Mini guía para leer a Rubén columnista
Perdido viajero, el primero de tres tomos de la obra completa de Rubén Vargas, se presentará en Plural editores el lunes 23 de mayo, a las 19:30; y el jueves 26, en la Feria del Libro de Santa Cruz. Compartimos un fragmento del prólogo.
Rafael Archondo
Podemos
sentirnos afortunados. Rubén Vargas antes, en entregas quincenales, y ahora sus
compañeros de vida, mediante este libro, nos regalan una hilera de bocados,
piezas exquisitas zurcidas con letras para el goce expedito de los transeúntes
y allegados. Pase usted y sírvase con confianza.
Las
columnas de un amigo al que ya no vemos son hoy un pretexto no solo para
recordarlo, sino también para comprenderlo en su fase memorable y póstuma.
Rubén se ha ido, pero nos ha dejado una mina de palabras para explorar,
aquilatar y recuperar. He aquí este primer yacimiento organizado.
Sus
columnas llevan por nombre Perdido viajero, anteponiendo la pérdida a la
travesía. Son las paradas de un nómada extraviado que clava la vista con
aparente distracción, pero que de inmediato fractura al observado con la frase
resultante de lo visto.
Rubén
optó por errar, aunque muy pocas veces se equivoca. Como se sabe, errante no es
lo mismo que errado, y en este caso singular, los términos operan como
antónimos. Acierta nuestro viajero y a quienes deja perdidos es, en realidad, a
los que abandona en el camino, pobres en argumentos, sometidos al elemental
ridículo de sus afiladas reflexiones.
Las
palabras de Rubén se escribieron con pólvora diluida en tinta. Cada párrafo es
una explosión, un verbo que lacera sutilmente. Cuando uno acaba de digerir cada
pieza, entiende que el afectado ya no tiene salvación, que se ha producido un
derribo acelerado y compacto. Cada columna es una refutación bien detonada, un
disparo inapelable. De ese modo, Perdido viajero deja prestigios hechos
añicos a su paso y, claro, eso se agradece en un país que, como él escribe,
amenaza con convertirse en “mortalmente aburrido” dada la entronización de un
solo partido con su caudillo irrepetible en el palacio.
Rubén
cultiva el buen humor, aquel que acicalaba en privado, y que en sus años
finales decidió transformar en texto impreso. Dado que ésta pretende ser una
mini guía para leerlo en su fase de columnista, conozcamos rápidamente el
“método Rubén” de confección de una buena columna.
Empieza
desarrollando la ironía sin la menor demora, desde la primera letra. Así, toma
de inicio la argumentación oficial y la descompone. Una vez deshebrada la
lógica, aquella que quiere desnudar, nuestro autor deja expuestas sus
inconsistencias. Lo que procura con ello es un estallido controlado por el cual
las razones adversarias se suicidan con solo ser avistadas. De esa manera, los
dichos del poder acaban en el patíbulo, pero no por obra de su verdugo, sino
porque se revelan “truchos” por sí mismos y sin ayuda. Con la compresión del
lector y la prolijidad del columnista ha sido más que suficiente.
Perdido
viajero
disecciona ideas para mostrar los absurdos soliloquios del poder. Con ello, el
lector se relame y saborea. Cada columna garantiza carcajada y aplauso
consecutivo.
Vayamos
a un ejemplo para mostrar lo que Rubén hace con las palabras. Tomemos la pieza
“Los infiltrados” publicada el 5 de septiembre de 2010. Maestro de la ironía,
el autor finge adherirse al pensamiento gubernamental. Expone entonces, él
mismo, la teoría de la infiltración. La tesis de partida es que si el enemigo
es culpable de todos los males y ha desaparecido, entonces habría que esperar
que los males desaparezcan también. Pues resulta que no, que siguen ahí. Por
tanto la persistencia de los males solo puede explicarse, ya no por la
presencia del enemigo derrotado, sino por la de infiltrados en las filas
oficiales.
Rubén
expande las ideas ajenas hasta sus últimas consecuencias, tratando de rozar la
frontera con el absurdo. Agarra la tesis en cuestión y la pone a prueba hasta
que se desvencija sola. No la deforma ni la pone de cabeza, se limita a
mostrarla sin revoques ni retoques. En nuestro ejemplo, asegura que pensarlo
todo en clave de infiltración es útil porque exime de responsabilidades al
gobierno, el cual puede mostrarse como víctima de una silenciosa invasión
externa.
Cuando
la lógica comienza a tambalear, Rubén aporta dos ejemplos divertidos y letales
que terminan por tumbar los andamios adversarios: el fútbol y la borrachera de
un senador. El equipo perdió por tener “un infiltrado en la delantera” y el
legislador aparece como víctima de una misteriosa inoculación de alcohol que lo
hace cometer papelones, privado como está de su voluntad. La operación está
consumada, finge darle la razón al ridiculizado, se adueña de sus
planteamientos y, al momento de esgrimirlos, los hace estallar. No queda nada
(…)
(…)
Cuentan que cuando alguien elogiaba sus columnas en presencia de quienes lo
tenían que tolerar, se escuchaba lo siguiente:
“-Qué
bueno es el Rubén, es un gran columnista, ¿no?
-¿Sí?, pues si tanto te gusta, te lo
regalo...”.
Y
sí, gracias por aquel regalo, toda una prueba, aunque pasajera, de sentido
pluralista.
Seguimos
con nuestro viaje. Rubén nos ha abierto varias sendas, corresponde trazar los
mapas y orientarnos, aunque sin dejarse tentar por el sedentarismo.
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