El destino de las palabras
Para evadir un poco el ambiente mundialista, el autor se queda en Brasil, pero en la voz de uno de sus más grandes autores.
Juan
Pablo Piñeiro
Aprovechando
que los ojos del mundo están en Brasil, he elegido escribir sobre uno de los
maestros más importantes que ha engendrado esa tierra: Joao Guimarães Rosa.
Nació
en Cordisburgo, Minas Gerais el 27 de junio de 1908. Médico de profesión,
poseía una gran habilidad para hablar otros idiomas, leía y escribía en más de
ocho y tenía nociones muy profundas de casi 20 lenguas más.
Muchos
de estos emprendimientos lingüísticos respondían a la necesidad de leer a sus
autores favoritos, como Goethe, en su idioma original. Además este movimiento
le permitía también expandir los cauces de su literatura, apropiándose no
solamente de conceptos, sino de gramáticas ajenas, las cuales inyectaba en el
portugués de su prosa.
Ejerció
una llamativa carrera como diplomático sobre todo porque le tocó ser embajador
de Brasil en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. En ese entonces, en un
acto de valentía ayudó a escapar a casi 50 perseguidos judíos y de esta manera
los salvó de la muerte.
Él
decía que como sertanejo, como vaqueiro, no podía soportar injusticias
en el mundo. Después retornó a su país y acompañado por un cuaderno de notas
recorrió como arriero la mayor parte del Sertón brasilero. En ese cuaderno
nacerían las palabras que después configurarían el cosmos en su novela El gran Sertón: Veredas, publicada en 1956.
El gran Sertón: Veredas, es una
historia que se desarrolla en la región conocida como Sertón en el Nordeste de
Brasil. Sertón viene de desertao, o sea gran desierto. Y seguramente es el
espejo que refleja la región del Chaco, en el hemisferio norte del continente.
El
Sertón y el Chaco son territorios que no solamente comparten una geografía
similar sino que a raíz de esta influencia del paisaje poseen rasgos similares
en su espíritu y en su personalidad.
El
sertanejo como el chaqueño, debe pulirse a sí mismo con las difíciles condiciones
que ofrece su territorio. Así como en el Chaco se formaban tropas de cuatreros,
los cuales eran confundidos con bandidos a pesar de que generalmente favorecían
a los más pobres, el Sertón estaba recorrido por yagunzos, grupos de vaqueros
armados muy parecidos a los cuatreros.
La
historia es narrada por Riobaldo, un ex yagunzo, que cuenta su vida a un joven
doctor que lo escucha por varios días. Riobaldo cuenta esencialmente sus
aventuras, en verdad su aventura en este mundo. El enigma que guía el recorrido
de su memoria es la duda de saber si hizo o no un pacto con el diablo. Y sobre
todo entender cuál es el significado de
ese pacto.
Riobaldo
conmueve porque de él emergen todos los sentimientos del ser humano. Riobaldo
es todos los hombres. Y mediante sus aventuras conocemos a personajes legendarios
como Medeiro Vaz, Ze Bebelo o Titán Pasos. Cada uno sumergido en su propia
lucha, cada uno protagonizando una leyenda que seguramente será olvidada.
Los
personajes del Sertón se encuentran constantemente ante el tiempo, lo perciben
como un abismo y por eso saben estar siempre presentes, siempre dispuestos a
abandonar el mundo luchando. “Morir es una prueba de que se ha estado vivo”
dijo Guimaraes Rosa, tres días antes de morir.
Las
veredas, son lugares que aparecen en medio del desierto y tienen vegetación. Se
podría decir que son oasis americanos. Las veredas se iluminan más porque se
encuentran en medio del desolador Sertón. Gracias a ellas se puede tener
ganado. Gracias a ellas existen los vaqueiros.
Guimaraes
Rosa se definía a sí mismo como una paradoja, porque tenía dentro de sí los
rastros del culto diplomático como el de un vaqueiro del Sertón. Él mismo
afirmaba que además de los libros, quienes le enseñaron fueron sus vacas y
caballos. Sentía en los ojos de los caballos, la tristeza del mundo.
Para
él Riobaldo no era un personaje, era un hermano. Un hermano que elige cuál es
el oro que cargará por el mundo. No se permite así mismo traicionar a nadie.
Consagra la lealtad y la amistad y es capaz de darlo todo por eso. Es eso lo que salva a Riobaldo, y es eso lo
que lo condena también. Porque la mayor “vereda” que él conoce se llama
Diadorín y es su compañero. Un compañero al que él entrega su vida. Asume su
lucha, su venganza y su dolor. Habla de él como si estuviera enamorado, y es
ahí, en el lugar de su redención donde siente la presencia del diablo. Riobaldo
es la configuración gigantesca y coherente de una moral. Diadorín no encaja en
él, pero no puede faltar. Esta contradicción lo mueve. Riobaldo descubre que su
vida en esta tierra tiene un verdadero enigma. Un enigma propio, Diadorín.
Se
puede conocer fácilmente el carácter de un hombre por la relación que este
mantiene con el idioma, le dijo Guimaraes Rosa a Guten Lorenz en 1965 en
Génova. Esa entrevista es una verdadera maravilla y se la he recomendado a todo
el que he podido. En ella se revela el humilde creador de esta maravillosa
obra, así como la contradicción interior que la motiva.
Es
tan maravilloso entender el valor que le daba Guimaraes Rosa a la relación con
el idioma que, como diría Jaime Saenz, “da en qué pensar”.
Hoy
en día estamos acostumbrados a decir cualquier cosa. La palabra no vale nada y
por eso ha dejado de actuar en el mundo. La literatura, en su mejor expresión,
intenta devolver a la palabra ya no ese poder sino por lo menos ese hilo que la
une a un mundo que ya no convoca. La palabra ha perdido su poder y nosotros
nuestro carácter.
En
esa misma entrevista Guimaraes afirma que “Escrever é um processo químico; o
escritor deve ser um alquimista. Naturalmente, pode explodir no ar. A alquimia
do escrever precisa de sangue do coração”.
Por eso él dice que su compromiso es con el
corazón. Allí es donde nacen las palabras y hierve el lenguaje. Para él cada
palabra debería ser tratada como si fuera nueva. Por eso mismo en su prosa, las
palabras son veredas, son animales desconocidos, son apuntes en cuadernos que
están cumpliendo un destino. Por algo Guimaraes Rosa decía que el Sertón es su
testamento espiritual.
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