For export
No
son pocas las obras de arte que, últimamente en La Paz, ejercen un lenguaje y
un mundo violentos. El desafío, sin embargo, no parece ser el qué llevar a la
escena, sino el cómo hacernos sensibles hoy -con el cinismo que campea-, de
manera que advirtamos las zonas de realidad que no queremos/podemos ver ni
mucho menos evitar.
Conforme
a este propósito, la obra en cuestión -la pieza teatral For export, de Antonio
Torres- nos obliga a abrir los ojos para asistir, sin anestesia y con una
estética naturalista, a nada menos que el mercado de órganos humanos. Se trata
de un teatro social que localiza en un simple puesto de carne del mercado, la
venta clandestina de carne humana.
En
este sórdido mundo, conviven la más trivial cotidianidad y el más torpe
siniestro. Cada personaje porta, en consecuencia, un lado humano y otro
monstruoso; a excepción de dos: una mujer que habita sólo la sombra que la
cambió de víctima en victimaria, y un ayudante de maestro carnicero espantado pero
“inocente”, en medio del negocio.
El
libreto encuentra sus primeros tropiezos en ese inconstante doble fondo, pues
al no mantener ambas caras en todos los personajes hace inverosímiles o
abusivos a los que portan una sola cara.
La
actuación también es desigual pues todo el peso actoral se recarga en Roque
(Bernardo Arancibia) y Checho (Mauricio Toledo), ambos destacables en sus
papeles. Muy atrás quedan Débora (Francia Oblitas), el ayudante y el extranjero
(Luis Caballero y Luis García).
Otro
elemento que abre el hambre pero no la consuma es el uso del espacio. La
primera parte de la obra transcurre con un doble fondo: el de atrás, velado por
una cortina oficia de lo que podríamos llamar el inconsciente social, donde
oímos a la asesina amenazar, gozar y matar a sus víctimas; adelante, la
carnicería, el tiempo diurno, los negocios a la vista.
Cuando
Débora pasa del espacio posterior al anterior, todo cae un poco: no lleva la
oscuridad a la luz del puesto, sino que acaba narrando excesivamente, lo que debió
mostrarse como acción, para diseñar a un personaje poco consistente. Asimismo,
en ese espacio visible se oye la conversación de Roque con Sánchez para
agenciarse un corazón de niño para su hijo enfermo. El puesto deviene en escena
del crimen, la muerte toma primer plano, pero en el camino se pierde toda la
riqueza simbólica y sugerente de los espacios divididos.
Finalmente,
señalamos lo valioso de una estética que no da tregua ni refugio, que obliga a
mirar la trata de personas y de órganos que sucede en nuestro medio sin que
queramos o sepamos qué hacer al respecto.
Excesiva,
shoqueante, de mal gusto para algunos, para otros una despiadada manera de
mirar lo real... esta obra sin duda nos deja con mal sabor de boca y mucho
remordimiento social.
El
riesgo político, no obstante, sobrepasa el riesgo estético. Sin embargo, como
el teatro se va haciendo al andar, confiamos en que en el camino se potencien
sus logros, para que oír la historia desde el asesino o vendedor o comprador
nos haga visibles, por fin, a los cuerpos que ya nada dirán.
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