jueves, 27 de marzo de 2014

Artículo

Las raíces del cuerpo: sobre la poesía de Camargo


El cuerpo como imagen, referencia, principio, fin y todo. Una aproximación a una de las búsquedas-temáticas centrales del poeta boliviano.




Mary Carmen Molina Ergueta / Crítica de literatura y cine

“Mi cuerpo era badajo de campana / raíz en otro cuerpo”. Detrás de las cosas del cuerpo, la cosa-cuerpo, su sustancia profunda, ahí surge la escritura de Edmundo Camargo. Esa sustancia, la persistencia de ir tras el cuerpo como quien ya sabe, muerde y toca la muerte, es el gesto sorprendente, sobrecogedor y excesivo de esta poesía, impresionante e insular en la tradición boliviana.
Como ninguna otra en nuestra literatura, esta obra postula una comprensión particularísima del cuerpo: el aprendizaje de la contradicción que implica la imposibilidad de poseer el cuerpo propio, la angustia de la asignabilidad de éste, como propiedad que nos sobrepasa y, en este exceso, nos hace.
En la poesía de Camargo, esta comprensión es un proceso, escrito como un transcurso que se despliega en una sola obra, concentración que hace que la complejidad de esta escritura sea fascinante.
En la poesía de Camargo, el cuerpo se encarna desde su profundidad y, a la vez, se vive a tientas: “Horrible es esta fuerza vidente, / de estar ciego hacia dentro / en este anfiteatro al que se cae al fin / con el alma sonando a rajaduras / y donde la miseria nos arranca las pleuras, / disecciona nuestras pequeñas páginas vitales”.
Así, el cuerpo es una disonante entrega al desgaste, la carnalización de la letra de la enfermedad, aquella que la escritura no salva sino que prolonga, hasta las raíces del cuerpo imantado a una muerte ya encarnada.
El cuerpo, que no está sólo y está lleno de otros, no hace otra cosa que escribirse, ahí donde se pierde, ahí donde la pérdida y el desgaste son productivos. Ésta es una de las líneas de lectura que propone Fernando Prada en el primer libro de crítica sobre la obra del poeta cochabambino, La escritura transcursiva de Edmundo Camargo (La Paz: Ediciones Altiplano, 1984).
El producir de la poética camarguiana, según Prada, “busca producir el desarreglo y la ruptura por donde huya el proceso. Y es otra vez el cuerpo, al igual que la escritura, el que tendrá que construirse, hacerse otro y producir los órganos que se acoplen con esta rotura y le saquen sonido” (p. 30).
“Era mi cuerpo sobre otro cuerpo / un ágil galgo retoñado en ceniza”. El cuerpo es otro, es aparte. Es objeto de arriendo que se cobra al hombre, es espacio de contención y retención.
En los poemas de Camargo, los flujos que constituyen esta verdad son intrincados: la entrega del cuerpo a sí mismo como otro, en un tránsito prolongado más allá de la carne, se perfila en un impulso a la tierra, a la muerte en la que se sabría “el objeto del alma”.
Si el cuerpo no se posee, si, como dice el poema Tránsito (citado líneas arriba), hay una mano que cobra el arriendo del cuerpo, su restitución siempre viene hacia/desde fuera de él: en la tierra, que circulará por las venas, en diálogo con las sales de la tierra.
Esa población subterránea a la que el cuerpo tiende, la imagen de la mano numeral del pueblo de los muertos, incidirían desde otro lugar en la problemática del cuerpo: la muerte no es una soledad que anula el cuerpo, sino que abre un roce contra otros cuerpos en su restitución.
Esta muerte no se construye sino en el asedio temporal corrosivo y virulento, la prolongación del desarreglo de la producción de un producir de flujos e insistencias: la inscripción de un cuerpo desde su profundo desarreglo, en su herida.
La imagen del cuerpo como badajo de campana sugiere la inscripción de la herida en tanto vibración en otro cuerpo: la profunda y minuciosa mirada del cuerpo es, esencialmente, la expansión de una anatomía, el desplazamiento de su singularidad.
Si el cuerpo contiene su desenvolvimiento, si es una envoltura que contiene lo que luego hay que desenvolver, esta materia interminable y profunda es sustancia otra y propia al unísono.
La comunión del cuerpo con la tierra -vida y muerte- adquiere una forma violenta. En el mundo del cuerpo y su sustancia, la carne, y el de los cuerpos del otro universo que se configura en la escritura. La destrucción del cuerpo haciéndose y deshaciéndose está en el cuerpo de la escritura misma. Ésta que en ningún otro poeta boliviano se hace tan intensamente desde la enfermedad: no como una agonía estática, sino como la transfiguración de ésta para la creación de un universo particular.
La enfermedad deviene nudo de sentido en tanto se trata de una poética que entrega el cuerpo de su propia voz al desenvolvimiento terrible de la sustancia de la materia, el hilo desde el que tejer la propia muerte. Presentida sí, pero ante todo escrita, no para su elusión ni su profecía, sino desde un aprendizaje del vértigo al que obliga mirar la tumba, ya aquí, en la vida.



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