Héctor Abad Faciolince: “escribir es enajenarse”
El autor -periodista y escritor boliviano residente en Suecia- transcribe un encuentro con su admirado colega colombiano.
Carlos
Decker-Molina
Primavera
en Estocolmo significa, muchas veces, pleno sol, vientecillo frío y llovizna
implacable. En ese marco ambiental me fui a la Biblioteca Real, la más grande y
completa de Suecia, a escuchar un diálogo del escritor colombiano Héctor Abad
Faciolince con Joan Álvarez, director del Instituto Cervantes y, de ser
posible, no entrevistarlo sino platicar con él.
Por
un error en mi lectura de la invitación llegué a la biblioteca a las 17.00. La
empleada me miró con sorpresa pero me dejó pasar y me previno que había que
esperar en un hall, pues el anfiteatro se abriría en una hora, “hay un fotógrafo
que llegó antes que tú” me dijo con una sonrisa rubia y una mirada de aguas de
lago sueco.
No
terminé de encender mi tableta para leer algún chisme de las redes sociales
cuando escuché un español con matices colombianos y ahí estaba frente a mí
Héctor Abad Faciolince que, sin más se acercó al haber detectado (me lo dijo
más tarde) que tenía su libro entre mis pertenencias circunstanciales.
Le
conté que su novela El olvido que seremos
es un regalo de una periodista colombiana que fue mi alumna en un curso para
colegas latinoamericanos en 2007-8; tomó el ejemplar en sus manos abrió una
página y escribió:
“Para Carlos Decker Molina colega periodista y
primer lector que encuentro en Estocolmo”. ¿Qué te pareció? me dijo al
devolverme el volumen.
Héctor
podría ser mi hijo de un casorio prematuramente adolescente. Tardé en
responderle por el respeto que le tengo a su literatura e hice una escapada
hacia adelante:
“Era
una madrugada veraniega, con ese sol sueco de las dos de la madrugada que no deja
dormir, cuando llegué a la página 243, en la que relatas en asesinato de tu
padre…, lloré”, le conté y le cité de memoria el párrafo pertinente:
“¿Alcanzó
a verlos mi papá, supo que lo iban a matar en ese instante? Durante casi 20
años he tratado de ser él ahí, frente a la muerte, en ese momento”.
Héctor
me miró casi con ternura: “Hermano” , me dijo y saltó otro párrafo dicho de
memoria por el autor: “no sé si en la penúltima página escribo que todos somos
hermanos, en cierto sentido, porque lo que pensamos o decimos se parece, porque
nuestra manera de sentir es casi idéntica, espero tener en ustedes, lectores,
unos aliados, unos cómplices, capaces de razonar con las mismas cuerdas en esa
caja oscura del alma, tan parecida en todos, que es la mente que comparte
nuestra especie”.
Todos
tenemos memoria -le dije- pero con significados distintos, ¿qué es para ti la
memoria? “Es la historia cultural del ser humano. Alguien dijo que somos unos
enanos encaramados en los hombros de unos gigantes. Ese gigante es la memoria”;
cuando iba a seguir la línea de su opinión, alguien lo saludó con atildamiento.
Era un funcionario de la embajada, también me saludó y lo se lo llevó; pero
Héctor se volvió y en su mirada leí el interés por volver.
Mientras
lo esperaba recordé que El olvido que
seremos es un libro que desborda el amor confeso, un amor desbordante que
derivaría en impúdico y en una literatura de excesos de no estar escrito con la
maestría de Héctor, que tiene por herencia el dolor y el amor.
“Hay
mucha gente que considera mi libro como una denuncia”, me dijo a su retorno y
siguió razonando: “las denuncias están bien para el periodismo o para los
defensores de los derechos humanos. Quizá una historia íntima sea la mejor
forma de escribir una denuncia, sin que lo parezca”.
Como
queriendo eludir el tema, me preguntó si leí otros de sus libros. Le dije que El olvido… fue el primero y Basura, el segundo (entre el día de mi
charla con Héctor y el día en que escribo estas líneas leí Angosta a sugerencia de un colega boliviano y está a la espera, El tratado culinario para mujeres tristes,
que había sido escrito en su lecho de enfermo). Me obligó a cambiar de tema y
por eso le pregunté cómo surgió la idea de Basura.
Héctor
rió, se pasó la mano por su cabellera como arreglándola y me dijo: “Me enteré
del Primer Premio Casa de América de Narrativa Innovadora y supe que uno de los
jurados sería Roberto Bolaño y mandé Basura
y… gané”
Basura
analiza las relaciones entre escritura y lectura desde la originalidad de
vincular a la literatura con lo inservible, “sobrados de un mediocre banquete”.
Se trata de la curiosidad de un vecino que tiene acceso a los relatos de un
novelista fracasado: Davanzati, que tira a la basura sus originales una vez
escritos. Estos desperdicios conforman luego un muestrario de estilos
literarios de un escritor que trabaja para nadie.
Los
tres libros de Abad Faciolince los he leído con facilidad gracias a su
narrativa casi periodística, una profesión que sigue practicando y de la que dice
que tiene dos cosas importantes: “la unidad del trabajo cotidiano y la
curiosidad diaria”. Coincidimos en que la escritura es un oficio y en algunos
casos -los más en América latina- conlleva el riego sobre todo cuando de opinar
se trata.
Otra
característica de las novelas de Héctor Abad Faciolince es que no pueden
clasificarse dentro el mismo molde, una puede ser testimonial (El olvido…), otra innovadora (Basura) y Angosta, una suerte de ciencia ficción socio-política.
“¿Es
tu literatura una hibridación?”. “Creo que hay dos tipos de escritores, los que
escriben variaciones sobre un mismo tema -pasa no solo en la escritura, ahí
tienes el caso de Botero y sus gordas- y el que escribe el mismo libro como
Rulfo, en parte García Márquez o escritores que buscan como Calvino. Hay gente
más fiel a sus obsesiones. Otros nos aburrimos y somos infieles. Ni una
tesitura ni la otra es garantía de nada”.
Me
pareció que entró en trance porque siguió hablando de literatura: “escribir es
enajenarse, salirse de uno mismo, pero luego hay que ensimismarse, porque
escribir es un oficio en solitario. No te fíes de la fantasía. Hay que tener
capacidad de observación, oír lo que dicen los demás”.
Lo
interrumpí y sin pedirle disculpas que, iban inmersas en el tono de mi voz,
volví al Olvido que seremos. “Reflexionaste
casi 20 años antes de escribir ese entrañable texto sobre tu padre. ¿Hubo una
circunstancia particular o fue reflexión
a secas?”.
“No,
ninguna circunstancia especial, fue constancia de años. Pues intenté una y otra
vez sin éxito, pero nunca dejé de intentarlo. Un día me di cuenta de que había
hallado el tono adecuado. Adecuado, al menos, para llegar hasta el final de la
historia”.
El
sol de la primavera sueca iluminó el recinto. Alguien casi ordenó que
ingresáramos en el anfiteatro. Ya adentro se escuchó que una mujer probaba el sistema
de audio. El escritor y el director el Instituto Cervantes se sentaron en los
sillones y todo comenzó con las pronunciaciones del apellido Faciolince, ¿la
italiana o la española?... que sería como preguntar ¿la toscana o la
castellana? El escritor dijo como “suena”. Las luces se opacaron, silencio,
etc.
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