Los amigos muertos
Saenz y Urzagasti. Más que una relación, un diálogo, un intertexto entre dos libros de dos maestros.
Alan
Castro Riveros
Si
bien Jesús Urzagasti encuentra a sus muertos en las celebraciones y
encrucijadas de la vida cotidiana y Jaime Saenz halla el júbilo de vivir en un
recinto donde conoce el aliento cifrado de sus amigos muertos, ambos coincidían
en que aprender a vivir es aprender a
morir. No por nada, cada quien escribió un libro entero con la memoria de sus
muertos queridos.
Aunque
hay ciertos lugares comunes en la
literatura boliviana, cabe admitir que la coincidencia entre Vidas y muertes (Saenz, 1986) y De la ventana al parque (Urzagasti, 1992)
es la más singular -por lo específico de su marco.
Ya
sean las causas perdidas que destilan los conmovedores retratos que escribe
Saenz, o los idiomas imposibles que conversan en el parque plasmado por el
Jesús, ambos libros están formados a partir de la memoria de los amigos que
partieron al otro mundo sin olvidarse de visitar a sus seres queridos.
Claro
que más allá del marco, encontramos
diferencias. Para empezar, no es lo mismo un marco de ventana que uno de
retrato. El marco de un retrato se puede mover de aquí para allá, pero lo que
enmarca está aislado. El marco de una ventana está fijo, pero permite
intromisiones que vienen desde fuera de sus límites. En este caso, ambos marcos
han sido diseñados para abrir una zona en la que se perfilan los muertos favoritos.
El juego de los retratos
Muerte por el tacto (1957), el poema de
Saenz que inaugura ese conocido recorrido que lleva a La noche (1984), inicia con el recuerdo de los amigos muertos, con
la necesidad de escribir una carta y leerla alumbrado
por el antiguo vuelo de mis amigos muertos.
El
preámbulo de Vidas y muertes, por
otro lado, tiene los famosos ocho pasos, a
título de orientación, para iniciarse en el conocimiento del júbilo. Tal
conocimiento no es otra cosa que aprender a morir, o sea, aprender a vivir.
Sin
embargo -sugiere Saenz- de nada servirían estos ocho pasos sin la intuición de
la muerte inducida en el interesado por
una íntima y sostenida relación con los muertos. De tal manera, la relación
con los amigos muertos es iniciática; es el primer aire que se respira para
obrar, el relámpago que ilumina la vida desde la muerte.
Si
avanzamos hasta el capítulo 23 de Vidas y
muertes descubrimos que la relación con los retratos también es iniciática.
Pedro L. Bustos, el último amigo
retratado en el libro, explica un juego de su invención a su camarada Jaime
Saenz: el juego de los retratos.
Básicamente,
el jugador debe acercarse a los retratos para revelar la imagen que se oculta tras ellos. “Pues todo aquello que a los ojos
del jugador falta o se esconde en un retrato, deberá revelarse al conjuro del
jugador, consistiendo en esto precisamente el verdadero fundamento del juego
(...) y no podrá considerarse el juego de los retratos sino como un juego
estrictamente individual”, dice Pedro.
El
amigo comparte unas cuantas experiencias de este juego: tapa la mitad de un
retrato para revelar el rostro de un muerto y la otra mitad para mostrar la
cara de un vivo, cuenta sobre la forma en que Dolida Centellas alcanza una
mirada de espanto con tan solo poner cierto retrato de cabeza, y, finalmente,
le muestra su verdadera imagen a Saenz poniéndole delante un retrato donde él,
Pedro L. Bustos, no se parece a sí mismo. Hecho esto, el extraño personaje da
la bienvenida al iniciado Jaime Saenz al Círculo Secreto de la Hermandad
Secreta.
A
pesar de que el juego de los retratos es un
juego estrictamente individual, su carácter iniciático lleva a una
Hermandad con los vivos. Lo mismo se puede decir del ámbito nostálgico y
fantasmal que tiñe la iniciación que se franquea en Muerte por el tacto, aunque aquí los hermanos sean los muertos, y
sus secretos los de los maestros.
El universo ideado por Edgar
Bayley
Una
tarde de agosto de 1990, cuando Jesús Urzagasti llegó a su escritorio en el
edificio Presencia, encontró un libro de su amigo Edgar Bayley. Alguien se lo
había dejado. Poco después se enteró de que por aquellos días, el poeta
argentino había muerto, y entonces surgió el matiz que dio a luz De la ventana al parque.
“En
circunstancias tan decisivas para ambos, en una cafetería de Buenos Aires Edgar
Bayley pitaba con seriedad y reflexionaba sobre la poesía mientras ojeaba Lámpara de Aladino de Jean Cocteau. Esa
noche lo asediaba la curiosa idea de hacer saltar por el ventanal a sus seres
más queridos, rumbo al parque de los enamorados, porque el aire del alba y esa
vegetación jamás podrían dañar a los personajes que algún día se sintieron mágicos
e inmortales”. (Urzagasti, De la ventana
al parque)
Siempre
imagino esta escena con un silencio de colofón, un silencio en el que Edgar y
Jesús miran por la ventana de aquella cafetería y recuerdan los gestos más
entrañables de sus amigos muertos.
Si
en Saenz estos amigos ofician la ceremonia de quien asume definitivamente la soledad
de un caro destino, en Urzagasti los
muertos son quienes saben deslizar el secreto de la muerte en el silencioso
tejido de la vida.
Por
otro lado, es imposible que veamos quieto a un personaje de De la ventana al parque. El marco de una
ventana es el marco de un mundo vital, mientras que el de un retrato es el de
un hombre y su enigma. En cualquier caso, los amigos (vivos o muertos) son los que han comunicado su enigma
por el milagro del silencio.
***
Valga
este espacio para recordar esa mañana de domingo en la que se conocieron mi
abuelo (el “Chupa” Riveros) y el Jesús. Fui con mi abuelo a casa del Jesús,
para recoger a sus hijos, quienes entrarían a la cancha en un partido de The
Strongest. Cuando llegamos, el Jesús salió con una pinta dominguera y un
sombrero de paja. Aún recuerdo a mi abuelo, citadino y bullanguero, dándole la
mano a mi otro gran maestro, el campesino silencioso de quien tanto le había
hablado. Luego de ese encuentro, el Jesús le envió un ejemplar dedicado de De la ventana al parque.
***
El amigo común
Aunque
Saenz hace un autorretrato en Vidas y
muertes y se convierte en Cranach en De
la ventana al parque, el único amigo muerto que comparten ambos libros es
Sergio Suárez Figueroa, quien lleva el nombre de Sergio Tábarez en la novela
del chaqueño.
En
el retrato de Saenz, Suárez Figueroa es, ante todo, un poeta de inocencia
diabólica que, después de participar en la revolución de 1952 y armar el
conjunto 31 de Octubre en conmemoración de la nacionalización de las minas,
muere desolado al pie del cañón.
Sergio
Tábarez, en cambio, es un guitarrista que le arrancaría una risa a Alfredo
Zitarrosa por el desparpajo con que fingía el acento uruguayo; luego de lo cual
se sentaría a charlar en el parque sobre conocimientos
de alcurnia con Cranach y el sentimental primo Ramón.
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