De
Rusia y con poco amor:
dos poetas rusas censuradas
Ana Ajmatova y Marina Tsevietaieva, dos destacadas autoras cuya obra debió esperar varias décadas para ser difundida y disfrutada.
Virginia
Ayllón
De
cómo la historia se relaciona con la poesía es tema difícil, pero mientras la
tinta corre o se detiene sobre el tema, es impresionante descubrir espacios
poéticos escondidos por la historia. Uno de ellos es la literatura que se
produjo en Rusia durante el espacio de entreguerras y lo que se llamó la Guerra
Fría.
Hay
que recordar que la política oficial de los países socialistas elucubró el
realismo socialista no como un posible género literario sino como el género literario por excelencia, el
único. Con el beneficio precisamente de la historia, podemos ahora calificar,
al menos como dislate, la fijación desdeñosa -casi despreciativa- de esta
política cultural respecto a la obra de Joyce, Faulkner, Kafka, Proust o
Virginia Woolf.
Creo
que el realismo socialista es el epítome de lo que se llaman “políticas
culturales” (o el ejercicio del poder en el ámbito de la cultura), ya que la
preceptiva literaria del realismo socialista habilitó a que el Estado, más bien
sus organismos policiales y de seguridad se conviertan en la crítica literaria
oficial; el comisario político era el verdadero crítico literario en ese tipo
de regímenes.
El
ejercicio de esta política cultural, entregada a la Policía, incluía por
supuesto, detallados y minuciosos mecanismos de control que abarcaban un amplio
espectro, desde la prohibición de publicar hasta el exilio, la cárcel y la
muerte. A la vez, a esta política cultural le correspondieron, múltiples formas
de difusión de lo censurado. Por ejemplo, solo a través del samizdat, una especie de fanzine
soviético, se difundieron El maestro y
Margarita, de Mijaíl Bulgákov o El poder
de los sin poder, de Václav Havel.
Los
cambios políticos y sociales en el mundo y en sus países han debido impactar
enérgicamente en los escritores y aunque algunos no estaban en ninguno de los
bandos, igual sufrieron los avatares de tal política. Es ya sabido que la Stasi
o policía política de la ex Alemania Democrática, “controló” a Lezama Lima a
solicitud del Gobierno cubano.
Pues
bien, así como de a poco nos hemos ido enterando de estas amargas noticias,
también han empezado a salir a luz las voces escondidas y, mejor aún,
traducidas al castellano. De este conjunto, resaltan las escritoras rusas,
novelistas y poetas, cuya obra nos asombra. Por ejemplo, la de Irene Némirovsky
(1903-1942), narradora nacida en Kiev y asesinada en el campo de concentración
de Auschwitz, quien sufrió los embates tanto de la represión estalinista como
del nazismo. Irene escribió novelas como El
malentendido, 1926; David Golder,
1929; El baile, 1930; Nieve en otoño, 1931 y Suite francesa, 2004, por la que recibió
el Premio Renaudot de Francia, a título póstumo, premio igual de importante que
el Goncourt.
Junto
a Némirovsky, se ha difundido la obra de dos importante poetas: Ana Ajmatova y Marina
Tsevietaieva.
Ajmatova
(1889-1966) fue una importante poeta de la época previa a la revolución de 1917
y se la suele recordar a través del boceto que Modigliani hiciera de ella.
También se la recuerda por el enamorado retrato textual que emanó del ya mítico
encuentro entre el intelectual y diplomático Isaiah Berlin y la poeta en 1946. En
1921 su primer marido fue fusilado, poco más tarde su único hijo deportado a
Siberia y en 1938 su segundo esposo murió en un campo de concentración. Ella
fue acusada de traición y en los años 80 se descubrieron voluminosos legajos
bajo su nombre en los archivos de la KGB. Por efecto de esa acusación fue
prohibida la publicación de su obra y condenada ella al ostracismo y la
pobreza.
No
muy diferente fue la vida que le tocó a Marina Tsvietáieva (1892-1941) quien se
exilió luego de la revolución rusa pero regresó a su país para vivir con su
esposo e hijas. En 1939, su esposo fue fusilado y una de sus hijas detenida por
ocho años. Desaprobada por el régimen de Stalin, Marina inició un camino de
acoso oficial y sobre todo de pobreza, la segunda de sus hijas murió de hambre
en un orfanato del Estado. Con su hijo recorrieron varias ciudades de Rusia,
buscando trabajo, peleando contra el hambre. En 1941 se suicidó y hay biógrafos
que indican que se encontraron pruebas de que un grupo de agentes policiales la
forzaron a ello.
Estas
tres autoras produjeron una importante y profunda obra; en ese sentido son
totalmente oportunos los apuntes de Laura Estrín -prologadora de Cazador de ratas de Tsvietaieva (para la
edición argentina de Paradiso poesía)- de que la obra de esta poeta fue
estudiada desde la teoría del texto, tanto por Emile Benveniste como por Roland
Barthes.
Estas
escritoras tenían una relación orgánica con la literatura; en ella
reflexionaban, en ella vivían, en ella padecían y en ella murieron. Lo prueba
que las tres estudiaran su tradición. En 1946, y de manera póstuma, salió a luz
La dramática vida de Anton Chejov,
hermoso acercamiento biográfico de Irene Némirovsky a su coterráneo maestro del
cuento.
Por
su parte, Ajmátova y Tsvietaieva estudiaron y escribieron sobre la obra de
Pushkin; la primera dedicó 20 años de su vida a examinar la obra del fundador
de la literatura rusa moderna y sus ensayos se reunieron en su La muerte de Pushkin. Tsvietaieva, por
su parte, publicó lo que se llamó “el ciclo Pushkin” de su obra poética y,
sobre todo, su Mi Pushkin, en 1937,
que es un acercamiento biográfico, escrito desde la marca del encuentro de la
autora con la poesía del gran poeta y dramaturgo ruso.
El poeta
Ana
Ajmátova
(Versión
de Rafael Alberti)
Piensas
que esto trabajo, esta vida despreocupada
escuchar
a la música algo y decirlo tuyo como si nada.
Y
el ajeno scherzo juguetón meterlo en versos mañosos
jurar
que el pobre corazón gime en campos luminosos.
Y
escucharle al bosque alguna cosa y a los pinos taciturnos ver
mientras
la cortina brumosa de niebla se alza por doquier.
Tomo
lejos o a mi vera, sin sentir culpa a mi turno
un
poco de la vida artera y el resto al silencio nocturno.
Bendigo la labor nuestra de cada
día...
Marina
Tsvietáieva
(Versión
de Severo Sarduy)
Bendigo
la labor nuestra de cada día,
bendigo
el sueño nuestro de cada noche,
el
divino juicio y la caridad divina,
la
ley benévola y la ley de bronce,
mi
empolvada púrpura, de harapos cubierta...,
mi
empolvado bastón, de los rayos hogar,
y
asimismo, Señor, bendigo el pan
en
horno ajeno y la paz en casa ajena.
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