Ahí viene el que los eleva al mundo de los vivos
Prólogo del libro La madona de Sorata, de Edson Hurtado, presentado hace algunas semanas en Santa Cruz.
Roberto Navia Gabriel
Por fin… alguien tenía que haberlo escrito y el país
tiene la suerte de que ese alguien sea Edson Hurtado. Lo que acabo de leer es
un texto que vuela con sus alas propias y que se mueve como un felino por las
entrañas de la Bolivia indígena que no se había mostrado jamás.
Edson Hurtado se atreve a meterse, y lo hace con buenas
artes, en la vida sexual que secretamente se guarda en las aldeas de monte
adentro y en las montañas afiladas del altiplano, en las arenas calientes del
chaco boreal y en la Amazonia galopante donde habitan los herederos de los
ancestros que hasta ahora no habían sido mostrados en paños menores.
Este es un libro sobre indígenas homosexuales en
Bolivia y para algunos puritanos puede que parezca también una especie de
“atrevimiento” contemporáneo. Pero no importa cómo la vean o qué opinen de esta
obra imprescindible para conocer a la Bolivia profunda y tampoco será necesario
que su autor la defienda con sabiduría griega, porque La madona
de Sorata, tal como está escrita, con el rigor de un reportaje de
investigación y la belleza de una crónica de no ficción, puede mandarse a mudar
sola por el mundo, segura de que dejará una estela de asombro en el horizonte
de los que osen leerla.
Todas sus páginas sostienen con solvencia un aporte implícito:
mostrar al mundo que las naciones étnicas, humanas como son, son también dueñas
de una diversidad sexual que cuando es descubierta por algunos habitantes y
líderes, -ya lo verán- éstos reaccionan de una manera que usted sentirá alguna
culebra o mariposa pasándose por los costados de su vientre.
A veces será una aventura dolorosa meterse en el
interior de un libro que ya es imprescindible para romper los tabúes que hasta
ahora estaban ocultos en los barbechos sagrados de un mundo que en las urbes sin
tiempo supuestamente desconocen.
Edson tiene el talento de darle la confianza a los
héroes de sus historias para que hagan lo que todo cronista desea: que abran
las puertas de sus misterios, que lloren y rían con la solvencia de un creyente
y que sostengan con la mirada lo que aseguran decir con las palabras.
Por eso a este escritor me lo imagino caminando con su
bastón de profeta, metiéndose donde no lo llaman, donde hay personas que están
atoradas con su verdad en la garganta, esperando a que se haga el milagro: que
llegue el cronista apasionado para que retrate a los anónimos de la vida como
lo hace ese ángel negro alado de la mitología griega que rescata de las
batallas a los muertos para llevarlos al mundo de los vivos.
Como una música de fondo, mientras vayan ingresando en
las páginas del libro, sentirán el graznido de aves y los pasos del chancho
tropero, el suave respiro de la hurina y la voz aflautada de los papagayos.
Pero también se darán cuenta de que la fuerza de las historias está más allá de
esos detalles y que tienen entre sus manos un tesoro que arroja datos y
testimonios manejados con la pericia de un reportero ocupado en las batallas de
la vida.
Este escritor espigado -demostrado está- ha viajado con su
libreta en la mano hasta donde viven y mueren esos seres a los que después los va
a narrar con su pluma despreocupada, a los buenos y a los malos de una película
romántica y a la vez de terror, a los que primero escucha y observa con la
paciencia de un Dalai Lama y luego espera sin atacar, el tiempo que sea
necesario, para inmortalizarlos y convertirlos en una pieza de arte.
La madona de Sorata agudiza sus sentidos
para ser cómplice acaso de una revolución sexual en pleno monte, desde donde
algunos de sus personajes se animan a lanzar palabras que son capaces de romper
algunos cristales para despertar a los que prefieren dormir con las manos en
los oídos.
Uno de sus personajes lo dice corto y lo dice claro: “La
Paz es una ciudad misteriosa, pero sobretodo amigablemente gay. Hay mucha gente
y lugares que acogen a los homosexuales, pero de alguna forma aquello es secreto”.
Y esto es solo el primer bocado de un menú que
desvelará varias miradas poderosas sobre el mundo indígena y sus historias
surrealistas ligadas al sexo. Una narrativa latente desde varias esquinas del
país, desde el campo travieso del periodismo de verdad y el acto poético de la
literatura: dos disciplinas muy humanas que le dan a Edson Hurtado las herramientas
útiles para hacer posar en la estética de su narrativa la mirada reflexiva sobre
cómo el no ser bien hombre o bien mujer puede significar una marca que en
ciertos lugares no se la borra ni con sangre.
Este libro es un viaje por los distintos patios que
tiene Bolivia. Es una inmersión brutal, por ejemplo, a un pueblo minero o a
otro donde moran descendientes africanos donde existe algún muchacho gay que
masca en silencio su diferencia.
Este libro, entonces, no es solo un libro sobre
indígenas homosexuales en Bolivia, es una obra íntegramente humana que desnuda
las miserias y las joyas escondidas de la abuela, las sombras y las luces de un
país que se construye de día y se derrumba de noche, las maldades y las
benevolencias que hacen de los seres humanos verdaderos dioses o demonios.
Mientras escribo este prólogo me entero que Edson estuvo
marcado por una señal que a mi juicio le ha funcionado como una dulce cábala.
Fue en 2007 cuando publicó su primer libro De
sábanas y otras decepciones. Y lo hizo de manera independiente después de haber sido rechazado por una editorial.
Han pasado los años y con ellos han salido a la luz
siete libros que también los ha ido lanzando a puro pulmón, una verdadera honra
a la literatura y a su compromiso con el otro, ese que sin saberlo aguarda que
Edson Hurtado arribe a su puerta para estar dispuesto a escuchar sus peores
tormentos y sus placeres a hurtadillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario