Las mil y una noches, juego de azares
El cineasta boliviano Diego Mondaca dialoga con su par portugués, Miguel Gomes, sobre su monumental trilogía Las mil y una noches.
Diego Mondaca T
Desde que tuve la noticia del estreno de Las mil y una noches (2015), de Miguel
Gomes, mi curiosidad por ver la trilogía fue inmensa.
A los pocos meses de haber llegado a París, fue la primera
película a la que asistí. La pasaban en idioma original, lo que representaba
una ventaja para mí dadas mis limitaciones con el francés. Pero igualmente la
apuesta para el espectador era titánica. Seis horas de película divididas en
entregas de tres volúmenes: El inquieto,
El desolado, y El encantado. Cada
volumen con una duración aproximada de dos horas.
En Francia la trilogía fue estrenada, volumen por
volumen, con intervalos de dos semanas entre cada uno, es decir que asistir a Las mil y una noches tomó al menos un
mes y medio; casi 45 días con la misma película en la cabeza. Para mí, como
para muchos, representó una nueva manera de asistir al cine. Un evento.
Hace pocos días, luego de incansables intentos por
contactar a Miguel Gomes, gracias a una amiga francesa-cochabambina pude asistir
a la presentación de los 3 DVD de Las mil
y una noches, con la presencia del autor y conversatorio incluido.
Llegamos con Alexa poco antes del inicio, lo
suficiente para que me presente con Miguel y pedirle, casi a quemarropa, una
entrevista. Para Bolivia es, diciendo. Miguel aceptó con una condición, “que
sea corta, unos 10 minutos”. Le pedí que sean 11 y al final tuvimos poco más de
40 minutos de amable conversa.
Las mil
y una noches, cuenta Gomes, marcó su infancia. “Yo lo imaginaba
como mi país, Portugal, igualmente delirante, por eso la película es muy
surrealista, como el libro (…). “En el libro Las mil y una noches ocurre algo muy contrario a la literatura
occidental, no hay mucha psicología de personaje. Un personaje puede cambiar
completamente de comportamiento al medio de la historia, y eso para mí tiene
una fuerza poética inmensa (…). Ese libro hace parte de otra cultura, entonces
es muy loco para mí, hay transformaciones y un delirio poético que me encanta”.
Entonces, también la película tiene esos detonantes,
poéticos y rocanroleros, digamos. Se compone en base a hechos reales narrados
como cuentos absurdos, alegóricos y con un sentido del humor muy fino, muy
portugués. Ahí el autor. El inquieto, El
desolado y El encantado dan
cuenta de la situación político-social actual del que es el país de Miguel
Gomes, un Portugal que mira a Europa de manera distinta, y al que Europa mira
de reojo.
Las historias que cuenta Scherezade en la película
suceden en un Portugal contemporáneo, (y la Europa de hoy), en crisis económica
y ebullición social. Habitado por ricos y pobres, poderosos e insignificantes,
trabajadores y desempleados, ladrones y hombres honestos. No hay un asunto o un
tema en concreto. Se plantean, al mismo tiempo, una gran cantidad de temas,
problemas y posibilidades tremendas -como en el libro-, desde la Troika,
pasando por la soledad y el suicidio.
“El equipo se identificaba con esa idea de hacer una
especie de retrato de Portugal. Seguir lo que pasaba y luego de unas semanas de
elaboración del guión (escaleta) salir a hacer la puesta en escena de la
realidad. Esto representa un fuerte e importante vínculo con nosotros, con los
portugueses que habitamos ahí. Eso interesaba y motivaba al equipo. Más que
hacer una película, estábamos haciendo cine sobre algo que era muy importante
para la sociedad portuguesa y en la que toda la gente que trabajaba tenía una
relación. Porque en el Portugal de los últimos años muchas cosas cambiaron para
peor”, comenta.
Se filma y al mismo tiempo se mantiene un estrecho
contacto con la realidad, compaginando ficción y retrato social. Alfombras voladoras y
huelgas. Todo junto. Imaginación y realidad que nunca pueden ni podrán vivir
una sin la otra. Un territorio donde lo imaginable es tan real como lo real. Ahí el autor, nuevamente. Entonces lo que comenzó de cierta manera va
fluctuando, como un río, entre los desniveles del suelo, y la película termina
a su manera, siendo tres y una sola a la vez.
En la primera escena del Vol. I, y en primera
persona, el cineasta comparte sus angustias antes de huir y dejar “huérfano” al
equipo de rodaje en pleno set, confesándose incapaz de hacer una “bonita película” que cuente historias maravillosas y seductoras y
simultáneamente acompañar la situación actual de Portugal y los portugueses.
Gomes quiere hacer algo que, en el buen sentido,
considera “imposible”, una “película
militante que de pronto olvide la militancia y se ponga a escapar de la
realidad”.
La primera escena “surgió de la imposibilidad de
filmar a los trabajadores que construyen los barcos. Ellos no podían o no se
les permitía en ese momento estar a nuestra disposición. Entonces nosotros, todo
el equipo, tuvimos que permanecer en el hotel, esperando. Yo tenía la sensación
de que había que filmar lo máximo posible. Estábamos en una ciudad que sufre
mucho por el hecho que sus astilleros están cerrando, su principal fuente de
empleo, y me parecía que era bueno no solamente contar la historia de eso (…) Entonces
improvisamos esa primera escena. Un equipo de filmación que está intentado hacer
una película y que tiene su propia crisis. Un director que tiene un proyecto
que es muy complicado para él y que es muy cobarde para afrontarlo, entonces
huye. Una crisis entre abejas y avispas, el drama de los trabajadores de
barcos. Es la idea de crisis, una crisis que tiene muchas formas. Entonces por
eso era importante iniciar el filme con esa escena, y de esa manera”, cuenta
Miguel.
Las mil
y una noches da la impresión de ser infinita. Se la puede mirar
en el orden propuesto: 1, 2 y 3, o de manera opuesta 3, 2, 1, o 2, 3, 1, o de
todas las otras combinaciones posibles que, con seguridad, darían impresiones
también infinitas.
“Me gusta esa idea de romper la manera lineal en la
que estamos acostumbrados a contar las historias. Me gusta que la película
tenga muchas maneras de ser vista e interpretada, que las distintas historias
que se exponen dialoguen entre ellas, generando cambios y relaciones entre una
parte y otra. Eso me gusta porque además depende de la memoria del espectador.
La división en volúmenes y que se pueda cambiar el orden propuesto, provocando que
cada experiencia sea virtualmente distinta para cada persona, considerando
también el tiempo que existe entre medio al asistir a un volumen y a otro. Me
encanta que la película pueda existir también dependiendo de la manera que el
espectador se disponga a verla. Entonces, de cierta manera, es verdaderamente
el espectador quien inventa la película”.
Ahí la honestidad de un autor que tiene la
generosidad de situar en igualdad al espectador, otorgándole poder creativo,
poder de elección. Provocando.
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