Correspondencias: César Vallejo y Edmundo Camargo
El autor preparó y envió, especialmente para LetraSiete, este artículo que es un adelanto de un ensayo extenso sobre ambos poetas, actualmente en preparación.
Eduardo Mitre
Hace ya tiempo, en un breve ensayo, luego incluido
en mi libro El árbol y la piedra
(1988)[1],
me referí a la impronta de la poesía de César Vallejo en la de Edmundo Camargo.
En estas líneas señalo algunas correspondencias
o afinidades puntuales entre el autor de Trilce
y nuestro poeta. Como se sabe, el presentimiento de una muerte próxima y
temprana, se manifiesta en la poesía de Camargo desde sus primeros poemas con
el tono contundente y la pesarosa
certidumbre de los célebres versos del Vallejo en Piedra negra sobre una piedra
blanca: (“Me moriré en París y en aguacero,/ un día del cual tengo ya el
recuerdo”), versos con los que se corresponden los del poema Oficio de Camargo:
“Yo sé que he de morir un día / en que encuentre mi soledad junto a mi sombra”.
Pero señalemos correspondencias más literales;
sea la primera una extraída del poema V de Trilce,
paradigma de la escritura alusiva y elusiva, críptica, del poeta peruano. Cito
dos de sus tres estrofas y el verso que
lo concluye:
Grupo dicotiledón. Oberturan
desde él petreles, propensiones de trinidad,
finales que comienzan, ohs de ayes
creyérase avaloriados de heterogeneidad.
¡Grupo de los dos cotiledones.
……………
La creada voz rebélase y no quiere
ser malla, ni amor.
Los novios sean novios en eternidad.
Pues no deis 1, que resonará al infinito.
Y no deis 0, que callará tanto,
hasta despertar y poner de pie al 1.
Ah grupo bicardiaco.
ser malla, ni amor.
Los novios sean novios en eternidad.
Pues no deis 1, que resonará al infinito.
Y no deis 0, que callará tanto,
hasta despertar y poner de pie al 1.
Ah grupo bicardiaco.
Pasemos ahora al poema de Camargo, titulado Le
bateleur -el último que escribiera, según testimonio de Françoise Vervaele, la
esposa del poeta- para observar que la
imagen de los dicotiledones, que aparece
en la estrofa inicial del poema de Vallejo, también está presente:
Para el ascenso de la carne híspida
estriada en el pulmón del girasol
cuya respiración digiere sus mamas de greda.
La techumbre a la gran siega. La hoz
del astro.
Lo que sale escamando en el filo. En el tajo
los dicotiledones dilatándose, amando.
En ambos poemas, el tema erótico emerge más
velado que dicho, en la densa capa metafórica que lo encubre y a la vez revela.
Pero, en su conclusión, los dos poemas se diferencian notablemente.
El poema de Vallejo expresa, a través de la
simbología numérica tan suya, una afirmación del dos, de la pareja para que el
amor, aun en la tensión conflictiva, exista.
Así lo sugiere el remate del poema con la exclamación “Oh grupo bicardiaco”; afirmación de la pareja, y asimismo, reticencia
a la tríada, es decir a la procreación: “Los novios sean novios en eternidad”.
Distintamente, en Camargo, la energía sexual,
lejos de encarnar en una personificación, se expresa en una interacción sexual de
los elementos naturales, preponderantemente vegetales. Dicho en breve: Camargo
erotiza el universo, en el cual conjugan o copulan el cielo y la tierra, lo
estelar y lo subterráneo, las raíces y los astros.
Otra muestra de esa resonancia literal de la
poesía de Vallejo en el poeta boliviano, y la cual marca asimismo una
diferencia entre ambos, se encuentra en
el poema XXXV de Trilce, en una de
cuyas estrofas se lee:
Entre tanto, ella se interna
entre los cortinajes y ¡oh aguja de mis días
desgarrados! se sienta a la orilla
de una costura, a coserme el costado
a su costado,
a pegar el botón de esa camisa,
que se ha vuelto a caer. Pero hase visto.
entre los cortinajes y ¡oh aguja de mis días
desgarrados! se sienta a la orilla
de una costura, a coserme el costado
a su costado,
a pegar el botón de esa camisa,
que se ha vuelto a caer. Pero hase visto.
La imagen de la presencia femenina, que con una aguja “se
sienta a la orilla/ de una costura, a coserme el costado/ a su costado”, nos
remite obviamente a la imagen de Camargo “La muerte nos cosió los costados”, ubicada
al centro del impresionante poema “Yaceremos aquí”:
La muerte nos cosió los costados
la carne es telaraña revistiendo los huesos
el corazón sacude sus cadáveres
como un hacinado crematorio.
Miro tu rostro han volado los pájaros
Mis manos se hunden en ti, lodo
adherido a mi lodo
tu carne segrega cuervos a mi costado.
De este modo, la costura en el
poema de Vallejo connota una unión en
vida de los amantes y una celebración de la presencia femenina, concretamente
de la esposa, quien costura un orden amoroso.
En cambio, en la variación de la imagen que hace Camargo, se opera una inversión
radical: la unión de los amantes se efectúa en y por la muerte; más que de una fusión,
se trata de la disolución simultánea de los cuerpos de la pareja juntamente y
de su trasfiguración en una materia o
naturaleza no sólo impersonal, sino humanamente, atroz. La escritura de Camargo,
con imágenes viscerales, costura un lienzo macabro, implacablemente realista.
Una última correspondencia, igualmente literal:
el raro adjetivo “docente” en los formidables versos del poema Salutación, de
Camargo: “universidades del otoño / concurridas de tarde por un viento docente”,
el cual puede muy bien tener un
antecedente en el siguiente verso del poema LXI de Trilce: “Qué nos buscas, oh mar, con tus volúmenes docentes”.
Resonancia o no, el adjetivo en Camargo no
podía ser más exacto y vivencial para expresar esa contigüidad entre la Universidad
Mayor de San Simón y la plazuela Sucre, frente
a una de cuyas esquinas se encontraba la casa de los padres del poeta, y en la que
entonces, junto con Renato Prada Oropeza, Adolfo (Fico) Cáceres Romero y Gonzalo
Vásquez Méndez, los sábados por la tarde, celebrábamos hasta bien entrada la
noche o la madrugada, intensas jornadas poéticas
generosamente atendida por la esposa del poeta; reuniones rociadas de vasos de whisky,
copas de vino y cerveza, acompasaban nuestras lecturas y comentarios de poemas
de Huidobro, de Neruda y Vallejo, lo mismo que de Breton, Éluard, Desnos
y otros surrealista, estos instantáneamente traducidos y dichos para nosotros por
nuestro entrañable y genial poeta.
Y hoy, como ayer y mañana, basta con recorrer la
constelación de imágenes de su único libro para que se aparten las “baldosas de
silencio” y Edmundo vuelva a hablarnos como escribía: de frente, mirando a los
ojos de la vida y de la muerte.
[1] “La agonía rebelde de Edmundo
Camargo”, publicado en 1980 en Presencia,
en la
sección cultural dirigida por Jesús Urzagasti. .
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