importa son los diálogos y, más aún los pensamientos, deseos, intenciones de cada personaje- describe a la vez a una Bolivia provinciana y folklórica.

“Me costaba entenderlo porque tenía un bollo de coca en la boca, costumbre que compartía con sus compañeros. Chupaban las hojitas durante  horas, su jugo les daba fortaleza”. (22)

Luego los planos narrativos, así como las tramas y subtramas, se van intercalando. Trixi, la hermana menor y la que predomina como voz motora; un narrador omnisciente e incluso Reinhard, amante de Monika, quien interviene incidentalmente con una especie de recapitulación desde un futuro mediato.
No es una novela de aventuras,  dicho está, ni una reversión de la Guerrilla del Che, ni mucho menos un relato que busque mostrar los avatares sociales y políticos de la Bolivia de los años 50, 60 y 70; es ante todo el retrato de una familia, como tal, y de cada uno de sus integrantes: Hans que mal maneja una carrera prometedora y acaba como un viejo ermitaño; Monika la rebelde y audaz con destino fatal; Heidi, la convencional madre y ama de casa y Trixi, la solitaria inconforme.

“Me dije que era natural dejar de amar. Me dije que en realidad lo que era poco natural era seguir amando”. (37)

En medio de este esquema hábilmente diseñado y resuelto con picos muy altos (es admirable lo mucho que cuenta, lo bien que cuenta Hasbún en tan pocas páginas) llama la atención el capítulo en el que se relata las últimas horas de Inti Peredo y de un grupo de guerrilleros; si bien no desentona del todo, ¿cuán necesario era para el libro?
Los afectos es una novela de memoria e historia, de mentalidades y sentimientos, de personalidades y relacionamientos humanos; de afectos propios y filiales, de afectos de pareja y a la causa… a los ideales y al país.

“No es cierto que la memoria sea un lugar seguro. Ahí también las cosas se desfiguran y se pierden. Ahí también terminamos alejándonos de la gente que más amamos”. (134)


Una novela muy bien concebida, redactada y plasmada… sin embargo, queda la sensación -por sus libros de cuentos y su estupenda El lugar del cuerpo- que Rodrigo Hasbún puede -y  dará- aún mucho más

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