jueves, 19 de junio de 2014

Escuela de espectadores

For export


Mónica Velásquez

No son pocas las obras de arte que, últimamente en La Paz, ejercen un lenguaje y un mundo violentos. El desafío, sin embargo, no parece ser el qué llevar a la escena, sino el cómo hacernos sensibles hoy -con el cinismo que campea-, de manera que advirtamos las zonas de realidad que no queremos/podemos ver ni mucho menos evitar.
Conforme a este propósito, la obra en cuestión -la pieza teatral For export, de Antonio Torres- nos obliga a abrir los ojos para asistir, sin anestesia y con una estética naturalista, a nada menos que el mercado de órganos humanos. Se trata de un teatro social que localiza en un simple puesto de carne del mercado, la venta clandestina de carne humana.
En este sórdido mundo, conviven la más trivial cotidianidad y el más torpe siniestro. Cada personaje porta, en consecuencia, un lado humano y otro monstruoso; a excepción de dos: una mujer que habita sólo la sombra que la cambió de víctima en victimaria, y un ayudante de maestro carnicero espantado pero “inocente”, en medio del negocio.
El libreto encuentra sus primeros tropiezos en ese inconstante doble fondo, pues al no mantener ambas caras en todos los personajes hace inverosímiles o abusivos a los que portan una sola cara.
La actuación también es desigual pues todo el peso actoral se recarga en Roque (Bernardo Arancibia) y Checho (Mauricio Toledo), ambos destacables en sus papeles. Muy atrás quedan Débora (Francia Oblitas), el ayudante y el extranjero (Luis Caballero y Luis García).
Otro elemento que abre el hambre pero no la consuma es el uso del espacio. La primera parte de la obra transcurre con un doble fondo: el de atrás, velado por una cortina oficia de lo que podríamos llamar el inconsciente social, donde oímos a la asesina amenazar, gozar y matar a sus víctimas; adelante, la carnicería, el tiempo diurno, los negocios a la vista.
Cuando Débora pasa del espacio posterior al anterior, todo cae un poco: no lleva la oscuridad a la luz del puesto, sino que acaba narrando excesivamente, lo que debió mostrarse como acción, para diseñar a un personaje poco consistente. Asimismo, en ese espacio visible se oye la conversación de Roque con Sánchez para agenciarse un corazón de niño para su hijo enfermo. El puesto deviene en escena del crimen, la muerte toma primer plano, pero en el camino se pierde toda la riqueza simbólica y sugerente de los espacios divididos.
Finalmente, señalamos lo valioso de una estética que no da tregua ni refugio, que obliga a mirar la trata de personas y de órganos que sucede en nuestro medio sin que queramos o sepamos qué hacer al respecto.
Excesiva, shoqueante, de mal gusto para algunos, para otros una despiadada manera de mirar lo real... esta obra sin duda nos deja con mal sabor de boca y mucho remordimiento social.

El riesgo político, no obstante, sobrepasa el riesgo estético. Sin embargo, como el teatro se va haciendo al andar, confiamos en que en el camino se potencien sus logros, para que oír la historia desde el asesino o vendedor o comprador nos haga visibles, por fin, a los cuerpos que ya nada dirán. 

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