La Revista de América
El autor cuenta los orígenes y la esencia de una publicación clave para la literatura latinoamericana de fines del siglo XIX, en la que participó el boliviano Ricardo Jaimes Freyre.
Omar Rocha Velasco / Literato
Ricardo Jaimes Freyre y Rubén Darío coincidieron en Argentina
hacia 1893. Seguramente se conocieron durante las tertulias del Ateneo de
Buenos Aires y se hicieron muy amigos; no podía ser de otra manera, pues eran jóvenes,
poetas que compartían una sensibilidad, bohemios y tenían el mundo por delante.
Aquí una hermosa anécdota que los involucra: una mañana
fría de 1895, el doctor Plaza, amigo de los poetas, está a punto de partir a la
Isla Martín García, un lugar al que se destinaba a las personas que tenían
enfermedades peligrosas y contagiosas.
Darío acaba de salir de un café, no ha dormido toda la
noche, ambos coinciden camino al puerto, después de un breve intercambio de
palabras Darío decide acompañar al doctor en su viaje; pero hace frío y va desabrigado
(no cabe mejor palabra), entonces, como por arte de magia, aparece Jaimes
Freyre (¿sale unos minutos más tarde del mismo café?) y en un gesto de magnánima
amistad se saca el abrigo y se lo pone a Darío para evitar que el viaje se
frustre.
¿Habrá gesto más relacionado con lo que está detrás de la
fundación de una revista literaria? Finalmente, este tipo de publicación es un
acto colectivo, un acto de amistad, una complicidad de jauría.
La Revista de
América fue fundada por Rubén Darío y Ricardo Jaimes Freyre en 1894. Salieron
apenas tres números que eran desconocidos por el mundo hasta que el
investigador Boyd G. Carter las encontró y publicó después de una penosa
pesquisa que duró muchos años.
Finalmente se pudo publicar en Managua una copia
facsimilar de los tres números de la revista en la celebración del centenario
del nacimiento de Darío; la comisión encargada de la publicación estuvo
presidida por Boyd G. Carter quien, además, publica dos textos introductorios,
uno que cuenta las peripecias del hallazgo y otro que establece las relaciones
de la Revista de América y el
movimiento modernista en Argentina.
Darío cuenta en su autobiografía cómo fundó la Revisa de América junto Jaimes Freyre en 1894 (ese mismo año se
publicaron Azul y El mundo en México, El Iris en Lima y El cojo ilustrado
y Cosmópolis en Caracas, todas estas
revistas fueron importantes vehículos del modernismo y confirman que 1894 fue
fundamental para la difusión del movimiento en Latinoamérica), estos recuerdos
mozos nos dan a conocer los senderos por los que transitaron:
“Con
Ricardo nos entrábamos por simbolismos y decadencias francesas, por cosas
d'annunzianas, por prerrafaelismos ingleses y otras novedades de entonces, sin
olvidar nuestras ancestrales Hitas y Berceos, y demás castizos autores.
Fundamos, pues, la Revista de América, órgano de nuestra naciente revolución
intelectual y que tuvo, como era de esperarse, vida precaria, por la escasez de
nuestros fondos, la falta de suscripciones y, sobre todo, porque a los pocos
números, un administrador italiano, de cuerpo bajito, de redonda cabeza calva y
maneras untuosas, se escapó llevándose los pocos dineros que habíamos podido
recoger. Y así acabó nuestra entusiasta tentativa”.
En este fragmento Darío habla una “naciente revolución
intelectual”, una actitud de renovación que se sustentaba en novedades venidas
de Europa, donde predominaban el simbolismo y los decadentes franceses, además
de su adscripción al poeta italiano D’ annunzio y la hermandad de los
prerrafaelistas.
Todas estas “filiaciones” e
inquietudes están plasmadas en el poema que abre la Revista de América y
que hace de editorial marcando el camino que seguirá la publicación en su breve
vida. El texto en cuestión se llama “Nuestros propósitos” y está firmado por
“La dirección”, es decir Darío y Freyre; sin embargo, poco después (1896) se
vuelve a publicar íntegro en el libro de Darío Los raros.
En este texto se tiene clara
conciencia de que se trata de una generación nueva (se saben poseedores del
ímpetu juvenil) que enfrenta un combate contra “fetichistas”, “iconoclastas” y
tendencias “utilitaristas”, donde predomina también la idea de un movimiento
irradiador que parte de la ciudad más “grande y práctica de América” (Buenos
Aires, que ofrecía las condiciones para establecer nexos con otros ámbitos
culturales).
El texto alude claramente una
tendencia hacia el viaje, no sólo como desplazamiento y difusión de ideas, sino
como “peregrinación estética”: un viaje apegado a la belleza (“arte puro”,
“perfección”).
Estos aspectos ligados a una
concepción de arte, se plantean también como universales, pero de una clara
raíz americana, que se desplaza hacia otros ámbitos y hacia otros territorios
culturales.
Se trata de un gesto que
fomenta el encuentro con Occidente (Europa) y “desconocidos orientes de sueño”,
ésta sin duda es una postura universalista emparentada con los “santos lugares
del arte”. Finalmente, el programa poético reivindica el trabajo de la lengua
castellana, pero con el “brillo” que América Latina le dio a ésta.
En definitiva, los directores de esta publicación parten de la
crítica y la poesía (creación artística). Pelean contra una sensibilidad
burguesa y positivista que se estaba apropiando de la vida política y estética
de los países latinoamericanos. Abogan por un “subjetivismo analítico” donde la
perspectiva personal se impone al conocimiento objetivo, caro ideal del
positivismo científico.
La Revista de
América marcó el rumbo del modernismo en Latinoamérica, allí
se concibió la idea del creador como “hombre raro”, casi un enfermo de la
sociedad que se aparta de la salud burguesa, del bienestar como idea predominante,
el creador como “enfermo nervioso” alejado de la sociedad y del “American way
of life” como ideal la época.
Fue uno de los inicios (claro que hubo otros) del
movimiento artístico nacido en América Latina, muy a pesar de los españoles,
que más influencia y repercusión tuvo en el mundo entero; un gesto de amistad, que
se plasmó en tres números de la Revista
de América, tuvo mucho que ver.
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