domingo, 26 de julio de 2015

Ensayo

De Rusia y con poco amor:
dos poetas rusas censuradas


Ana Ajmatova y Marina Tsevietaieva, dos destacadas autoras cuya obra debió esperar varias décadas para ser difundida y disfrutada.



Virginia Ayllón

De cómo la historia se relaciona con la poesía es tema difícil, pero mientras la tinta corre o se detiene sobre el tema, es impresionante descubrir espacios poéticos escondidos por la historia. Uno de ellos es la literatura que se produjo en Rusia durante el espacio de entreguerras y lo que se llamó la Guerra Fría.
Hay que recordar que la política oficial de los países socialistas elucubró el realismo socialista no como un posible género literario sino como el género literario por excelencia, el único. Con el beneficio precisamente de la historia, podemos ahora calificar, al menos como dislate, la fijación desdeñosa -casi despreciativa- de esta política cultural respecto a la obra de Joyce, Faulkner, Kafka, Proust o Virginia Woolf.
Creo que el realismo socialista es el epítome de lo que se llaman “políticas culturales” (o el ejercicio del poder en el ámbito de la cultura), ya que la preceptiva literaria del realismo socialista habilitó a que el Estado, más bien sus organismos policiales y de seguridad se conviertan en la crítica literaria oficial; el comisario político era el verdadero crítico literario en ese tipo de regímenes.
El ejercicio de esta política cultural, entregada a la Policía, incluía por supuesto, detallados y minuciosos mecanismos de control que abarcaban un amplio espectro, desde la prohibición de publicar hasta el exilio, la cárcel y la muerte. A la vez, a esta política cultural le correspondieron, múltiples formas de difusión de lo censurado. Por ejemplo, solo a través del samizdat, una especie de fanzine soviético, se difundieron El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov o El poder de los sin poder, de Václav Havel.
Los cambios políticos y sociales en el mundo y en sus países han debido impactar enérgicamente en los escritores y aunque algunos no estaban en ninguno de los bandos, igual sufrieron los avatares de tal política. Es ya sabido que la Stasi o policía política de la ex Alemania Democrática, “controló” a Lezama Lima a solicitud del Gobierno cubano.
Pues bien, así como de a poco nos hemos ido enterando de estas amargas noticias, también han empezado a salir a luz las voces escondidas y, mejor aún, traducidas al castellano. De este conjunto, resaltan las escritoras rusas, novelistas y poetas, cuya obra nos asombra. Por ejemplo, la de Irene Némirovsky (1903-1942), narradora nacida en Kiev y asesinada en el campo de concentración de Auschwitz, quien sufrió los embates tanto de la represión estalinista como del nazismo. Irene escribió novelas como El malentendido, 1926; David Golder, 1929; El baile, 1930; Nieve en otoño, 1931 y Suite francesa, 2004, por la que recibió el Premio Renaudot de Francia, a título póstumo, premio igual de importante que el Goncourt.
Junto a Némirovsky, se ha difundido la obra de dos importante poetas: Ana Ajmatova y Marina Tsevietaieva.
Ajmatova (1889-1966) fue una importante poeta de la época previa a la revolución de 1917 y se la suele recordar a través del boceto que Modigliani hiciera de ella. También se la recuerda por el enamorado retrato textual que emanó del ya mítico encuentro entre el intelectual y diplomático Isaiah Berlin y la poeta en 1946. En 1921 su primer marido fue fusilado, poco más tarde su único hijo deportado a Siberia y en 1938 su segundo esposo murió en un campo de concentración. Ella fue acusada de traición y en los años 80 se descubrieron voluminosos legajos bajo su nombre en los archivos de la KGB. Por efecto de esa acusación fue prohibida la publicación de su obra y condenada ella al ostracismo y la pobreza.
No muy diferente fue la vida que le tocó a Marina Tsvietáieva (1892-1941) quien se exilió luego de la revolución rusa pero regresó a su país para vivir con su esposo e hijas. En 1939, su esposo fue fusilado y una de sus hijas detenida por ocho años. Desaprobada por el régimen de Stalin, Marina inició un camino de acoso oficial y sobre todo de pobreza, la segunda de sus hijas murió de hambre en un orfanato del Estado. Con su hijo recorrieron varias ciudades de Rusia, buscando trabajo, peleando contra el hambre. En 1941 se suicidó y hay biógrafos que indican que se encontraron pruebas de que un grupo de agentes policiales la forzaron a ello.
Estas tres autoras produjeron una importante y profunda obra; en ese sentido son totalmente oportunos los apuntes de Laura Estrín -prologadora de Cazador de ratas de Tsvietaieva (para la edición argentina de Paradiso poesía)- de que la obra de esta poeta fue estudiada desde la teoría del texto, tanto por Emile Benveniste como por Roland Barthes.
Estas escritoras tenían una relación orgánica con la literatura; en ella reflexionaban, en ella vivían, en ella padecían y en ella murieron. Lo prueba que las tres estudiaran su tradición. En 1946, y de manera póstuma, salió a luz La dramática vida de Anton Chejov, hermoso acercamiento biográfico de Irene Némirovsky a su coterráneo maestro del cuento.
Por su parte, Ajmátova y Tsvietaieva estudiaron y escribieron sobre la obra de Pushkin; la primera dedicó 20 años de su vida a examinar la obra del fundador de la literatura rusa moderna y sus ensayos se reunieron en su La muerte de Pushkin. Tsvietaieva, por su parte, publicó lo que se llamó “el ciclo Pushkin” de su obra poética y, sobre todo, su Mi Pushkin, en 1937, que es un acercamiento biográfico, escrito desde la marca del encuentro de la autora con la poesía del gran poeta y dramaturgo ruso.

El poeta
Ana Ajmátova
(Versión de Rafael Alberti)

Piensas que esto trabajo, esta vida despreocupada
escuchar a la música algo y decirlo tuyo como si nada.
Y el ajeno scherzo juguetón meterlo en versos mañosos
jurar que el pobre corazón gime en campos luminosos.
Y escucharle al bosque alguna cosa y a los pinos taciturnos ver
mientras la cortina brumosa de niebla se alza por doquier.
Tomo lejos o a mi vera, sin sentir culpa a mi turno
un poco de la vida artera y el resto al silencio nocturno.


Bendigo la labor nuestra de cada día...
Marina Tsvietáieva
(Versión de Severo Sarduy)

Bendigo la labor nuestra de cada día,
bendigo el sueño nuestro de cada noche,
el divino juicio y la caridad divina,
la ley benévola y la ley de bronce,

mi empolvada púrpura, de harapos cubierta...,
mi empolvado bastón, de los rayos hogar,
y asimismo, Señor, bendigo el pan

en horno ajeno y la paz en casa ajena. 

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