Jorge Zabala en la memoria
Un obituario del genial pensador y poeta orureño-cochabambino, fallecido hace poco en la Llajta.
Edwin
Guzmán Ortiz
Difícilmente olvidará quién haya conocido a Jorge
Zabala. Su peculiar manera de ser contrastaba con aquel ciudadano en serie que
pulula nuestras ciudades. No porque asumiera esa vocación infrecuente de
intelectual, sino por la manera de ejercer esta condición, que a su vez contrastaba
con el intelectual cliché, que sino pulula, es frecuente en tantas movidas,
también cliché.
Quiero decir, fue un hombre auténtico. Jorge Zavala
se apagó hace unos días en Cochabamba, y de él nos queda mucho más que su
memoria. Poeta, ensayista, pensador atípico y genial conversador.
Sin desmerecer su reducida pero valiosa obra, buena
parte de su talento lo empeñaba en ese epicentro secreto: la mesa de un café, a
través de la conversación, de la que era un lúcido protagonista. A propósito de
ese espacio, el poeta Kunstek escribía: “Las
palabras de la noche son estrellas / astronomía humilde sobre café negro”.
Jorge, era dueño de una inteligencia excepcional.
Dotado de una formación humanista en Argentina y luego en Inglaterra, a través
de estudios de Teoría Social, enriqueció ese capital con el ejercicio incesante
de lecturas que eran objeto de permanente reelaboración y tensionamiento, al
conjugarlas con otras lecturas y sobre todo, las memorables performances que
desplegaba en torno a los coloquios cotidianos.
Además de su obra, se daba a la tarea de elaborar de
artículos y ensayos de temática plural, colaborando en periódicos y revistas
con el seudónimo de Jorge Agrícola. Cómo no recordar aquel, antológico,
titulado “Las clínicas”, que narraba con una mezcla de escepticismo crítico y
humor, su fuga de uno de esos centros, especializados en la exacerbación del
ex/centramiento.
En 1968 escribió “Mundo Compartido” un libro de
poemas; de él aún me queda en la memoria su voz cálida y vacilante cuando leía en
veladas y encuentros los versos de Viajera:
“Cuando las
ruedas de tu tren giren veloces/ creerás
que el espacio muere a cada instante/ y sentirás que el tiempo simplemente
pasa/ y lo que ha sido parecerá no ser/ e imaginarás tú allí, silente y
quieta,/ en la natural inercia de tu sueño/ muchas cosas nuevas/ y otras no
menos viejas/ en tanto que yo aquí/ la música de mi querer se la entregaré al
tiempo/ para que él a sus instantes/ los haga simplemente eternos.
Exorcismos fue un libro de ensayos publicado en
1971. Una obra pionera en el análisis de los fenómenos emergentes de la cultura
de masas. Al iniciarse esa década, ya le hincaba el diente a temas que años
después serían preocupación de los estudios comunicológicos.
Precisamente en uno de sus acápites, el libro de
Umberto Eco Apocalípticos e integrados pasaba entonces por el ojo zahorí de
Jorge y, años después, se corroboraba su interés sobre el tema, cuando
compartimos una larga noche en Oruro, royendo
las ideas que desglosaba Debray, en su tratado de mediología.
Al cabo de varios años de trabajo, en 1995, publicó
Las hojas del adivino, un ensayo atípico sobre la coca. Remontando ese manido
sociologismo y esa pulsión de posicionamiento político de que suele ser
frecuente respecto a la “hoja sagrada”, se dio a la tarea de escudriñar los
avatares del imaginario occidental respecto a la coca.
La obra denota ese espíritu prolijamente obsesivo,
que era una de sus características, revelándonos datos y filones de análisis
por cierto, inéditos.
El chat, la baraúnda multimedia y otros adminículos
de la tecnología moderna van eclipsando
hoy, cada vez más, la calidez de una mesa de conversa y, claro, toda forma de
interacción entre semejantes.
Sábato decía que las revoluciones y cambios
sustanciales en la historia se habían originado en una mesa de café, o algo
parecido. Zabala era un personaje central de ese proverbial escenario, sus
lecturas y reflexiones rebasaban el tintero y se las veía danzar en medio de
ávidos contertulios, quienes bajo el santo y seña del oficiante mayor, transitaban
desde los avatares de la cotidianidad y el futbol, a las páginas de Ovidio o
las perplejidades de Spinoza.
Su conversación discurría por rutas imprevisibles, y
la manera de abordarla rompía con los esquemas tradicionales que es fama en académicos
e intelectuales al uso.
Ningún centro fijo, ningún saber omnímodo regían sus
palabras, tanto podía ser la poesía, la cuña de una ciencia social, una
referencia filosófica o ese conocimiento segregado por la pasión del instante
lo que daba solidez a sus argumentos, siempre en constante mutación y desplazamiento.
Todo esto, sazonado por un fino humor, donde incluso tautologías y logomaquias
se tornaban arte precioso en sus labios
En una oportunidad -recuerdo- a propósito de la
inauguración de un Encuentro de Poetas en los ambientes de Portales, bajo la
batuta del Ojo de Vidrio en aquella Cochabamba de los 80, y al cabo de la
lectura inaugural de los participantes, dentro un clima de tertulia oficial, saltó
a colación un tema que inmediatamente fue capturado por un poeta asistente que
a través de ufana retahíla lo enganchó a Masa y poder de Elías Canetti.
Jorge después de oír ese discurso -como no podía ser
de otra manera- y en estilo personal, retrucó al exponente con una salva de
eruditos contraargumentos. Desfilaron por su palabra ciertos “poetas
clorofílicos” del medioevo, el Leviatán de Hobbes, el Miedo a la Libertad de
Fromm, en fin…
El debate, a la par que se adensaba, se prolongaba
cada vez más en un juego confrontacional digno de los mejores exponentes. El
público, como en un partido de tenis -deporte del que Jorge en sus años mozos
fue un destacado jugador- veía la bola dialéctica, ir y volver, sorprendido por
la erudición de ambos polemistas.
Al cabo de una media hora de intenso debate donde
todos estábamos convencidos de que las tesis y antítesis esgrimidas reflejaban
un profundo conocimiento de la mencionada obra, Zabala respiró profundamente, y
con cinismo exquisito, exclamó: “así supongo que deben ser las cosas, porque yo
nunca he leído a Canetti”.
Jorge Zabala Suárez nació en Oruro en 1939, y radicó
la mayor parte de su vida en Cochabamba. Al saber de su partida, nos atrevimos
a abrir ese cajón secreto que uno guarda de los amigos entrañables, ahí se
agolpan escritos, palabras, gestos, imágenes y voces que con el tiempo crecen y
de algún modo también son nosotros.
Difícilmente olvidará quien haya conocido a Jorge
Zabala.
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