Jonathan Frazen pasea por Bolivia
Reseña de Purity, la nueva novela del estadounidense, que tiene un par de referencias a Bolivia.
Carlos
Decker-Molina
- “¿Bolivia?
- Un país sin salida al mar -dijo Tad
…
tenía salida pero Chile se la robó… hay un sitio en las montañas, Los Volcanes. Era de un alemán que
se dedicaba a la topografía ecológica”.
Es
un diálogo entre Tad Milliken y Andreas Wolf, dos personajes de la novela Purity de Jonathan Franzen. Tad es
un millonario huido de la justicia que
vive en Belice y Andreas es un exciudadano de la extinta DDR, una especie de
Snowden/Assange que busca financiamiento para su proyecto.
Pero
hay más sobre Bolivia
- “¿Hay electricidad? ¿Hay cable?
- Nada, pero el país tiene un presidente
con el que se pueden hacer negocios. Cuando lo eligieron presidía la asociación
de cultivadores de coca.
- ¿Dejó de dirigir?
- ¡Qué va! A eso le llamo yo tener
estilo, presidente de Bolivia y de la asociación de cultivadores de coca a la
vez. Me jodió con lo del litio, hizo lo que tenía que hacer. Y, ahora está en deuda
conmigo”.
Estos
fragmentos están casi al final de Purity.
En los inicios hay otra mención simpática cuando Purity (el personaje principal
que se hace llamar Pip) dice “al menos en Bolivia las vacas comen hierba”.
Purity no
es una novela sobre Bolivia, es una obra global que abarca lugares como
California, Colorado, Alemania (la ex DDR, quizá el mejor capítulo) y Bolivia.
A
Franzen lo he leído en Las correcciones
y Libertad, aparte de una maravillosa
crónica sobre el cerebro de su padre muerto con Alzheimer. Es un hacedor de
realismos, pues, me refiero a la relación de la realidad con la fidelidad que
no debe depreciarse y, con la verdad, es decir una cosa puede ser real sin
necesidad de que sea cierta. Pienso que esa ambivalencia posibilita el acto
creativo.
En
pleno siglo XXI, el realismo, lejos de ser anacrónico, es una opción tan válida
como cualquier otra en el campo de la ficción. La literatura de Franzen
pertenece a ese género.
La
estructura de Purity está compuesta
por tres historias distintas de tres personajes que comparten relación con la
protagonista, historias que se apoyan y son el cimiento de la trama principal,
pero no forman parte de ella por razones de tiempos y espacios diferentes, es
aquí donde Franzen se luce porque a pesar de las distancias físicas y
temporales, sus personajes se van haciendo nítidos cada vez con más fuerza.
Andreas
Wolf el alemán del este, súper inteligente con una madre con “historia”, profesora
de literatura inglesa que habla con su hijo a través de citas de Shakespeare,
posesiva y con una sexualidad casi agresiva. Leila y Tom desbordan
verosimilitud, o el otro par formado por el mismo Tom con Anabel. Y Pip,
Pureza, Purity que deambula un mundo de “okupas” en busca de su identidad
perdida en un recoveco de Oakland. Hurga en los silencios enfermos de la madre
que nunca le revela quién es el padre.
Franzen
es sin duda un gran creador de personajes, seductores por su imperfección antes
que un constructor de tramas. De hecho la trama de Purity aparece un poco más allá de la mitad, pero todas las
historias colaterales tienen su propio conflicto y eso hace que la obra sea tan
aplaudida, aunque carece de la fuerza de Las
correcciones y del touch político
de Libertad.
El
gran acierto de Purity es la
multiplicidad de escenarios físicos y mentales. Uno de los personajes tiene un
parecido con Assange, para distanciarlo, Franzen escribe: “Assange es un
magalomaníaco autista con perturbaciones
sexuales… la gente no lleva su inmundicia a alguien inmundo… anhela limpieza”.
Justamente,
se lleva a cabo desde territorio boliviano el Sunlight Project que es un
Wikileaks sin inmundicia. Pero, Franzen no escribe una novela sobre
filtraciones, al contrario Franzen no tiene demasiado entusiasmo por la red.
Purity es
la novela de los secretos, todos sus personajes tienen uno, algunos se revelan
para afianzar una amistad o para dejar al confidente en deuda, algunos no se
revelan porque pueden servir de arma en el futuro. En realidad estamos preñados
de secretos.
Otra
característica de la literatura de Franzen es la figura de la madre. En sus
tres novelas, no hay madre buena.
El
narrador es omnisciente, pero hay una parte que está narrada en primera persona
y es un acierto (en contra de la puristas que no gustan las alteraciones en la
misma obra) ya que la historia no podía ser relatada de otra manera por la
intensidad de la situación.
La
traducción al sueco es impecable, pero no así al español, en la que entre cosas
aparece la palabra badenes, muy cubana, para referirse a los baches “que
obligan a reducir la velocidad” en un carretera boliviana.
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