jueves, 5 de junio de 2014

Staccato

Simeón Roncal, la cueca en su máxima expresión


Una breve reseña del origen y las características de la cueca boliviana, a través de uno de sus máximos cultores.



Pablo Mendieta Paz

Existe un sinnúmero de hipótesis acerca del origen y evolución de la cueca. Hay quienes  encuentran en ella una posible influencia amerindia, y otros, un ascendiente español estrechamente emparentado con la danza árabe llegada a la Península Ibérica hacia el año 700.
Si se presta atención a que los árabes permanecieron durante ocho siglos en territorio español, es lógico suponer -y más aún, asegurar- que la idiosincrasia y cultura de los pueblos árabes marcaron indeleblemente las características y costumbres del territorio ibérico, manifestadas -en su rango artístico-, tanto en la danza, en el canto, en el uso de instrumentos originarios, así como en la edificación de monumentos y edificios arquitectónicos de espléndidas formas arábigas. 
Si bien esta teoría es la más verosímil históricamente, otros estudiosos de la cueca hallan su raíz en la zamacueca, tradicional y arcaico género musical de Perú introducido por gitanos, mulatos y esclavos negros de Angola. Tal estilo musical provendría a su vez de la jota aragonesa, entendida como el baile en pareja, y de la jota andaluza, cuyo rasgo distintivo es el zapateo y fandango.
Precisamente porque todos estos géneros o estilos de una u otra forma se hallan asociados entre sí, es evidente que del acoplamiento de ellos nació la cueca tal como hoy la conocemos: un baile de parejas sueltas, hombre y mujer, que provistos de un pañuelo en la mano derecha dibujan toda suerte de figuras con vueltas y revueltas adornadas de insinuantes requiebros.
En líneas generales, las cuecas colombiana, peruana, argentina, chilena o boliviana gozan de las mismas fuentes, aunque en sí mismas difieren por la naturaleza de cada país (incluso por las características de sus propias ciudades o poblaciones); o por las coreografías, si bien en todas ellas el ritmo es semejante.
Acerca de las modalidades de cueca existentes en Bolivia, hay tal variedad de formas que es posible apreciar diferencias en el vestuario, en el desplazamiento, y en la manifestación misma de la danza, dependiendo del temperamento que caracteriza al habitante de nuestra variada geografía. Oportuno es mencionar que musicólogos de diversas nacionalidades han conceptuado a la cueca de nuestro país como la de mayor expansión y riqueza en Latinoamérica.
Según los expertos, la expresión más antigua y fielmente preservada de las danzas coloniales de salón es la cueca chuquisaqueña. De cualidad “valseada”, ritmo riguroso y elegantes atuendos, su música es pródiga y fértil en elegancia y expresión, en carácter y atmósfera, y sujeta a una infinidad de variantes que enlazadas a una precisión y regularidad en el tempo permiten la creación de melodías pulcramente armonizadas.
Si se está hablando de la especie común de la cueca chuquisaqueña, cuya exposición encuentra eco en una forma musical reducida y fácil, pero de una pureza y sustancias íntimas que hacen de ella un danzado impecable en estructura, surge con absoluta nitidez la figura de Simeón Roncal, músico chuquisaqueño nacido en 1870 y muerto en La Paz en 1953, quien, apercibido de este connatural y profundo patrimonio de música popular, fue uno de los creadores -el más sobresaliente- que dedicó, como fecundo compositor y renombrado pianista, todo su bagaje artístico a la creación y perfección de la cueca.
Opuestamente a Eduardo Caba, artista que en momentos de mayor inspiración creadora se manifestó como un innovador del indigenismo nacionalista, Roncal, compenetrado estrechamente del ímpetu y sensibilidad populares, concentró su música en grupos sociales mayoritarios situándola en el marco de un “nacionalismo pionero” hondamente social.
Fue por ese principio que compuso melodías de alto vuelo musical y compleja escritura, que magistralmente enlazó a ese colectivo popular como un recurso encaminado a que la cueca transformada por sus manos en música culta no se deteriorara y perdiera su naturaleza mística, íntima, pura.
Sin embargo, se esforzó en sus obras en buscar una expresión más amplia de su propia individualidad, motivado por su propósito de engrandecer la cueca a la jerarquía que ostentaban formas musicales mayores.
En ese empeño, escribió veinte cuecas de delicada y valiosa textura; auténticas fantasías de brillante estilo y libre romanticismo que revelan una técnica elevada y un grado de perfeccionamiento singularizado por pulimento de frases, adición y supresión de acordes, y otras peculiaridades de depuración que ya habían vislumbrado como una suerte de sello personal sus maestros Emilio Gott, español, y el potosino Eduardo Berdecio.
En La brisa, El olvido, Impresiones, El arroyo, o La ausencia, se define la tendencia de Roncal al perfeccionismo moldeando estructuras de abundante contenido en espacios muy reducidos. Tales estructuras, elaboradas a base de una fórmula monotemática y variaciones, conforman el motivo central que se repite, o el leitmotiv de su música. Tal prototipo de creación se manifiesta profusamente en Huérfana Virginia -tal vez su obra prominente-, en la que plenamente patentiza su extraordinaria técnica.
Al analizar y escuchar Huérfana Virginia, es posible advertir desde sus primeros compases el talento y alta escuela de Simeón Roncal. En la primera parte de esta deslumbrante cueca define con maestría la exposición del tema y lo amplía a variaciones de cuatro compases en la segunda.
Una vez planteado y desarrollado su “argumento creativo”, agrega otros cuatro compases con el propósito de acrecentar los recursos sonoros de la bella melodía principal, con lo cual llega a establecer un ajustado equilibrio de las partes que desemboca, a su conclusión, en acordes amplificados de formidable efecto tímbrico.
No sólo que Simeón Roncal elevó la cueca a espacios eminentes, sino que, versátil, se acomodó a la creación de kaluyos (género romántico evolucionado a partir del huayño), marchas, himnos, bailecitos y a la marcha fúnebre, célebre creación inspirada en el redoble de campanas de la Catedral de Sucre.
Auténtico y soberbio en toda su inspiración musical, nuestro país rescata de sus personalidades artísticas a un compositor que transportó a la cueca boliviana hacia todos los confines de Latinoamérica.

Ampliamente reconocido, Simeón Roncal fue un artista doblemente admirable porque, creador y reformador, no se vistió con galas de nadie ni empleó palabras de otros. Su lenguaje musical es único, excepcional, y de exquisita concepción. 

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