Simulacro
Una cartografía, una abstracción del realismo y sus máscaras. Las diferentes y difusas categorías entre lo real y lo no real (¿lo ficticio?).
Sebastián
Antezana
Para
hablar sobre el simulacro tendríamos que empezar revisando un muy pequeño cuento
de Borges. Un cuento en realidad de un solo párrafo llamado Del rigor en la ciencia:
“En
aquel imperio, el arte de la cartografía logró tal perfección que el mapa de
una sola provincia ocupaba toda una ciudad, y el mapa del imperio, toda una
provincia. Con el tiempo, estos mapas desmesurados no satisficieron y los
colegios de cartógrafos levantaron un mapa del imperio, que tenía el tamaño del
imperio y coincidía puntualmente con él. Menos adictas al estudio de la
cartografía, las generaciones siguientes entendieron que ese dilatado mapa era
inútil y no sin impiedad lo entregaron a las inclemencias del sol y los
inviernos. En los desiertos del oeste perduran despedazadas ruinas del mapa,
habitadas por animales y por mendigos; en todo el país no hay otra reliquia de
las disciplinas geográficas. Suárez Miranda: Viajes de varones prudentes, libro
cuarto, cap. XLV, Lérida, 1658”.
A
partir de la lectura de este breve texto, el pensador francés Jean Baudrillard,
en su famoso tratado Simulacro y
simulación, estudia y profundiza la propuesta de Borges -es decir las tensas
relaciones existentes entre realidad, representación, sociedad y símbolo- y
explicita su dilema. Según Baudrillard, nuestro tiempo aparentemente ha
permitido un proceso de suplantación de la realidad y de los significados por
meros símbolos, y ha hecho de la experiencia -la suma de circunstancias y
hechos que literalmente hacen a cada persona- una simulación.
Pero
la cosa va más allá. El simulacro no es solo una suplantación de la realidad,
no está basado en la realidad y ni siquiera oculta una realidad. El simulacro
oculta el que la realidad, en cualquiera de sus formas, sea irrelevante y
define los modos en que la encaramos. O, como indica el propio Baudrillard, “la
transición de un paradigma compuesto por símbolos que disimulan algo a otro
compuesto por símbolos que disimulan que no hay nada, marca un punto de quiebre
decisivo. El primer paradigma implica una teología de la verdad y el secreto (al
que todavía pertenece la noción de ideología) y el segundo inaugura la era del
simulacro y la simulación, en la que ya no hay dioses ni juicios que separan lo
verdadero de lo falso, lo real de su resurrección artificial”-.
Para
hacer esta figura -el simulacro y el proceso de la simulación- más clara, Baudrillard
lee con detenimiento el pequeño relato borgeano. Eso porque, a la clásica
manera de Borges, nos habla de mucho más de lo que dice y resulta esclarecedor
como figura alegórica. Así, el cuento en el que los cartógrafos del imperio
diseñan un mapa tan detallado y minucioso que llega a ocupar el mismo espacio
físico que el territorio es una fábula que muestra cómo es imposible distinguir
los conceptos mismos de mapa y territorio, dado que se ha borrado la diferencia
que solía existir entre ellos. En esa línea, el simulacro, mediante ese
discreto encanto que lo caracteriza -esa belleza abstracta que es la misma que
tienen pedazos ruinosos de un mapa que asoman aquí y allá en mitad de un
desierto-, deja de ser copia y pasa, primero, a confundirse con lo real y luego
incluso a precederlo.
En
esta luz, el simulacro es un sistema de relaciones que, según la metáfora de
Borges, engendra un mapa -una copia, una representación, un modelo virtual- por
encima del territorio real. Y al hacerlo no solo se confunde con lo real y se
vuelve inseparable de la realidad, sino que incluso llega a anticiparla, a
generarla. Al referirse al mínimo y brillante cuento de Borges, Baudrillard
indica que de la misma forma en que el mapa termina precediendo el territorio
geográfico -“son las ruinas de lo real, del territorio, las que se exhiben y
subsisten aquí y allá a lo largo del mapa, en los desiertos que ya no son los
del imperio”-, en la sociedad contemporánea la copia simulada precede al objeto
original.
Es
claro, podemos verlo nosotros mismos. Conocemos a los territorios y los países
a través de sus mapas y demás reproducciones, comprobamos que los hechos
ocurren porque los vemos representados en imágenes o textos. La cosa es incluso
más radical. En estos días, creemos que una persona -alguien a quien incluso
llamamos amigo- existe porque tenemos con ella un vínculo virtual a través de internet.
Sabemos que una cosa es real cuando se instala, incluso imaginariamente, en la
conciencia colectiva, cuando el simulacro la define como original, como real.
Pero se trata solo de un simulacro. Y el simulacro se trata de una verdad.
El
mapa ese lenguaje, ese instrumento ideológico, la copia, la reproducción, la
representación ya no son más abstracciones. Son la cosa misma. El proceso de
simulación ya no tiene como objetivo suplantar a los objetos, las entidades o
las sustancias, eso que claramente no existe y que algunos denominan esencia. El
simulacro no puede separarse del original y en varios casos incluso lo precede
y, así, lo define. La simulación es la generación de modelos de relación que no
tienen un origen específico o una realidad a partir de la cual se proyectan. Es
la gestación de un sistema de signos y señales que valen en cuando no conducen
a nada más que a otros signos y señales, y nunca a algo que late detrás, un
orden, un principio generador original.
Al
principio hay solo una cara. Después se descubre que esa cara, ese rostro, en
realidad es una máscara. Finalmente se revela que detrás de esa máscara no hay
nada. Una referencia sin referente. Que lleva solo a otra referencia. En una
cadena sin límites.
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