Cómo escribir (más) mejor
A modo de presentación e invitación, el autor habla de su próximo libro pronto a lanzarse.
Ramón Rocha Monroy
(El Ojo de Vidrio)
Acaba de salir de imprenta el libro Consejos para escribir (más) mejor (Kipus, 2014) que será entregado
en breve y, aunque tarde, leo unas palabras confirmatorias nada menos que de
José Lezama Lima en un libro de entrevistas de antología.
Esos diálogos con José Lezama Lima editados en Cuba, en un
libro maravilloso que me trajo mi hija Camila, iluminan ese afán de dar
consejos formales para escribir. Mauriac, escritor francés católico y Premio Nobel
de Literatura decía cuán importante era la técnica o la estructura en el arte
de escribir y Lezama opina:
“Yo soy renuente a usar en literatura expresiones como
técnica o estructura. (…) De las técnicas se derivan leyes. Por el contrario,
un configurador de la expresión, un pintor, un escritor, tienen experiencia de
taller, la balanza secreta para la gravitación de cada palabra o de cada color.
Si mi novela ha podido desenvolverse ha sido por el desprecio de todas las
técnicas, de los clichés para construir novelas. Yo no tengo una técnica, yo no
recomiendo modos ni maneras, yo no tengo ningún parti-pris al enfrentarme con
la palabra”. Y aquí viene lo bello: “Tengo la alegría de ver las palabras como
peces dentro de la cascada”.
El maestro Ricardo Pérez Alcalá no creía en la inspiración;
pero si existe, decía, mejor que te pille trabajando. Lezama dice lo mismo: “la
disciplina o la continuidad de un escritor consiste en estar despierto a la
llegada no avisada de las horas privilegiadas”.
Aún más y cito: “desconozco totalmente lo que significan
hábitos prácticos en poesía o en prosa, y la frase bíblica ‘cómete este libro’,
tenía en mí una realidad. Leer era para mí una nutrición orgánica”.
Le preguntan si son placenteras las horas que dedica a
escribir y contesta: “yo no calificaría de placenteras ni de gimientes las
horas en que escribo, sino como algo que tiene que verificarse como un doble
que está afanoso de saltar de mi piel. La escritura es para mí un sortilegio
numeral. Como la extensión crea al árbol, la escritura me regala una escala, un
ejército de hormigas que se despliegan en una ciudad en la cual puedo pasar la
noche. En esa nueva ciudad puedo hablar o dormir, con palabras y gestos
parecidos a los míos habituales, pero que no son los mismos, que pueden
alejarse desmesuradamente o penetrar por mis ojos oscureciéndome de nuevo”.
Por último habla de la afición latinoamericana por la
palabra antes que por la acción. Tal como dice la Biblia, que en el principio
era el verbo, y el verbo estaba en Dios, y el verbo era Dios, Lezama añade: “el
latino ha sido siempre nombre del verbo; ha visto la acción a través del verbo,
mientras otras razas, como la sajona, se han quedado demoradas en la acción. En
este sentido, la búsqueda del verbo ha traído una gran comunicación entre los
humanos, en tanto que la búsqueda de la acción ha traído la dispersión y aun
hemos terminado en guerra por buscar la acción antes que el verbo”.
Le preguntan cómo definiría su estilo y Lezama dice: “¿Tengo
yo un estilo? ¿Se me puede considerar un escritor que tenga estilo? Lo que me
ha interesado siempre es penetrar en el mundo oscuro que me rodea. No sé si lo
he logrado con o sin estilo, pero lo cierto es que uno de los escritores que me
son más caros decía que el triunfo del estilo es no tenerlo”.
Las citas son de Ciro Bianchi Ross: Así hablaba Lezama Lima. Entrevistas. Colección Sur, La Habana,
2013.
Pues bien. En la solapa izquierda de los Consejos para escribir (más) mejor hay
una nota que define bien el contenido del libro y dice así:
Disuasoria
Narradores famosos se han tomado la molestia de codificar
sus consejos sobre cómo escribir (más) mejor, pero el encanto de estos radica
en no tomarlos en serio. Esa es la gracia de las letras: que estos consejos sirven
y no sirven, orientan y desorientan, llenan la cabeza y la vacían, de modo que
no hay verdad mayor que la de uno frente a la página en blanco, tan inerme como
cuando nació o cuando hizo esfuerzos por repetir su primera palabra.
De mí sé decir, como escucho en boca de doctos, que jamás
tomé en serio mi oficio de escritor, porque me pareció tan respetable como el de
un carpintero, un zapatero, un plomero, un albañil o un deportista, ocupaciones
en las cuales me declaro completamente inútil; pero, a fuerza de teclear,
sospecho que tengo alguna destreza en el comercio con las palabras.
No falta gente de buena voluntad que quiere hacer de mí una
persona distinguida y respetable. Tan no lo soy que algunos y algunas, muchos y
muchas no saben mi nombre: me dicen Manuel, Sixto, Monroy e incluso me cambian
de sexo, pero, eso sí, me identifican al tiro por mi chapa de periodista,
porque soy su amigo Ojo de Vidrio y me complazco en describirme como un
ciudadano de a pie, que goza de pedalear su bicicleta, vestirse a su aire y vivir
de alquiler mensual, como cualquier estudiante.
Invito a todos ustedes a leer las páginas que siguen por
puro placer y no para convertirse en literatos, que es lo peor que les podría ocurrir.
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