sábado, 11 de julio de 2015

Comentario

Ahí viene el que los eleva al mundo de los vivos


Prólogo del libro La madona de Sorata, de Edson Hurtado, presentado hace algunas semanas en Santa Cruz.



Roberto Navia Gabriel

Por fin… alguien tenía que haberlo escrito y el país tiene la suerte de que ese alguien sea Edson Hurtado. Lo que acabo de leer es un texto que vuela con sus alas propias y que se mueve como un felino por las entrañas de la Bolivia indígena que no se había mostrado jamás.
Edson Hurtado se atreve a meterse, y lo hace con buenas artes, en la vida sexual que secretamente se guarda en las aldeas de monte adentro y en las montañas afiladas del altiplano, en las arenas calientes del chaco boreal y en la Amazonia galopante donde habitan los herederos de los ancestros que hasta ahora no habían sido mostrados en paños menores. 
Este es un libro sobre indígenas homosexuales en Bolivia y para algunos puritanos puede que parezca también una especie de “atrevimiento” contemporáneo. Pero no importa cómo la vean o qué opinen de esta obra imprescindible para conocer a la Bolivia profunda y tampoco será necesario que su autor la defienda con sabiduría griega, porque  La madona de Sorata, tal como está escrita, con el rigor de un reportaje de investigación y la belleza de una crónica de no ficción, puede mandarse a mudar sola por el mundo, segura de que dejará una estela de asombro en el horizonte de los que osen leerla.
Todas sus páginas sostienen con solvencia un aporte implícito: mostrar al mundo que las naciones étnicas, humanas como son, son también dueñas de una diversidad sexual que cuando es descubierta por algunos habitantes y líderes, -ya lo verán- éstos reaccionan de una manera que usted sentirá alguna culebra o mariposa pasándose por los costados de su vientre.
A veces será una aventura dolorosa meterse en el interior de un libro que ya es imprescindible para romper los tabúes que hasta ahora estaban ocultos en los barbechos sagrados de un mundo que en las urbes sin tiempo supuestamente desconocen.
Edson tiene el talento de darle la confianza a los héroes de sus historias para que hagan lo que todo cronista desea: que abran las puertas de sus misterios, que lloren y rían con la solvencia de un creyente y que sostengan con la mirada lo que aseguran decir con las palabras.
Por eso a este escritor me lo imagino caminando con su bastón de profeta, metiéndose donde no lo llaman, donde hay personas que están atoradas con su verdad en la garganta, esperando a que se haga el milagro: que llegue el cronista apasionado para que retrate a los anónimos de la vida como lo hace ese ángel negro alado de la mitología griega que rescata de las batallas a los muertos para llevarlos al mundo de los vivos.
Como una música de fondo, mientras vayan ingresando en las páginas del libro, sentirán el graznido de aves y los pasos del chancho tropero, el suave respiro de la hurina y la voz aflautada de los papagayos. Pero también se darán cuenta de que la fuerza de las historias está más allá de esos detalles y que tienen entre sus manos un tesoro que arroja datos y testimonios manejados con la pericia de un reportero ocupado en las batallas de la vida.
Este escritor espigado -demostrado está- ha viajado con su libreta en la mano hasta donde viven y mueren esos seres a los que después los va a narrar con su pluma despreocupada, a los buenos y a los malos de una película romántica y a la vez de terror, a los que primero escucha y observa con la paciencia de un Dalai Lama y luego espera sin atacar, el tiempo que sea necesario, para inmortalizarlos y convertirlos en una pieza de arte.
La madona de Sorata agudiza sus sentidos para ser cómplice acaso de una revolución sexual en pleno monte, desde donde algunos de sus personajes se animan a lanzar palabras que son capaces de romper algunos cristales para despertar a los que prefieren dormir con las manos en los oídos.
Uno de sus personajes lo dice corto y lo dice claro: “La Paz es una ciudad misteriosa, pero sobretodo amigablemente gay. Hay mucha gente y lugares que acogen a los homosexuales, pero de alguna forma aquello es secreto”.
Y esto es solo el primer bocado de un menú que desvelará varias miradas poderosas sobre el mundo indígena y sus historias surrealistas ligadas al sexo. Una narrativa latente desde varias esquinas del país, desde el campo travieso del periodismo de verdad y el acto poético de la literatura: dos disciplinas muy humanas que le dan a Edson Hurtado las herramientas útiles para hacer posar en la estética de su narrativa la mirada reflexiva sobre cómo el no ser bien hombre o bien mujer puede significar una marca que en ciertos lugares no se la borra ni con sangre.
Este libro es un viaje por los distintos patios que tiene Bolivia. Es una inmersión brutal, por ejemplo, a un pueblo minero o a otro donde moran descendientes africanos donde existe algún muchacho gay que masca en silencio su diferencia.
Este libro, entonces, no es solo un libro sobre indígenas homosexuales en Bolivia, es una obra íntegramente humana que desnuda las miserias y las joyas escondidas de la abuela, las sombras y las luces de un país que se construye de día y se derrumba de noche, las maldades y las benevolencias que hacen de los seres humanos verdaderos dioses o demonios.
Mientras escribo este prólogo me entero que Edson estuvo marcado por una señal que a mi juicio le ha funcionado como una dulce cábala. Fue en 2007 cuando publicó su primer libro De sábanas y otras decepciones. Y lo hizo de manera independiente después de  haber sido rechazado por una editorial.
Han pasado los años y con ellos han salido a la luz siete libros que también los ha ido lanzando a puro pulmón, una verdadera honra a la literatura y a su compromiso con el otro, ese que sin saberlo aguarda que Edson Hurtado arribe a su puerta para estar dispuesto a escuchar sus peores tormentos y sus placeres a hurtadillas.


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