Cuentos de hadas
Apuntes sobre narrativa boliviana contemporánea que el autor leyó en un coloquio en la Feria del Libro de Santa Cruz.
Maximiliano
Barrientos
Cada
vez que escucho a alguien hablar de Narrativa Boliviana Contemporánea, así, en
mayúsculas, pienso que se está refiriendo a un partido político, a un equipo de
fútbol, a una microempresa. El censor de las sospechas palpita, ahí, en la
nuca, porque se asocia con un colectivo aquello que no es más que esfuerzos individuales
llevados a cabo por ciertos hombres y mujeres que se ven en la necesidad de
contar historias.
Intuyo
peligro en agrupar esa amalgama de voces tan disímiles en un concepto
identitario tan marcado. ¿Qué tipo de animal es la Narrativa Boliviana
Contemporánea? ¿Cuáles son sus rasgos? ¿Cuáles son sus obsesiones y defectos?
¿Cuáles son sus taras y sus traumas? ¿Cuáles son los temas que debe explorar
para que sea considerada boliviana?
Esto,
lo reconozco, me incomoda, porque veo el riesgo de caer en la ideología. Hace
no mucho, si no escribías sobre las minas no eras un escritor boliviano, o lo
eras de una categoría inferior. Eras un escritor frívolo. Afirmar una
barrabasada como esta ya ni siquiera resulta escandaloso, resulta estúpido,
resulta sintomático de mentalidades pacatas, enfermas de sociología. Recordemos,
sin embargo, que este criterio estuvo vigente hasta bien entrados los años 90.
Cuando
juntan en una mesa a narradores que por una cuestión azarosa nacimos en Santa
Cruz o en La Paz y nos proponen hablar sobre las “rutas, las posibilidades y
los desafíos de la narrativa boliviana”, de una forma implícita nos inducen a
reflexionar sobre la idea de un destino, un norte común donde supuestamente
tiene que dirigirse la ficción escrita en este territorio tan dispar. Nos
obligan a pensarnos como partes de una gran familia abstracta.
¿A
dónde se dirige la Narrativa Boliviana Contemporánea? No lo sé, ni siquiera
creo que sea importante este tipo de reflexión. Ni siquiera creo que sea
perspicaz hablar de escritores, si no de libros. ¿Cuáles de los libros publicados
en los últimos diez años son contundentes? ¿Cuáles abrieron brechas, sacudieron
sensibilidades, enseñaron a leer de otra manera a la tradición? ¿Cómo dialogan
o se pelean novelas como Click, de
Christian Vera, con El lugar del cuerpo,
de Rodrigo Hasbún, con Cuando Sara Chura
despierte, de Juan Pablo Piñeiro? ¿Qué marcas de contacto o de divorcio
muestran libros de cuentos como La región
prohibida, de Fabiola Morales, con Desvelo,
de Saúl Montaño?
En
cualquier caso el trabajo, más que de videntes, debería ser de arqueólogos:
hundirse en ese puñado de novelas y de cuentos y desentrañar sus conexiones, si
las hubiera, o sus indisolubles diferencias. Desmontar sus maquinarias y
evidenciar las capas de sus estructuras, sus velocidades y ondulaciones en el
ritmo, las texturas y las imágenes que se cuelan en aquello tan misterioso que
por no tener otro nombre denominamos estilo. Esa, sin embargo, no es una tarea
que compete a narradores, compete a críticos. ¿Cuál es el estado de la crítica
en Bolivia? Lamentable, este oficio murió hace tiempo o se encuentra en un coma
profundo. Esta noche, debido a la limitación temporal, no me iré por esas
ramas: voy a dejar a los muertos en paz.
Creo
que la pregunta verdaderamente importante es la siguiente: ¿qué esperan los
lectores de los libros escritos por los narradores bolivianos contemporáneos -esta
vez en minúsculas-? ¿Se los lee tras las señas de esa gran entelequia que es el
país? ¿Se leen las novelas y los cuentos publicados desde la primera mitad de
la década del 2000 buscando cierta información especial sobre el Proceso de
Cambio?
¿Qué
sucede cuando algunos de esos libros no satisface el prejuicio de lo que
supuestamente tiene que ser Bolivia? Reitero esta pregunta, me parece clave:
¿qué buscan los lectores al abrir un libro escrito por un paceño, un
cochabambino, un tarijeño, un orureño o un cruceño? ¿Buscan lo mismo que cuando
abren un libro escrito por un porteño o por un bogotano? ¿Todavía hay lectores
que piensan que algunos escritores, debido a sus nacionalidades, pueden darse
el lujo de ser universales mientras otros que, por haber nacido en países en
desarrollo, están condenados a hacer lo que Frederick Jameson denominó “alegorías
nacionales”?
Y
qué sucede con la otra cara de esta disyuntiva: siendo autores bolivianos, ¿cuán
grande es la tentación de ceder ante lo exótico sabiendo que hay tantas
expectativas por la narrativa de una Bolivia salvaje, originaria y no
globalizada?
Reitero:
¿qué debe esperar el lector de una novela escrita por un boliviano nacido a
mediados de los 70 o principios de los 80? Yo creo que debería esperarlo todo.
¿Qué le debe exigir el lector a un libro escrito por un boliviano de esa
generación o de cualquier generación a secas? Lo mismo que le debe exigir a uno
escrito por un polaco, por un español o por un mexicano: que tenga una prosa
arrolladora, que la descarga eléctrica del mundo de los personajes lo tumbe de
la silla, lo obligue a entablar largas conversaciones con los fantasmas que
lleva en su cabeza.
Vladimir
Nabokov creía que toda la ficción debería ser leída como cuentos de hadas. Con
esto intentaba persuadir a sus estudiantes en Cornell a que leyeran a Dickens y
a Flaubert, a Proust y a Joyce, no para entender una época o un contexto
social, sino para adentrarse en el complejo mundo ficticio que sus obras
propiciaba.
“¿Podemos
fiarnos del retrato que hace Jane Austen de la Inglaterra terrateniente, con
sus baronets y sus jardines paisajistas, cuando todo lo que ella conocía era el
salón de un pastor protestante? Y Casa
desolada, esa fantástica aventura amorosa en un Londres fantástico,
¿podemos considerarlo como un estudio del Londres de hace cien años? Desde
luego que no. Y lo mismo ocurre con las demás novelas de esta serie. La verdad
es que las grandes novelas son cuentos de hadas”.
Me
encanta esa definición, respeta la esencia de lo que es un texto literario y
permite que este no sea reducido a un simple vasallo de la sociología, del
periodismo o de cualquier otra disciplina humanística que esté de moda en la
academia.
¿Cómo
espero que el lector lea los libros escritos por los narradores bolivianos contemporáneos?
Como cuentos de hadas fulminantes o aburridos. Cuentos de hadas con una
estructura del carajo o con una estructura predecible. Cuentos de hadas que
parecieran dictados por el mismísimo diablo o por la voz monótona de un
ignorante cura de provincia. Cuentos de hadas bien escritos o mal escritos.
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