jueves, 19 de junio de 2014

La palabra teleférica

El destino de las palabras


Para evadir un poco el ambiente mundialista, el autor se queda en Brasil, pero en la voz de uno de sus más grandes autores.



Juan Pablo Piñeiro

Aprovechando que los ojos del mundo están en Brasil, he elegido escribir sobre uno de los maestros más importantes que ha engendrado esa tierra: Joao Guimarães Rosa.
Nació en Cordisburgo, Minas Gerais el 27 de junio de 1908. Médico de profesión, poseía una gran habilidad para hablar otros idiomas, leía y escribía en más de ocho y tenía nociones muy profundas de casi 20 lenguas más.
Muchos de estos emprendimientos lingüísticos respondían a la necesidad de leer a sus autores favoritos, como Goethe, en su idioma original. Además este movimiento le permitía también expandir los cauces de su literatura, apropiándose no solamente de conceptos, sino de gramáticas ajenas, las cuales inyectaba en el portugués de su prosa.
Ejerció una llamativa carrera como diplomático sobre todo porque le tocó ser embajador de Brasil en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. En ese entonces, en un acto de valentía ayudó a escapar a casi 50 perseguidos judíos y de esta manera los salvó de la muerte.
Él decía que como sertanejo, como vaqueiro, no podía soportar injusticias en el mundo. Después retornó a su país y acompañado por un cuaderno de notas recorrió como arriero la mayor parte del Sertón brasilero. En ese cuaderno nacerían las palabras que después configurarían el cosmos  en su novela El gran Sertón: Veredas, publicada en 1956.
El gran Sertón: Veredas, es una historia que se desarrolla en la región conocida como Sertón en el Nordeste de Brasil. Sertón viene de desertao, o sea gran desierto. Y seguramente es el espejo que refleja la región del Chaco, en el hemisferio norte del continente.
El Sertón y el Chaco son territorios que no solamente comparten una geografía similar sino que a raíz de esta influencia del paisaje poseen rasgos similares en su espíritu y en su personalidad.
El sertanejo como el chaqueño, debe pulirse a sí mismo con las difíciles condiciones que ofrece su territorio. Así como en el Chaco se formaban tropas de cuatreros, los cuales eran confundidos con bandidos a pesar de que generalmente favorecían a los más pobres, el Sertón estaba recorrido por yagunzos, grupos de vaqueros armados muy parecidos a los cuatreros.
La historia es narrada por Riobaldo, un ex yagunzo, que cuenta su vida a un joven doctor que lo escucha por varios días. Riobaldo cuenta esencialmente sus aventuras, en verdad su aventura en este mundo. El enigma que guía el recorrido de su memoria es la duda de saber si hizo o no un pacto con el diablo. Y sobre todo  entender cuál es el significado de ese pacto. 
Riobaldo conmueve porque de él emergen todos los sentimientos del ser humano. Riobaldo es todos los hombres. Y mediante sus aventuras conocemos a personajes legendarios como Medeiro Vaz, Ze Bebelo o Titán Pasos. Cada uno sumergido en su propia lucha, cada uno protagonizando una leyenda que seguramente será olvidada.
Los personajes del Sertón se encuentran constantemente ante el tiempo, lo perciben como un abismo y por eso saben estar siempre presentes, siempre dispuestos a abandonar el mundo luchando. “Morir es una prueba de que se ha estado vivo” dijo Guimaraes Rosa, tres días antes de morir.
Las veredas, son lugares que aparecen en medio del desierto y tienen vegetación. Se podría decir que son oasis americanos. Las veredas se iluminan más porque se encuentran en medio del desolador Sertón. Gracias a ellas se puede tener ganado. Gracias a ellas existen los vaqueiros.
Guimaraes Rosa se definía a sí mismo como una paradoja, porque tenía dentro de sí los rastros del culto diplomático como el de un vaqueiro del Sertón. Él mismo afirmaba que además de los libros, quienes le enseñaron fueron sus vacas y caballos. Sentía en los ojos de los caballos, la tristeza del mundo.
Para él Riobaldo no era un personaje, era un hermano. Un hermano que elige cuál es el oro que cargará por el mundo. No se permite así mismo traicionar a nadie. Consagra la lealtad y la amistad y es capaz de darlo todo por eso.  Es eso lo que salva a Riobaldo, y es eso lo que lo condena también. Porque la mayor “vereda” que él conoce se llama Diadorín y es su compañero. Un compañero al que él entrega su vida. Asume su lucha, su venganza y su dolor. Habla de él como si estuviera enamorado, y es ahí, en el lugar de su redención donde siente la presencia del diablo. Riobaldo es la configuración gigantesca y coherente de una moral. Diadorín no encaja en él, pero no puede faltar. Esta contradicción lo mueve. Riobaldo descubre que su vida en esta tierra tiene un verdadero enigma. Un enigma propio, Diadorín.  
Se puede conocer fácilmente el carácter de un hombre por la relación que este mantiene con el idioma, le dijo Guimaraes Rosa a Guten Lorenz en 1965 en Génova. Esa entrevista es una verdadera maravilla y se la he recomendado a todo el que he podido. En ella se revela el humilde creador de esta maravillosa obra, así como la contradicción interior que la motiva.
Es tan maravilloso entender el valor que le daba Guimaraes Rosa a la relación con el idioma que, como diría Jaime Saenz, “da en qué pensar”.
Hoy en día estamos acostumbrados a decir cualquier cosa. La palabra no vale nada y por eso ha dejado de actuar en el mundo. La literatura, en su mejor expresión, intenta devolver a la palabra ya no ese poder sino por lo menos ese hilo que la une a un mundo que ya no convoca. La palabra ha perdido su poder y nosotros nuestro carácter.
En esa misma entrevista Guimaraes afirma que “Escrever é um processo químico; o escritor deve ser um alquimista. Naturalmente, pode explodir no ar. A alquimia do escrever precisa de sangue do coração”.

Por eso él dice que su compromiso es con el corazón. Allí es donde nacen las palabras y hierve el lenguaje. Para él cada palabra debería ser tratada como si fuera nueva. Por eso mismo en su prosa, las palabras son veredas, son animales desconocidos, son apuntes en cuadernos que están cumpliendo un destino. Por algo Guimaraes Rosa decía que el Sertón es su testamento espiritual.  

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