jueves, 20 de marzo de 2014

ALTIplaneando

Jorge Zabala en la memoria


Un obituario del genial pensador y poeta orureño-cochabambino, fallecido hace poco en la Llajta.

 
Jorge Zabala (derecha), el autor de esta nota (centro) y el poeta Héctor Borda.

Edwin Guzmán Ortiz

Difícilmente olvidará quién haya conocido a Jorge Zabala. Su peculiar manera de ser contrastaba con aquel ciudadano en serie que pulula nuestras ciudades. No porque asumiera esa vocación infrecuente de intelectual, sino por la manera de ejercer esta condición, que a su vez contrastaba con el intelectual cliché, que sino pulula, es frecuente en tantas movidas, también cliché.  
Quiero decir, fue un hombre auténtico. Jorge Zavala se apagó hace unos días en Cochabamba, y de él nos queda mucho más que su memoria. Poeta, ensayista, pensador atípico y genial conversador.
Sin desmerecer su reducida pero valiosa obra, buena parte de su talento lo empeñaba en ese epicentro secreto: la mesa de un café, a través de la conversación, de la que era un lúcido protagonista. A propósito de ese espacio, el poeta Kunstek escribía: “Las palabras de la noche son estrellas / astronomía humilde sobre café negro”.
Jorge, era dueño de una inteligencia excepcional. Dotado de una formación humanista en Argentina y luego en Inglaterra, a través de estudios de Teoría Social, enriqueció ese capital con el ejercicio incesante de lecturas que eran objeto de permanente reelaboración y tensionamiento, al conjugarlas con otras lecturas y sobre todo, las memorables performances que desplegaba en torno a los coloquios cotidianos.
Además de su obra, se daba a la tarea de elaborar de artículos y ensayos de temática plural, colaborando en periódicos y revistas con el seudónimo de Jorge Agrícola. Cómo no recordar aquel, antológico, titulado “Las clínicas”, que narraba con una mezcla de escepticismo crítico y humor, su fuga de uno de esos centros, especializados en la exacerbación del ex/centramiento. 
En 1968 escribió “Mundo Compartido” un libro de poemas; de él aún me queda en la memoria su voz cálida y vacilante cuando leía en veladas y encuentros los versos de Viajera:
Cuando las ruedas de  tu tren giren veloces/ creerás que el espacio muere a cada instante/ y sentirás que el tiempo simplemente pasa/ y lo que ha sido parecerá no ser/ e imaginarás tú allí, silente y quieta,/ en la natural inercia de tu sueño/ muchas cosas nuevas/ y otras no menos viejas/ en tanto que yo aquí/ la música de mi querer se la entregaré al tiempo/ para que él a sus instantes/ los haga simplemente eternos.
Exorcismos fue un libro de ensayos publicado en 1971. Una obra pionera en el análisis de los fenómenos emergentes de la cultura de masas. Al iniciarse esa década, ya le hincaba el diente a temas que años después serían preocupación de los estudios comunicológicos.
Precisamente en uno de sus acápites, el libro de Umberto Eco Apocalípticos e integrados pasaba entonces por el ojo zahorí de Jorge y, años después, se corroboraba su interés sobre el tema, cuando compartimos una larga  noche en Oruro, royendo las ideas que desglosaba Debray, en su tratado de mediología.
Al cabo de varios años de trabajo, en 1995, publicó Las hojas del adivino, un ensayo atípico sobre la coca. Remontando ese manido sociologismo y esa pulsión de posicionamiento político de que suele ser frecuente respecto a la “hoja sagrada”, se dio a la tarea de escudriñar los avatares del imaginario occidental respecto a la coca.
La obra denota ese espíritu prolijamente obsesivo, que era una de sus características, revelándonos datos y filones de análisis por cierto, inéditos.
El chat, la baraúnda multimedia y otros adminículos de la tecnología moderna  van eclipsando hoy, cada vez más, la calidez de una mesa de conversa y, claro, toda forma de interacción entre semejantes.
Sábato decía que las revoluciones y cambios sustanciales en la historia se habían originado en una mesa de café, o algo parecido. Zabala era un personaje central de ese proverbial escenario, sus lecturas y reflexiones rebasaban el tintero y se las veía danzar en medio de ávidos contertulios, quienes bajo el santo y seña del oficiante mayor, transitaban desde los avatares de la cotidianidad y el futbol, a las páginas de Ovidio o las perplejidades de Spinoza.
Su conversación discurría por rutas imprevisibles, y la manera de abordarla rompía con los esquemas tradicionales que es fama en académicos e intelectuales al uso.
Ningún centro fijo, ningún saber omnímodo regían sus palabras, tanto podía ser la poesía, la cuña de una ciencia social, una referencia filosófica o ese conocimiento segregado por la pasión del instante lo que daba solidez a sus argumentos, siempre en constante mutación y desplazamiento. Todo esto, sazonado por un fino humor, donde incluso tautologías y logomaquias se tornaban arte precioso en sus labios
En una oportunidad -recuerdo- a propósito de la inauguración de un Encuentro de Poetas en los ambientes de Portales, bajo la batuta del Ojo de Vidrio en aquella Cochabamba de los 80, y al cabo de la lectura inaugural de los participantes, dentro un clima de tertulia oficial, saltó a colación un tema que inmediatamente fue capturado por un poeta asistente que a través de ufana retahíla lo enganchó a Masa y poder de Elías Canetti.
Jorge después de oír ese discurso -como no podía ser de otra manera- y en estilo personal, retrucó al exponente con una salva de eruditos contraargumentos. Desfilaron por su palabra ciertos “poetas clorofílicos” del medioevo, el Leviatán de Hobbes, el Miedo a la Libertad de Fromm, en fin…
El debate, a la par que se adensaba, se prolongaba cada vez más en un juego confrontacional digno de los mejores exponentes. El público, como en un partido de tenis -deporte del que Jorge en sus años mozos fue un destacado jugador- veía la bola dialéctica, ir y volver, sorprendido por la erudición de ambos polemistas.
Al cabo de una media hora de intenso debate donde todos estábamos convencidos de que las tesis y antítesis esgrimidas reflejaban un profundo conocimiento de la mencionada obra, Zabala respiró profundamente, y con cinismo exquisito, exclamó: “así supongo que deben ser las cosas, porque yo nunca he leído a Canetti”. 
Jorge Zabala Suárez nació en Oruro en 1939, y radicó la mayor parte de su vida en Cochabamba. Al saber de su partida, nos atrevimos a abrir ese cajón secreto que uno guarda de los amigos entrañables, ahí se agolpan escritos, palabras, gestos, imágenes y voces que con el tiempo crecen y de algún modo también son nosotros.

Difícilmente olvidará quien haya conocido a Jorge Zabala.

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