Versos y ríos, reflejos
Pequeñas pero contundentes pistas y muestras, le valen y sobran al autor para pintar un cautivador panorama de la poética china.
Juan Cristóbal Mac Lean E.
Volvamos al poema de Wang Wei, el pintor-poeta adepto al budismo Chan
(Zen en japonés) que habíamos visto en la anterior entrega. Recordémoslo, ahora
en una traducción de Keneth Rexroth (muy literalmente retraducida al español)[1]:
En lo hondo de la montaña silvestre. En lo hondo de la montaña desierta / donde nadie
viene nunca / solo de vez en cuando / algo como el sonido de una lejana voz /
los rayos bajos del sol / se deslizan a través del bosque oscuro, / y otra vez
brillan tenues sobre el sombreado musgo[2].
Afortunado regalo, cuando ya estaba casi terminado este mismo artículo,
me llegó el libro Poesía china,
antologada y traducida al español por Guojian Chen (Editorial Tran, Madrid
2006). En él se encuentra otra versión de nuestro poema y que intercalo:
En el jardín de los ciervos. Desierto el monte. / No se ve gente, / más se oyen
voces. / Lo hondo del bosque. / Unos rayos ponientes. / De nuevo resplandece /
el musgo verde.
En una primera aproximación pareciera tratarse nada más que de un poema
vagamente descriptivo, aunque su final, como lo constata cualquier versión,
lleva sutilmente dispuesto como un pequeño golpe de efecto, un efecto que de
pronto tiene lugar. Para François Cheng, de quien vimos una traducción al
francés, se trata de un paseo que es al mismo tiempo una experiencia espiritual
del vacío y la comunión con la naturaleza. Al ver el rayo de sol iluminar el
musgo, este ver “significa la iluminación y comunión profunda con la esencia de
las cosas”.
Habíamos visto, también, otra traducción de Octavio Paz, gran conocedor
de la poesía china. Para él “la luz poniente de Wang Wei poseía una
significación muy precisa. Alusión al Buda Amida: al caer la tarde, el adepto
medita y, como el musgo del bosque, recibe la iluminación. Poesía perfectamente
objetiva, impersonal (…). En lugar de humanizar al mundo que nos rodea, el
espíritu oriental se impregna de la objetividad, pasividad e impersonalidad de
los árboles, las yerbas y las peñas para así, impersonalmente, recibir la luz
imparcial de una revelación también impersonal. Sin perder su realidad de
árboles, piedras y tierra, el monte y el bosque de Wang Wei son emblemas de la
vacuidad”.
Como se ve, tras esa relativa simpleza con que se presentaba el poema, se
escondía una inusitada profundidad y una riqueza que necesitó de oídos muy finos
y entrenados para ser captada. ¿Ocurre siempre así con la poesía china, se da
siempre esa aparente o franca simpleza, mientras algún momento ocurre como un
tenue clic (si eso) que arrojara una nueva luz sobre el conjunto?
Así es. Si se lee de corrido por ejemplo esa citada antología traducida
al español o la antología de la poesía Tang de F. Cheng, o incluso la gran
cantidad de traducciones de Rextroth o Burton Watson disponibles en internet,
puede incluso uno, en un primer momento, salir con la impresión de que no
sucede gran cosa. Acostumbrados como estamos a todo tipo de espectacularidades
o profundidades incluso trágicas, aquí pareciéramos, más bien, haber entrado a
un mundo que a veces nos deja con sabor a poco, en el que reina lo
aparentemente soso o muy apenas insinuado. Incluso temas y paisajes se repiten
incansablemente, como si se tratara siempre de variantes, variaciones, sobre
una misma melodía secreta. Montes, ríos, barcas y la luna, el vino, el cielo,
el alejado puesto de batalla y las batallas, la lluvia o la soledad de la joven
esposa abandonada…
Habíamos empleado la palabra soso. François Julien, ese gran filósofo y
sinólogo francés, tiene otra mejor: lo insípido. Uno de sus siempre hermosos
libros se llama, justamente, Elogio de lo
insípido, aunque ese tomo trata, sobre todo, de la pintura china. Pero que
de momento quede apuntado, nada más, el término de insipidez, que ya volveremos
a detenernos en él más largamente.
