Nuevos juguetes de la guerra fría
Una lectura de la novela del peruano Juan Manuel Robles, ambientada parcialmente en La Paz.
Christian
J. Kanahuaty
En
2015 la memoria volvió a ser un tema importante para la literatura en Perú. Una
novela publicada por Seix Barral logró poner en debate el tema de los recuerdos
de niñez y, de paso, planteó una reflexión sobre la forma en que se construyen
los recuerdos.
Iván
Morante, junto a su hermana Rebeca, Saldaña y Nuria arman un complejo marco de
personajes donde los ecos de la guerra fría, la liberación de los países
oprimidos, la revolución cubana, el socialismo en Alemania y la lucha terrorista
se encuentran para plantear dudas
históricas sobre nuestro presente, y mucho más.
La
novela indaga sobre la fragilidad de la memoria como ente colectivo al que los
sujetos se ven necesitados de recurrir cuando las certezas sobre su presente
son escasas.
Y
si bien es una novela que transcurre en La Paz, están muy presentes en ella
Lima y Nueva York. Este escenario multidimensional ayuda a que las texturas,
colores y sensaciones de la novela también sean otras. El frio de La Paz se
acentúa con la grisura de Lima y ésta a su vez se modifica por la profundidad
de algunas calles de Nueva York.
El
esfuerzo de Juan Manuel Robles, autor de Nuevos
juguetes de la guerra fría, se ve reflejado en dos cuestiones
significativas. Por un lado un lenguaje depurado y notablemente hábil como para
nombrar cosas cotidianas que no siempre aparecen en las novelas: fibras de tela
sintética, partes del cuerpo, formas de los juguetes de nuestra niñez, las
voces de los actores de televisión y, sobre todo, el olor y cierto sabor de las
comidas y su efecto en nuestras manos, nuestra ropa y nuestro modo de hablar.
Y
por otro, la construcción de un personaje como Iván Morante, un narrador
memorioso que lucha permanentemente por reafirmar sus recuerdos frente a la
memoria de su hermana Rebeca quien se convierte, de este modo, en un personaje
central que, aunque al final va desapareciendo dejando su lugar a otros, su
presencia no se ve disminuida; al parecer es la única que puede vivir bajo el
peso de su memoria y hacer que la historia avance.
Hay
una figura interesante en la mitología griega: Juno, un ser que tiene dos rostros,
uno mirando al pasado y otro mirando al futuro. Así es como Iván se sostiene en
el espacio del presente, casi flotando, observando ambos momentos, pero desde
la inmovilidad.
Y
aunque Rebeca e Iván parecen ser estos dos rostros de Juno, se mueven, apuntan
hacia algo, pues incluso ir hacia atrás es moverse. Así, la labor de reconstrucción
que hace Iván genera una reinterpretación del socialismo, de la propaganda
política que usó el socialismo para ser eficiente, pero también hay una larga
disquisición sobre las conexiones culturales entre la Stasi alemana, Cuba y
América Latina.
Y
esto es curioso porque en este último año no es la única novela que trata de
indagar el pasado de la Stasi y sus repercusiones en este continente y en
Estados Unidos. Hay que recordar que Pureza
de Jonathan Franzen también pone a la Stasi en el foco de su atención para
sustentar luego, lo que sería su larga e importante interpretación sobre los
medios de comunicación digitales en la actualidad; pero lo de Robles, en
cambio, sirve para ejemplificar el arsenal lúdico de la revolución y cómo
incluso cuando se pensaba que no haría daño y que sería la forma más eficiente
de dar a luz al nuevo hombre, lo que logró más bien es un hombre que, si bien
comparte principios de ambos mundos, es incapaz de ser absolutamente fiel solo
a uno de ellos.
Al
final, resulta ser que una de las condiciones de la memoria puesta en discusión
en la novela es justamente su capacidad para ser fiel a los acontecimientos,
porque estos, conforme pasa el tiempo, van cambiado de contenido, color y profundidad.
La memoria es un acto colectivo, pero también individual y ahí está su
problema. Su peligro. Lo que se recuerda cambia en la medida en que es
expuesto.
Robles
tiene momentos inspirados en los que la teoría sobre la memoria, sobre el
olvido y sobre los recuerdos y su composición, aparecen procesados en diálogos,
canciones, fotos, pinturas y transcripciones de conversaciones.
La
novela es una de las apuestas más complejas y quizá más sólidas por tratar de
entender el pasado y dar un sentido al presente.
Nuevos juguetes
de la guerra fría nos coloca, por momentos, en un lugar
incómodo sobre los usos de la memoria y sobre las facetas en que recordamos
aquello que nos ha permitido llegar hasta hoy. Pero en otros momentos nos da
cierta tranquilidad porque nos dice que sí: todo lo que recordamos es sólido y
no se ha desvanecido en el aire.
Por
otro lado, es también una apuesta política como pocas novelas de hoy en día;
una apuesta por tratar de entender nuestra memoria desde la incomodidad que
significa destrozar nuestras viejas creencias y desencajar nuestros supuestos.
Es
una novela que no se pude leer en una tarde ni en una sentada, como algunos
quieren que se lea actualmente. Una novela que tiene mucho de las obras del
siglo XIX y, a la vez, mucho de la cultura pop y la posmodernidad; es, quizás,
una obra que reafirma lo que ya Sergio Pitol, Don Delillo y Philip Roth dijeron
en su momento: la novela debe ser un artefacto híbrido capaz de soportar todos
los registros posibles o no será ni vital ni importante para nuestros días.
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