Visitas a la región del toctoque
Una presentación, un rescate, del poeta Marcos Sainz. Y un poema de regalo.
Alan
Castro Riveros
La máquina del tiempo
A
comienzos de septiembre de 2013 empezamos un juego de escritura corresponsal en
vivo (vía chat) con mi querido amigo
Marcos Sainz. La regla era muy sencilla: escribiríamos, inventaríamos y
comentaríamos sobre el funcionamiento de diferentes máquinas del tiempo, todas
a cuatro manos.
Los
relatos se escribirían en un ping-pong
de propuestas y respuestas de donde resultaría un monstruoso primer borrador.
Este primer borrador sería corregido por ambos, y de allí resultarían dos
versiones de la misma experiencia.
Ambos
nos emocionamos mucho con el primer relato, en el que la máquina del tiempo era
una mesa de ping-pong. Sin embargo,
fue el único texto que logramos concluir, porque Marcos se excusó para la
segunda sesión programada para el 10 de septiembre: “No podré esta noche asistir a la reunión, un
perfecto arreglo de mi máquina del tiempo permitió que se realice un sueño que
no tenía fecha precisa de realización, y me sorprendió, de modo que, te dejo
abandonado a tu suerte en el año...”.
Poco
después, el 3 de octubre, habiendo yo entendido que el perfecto arreglo había sido por una noche, le escribí con ánimo de
continuar el juego. Él me respondió que su realidad en ese momento no se lo
permitía. Me recalcó que lo que estaba sucediendo no eran tragedias, sino todo
lo contrario. Por esas palabras y algunas intuiciones, siempre me acuerdo de él
y vuelvo a su poesía.
En la región del toctoque
En la región del toctoque -publicado por
primera vez en 1997 por ediciones El Hombrecito Sentado- es uno de los libros
clave de la poesía boliviana de finales del siglo XX. Su subtítulo entre
paréntesis (Poema mutante) delata su
actualidad. Habrá que decir también que Marcos Sainz (1970) desapareció
misteriosamente el 18 de noviembre de 2013. Es el autor de Matambre y otros cuentos (1998), además de una caja de resonancias
aún inéditas.
***
Aquello
que nace aparece cuando se toca, pero ya estaba ahí antes; y ahí estará incluso
cuando desaparezca, en las resonancias de su desaparición. Por eso, toda onda
física que de pronto palpa la materia como algo remotamente nuevo, toctoca; es decir -como piedrita que se
clava-, primero suena y luego provoca círculos en el estanque de agua. Toca una
percusión pasada en son de onomatopeya (toc)
y trastoca la palabra que salta a completarse en sus resonancias (toque). Y esto no es retocar la palabra
en absoluto, sino destocarla para tocarla; o sea, lo que normalmente se llama atocarla.
De
ahí la musicalidad y materialidad de este libro de poemas, que tocan, destocan,
trastocan y toctocan aquello que resuena en las palpalpitaciones de un popoeta
tartamudo, capaz de producir música con tan solo atocar el instrumento (con el alma).
Toda
cosa se toca físicamente cuando nace; pero hay un toque en son de eco y en ton
de fantasma que salta de la cabeza cuando ésta se saca el sombrero, por
ejemplo. Estamos en la región del
toctoque, por supuesto; en cuanto sentimos el toque de cualquier cosa como
el destoque de una multitud de santos, señas y gestos de pronto conocidos que
se trenzan hacia abajo y hacia arriba -habiendo sido movilizados desde donde
siempre habían estado- para tocarse.
Nada
más atinado entonces, en este fabuloso libro de Marcos Sainz, que dejar
protagonizar el viaje por los cableados de la lengua al popoeta -quien ha encontrado en su tartamudez el eco de una voz
radical (de raíz) y fiel a la lentitud de su evaporación. Tal voz viene y va
entreverando el mundo que nombra; por tanto, a veces algo puede sonar como
arrumaco y resonar como puntazo. Por ejemplo, si el hombre es ciego sordomudo insípido y tísico, habrá que
despertarlo a cocachos y sanarlo a besos. [p. 82]
Tienes toda la razón (el poeta
encuentra a la muerte y la hace suya)
Marcos Sainz
Hace
ya algunos días caminaba por ahí,
de
modo intencionadamente distraído,
cuando
de pronto descubrí merodeando
y
algo oculta entre las piedras
una
Razón muy pequeñita, pero autosuficiente
que
medía desde Parménides a Hegel,
y
tomándola en mis manos le dije:
“Todo
lo racional es real, y todo lo real es
racional,
lo
proclamó desde tu colita
Jorge
Guillermo Federico”
Ella,
que no sabía hacerse entender
sino
por señas,
al
morderme me hizo sentir que:
de
verdad existía,
que
era de las que muerden
y
que lo hacía con saña.
Le
di un tincazo y la solté.
Atolondrada
se fue
dejándome
su fobia.
“El Peligro se llama poeta. El peligro, efectivamente, para persistir en el mundo, necesita de ellos, de los poetas”. Jaime Saenz
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