Mal que mal, sirviéndonos de un solo poema y algunas versiones, más los
comentarios de Cheng y Paz, siquiera alguna muy precaria idea ya nos habremos
hecho de la poesía china. Para nosotros se trataría, esencialmente, de
acercarnos a tal poesía, en la especifidad que logremos captar de ella, y ver
cómo responde a esas preguntas iniciales que guían todo este recorrido: ¿Qué comprende la poesía? ¿Qué es
comprenderla, cómo comprenderla?
Y resulta, sin que ello sorprenda a nadie, que hay mucha tela que cortar
en estos terrenos. Por ello, pues, y dado lo poco conocida que es la poesía a
la que quisiéramos (quizá vanamente) aproximarnos, dejemos por ahora unos
cuantos poemas más, para poder seguir mejor.
Otro gran poeta occidental que pasó varios años en China-Japón y fue
seducido por sus lenguas y poemas, es Paul Claudel. Cotejando traducciones
previas al francés y al inglés, sin un avanzado conocimiento de las lenguas originarias,
Claudel pasó al francés, hacia los años 30 del pasado siglo, muchos poemas preciosos.
Reproduzcamos un par en castellano:
Canto de guerra, de
Lu Lan: A través de la Luna Roja el vuelo de patos salvajes / “¡Rápido! El jefe
enemigo escapa… ¡es él!”. / Sobre su relinchante caballo, el héroe se lanza / a
perseguirlo ¡miradlo volar en un torbellino de polvo!
La flecha, de
Lu Lan: El héroe disparó una flecha en la noche / y ni el mundo entero al
frente / ni todos los innumerables ejércitos que duraron siglos tras mío /
bastarán para encontrarla.
Hasta
ahí Claudel. El tema de la traducción aún
volverá más tarde, forzosamente. Por ahora y para cerrar esta página, traduzco
del francés (de la versión de Cheng en L´écriture
poétique chinoise, Seuil 1996) un poema de Li Po y otro de Du Fu, esos dos
grandes clásicos del firmamento chino.
Grandes
amigos toda su vida, el uno era un bohemio, libre, bebedor y taoísta, mientras
el otro fue clásico, serio, confucionista y recatado. El primero murió, según
la leyenda, ebrio y queriendo atrapar la luna reflejada en el río Yang-Tse. El
segundo, abandonado y solo en una barca -en el río Yang-Tse.
Bebiendo bajo la
luna,
de Li Po (701-762): Entre las flores una jarra de vino / Bebo solo, sin un
amigo / Levanto mi copa y saludo a la luna: / Con mi sombra, somos tres / y
aunque la luna no beba / es en vano que me persigue la sombra / brindemos sin
embargo por sombra y luna / ¡La alegría solo dura una primavera! / Canto y la
luna se entretiene / danzo y mi sombra se desenlaza / despiertos, gozamos el
uno del otro / y ebrios cada cual sigue su camino…/ nos encontraremos por la
Vía Láctea: / ¡Hasta siempre vagar sin ligaduras!
Lamento por Chen
Tao
de Du Fu (712-770): La sangre de jóvenes venidos de diez rincones / llena los
fríos pantanos de Chen Tao / planicie inmensa, cielo desértico, los gritos se
han acallado: / cuarenta mil perecieron en un solo día. // Vuelven los
Tártaros, ensangrentadas las flechas / beben a gritos por la plaza del mercado /
la gente, yendo hacia el norte, los ojos llenos de lágrimas / día y noche
aguarda la llegada de las huestes.
[1] Se habla mucho de un verdadero matrimonio entre la poesía china y
la norteamericana, y cuando se citan los casos en que este matrimonio brilló
más, está Rexroth con traducciones, que, se dice, influyeron fuertemente en la
poesía norteamericana.
[2] Por una vez, se hace imprescindible recordar que si cualquier
lector deseara ver lo precedente, no tiene más que entrar a Patio Interior en
letrasietebolivia.blogspot.com.
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