jueves, 13 de marzo de 2014

Cafetín con gramófono

La Revista de América


El autor cuenta los orígenes y la esencia de una publicación clave para la literatura latinoamericana de fines del siglo XIX, en la que participó el boliviano Ricardo Jaimes Freyre.




Omar Rocha Velasco / Literato

Ricardo Jaimes Freyre y Rubén Darío coincidieron en Argentina hacia 1893. Seguramente se conocieron durante las tertulias del Ateneo de Buenos Aires y se hicieron muy amigos; no podía ser de otra manera, pues eran jóvenes, poetas que compartían una sensibilidad, bohemios y tenían el mundo por delante.
Aquí una hermosa anécdota que los involucra: una mañana fría de 1895, el doctor Plaza, amigo de los poetas, está a punto de partir a la Isla Martín García, un lugar al que se destinaba a las personas que tenían enfermedades peligrosas y contagiosas.
Darío acaba de salir de un café, no ha dormido toda la noche, ambos coinciden camino al puerto, después de un breve intercambio de palabras Darío decide acompañar al doctor en su viaje; pero hace frío y va desabrigado (no cabe mejor palabra), entonces, como por arte de magia, aparece Jaimes Freyre (¿sale unos minutos más tarde del mismo café?) y en un gesto de magnánima amistad se saca el abrigo y se lo pone a Darío para evitar que el viaje se frustre.   
¿Habrá gesto más relacionado con lo que está detrás de la fundación de una revista literaria? Finalmente, este tipo de publicación es un acto colectivo, un acto de amistad, una complicidad de jauría.
La Revista de América fue fundada por Rubén Darío y Ricardo Jaimes Freyre en 1894. Salieron apenas tres números que eran desconocidos por el mundo hasta que el investigador Boyd G. Carter las encontró y publicó después de una penosa pesquisa que duró muchos años.
Finalmente se pudo publicar en Managua una copia facsimilar de los tres números de la revista en la celebración del centenario del nacimiento de Darío; la comisión encargada de la publicación estuvo presidida por Boyd G. Carter quien, además, publica dos textos introductorios, uno que cuenta las peripecias del hallazgo y otro que establece las relaciones de la Revista de América y el movimiento modernista en Argentina.
Darío cuenta en su autobiografía cómo fundó la Revisa de América junto Jaimes Freyre en 1894 (ese mismo año se publicaron Azul y El mundo en México, El Iris en Lima y El cojo ilustrado y Cosmópolis en Caracas, todas estas revistas fueron importantes vehículos del modernismo y confirman que 1894 fue fundamental para la difusión del movimiento en Latinoamérica), estos recuerdos mozos nos dan a conocer los senderos por los que transitaron:
“Con Ricardo nos entrábamos por simbolismos y decadencias francesas, por cosas d'annunzianas, por prerrafaelismos ingleses y otras novedades de entonces, sin olvidar nuestras ancestrales Hitas y Berceos, y demás castizos autores. Fundamos, pues, la Revista de América, órgano de nuestra naciente revolución intelectual y que tuvo, como era de esperarse, vida precaria, por la escasez de nuestros fondos, la falta de suscripciones y, sobre todo, porque a los pocos números, un administrador italiano, de cuerpo bajito, de redonda cabeza calva y maneras untuosas, se escapó llevándose los pocos dineros que habíamos podido recoger. Y así acabó nuestra entusiasta tentativa”.
En este fragmento Darío habla una “naciente revolución intelectual”, una actitud de renovación que se sustentaba en novedades venidas de Europa, donde predominaban el simbolismo y los decadentes franceses, además de su adscripción al poeta italiano D’ annunzio y la hermandad de los prerrafaelistas.
Todas estas “filiaciones” e inquietudes están plasmadas en el poema que abre la Revista de América y que hace de editorial marcando el camino que seguirá la publicación en su breve vida. El texto en cuestión se llama “Nuestros propósitos” y está firmado por “La dirección”, es decir Darío y Freyre; sin embargo, poco después (1896) se vuelve a publicar íntegro en el libro de Darío Los raros.
En este texto se tiene clara conciencia de que se trata de una generación nueva (se saben poseedores del ímpetu juvenil) que enfrenta un combate contra “fetichistas”, “iconoclastas” y tendencias “utilitaristas”, donde predomina también la idea de un movimiento irradiador que parte de la ciudad más “grande y práctica de América” (Buenos Aires, que ofrecía las condiciones para establecer nexos con otros ámbitos culturales).
El texto alude claramente una tendencia hacia el viaje, no sólo como desplazamiento y difusión de ideas, sino como “peregrinación estética”: un viaje apegado a la belleza (“arte puro”, “perfección”).
Estos aspectos ligados a una concepción de arte, se plantean también como universales, pero de una clara raíz americana, que se desplaza hacia otros ámbitos y hacia otros territorios culturales.
Se trata de un gesto que fomenta el encuentro con Occidente (Europa) y “desconocidos orientes de sueño”, ésta sin duda es una postura universalista emparentada con los “santos lugares del arte”. Finalmente, el programa poético reivindica el trabajo de la lengua castellana, pero con el “brillo” que América Latina le dio a ésta.
En definitiva, los directores de esta publicación parten de la crítica y la poesía (creación artística). Pelean contra una sensibilidad burguesa y positivista que se estaba apropiando de la vida política y estética de los países latinoamericanos. Abogan por un “subjetivismo analítico” donde la perspectiva personal se impone al conocimiento objetivo, caro ideal del positivismo científico.
La Revista de América marcó el rumbo del modernismo en Latinoamérica, allí se concibió la idea del creador como “hombre raro”, casi un enfermo de la sociedad que se aparta de la salud burguesa, del bienestar como idea predominante, el creador como “enfermo nervioso” alejado de la sociedad y del “American way of life” como ideal la época.

Fue uno de los inicios (claro que hubo otros) del movimiento artístico nacido en América Latina, muy a pesar de los españoles, que más influencia y repercusión tuvo en el mundo entero; un gesto de amistad, que se plasmó en tres números de la Revista de América, tuvo mucho que ver. 

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