sábado, 7 de mayo de 2016

Novela

El primer golpe es el que cuenta:
grandes inicios de novelas bolivianas

¿Qué novela boliviana recuerda por alguna frase o párrafo memorable? ¿Será este el inicial? Juan de la Rosa o Felipe Delgado calaron en el imaginario popular, pero cuántos conocen o podrían repetir de memoria sus palabras iniciales?


Martín Zelaya Sánchez

¿Cuántas novelas podemos identificar por su primera frase o párrafo? ¿Qué mediano lector no conoce el famosísimo: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…”, de Cien años de soledad de García Márquez? y, claro, las palabras “fundadoras” de la novela moderna universal: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”.
Pero ¿y en nuestras letras? Sabemos que son contadas las obras literarias que trascendieron el imaginario popular gracias a sus personajes, tramas y autores –Juan de la Rosa, claro, tanto que hasta es el primer (no sé si único) personaje de ficción que tiene una calle a su nombre), La Chaskañawi, por su celebérrima Claudina, y de pronto Felipe Delgado, entre pocas otras-, y por lo tanto más difícil aún es encontrar frases, fragmentos pequeños o medianos que la gente memorice y comparta en charlas de sobremesa, o incluso eventos literarios y especializados.
Se nos ocurrió buscar entre decenas de opciones y armamos -sin clasificación, solo con orden cronológico- una lista de 10 inicios memorables, originales, contundentes, de diferentes épocas de la literatura nacional; partiendo de los tres clásicos arriba citados, y terminando en las novelas hasta ahora más resaltables de tres de los narradores más destacados de la Bolivia del siglo XXI: Juan Pablo Piñeiro, Rodrigo Hasbún y Giovanna Rivero.

Algunos detalles
No haremos jerarquizaciones, dijimos, pues parece más justo que cada quien escoja sus favoritos (que, en muchos casos, quizás no estén si quiera en este arbitrario listado). Pero sí se nos ocurre comentar algunas características específicas de algunos casos.
Entre los inicios más cautivadores por el manejo de lenguaje, por el ritmo y cadencia de las palabras, están el de Nataniel Aguirre: “Rosita, la linda encajera, cuya memoria conservan todavía algunos ancianos de la Villa de Oropesa, que admiraron su peregrina hermosura, la bondad de su carácter y las primorosas labores de sus manos…”, y el de Jesús Urzagasti: “Tirinea es una llanura solitaria, con árboles fogosos y cálidas arenas expulsadas del fondo azul de la tierra. Perdida como está en la memoria de los ángeles, la vida allí no ejerce ningún control y soy yo el único sobreviviente…”.
Los inicios de Los deshabitados, de Marcelo Quiroga Santa Cruz: “Las seis de la tarde. El padre Justiniano ha llegado a tiempo para oír el tañido de las campanas y ver el vuelo desordenado de las palomas frente a su ventana.
Está sentado en un viejo sillón de cuero. Lo prefiere, porque ha notado que este le comunica un vago sentimiento de dignidad y es esta sensación la que busca, cuando llega y ocupa su sillón con aire de estudiada negligencia, dispuesto a recibir a esa hora hecha para la melancolía…”, y de Felipe Delgado, de Jaime Saenz: ““Llovía a torrentes.
Arrostrando el mal tiempo, con cierta indolencia, tal vez con cierta arrogancia, con lento andar avanzaba Felipe Delgado, lloviendo a torrentes –llegando a la esquina, en la calle Lanza, torciendo a la izquierda, en la calle Evaristo Valle…”, son tan bien logrados en forma y contendido, que trascienden perfecta, rotundamente la atmósfera, la totalidad de ambas novelas que marcaron, qué duda cabe, ruptura y tendencia en la historia literaria boliviana.
Finalmente, están los comienzos contundentes, duros que además de abrir con patada voladora las respectivas obras, dan cuenta de la evolución y cambios en la esencia de la narrativa nacional: temática y estilísticamente. Nos referimos al descarnado arranque de El lugar del cuerpo, de Rodrigo Hasbún: “Se metió en su cama y le hizo cosas que ella no quería…”, y al punch que abre 98 segundos sin sombra, de Giovanna Rivero, por cierto, la más reciente de las novelas consignadas: “La mejor parte de mi vida son las mañanitas, cuando camino sola las dos cuadras que separan mi casa de la parada del autobús escolar. Siempre pienso en cuánto odio a mi padre y en cómo nuestras vidas, la de mamá y la mía, y claro, la de Nacho, podrían convertirse en algo fantástico, una fábula, tan solo si él tuviera la decencia de morirse…”.
¿Un inicio por establecer, consensuar el “canon” de los mejores comienzos de la novelística boliviana? No creo, ¿para qué? Solo un tema más –al menos interesante, esperemos- para llenar estas páginas.


Diez grandes inicios de novelas bolivianas

1
Juan de la Rosa
Nataniel Aguirre

“Rosita, la linda encajera, cuya memoria conservan todavía algunos ancianos de la Villa de Oropesa, que admiraron su peregrina hermosura, la bondad de su carácter y las primorosas labores de sus manos, fue el ángel tutelar de mi dichosa infancia. Su cariño, su ternura y solicitud maternales eran sin límites para conmigo, y yo le daba siempre con gozo y verdadero orgullo el dulce nombre de madre…”.

