Viscarra, una década
Un análisis frío y ecuánime de la literatura y del legado del autor paceño.
Sebastián
Antezana
Diez
años después de su muerte, causada por una cirrosis fulminante, Víctor Hugo
Viscarra se ha vuelto un ícono literario nacional. Pero, paradójicamente, hablar
de él hoy es quizás algo complicado o, por lo menos, algo complejo. Eso porque,
como pasa con algunos escritores, en cierto sentido su obra ha pasado a ser
secundaria respecto a su biografía: una vida accidentada y caracterizada por el
abuso de alcohol y una marginalidad extrema.
El
alcoholismo y la marginalidad, por otra parte, han sido figuras recurrentes en
la literatura boliviana desde mucho antes que Viscarra y, antes que él, Jaime
Saenz empezaran a conmover sensibilidades. Carlos Medinaceli y Armando
Chirveches, por citar solo dos autores, ya las habían explorado aunque
suscribiéndolas a espacios más rurales que citadinos.
Sin
embargo, el autor de Felipe Delgado se
lleva en esto la palma. Con la irrupción de su trabajo en las letras nacionales
se aprecian dos gestos notables: la consolidación literaria de un nuevo tipo de
habitante: el inmigrante aymara que del campo llega a la ciudad para
convertirse en centro de su periferia, y la creación de una -discutida pero
influyente- categoría sociológica y literaria: el grotesco social.
En
esta línea, una lectura ligera entiende a Viscarra como heredero de Saenz y a su
obra como caracterizada por los mencionados gestos notables. Pero en una
lectura más detenida las diferencias entre ambos se aprecian fácilmente. Los
libros de Viscarra muestran un proyecto muy distinto del saenziano.
Mientras
el último realiza una construcción en parte simbólica y abiertamente mística de
espacios como la ciudad, la noche y la muerte, el primero es mucho más concreto.
Mientras Saenz se ocupa de la poesía del lenguaje, Viscarra resulta prosaico y
de cortos vuelos.
Los
personajes de Saenz son marginales legendarios que muchas veces se entienden
mejor como figuras o arquetipos, mientras que los de Viscarra son -quieren ser-
construcciones profundamente realistas. Saenz habla de locos, magos, muertos,
borrachos, oficinistas y aparapitas, todos producto de una mirada abstracta y
poetizada del mundo, mientras que Viscarra delinea delincuentes, prostitutas,
borrachos, desesperados y muertos de hambre que viven furiosamente apegados a
la realidad, incapacitados de metáfora.
Los
de Viscarra son personajes marginados por -y en permanente campaña contra- la
sociedad, las instituciones públicas, el Gobierno, la Iglesia. Son personajes
que, lejos de preocupaciones por cualquier trascendencia y de afanes que
sobrepasen sus necesidades diarias, batallan contra enfermedades concretas como
la tuberculosis y el olvido, las úlceras y la soledad. Y están todos elaborados
a partir de un molde porque, en el fondo,
los personajes de Viscarra son uno solo, él mismo, multiplicado y
exhibido hasta el paroxismo.
Su
afán, como Viscarra mismo expresó en una entrevista que concedió al periódico
chileno La Nación, es el siguiente: “Vivo en mi mundo. Estoy por mi gente,
porque son mis delincuentes, son mis putas, mis maracos, mis mendigos, mis
ladrones. El único portavoz que ellos tienen soy yo. Para mí la escritura es
como una especie de desahogo. ¡Nunca esta maldita sociedad me ha dado algo!”.
Por
esa actitud y por una evidente vocación no solo de retratar sino de sumergirse
literaria y literalmente en las entrañas del submundo que habitaba -esa periferia
de la ciudad que constituyen ciertos barrios, especialmente la noche de ciertos
barrios paceños-, alguna prensa le puso un nombre quizás ocurrente, quizás
ingenuo: el Bukowski boliviano. Porque hay que destacar un hecho que en sí
mismo no valida la obra de Viscarra,
pero que pone en claro su fuerte compromiso literario: Víctor Hugo escribió
pese a ser un verdadero marginal, un completo desheredado. Sin casa ni familia,
se dedicó a rodar por y a escribir sobre las mismas calles que otros describen
desde sus cómodos departamentos. Llevando al extremo la recomendación de Zola, ese
dinosaurio del naturalismo, vivió antes de escribir y, lejos de cualquier vuelo
que lo alejara de lo que consideraba su verdadero ambiente, escribió solo sobre
lo que vivió.
Tras
su muerte, Manuel Vargas, su editor y amigo, le escribió un pequeño atinado
adiós: “Nadie podrá decir que Víctor Hugo Viscarra ha sido el gran escritor de
Bolivia; tal vez es curioso que él hubiera logrado escribir pese a las
condiciones con que sobrellevaba la vida. Ésa fue tal vez su mayor virtud,
porque Viscarra, entre otras cosas, tampoco era de familia, heredero de alguna
tradición intelectual. Era simplemente un escritor, alguien que sintió la
necesidad de narrar aquello que, de otra manera, nadie contaría…”.
Aparte
de reforzar el carácter testimonial de la escritura de Viscarra, este
comentario indica algo importante: no es uno de los grandes escritores de
Bolivia. Su obra, valiosa pero que no marca escuela, nace de una necesidad de
darle voz a los sin voz, lo que
es meritorio porque pone en relieve espacios, seres y dinámicas clásicamente
marginales. Pero en sus libros, más allá de ciertos giros y recurrencias
afortunadas, no se ve un trabajo especial con el lenguaje, ni se nota una
escritura que sobrepase la anécdota o esté interesada por develar lo que late
debajo de la fachada del intercambio social -es decir económico-, por más
grotesco que sea.
Su
proyecto hace de la vida callejera su centro absoluto y, al hacerlo, ajena a
otras fuerzas que no tienen que ver con aquello contenido en la epidermis de la
acción, resulta en ocasiones poco transcendente.
Pese
a eso, como sucede con autores de su tipo -leídos más como personajes que como
escritores-, Viscarra parece seguir teniendo resonancias después de la muerte.
Las cosas no se han enfriado en lo que respecta a Víctor Hugo. Tras una década
de su desaparición, se han agotado varias ediciones de sus libros en el país,
se han editado obras suyas en el extranjero -Borracho estaba pero me acuerdo se publicó en 2009 en España, en la
editorial Mono Azul, y en 2010 en la editorial argentina Libros del náufrago-,
decenas de artículos y estudios académicos se han escrito y se escriben sobre
su trabajo, que sigue suscitando interés, y los lectores jóvenes parecen no
olvidarlo. Y en este medio amurallado que es nuestro país, su presencia parece
no disiparse. Habrá que ver si su literatura, interesante aunque irregular,
hace otro tanto.
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