Padre,
madre y poder:
la narrativa de Diamela Eltit
Un rápido -no por ello menos profundo- repaso al universo escritural de la reconocida escritora chilena.
Virginia
Ayllón
Creo
que es difícil encontrar narrativas contemporáneas tan vanguardistas como la de
la chilena Diamela Eltit. Poseedora de diez novelas, su escritura ha provocado
-y aun lo hace- acercamientos críticos y teóricos en diversos espacios
académicos y no académicos de varios lugares del orbe.
Y
es que su narrativa, al menos, ha transgredido hondamente la estructura de la
novela, derribando y poniendo en cuestión los elementos más caros de ese
género. Este ejercicio escritural, por otra parte, se dirige a las convenciones
históricas y sociales básicas de lo que se considera “lo latinoamericano”, de
ahí que sus novelas refieran al mestizaje, la tradición, la memoria, la patria,
etc. Afirmar que refieren a esos temas, sin embargo, es reducir a casi nada la
rica escritura de Eltit que, según mi lectura, se la puede ubicar más en el
ámbito de la poesía contemporánea que de la narrativa chilena.
Toda
esta riqueza afinca en una escritura fragmentaria al extremo que, incorporando
otros discursos (cine, fotografía, testimonios y otros), se condensa en una
textualización del cuerpo o la corporalidad del texto.
Ciertamente,
la identidad es uno de los ejes de esta narrativa, pero una identidad elusiva, construida
en el discurso; esto es en el texto. Así, Lumpérica
(1983), su primera novela, es una compleja edificación textual de L. Iluminada,
la personaje que se arma a sí misma observando lo que sucede desde un banco de
una plaza (lo privado hecho público, el peso de lo público) a medida que la
policía la reprime y ella “opera” sobre su cuerpo en un gesto orgiástico. En un
juego metafórico, las referencias hacia los sujetos y los cuerpos lumperizados,
a la ciudad, el Estado y la sociedad son evidentes pero solo en la escritura
que produce a L. Iluminada.
El
Padre mío (1989) trabaja sobre el
testimonio de un esquizofrénico y la relación con su hija, quien textualizando
el discurso del padre pone en cuestión el estatuto de la patria (potestad) que
no se puede organizar como texto político en boca del esquizofrénico, o más
bien en cómo el discurso oficial es esquizofrénico.
Por la patria (1986), en
tanto, se arma sobre la base de un mito incaico y tematiza la recuperación de
la memoria femenina en la historia, posible solo a través de la escritura.
Coya/Coa, la personaje, es la hermana y mujer del inca, pero a la vez es la
portadora de las hablas secretas (como el coa o coba lo es de los
delincuentes). En esta novela Eltit aborda la gravitación de la violación, el
mestizaje y la subordinación en la constitución de la mujer latinoamericana y
es impactante el contrapunto con la represión militar durante la dictadura.
Aquí, como en varias de sus novelas Eltit aborda un arduo trabajo sobre las
identidades sexuales, con preferencia sobre la relación entre madres e hijas,
padres e hijas y el tabú del incesto. Su acercamiento a las identidades sexuales,
como se habrá ya advertido, objeta las construcciones hegemónicas y más bien
asienta el conflicto de tales convenciones en los sujetos.
Pero
tal vez en El cuarto mundo (1988) es
donde con más claridad se expone ese conflicto a través de la relación a veces
monológica, a veces dialógica y siempre violenta entre dos mellizos, hombre y
mujer, en el vientre materno. En esta novela Eltit expone dos formas
discursivas de uno mismo que es a la vez el Otro y la relación de cada uno con
la madre. La familia (una familia “sudaca”) y su estatuto en la sociedad
recorren esta novela que se tensa porque la hermana será vendida.
Impuesto a la carne (2010) su
penúltima novela, en clave distópica, narra la relación de una joven embarazada
de su propia madre en el escenario de un hospital. Esta novela recuerda al
libro documental El infarto del alma
(1994), escrito acompañando fotografías de Paz Errázuriz del hospital
siquiátrico de Putaendo, en que Eltit vuelve al tema de la madre: “La madre no
es la madre. Es su madre, su padre y su abuela. La madre está más atrás que su
padre y que su abuela. Más atrás que la abuela de su abuela. Retrocede
vertiginosamente”.
Como
se advierte de este rápido (y por ello, con seguridad incompleto y -lo digo con
temor consciente- atrevido) repaso, en la obra de Eltit transitan incursiones
al poder y las instituciones, a las identidades sexuales, a la construcción de
los sujetos y a la historia.
Pero
esta obra también establece un espacio de lectura gozosa, si por ello
entendemos, con Barthes, que la lectura del goce es aquella que subvierte los
cimientos culturales, históricos y también los de la relación con el lenguaje.
Suele
tenerse a este tipo de literatura como “literatura que no se entiende”. La
misma Eltit ha sentido el peso de este preconcepto sobre su obra: “El ‘no se
entiende’, que aplicado a algunos autores hombres quizás pudiera ser una frase
prestigiosa, un desafío de lectura, en mi caso ha terminado por ser un slogan
determinista y excluyente. El hecho de intentar mantener un discurso cultural,
centrado en los dilemas que presenta la escritura, me ha dado la paradójica
mala fama de ser percibida como ‘muy intelectual’. Y ese ‘muy intelectual’ no
es de ninguna manera halagador, sino el modo de descartar un canal de
comunicación”. Tal vez, sin embargo, por estas tierras algunos queramos vencer
tal preconcepto y entregarnos a una gozosa lectura.
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