martes, 31 de mayo de 2016

Ensayo

Cuentos de hadas


Apuntes sobre narrativa boliviana contemporánea que el autor leyó en un coloquio en la Feria del Libro de Santa Cruz.



Maximiliano Barrientos 

Cada vez que escucho a alguien hablar de Narrativa Boliviana Contemporánea, así, en mayúsculas, pienso que se está refiriendo a un partido político, a un equipo de fútbol, a una microempresa. El censor de las sospechas palpita, ahí, en la nuca, porque se asocia con un colectivo aquello que no es más que esfuerzos individuales llevados a cabo por ciertos hombres y mujeres que se ven en la necesidad de contar historias.
Intuyo peligro en agrupar esa amalgama de voces tan disímiles en un concepto identitario tan marcado. ¿Qué tipo de animal es la Narrativa Boliviana Contemporánea? ¿Cuáles son sus rasgos? ¿Cuáles son sus obsesiones y defectos? ¿Cuáles son sus taras y sus traumas? ¿Cuáles son los temas que debe explorar para que sea considerada boliviana?
Esto, lo reconozco, me incomoda, porque veo el riesgo de caer en la ideología. Hace no mucho, si no escribías sobre las minas no eras un escritor boliviano, o lo eras de una categoría inferior. Eras un escritor frívolo. Afirmar una barrabasada como esta ya ni siquiera resulta escandaloso, resulta estúpido, resulta sintomático de mentalidades pacatas, enfermas de sociología. Recordemos, sin embargo, que este criterio estuvo vigente hasta bien entrados los años 90.
Cuando juntan en una mesa a narradores que por una cuestión azarosa nacimos en Santa Cruz o en La Paz y nos proponen hablar sobre las “rutas, las posibilidades y los desafíos de la narrativa boliviana”, de una forma implícita nos inducen a reflexionar sobre la idea de un destino, un norte común donde supuestamente tiene que dirigirse la ficción escrita en este territorio tan dispar. Nos obligan a pensarnos como partes de una gran familia abstracta.
¿A dónde se dirige la Narrativa Boliviana Contemporánea? No lo sé, ni siquiera creo que sea importante este tipo de reflexión. Ni siquiera creo que sea perspicaz hablar de escritores, si no de libros. ¿Cuáles de los libros publicados en los últimos diez años son contundentes? ¿Cuáles abrieron brechas, sacudieron sensibilidades, enseñaron a leer de otra manera a la tradición? ¿Cómo dialogan o se pelean novelas como Click, de Christian Vera, con El lugar del cuerpo, de Rodrigo Hasbún, con Cuando Sara Chura despierte, de Juan Pablo Piñeiro? ¿Qué marcas de contacto o de divorcio muestran libros de cuentos como La región prohibida, de Fabiola Morales, con Desvelo, de Saúl Montaño?
En cualquier caso el trabajo, más que de videntes, debería ser de arqueólogos: hundirse en ese puñado de novelas y de cuentos y desentrañar sus conexiones, si las hubiera, o sus indisolubles diferencias. Desmontar sus maquinarias y evidenciar las capas de sus estructuras, sus velocidades y ondulaciones en el ritmo, las texturas y las imágenes que se cuelan en aquello tan misterioso que por no tener otro nombre denominamos estilo. Esa, sin embargo, no es una tarea que compete a narradores, compete a críticos. ¿Cuál es el estado de la crítica en Bolivia? Lamentable, este oficio murió hace tiempo o se encuentra en un coma profundo. Esta noche, debido a la limitación temporal, no me iré por esas ramas: voy a dejar a los muertos en paz.
Creo que la pregunta verdaderamente importante es la siguiente: ¿qué esperan los lectores de los libros escritos por los narradores bolivianos contemporáneos -esta vez en minúsculas-? ¿Se los lee tras las señas de esa gran entelequia que es el país? ¿Se leen las novelas y los cuentos publicados desde la primera mitad de la década del 2000 buscando cierta información especial sobre el Proceso de Cambio?
¿Qué sucede cuando algunos de esos libros no satisface el prejuicio de lo que supuestamente tiene que ser Bolivia? Reitero esta pregunta, me parece clave: ¿qué buscan los lectores al abrir un libro escrito por un paceño, un cochabambino, un tarijeño, un orureño o un cruceño? ¿Buscan lo mismo que cuando abren un libro escrito por un porteño o por un bogotano? ¿Todavía hay lectores que piensan que algunos escritores, debido a sus nacionalidades, pueden darse el lujo de ser universales mientras otros que, por haber nacido en países en desarrollo, están condenados a hacer lo que Frederick Jameson denominó “alegorías nacionales”?
Y qué sucede con la otra cara de esta disyuntiva: siendo autores bolivianos, ¿cuán grande es la tentación de ceder ante lo exótico sabiendo que hay tantas expectativas por la narrativa de una Bolivia salvaje, originaria y no globalizada?
Reitero: ¿qué debe esperar el lector de una novela escrita por un boliviano nacido a mediados de los 70 o principios de los 80? Yo creo que debería esperarlo todo. ¿Qué le debe exigir el lector a un libro escrito por un boliviano de esa generación o de cualquier generación a secas? Lo mismo que le debe exigir a uno escrito por un polaco, por un español o por un mexicano: que tenga una prosa arrolladora, que la descarga eléctrica del mundo de los personajes lo tumbe de la silla, lo obligue a entablar largas conversaciones con los fantasmas que lleva en su cabeza.
Vladimir Nabokov creía que toda la ficción debería ser leída como cuentos de hadas. Con esto intentaba persuadir a sus estudiantes en Cornell a que leyeran a Dickens y a Flaubert, a Proust y a Joyce, no para entender una época o un contexto social, sino para adentrarse en el complejo mundo ficticio que sus obras propiciaba.
“¿Podemos fiarnos del retrato que hace Jane Austen de la Inglaterra terrateniente, con sus baronets y sus jardines paisajistas, cuando todo lo que ella conocía era el salón de un pastor protestante? Y Casa desolada, esa fantástica aventura amorosa en un Londres fantástico, ¿podemos considerarlo como un estudio del Londres de hace cien años? Desde luego que no. Y lo mismo ocurre con las demás novelas de esta serie. La verdad es que las grandes novelas son cuentos de hadas”.
Me encanta esa definición, respeta la esencia de lo que es un texto literario y permite que este no sea reducido a un simple vasallo de la sociología, del periodismo o de cualquier otra disciplina humanística que esté de moda en la academia.

¿Cómo espero que el lector lea los libros escritos por los narradores bolivianos contemporáneos? Como cuentos de hadas fulminantes o aburridos. Cuentos de hadas con una estructura del carajo o con una estructura predecible. Cuentos de hadas que parecieran dictados por el mismísimo diablo o por la voz monótona de un ignorante cura de provincia. Cuentos de hadas bien escritos o mal escritos. 

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