Simeón Roncal, la cueca en su máxima expresión
Una breve reseña del origen y las características de la cueca boliviana, a través de uno de sus máximos cultores.
Pablo Mendieta Paz
Existe un sinnúmero de hipótesis acerca del origen y
evolución de la cueca. Hay quienes
encuentran en ella una posible influencia amerindia, y otros, un
ascendiente español estrechamente emparentado con la danza árabe llegada a la
Península Ibérica hacia el año 700.
Si se presta atención a que los árabes permanecieron durante
ocho siglos en territorio español, es lógico suponer -y más aún, asegurar- que
la idiosincrasia y cultura de los pueblos árabes marcaron indeleblemente las
características y costumbres del territorio ibérico, manifestadas -en su rango
artístico-, tanto en la danza, en el canto, en el uso de instrumentos
originarios, así como en la edificación de monumentos y edificios
arquitectónicos de espléndidas formas arábigas.
Si bien esta teoría es la más verosímil históricamente,
otros estudiosos de la cueca hallan su raíz en la zamacueca, tradicional y
arcaico género musical de Perú introducido por gitanos, mulatos y esclavos
negros de Angola. Tal estilo musical provendría a su vez de la jota aragonesa,
entendida como el baile en pareja, y de la jota andaluza, cuyo rasgo distintivo
es el zapateo y fandango.
Precisamente porque todos estos géneros o estilos de una u
otra forma se hallan asociados entre sí, es evidente que del acoplamiento de
ellos nació la cueca tal como hoy la conocemos: un baile de parejas sueltas,
hombre y mujer, que provistos de un pañuelo en la mano derecha dibujan toda
suerte de figuras con vueltas y revueltas adornadas de insinuantes requiebros.
En líneas generales, las cuecas colombiana, peruana,
argentina, chilena o boliviana gozan de las mismas fuentes, aunque en sí mismas
difieren por la naturaleza de cada país (incluso por las características de sus
propias ciudades o poblaciones); o por las coreografías, si bien en todas ellas
el ritmo es semejante.
Acerca de las modalidades de cueca existentes en Bolivia,
hay tal variedad de formas que es posible apreciar diferencias en el vestuario,
en el desplazamiento, y en la manifestación misma de la danza, dependiendo del
temperamento que caracteriza al habitante de nuestra variada geografía.
Oportuno es mencionar que musicólogos de diversas nacionalidades han
conceptuado a la cueca de nuestro país como la de mayor expansión y riqueza en
Latinoamérica.
Según los expertos, la expresión más antigua y fielmente
preservada de las danzas coloniales de salón es la cueca chuquisaqueña. De
cualidad “valseada”, ritmo riguroso y elegantes atuendos, su música es pródiga
y fértil en elegancia y expresión, en carácter y atmósfera, y sujeta a una
infinidad de variantes que enlazadas a una precisión y regularidad en el tempo
permiten la creación de melodías pulcramente armonizadas.
Si se está hablando de la especie común de la cueca
chuquisaqueña, cuya exposición encuentra eco en una forma musical reducida y
fácil, pero de una pureza y sustancias íntimas que hacen de ella un danzado
impecable en estructura, surge con absoluta nitidez la figura de Simeón Roncal,
músico chuquisaqueño nacido en 1870 y muerto en La Paz en 1953, quien,
apercibido de este connatural y profundo patrimonio de música popular, fue uno
de los creadores -el más sobresaliente- que dedicó, como fecundo compositor y
renombrado pianista, todo su bagaje artístico a la creación y perfección de la
cueca.
Opuestamente a Eduardo Caba, artista que en momentos de
mayor inspiración creadora se manifestó como un innovador del indigenismo
nacionalista, Roncal, compenetrado estrechamente del ímpetu y sensibilidad
populares, concentró su música en grupos sociales mayoritarios situándola en el
marco de un “nacionalismo pionero” hondamente social.
Fue por ese principio que compuso melodías de alto vuelo
musical y compleja escritura, que magistralmente enlazó a ese colectivo popular
como un recurso encaminado a que la cueca transformada por sus manos en música
culta no se deteriorara y perdiera su naturaleza mística, íntima, pura.
Sin embargo, se esforzó en sus obras en buscar una expresión
más amplia de su propia individualidad, motivado por su propósito de
engrandecer la cueca a la jerarquía que ostentaban formas musicales mayores.
En ese empeño, escribió veinte cuecas de delicada y valiosa
textura; auténticas fantasías de brillante estilo y libre romanticismo que
revelan una técnica elevada y un grado de perfeccionamiento singularizado por
pulimento de frases, adición y supresión de acordes, y otras peculiaridades de
depuración que ya habían vislumbrado como una suerte de sello personal sus
maestros Emilio Gott, español, y el potosino Eduardo Berdecio.
En La brisa, El
olvido, Impresiones, El arroyo, o La
ausencia, se define la tendencia de Roncal al perfeccionismo moldeando estructuras
de abundante contenido en espacios muy reducidos. Tales estructuras, elaboradas
a base de una fórmula monotemática y variaciones, conforman el motivo central
que se repite, o el leitmotiv de su música. Tal prototipo de creación se
manifiesta profusamente en Huérfana
Virginia -tal vez su obra prominente-, en la que plenamente patentiza su
extraordinaria técnica.
Al analizar y escuchar Huérfana
Virginia, es posible advertir desde sus primeros compases el talento y alta
escuela de Simeón Roncal. En la primera parte de esta deslumbrante cueca define
con maestría la exposición del tema y lo amplía a variaciones de cuatro
compases en la segunda.
Una vez planteado y desarrollado su “argumento creativo”,
agrega otros cuatro compases con el propósito de acrecentar los recursos
sonoros de la bella melodía principal, con lo cual llega a establecer un
ajustado equilibrio de las partes que desemboca, a su conclusión, en acordes
amplificados de formidable efecto tímbrico.
No sólo que Simeón Roncal elevó la cueca a espacios
eminentes, sino que, versátil, se acomodó a la creación de kaluyos (género
romántico evolucionado a partir del huayño), marchas, himnos, bailecitos y a la
marcha fúnebre, célebre creación inspirada en el redoble de campanas de la
Catedral de Sucre.
Auténtico y soberbio en toda su inspiración musical, nuestro
país rescata de sus personalidades artísticas a un compositor que transportó a
la cueca boliviana hacia todos los confines de Latinoamérica.
Ampliamente reconocido, Simeón Roncal fue un artista
doblemente admirable porque, creador y reformador, no se vistió con galas de
nadie ni empleó palabras de otros. Su lenguaje musical es único, excepcional, y
de exquisita concepción.
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