Sobre Libro de rastros de Oscar García
Cada vez que dejo de estar solamente acostumbrado a estar vivo, veo caer una pelusa del ombligo, “muero y estoy” digo. Nada más hermoso que la sentencia de Anaximandro: “De allí mismo de donde las cosas brotan, allí encuentran también su destrucción, conforme a necesidad; pues ellas mismas se pagan mutuamente expiación y culpa por su injusticia, conforme al orden del tiempo”. Comparto y pergeño algunas palabras, entrego esas pelusas que caen de mi ombligo.
Omar Rocha Velasco
* Los textos que se publican en los periódicos
tienden a desaparecer rápidamente, ya lo decía Cortázar en su texto “diario a
diario”: [un señor se encuentra en el banco de una plaza un diario, que en la
mañana estuvo debajo de un brazo] luego se lo lleva a
su casa y en el camino lo usa para empaquetar medio kilo de acelgas, que es
para lo que sirven los diarios después de algunas excitantes metamorfosis. Así,
me parece un acierto mayúsculo reunir estos textos que aparecieron y siguen
apareciendo, como agua fresca, en algún periódico de la ciudad. Reunidos
en un libro se resisten a desaparecer, a ser “envoltorio de acelgas”, o
acolchonamiento de llauchas sabatinas.
* Por estas páginas transitan listados,
historias, personajes, nombres, registros, recuerdos, deseos, anuncios,
postulados, aforismos, cartas y crónicas, que los editores agruparon -con y sin
justeza- en tres grandes subtítulos: Percepciones, Reflexiones y Ficciones.
Sea como fuere, estos textos aquí reunidos configuran
una poética de la minucia, una filosofía de lo cotidiano y una escucha atenta
de los sonidos de la ciudad y sus habitantes.
* La poética de la minucia es una escritura que
está atenta a esos lugares, generalmente desechados, que hacen tambalear todos
nuestros puntos de apoyo en lo relacionado a las creencias, saberes y haceres.
Una escritura que deshoja la cebolla hasta llegar a ese punto en el que tenemos
noticia de un vacío de sentido que no por eso es desafectado. Por ejemplo en el
texto llamado Traslado, Oscar ve en
el camión que se aleja -al compas de los baches, como bailando morenada-, “la
cómoda que guarda en el espejo el último reflejo de la madre sacando la lágrima
de rímel”. El camión se aleja, la casa queda vacía, se van los muebles arriba -sí,
también el colchón manchado-, pero la atención finalmente queda en el reflejo
del espejo que ya no se ve, pero queda.
* Esa mirada es la que permite ver que en los
traslados “se pierden los gatos” o “aparecen los papeles del terreno hecho
usucapión”. Una mirada atenta a lo que no se ve. ¿Qué otra cosa podría llevar a
decir “La tuba se ve de lejos, parece que camina sola”?
* La poética de la minucia genera cierta
monstruosidad, se trata de esos lugares del lenguaje en los que los espacios se
yuxtaponen. Ese “topos” en el que los puntos de apoyo se desvanecen, ese ámbito
en el que las palabras comunes sucumben, “la sintaxis se arruina”, en
definitiva, aquello que rompe el vínculo, la unión que se creía y se cree que
tienen las palabras y las cosas (Foucault).
* Nada más poderosamente artístico, más
pretenciosamente “novedoso”. Pienso que abre una vía para reflexionar sobre las
explicaciones o intentos de aproximación a aquello que genera cierto
extrañamiento, cierto encantamiento, cierta seducción o ciertos desplazamientos
sorprendentes que ofrece el arte. Al fin y al cabo, existen más palabras
que cosas, al fin y al cabo ¿qué podemos saber de ellas (las cosas)? La única
posibilidad es dar un paliativo al horror que nos produce su presencia por
medio del lenguaje. En efecto, no hay nada más horroroso que enfrentarse a la
mirada impenetrable de un animal, al silencio que produce el murmullo de las
hojas o a la máquina de afeitar que yace al lado de cualquier otro utensilio
horroroso en la casa que en cuanto se la nombra deja de ser casa.
* La filosofía de lo cotidiano
expresa la relevancia de la vida corriente, de la vida ordinaria, de la vida
vivida y de Lo simple. Cualquier
pequeño acto denuncia a las personas tal como son. Para saber cómo era
Alejandro Magno no se necesita de sus grandes hazañas, decía Michel de
Montaigne, basta con saber cómo jugaba ajedrez. La vida cotidiana, habitualmente venida
a menos, en estos textos es lo que más peso tiene, aquí aparece algo que
denuncia un procedimiento de escritura “En la simpleza se designa a los
instantes, fragmentos que se organizan en la memoria para reconstruir imagen y
sonido, olor y textura”.
* Esa simpleza es la que orienta el esmero
hacia Los imprescindibles: “los
poetas, los vendedores de raspadillo, la limpiadora de truchas del mercado
Rodríguez, el señor aquel del que ni se sabe bien el nombre de su oficio, ése
que golpea latones hasta volverlos bajantes para el agua, al que se lo ve ir
apurado con una canaleta, a las seis de la mañana, a la misma hora a la que un
importante funcionario va a una importante reunión o viene de un importante
bar. El guitarrista, el mariachi, la mesera del cuidado café en el que
importantes ideas para repartirse la patria se han gestado, el vendedor de
fideo azucarado a orillas del lago, el lugar en el que el sol dibujó no sé cómo
todo el amor sobre la mejilla correcta”.
* La filosofía de lo cotidiano
descubre lo trascendente en la existencia misma, en el doblez de la falda, en
el jigote, en el hilván, en la calle y en el suspiro. En efecto, como en “no
todo es vigilia la de los ojos abiertos” (Macedonio), se nos señala que hay algo mucho más despierto
que la propia vigilia. Así como hay una filosofía de la siesta y la duermevela,
aquí se encuentra una filosofía del suspiro y del “hacer cola”.
* La atenta escucha de los sonidos de la ciudad
y sus habitantes tiene que ver con la siguiente hipótesis: esta escritura
intenta dar cuenta del paisaje sonoro, es decir, “del entorno sonoro que viste
a la ciudad y cuya articulación se convierte en irrepetible paisaje”. Esta
escritura contribuye a la memoria sonora de la ciudad, por eso los ladridos de
los perros son tan importantes, por eso se recoge el grave sonido de una
atrasada tuba, por eso se sabe que el loro de la Sra. Mendizábal dice “poto o buenos
días”. Y para insistir con La tuba -otro
texto emblemático de esta selección-, se lee “una tuba no se puede escuchar sin
mirar, no tiene mucho chiste”; pienso que también podría leerse sin problemas,
“una tuba no se puede escuchar sin mirar y sin escribir…”. Ese procedimiento de escritura aparece en el texto
Memorias sonoras de un excombatiente rato
antes de morir: “bolero de caballería”, “un dado que cae al piso de
cemento”, “sale cinco, eso no se escucha”, pero se escribe.
* Estos textos revelan un estilo, una manera de
entender el oficio, una respuesta contundente al deseo: escribir y seguir
escribiendo, como dice en la solapa y como se ve cada quince días en los
periódicos que han dejado de ser envoltorios de acelgas.
(N. de E.) El autor no dejará de escribir su “Cafetín
con gramófono”, pero alternará esa columna con esta nueva “pelusa en el
ombligo”.
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