sábado, 11 de julio de 2015

Las escenas

Esos dibujitos crueles

“Libros & películas. Una mirada. Una lectura de los pasajes que cambiaron nuestra forma de ver el mundo”.



Aldo Medinaceli 

Estábamos en un hotel barato y Ana me dijo que no podía vivir sin ver South Park, que cada noche ponía un episodio porque solo así lograba dormir bien.
Trabajaba en una aerolínea y sus horarios eran la manera perfecta para sufrir ansiedad, insomnio, migrañas, además de los constantes jetlags que solo había logrado dominar con el tiempo. No sé bien cómo seguía con ese trabajo después de tantos años. Supongo que el recurrente cocktail de pastillas que tomaba -unas para dormir, otras para despertar- le ayudaban a equilibrar esos estados de letargo y alerta.
Mirando alguna pantalla imaginaria dentro de la habitación, relajada, desnuda, extendida sobre las sábanas, me confesó que tenía un ritual que nadie conocía. Al llegar a su departamento después de pasar días volando, le daba dos vueltas a la cerradura de cada puerta, quedándose en su dormitorio, sola, luego encendía un cigarrillo y ponía en su laptop un capítulo de South Park.
“Si no me mato de risa, es todo inútil… daré vueltas hasta el amanecer”, me dijo. Al otro lado de la ventana caminaban siluetas por el pasillo. Supongo que estábamos hablando de nuestras manías, o de programas de televisión, o tal vez solo me contó eso sin que viniera al caso… para tener algo de qué hablar.
El asunto es que hace un par de días recordé esa extraña atracción que Ana sentía por la serie animada.
Con un grupo de amigos mirábamos televisión en casa de un familiar, había varios conocidos, amigos de conocidos, etc. Uno de ellos reía despiadadamente hacia el final de un capítulo, era un tipo como de 30, trabajaba en una empresa de construcción. Era la primera vez que veía la serie.
En aquel episodio el irreverente niño trama por venganza la peor de las acciones contra otro alumno de su escuela, un par de grados más avanzado, quien le hace bromas pesadas, haciéndole quedar en ridículo.
Cartman no tolera verse a sí mismo sobrepasado y planea un castigo digno de las peores pesadillas o sacado de una película de horror. Y obliga a su enemigo a comerse a sus propios padres triturados en un plato de comida. Entonces me di cuenta de que la serie sí tenía algo de escatológico y adictivo al mismo tiempo.
En la escena Cartman se encuentra cantando la canción Creep de Radiohead. Incluso logra que los músicos lleguen al pueblo para que Scott -su archienemigo de quien debe vengarse- conozca a su banda favorita.
Scott cree que le está jugando una broma cuando en realidad es él quien sufrirá la afrenta, sin saber que el niño a quien tanto ha ofendido -inspirado en la película Hannibal- ha tramado todo al mínimo detalle para decirle justo delante de los miembros de Radiohead que lo que está comiendo son sus padres muertos, a quienes Scott deja de devorar en ese instante.
Frente a la televisión solamente se escuchaban las sonoras carcajadas del trabajador en construcción, que me recordaron los velados rituales de Ana.
La serie creada en 1997 por Trey Parker y Matt Stone ganó hasta hoy más de cinco premios Emmy y la revista Time la incluyó en la lista de las 100 mejores series de todos los tiempos.
Su crítica a la hipocresía de la sociedad norteamericana, junto a su humor escatológico, le han valido la admiración de muchos televidentes, esto tal vez por la profundidad insospechada de estos personajes que parecen emular a ingenuas caricaturas.
Un antiguo compañero de escuela (fanático de Charlie Brown como pocos), solía asegurar que la apariencia de los cuatro niños de South Park era un homenaje a los amigos de Snoopy. No estoy seguro de eso, pero se debe admitir que por lo menos la forma sí era parecida. Los trazos simples, rápidos: como un par de círculos, colores básicos; y aquellas expresiones minimalistas.
Pero en el fondo late algo muy distinto. He oído a varios fanáticos de Southpark argumentar sus motivos de muchas maneras para justificar la fascinación que sienten por estos cuatro personajes.
Todo tipo de causas, desde que sus guiones son escritos con la mayor minuciosidad, o que se trata de una reivindicación de las malas palabras: casi un alegato a favor de libertad de expresión (en un capítulo se dice “mierda” más de 160 veces). O incluso asegurando que son la serie animada más osada de todos los tiempos.
Supongo que eso es lo que pasa cuando algo nos gusta mucho, buscamos todo tipo de razones para justificar a nuestras obsesiones.
Lo cierto es que South Park fue una vanguardia en la cultura pop, preparando el terreno a aquel personaje cínico y cruel, un completo antihéroe, hoy tan recurrente en libros y películas, quien pronuncia frases políticamente incorrectas y se atreve a confesar su profundo egoísmo. Tan solo citar algunas líneas de Eric Cartman causaría los más encendidos debates o lograría poner furiosos a miles de activistas.
Tal vez el personaje de Hannah Horvath de la serie Girls (escrita por Lenna Dunham) retrate mejor que ningún otro este monumento al “yo”, es decir la anticipación de todas las selfies, o el ícono contemporáneo de la individualidad. Complejo y contradictorio.
Recuerdo que Ana jamás veía otras series catalogadas como “violentas” como Renny & Stimpy, por considerarlas asquerosas, pero con los cuatro niños psicópatas de aquel pueblo todo era diferente.
Cuando me hablaba de South Park en aquella habitación de hotel, simplemente se olvidaba del resto del mundo, recordando una tras otra las escenas que más le divertían, resumiendo por ejemplo el debate del aborto a un capítulo en el que la madre de Cartman quiere “abortar” a su hijo, pese a que él ya tiene ocho años.
El médico le dice: “…pero señora, su hijo ya tiene 180 semanas, los abortos son legales en este Estado solo hasta la novena semana de fecundación”. Y la madre le responde que no está claro cuándo comienza la vida, o algo así…
Supongo que todos tuvimos un Eric Cartman entre nuestro grupo de amigos de niños, o adultos, como el trabajador de la empresa constructora quien reía estrepitosa, incluso inocentemente, frente a esta escena.
O tal vez debamos admitir que todos llevamos un Cartman muy dentro de nosotros, encarnando las más bajas pasiones, y que por eso la serie logró cautivar a miles de televidentes.

La escena mostraba sin filtros las sutiles conexiones entre ese lado oscuro y otro mucho más peligroso, tan espeluznante que solamente bajo la forma adecuada causaba la risa nerviosa de nuestro nuevo mejor amigo. 

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