2
La Chaskañawi
Carlos Medinaceli


“Tarde de sol, paz de aldea.
Se le vino en mientes este verso, leído no recordaba dónde, no sabía cuándo…
Tarde de sol…
Desde el abra se puso a contemplar la villa natal. Media legua quebrada abajo se asentaba el pueblo. Era humilde: casas de una sola planta con techumbres de barro, lo que le daba un aspecto terroso. Solo el arbolado, molles en su mayoría, algunos álamos y eucaliptos, resaltaban la verde jugosidad de su fronda sobre la pardura del caserío. A la orilla del villorrio, la ancha playa grísea por donde el río arrastra sus aguas azulosas con tedio, por el arenal sediento…”

3
Los deshabitados
Marcelo Quiroga Santa Cruz

“Las seis de la tarde. El padre Justiniano ha llegado a tiempo para oír el tañido de las campanas y ver el vuelo desordenado de las palomas frente a su ventana.
Está sentado en un viejo sillón de cuero. Lo prefiere, porque ha notado que este le comunica un vago sentimiento de dignidad y es esta sensación la que busca,  cuando llega y ocupa su sillón con aire de estudiada negligencia, dispuesto a recibir a esa hora hecha para la melancolía…”.

4
Tirinea
Jesús Urzagasti

“Tirinea es una llanura solitaria, con árboles fogosos y cálidas arenas expulsadas del fondo azul de la tierra. Perdida como está en la memoria de los ángeles, la vida allí no ejerce ningún control y soy yo el único sobreviviente…”.

5
Manchay Puytu
Néstor Taboada Terán

“Ñauparruna se abrió paso entre las trescientas sesenta indígenas aglomeradas como un conjunto de llamas. Niñas impúberes, adolescentes candorosas y mujeres maduras, embarazadas algunas y otras con niños de pecho –peludos de piel aceitunada- que sorbían voraces los pezones erectos. Silenciosas todas, implacablemente mustias. Rostros sin sonrisas. Indias qoyas sin apego a la vida ni a la muerte…”.

6
Felipe Delgado
Jaime Saenz


“Llovía a torrentes.
Arrostrando el mal tiempo, con cierta indolencia, tal vez con cierta arrogancia, con lento andar avanzaba Felipe Delgado, lloviendo a torrentes –llegando a la esquina, en la calle Lanza, torciendo a la izquierda, en la calle Evaristo Valle, encaminando sus pasos cuesta arriba y subiendo, en dirección a Churubamba, descansando en la avenida América y prosiguiendo la marcha, ya acelerando ya retardando, con rumbo al convento de la recoleta…”.

7
Jonás y la ballena rosada
Wolfango Montes Vannuci

“Un torcido día llegué a la conclusión de que mi mujer era responsable del fracaso de mi vida. Ella era la culpable de mi desánimo continuo, mi naciente calvicie, de nuestra desabrida sexualidad, mi naufragio profesional, la tos de fumador y mi genio de fraile…”.

8
Cuando Sara Chura despierte
Juan Pablo Piñeiro

“El mundo es la casa embrujada que todos habitamos, pensó César Amato en la cima de las serranías de Murillo. Había subido la montaña sin saber por qué, pero el trayecto lo dejó maravillado: caballos salvajes de larga cola, extensos bofedales y luego la cordillera tatuada en la luz fría del altiplano. Sentado sobre una roca, ahora podía ver las cosas con mayor claridad…”.

9
El lugar del cuerpo
Rodrigo Hasbún

“Se metió en su cama y le hizo cosas que ella no quería. ¿Era la primera frase que venía buscando hace tanto, parecida a como la hubiera escrito entonces, ocho años recién cumplidos, quizá solo siete años recién cumplidos, un principio ideal para cualquier libro de memorias, la noche en la que el hermano mayor entra al cuarto y tapa la boca y baja el calzón, el lugar donde realmente comenzó todo, el lugar donde supo más sobre sí misma y sobre los demás que nunca antes y nunca después?...”.

10
98 segundos sin sombra
Giovanna Rivero


“La mejor parte de mi vida son las mañanitas, cuando camino sola las dos cuadras que separan mi casa de la parada del autobús escolar. Siempre pienso en cuánto odio a mi padre y en cómo nuestras vidas, la de mamá y la mía, y claro, la de Nacho, podrían convertirse en algo fantástico, una fábula, tan solo si él tuviera la decencia de morirse…”.
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¿Y en la literatura universal?

1
Lolita
Vladimir Nabokov

“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuan­do firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita”.
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2
Moby Dick
Hermann Mellville

Call me Ismael
(Llámame Ismael)

3
La metamorfosis
Franz Kafka

“Una mañana, al despertar de un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se encontró en la cama  transformado en insecto monstruoso”. 

4
Pedro Páramo
Juan Rulfo

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera...”.

5
Si una noche de invierno un viajero
Italo Calvino


“Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Ítalo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo enseguida, a los demás: ‘¡No, no quiero ver la televisión!’. Alza la voz, si no te oyen: ‘¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!’”.

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