La mirada vertical
Un acercamiento a la esencia poética del argentino Roberto Juarroz, a partir de un aspecto del primer poema de su primer libro.
Sebastián
Antezana
Quizás
no sea exagerado afirmar que Roberto Juarroz (Argentina, 1925-1995) es uno de
los mayores poetas en lengua española. El también ensayista y bibliotecólogo
tiene una obra poética extensa, esclarecedora y apasionante, que se divide en 14
volúmenes que llevan todos el mismo título, Poesía vertical -Poesía vertical, su primer libro, apareció en 1958, y Decimocuarta Poesía vertical, en 1997,
de forma póstuma-.
Nexo
en el que confluyen influencias múltiples y dispares, desde el budismo zen,
pasando por el romanticismo alemán, hasta llegar a los aforismos de Antonio
Porchia, la obra de Juarroz es, todavía, una veta muy rica aunque poco explorada
por el público lector. En palabras de Cortázar, su poesía es “de lo más alto y
de lo más hondo (lo uno por lo otro, claro) que se ha escrito en español”.
No
quiero detenerme en este breve artículo en dar un esbozo de una obra magnífica
e inagotable, sería en vano. Quisiera, en cambio, detenerme en un lugar lejano
en el tiempo y absolutamente inicial: en concreto, el primer poema del primer
libro de Juarroz. Y preferiría, además, detenerme en solo un aspecto de ese
primer poema, la mirada, figura fundamental que expresa de forma sintética la
intensidad de este lenguaje vertical:
Una
red de mirada
mantiene
unido al mundo,
no
lo deja caerse.
Y
aunque yo no sepa qué pasa con los ciegos,
mis
ojos van a poyarse en una espalda
que
puede ser de dios.
Sin
embargo,
ellos
buscan otra red, otro hijo,
que
anda cerrando ojos con un traje prestado
y
descuelga una lluvia ya sin suelo ni cielo.
Mis
ojos buscan eso
que
nos hace sacarnos los zapatos
para
ver si hay algo más sosteniéndonos debajo
o
inventar un pájaro
para
averiguar si existe el aire
o
crear un mundo
para
saber si hay dios
o
ponernos el sombrero
para
comprobar que existimos.
Gesto
iniciático, la poesía de Juarroz se inaugura con, y como, una mirada. Una
mirada que es una red, es decir, una trama, un tejido, un texto que abarca al
mundo. Además, esta
mirada es una visión, no en el sentido de un arrebato místico sino más bien de
una visión verbal.
La
poesía de Juarroz es aquel lenguaje que se inaugura como una transmutación o un
desplazamiento: transfiere a la palabra el rango de una óptica, hace que el lenguaje
vea y, al mismo tiempo, que las imágenes hablen o, mejor dicho, que las
imágenes, ese conjunto universal de imágenes que es la visión, hable. Así, esa
visión, fuera del obvio acto de ver, es también una visión en el sentido más
profundo de la palabra, es decir, una visión que tiene que ver con la
experiencia del visionario y, más acertado aún, con la experiencia del vidente.
El
vidente, aquel que ve pero que además reivindica su visión como un gesto que no
se queda en la mera descripción o captación de lo visto, sino que hace de esa visión
un acto de creación. Es decir, y a final de cuentas, un acto de escritura -una
escritura que, como indica el propio Juarroz en otro poema, es “una escritura/,
que se pueda leer bajo el sol o la lluvia/ (…) Una escritura que resista/, la
intemperie total”-.
La
mirada poética relacionada con la experiencia del vidente tiene resonancias en
otros ámbitos. Mirar en esta poesía es un acto que al mismo tiempo reconoce lo
perceptible y reconoce un más allá de lo perceptible -la espalda de dios-. Así,
sugerente de un más allá, la mirada se transforma en escritura para poder
acceder a aquello no cifrado sino sugerido al revés de las cosas, adopta el
carácter múltiple del lenguaje para adaptarse a los rigores de un otro lado que
el rango de una mirada ocular no es capaz de asimilar.
Y
entonces, esa mirada que ve y esa mirada
que no ve -“Ya que a veces no ver / es el único ver”-, aunadas en el mismo giro
de la rueca, componen un modo de pensar capaz de conmovernos. La cruzada de
Juarroz tiene que ver con ganar para la visión un lugar privilegiado, con una
reconquista del origen, con ejercer la mirada por su capacidad creadora y ya no
solo por su capacidad perceptiva.
Como
afirma Blanchot en Las dos versiones de
lo imaginario, las imágenes tienden a hacernos recuperar idealmente la
imagen de lo mirado -un objeto o ser cualquiera- y al mismo tiempo a hacer
efectiva la ausencia que encierran. La imagen, ese neutro pasivo del que
obtenemos cierta información necesariamente falseada, es eminentemente eso, una
pasividad, una neutralidad que sin embargo se reafirma en la construcción de
algo distinto a lo visto.
En
otras palabras: la imagen de un objeto o un ser no es nunca la esencia de ese
objeto o ese ser. La imagen es acaso un sobrante de la verdadera naturaleza de
lo visto, aquello que nos es dado como perceptible, pero nunca lo visto en sí
mismo. Las imágenes no se nos entregan como el sentido último de los objetos
que vemos, y tal vez ni siquiera nos muestran realmente aquello visto, sino
algo modificado y añejo por la distancia entre el objeto y su observador.
¿Qué
tenemos, entonces, a fin de cuentas? ¿Qué es aquello que se ve si realmente su
imagen no lo entrega como verdaderamente es? Blanchot afirma que el falseo o error
de las imágenes con respecto al sentido de los objetos es esencialmente
positivo, puesto que expresa “la verdad de la comprensión, que consiste en no
comprender nunca definitivamente”. Nunca podremos realmente “ver” los objetos,
puesto que a medio camino entre el ojo que observa y el objeto observado se
encuentra la imagen, ese pantalleo fantasma. Entonces, ¿qué queda por hacer? Es
aquí donde la poesía de Juarroz toma las riendas: frente a la esencial
imposibilidad de ver, ¡créese!
Refiriéndose
a la poesía y a la mirada, Harold Bloom afirma que, según William Blake, nos
convertimos en lo que vemos y que según Emily Dickinson solo podemos ver lo que
somos. Siguiendo la misma lógica, según Juarroz solo podemos ver lo que
creamos. Se trata de eso. La mirada poética de Juarroz no depende ya de las
imágenes y ni siquiera de los objetos y los observadores. Antes subordinada al
rigor fantasma de la imagen, la mirada vertical -inventiva, irrestricta- crea
lo visto al ver.
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