Ulises sólo es un tipo que quiere volver a casa
El Premio Nobel Derek Walcott cree que hay más misticismo en una selva que en una catedral, porque selva o bosque no son un monumento a la vanidad.
Ricard Bellveser / Escritor
(España)
El Premio Nobel de Literatura Derek Walcott estuvo en uno de los
teatros romanos más antiguos y mejor conservados del mundo, el de Mérida, para
asistir, no sólo como autor sino también como director, al estreno de la
primera obra suya de teatro traducida al español.
No debutó en un teatro, sino en lo que todos consideramos como un
santuario, por más que a él las piedras no le impresionen, por más que tengan
dos mil años, “son los europeos los que
veneran las ruinas y están pensando siempre en el tiempo, y así nunca haremos
nada”, dicen que dijo.
Sí, claro, el pasado de Europa está en sus piedras, en sus catedrales,
en sus murallas, en sus castillos, en sus palacios, en sus versos…; en todos
ellos hay o hubo señores, nobles, poetas y dioses, y por sus pasillos discurre su
memoria conjunta.
Walcott, que aparte de un magnífico escritor es un tipo brillante y
muy simpático, vuelve los ojos hacia Hispanoamérica y descubre que allí también
le sobreviven sus catedrales, aunque son vegetales: las de la naturaleza
desbordada en bosques verdes, granates, marrones, negros y rojos, y un
escenario apropiado para una nueva Odisea, la contemporánea, que hace cientos
de años que ya no sucede en Grecia.
Explican los físicos y los cuánticos que la piedra es memoria. ¿Qué es
el cuarzo, sino piedra?, dicen. ¿Qué es el litio, sino memoria? Las piedras
hacen funcionar calculadoras, relojes, ordenadores, brújulas, grabadoras y un
día las oiremos hablar, lo que en sí mismo ya es una amenaza bíblica.
Eso sucederá cuando descubramos cómo, cuándo y sobre todo con qué tipo
de receptor, escucharemos lo que se dicen las piedras de la catedral metropolitana
de Nuestra Señora de La Paz, la de Cochabamba o Nôtre Dame, intercambiándose cuchicheos.
Walcott, poeta que cuando en 1992 le dieron el Nobel, no tenía ninguna
obra traducida al español, representa un nuevo paganismo que procede del
corazón de las Antillas, de un territorio recién descubierto, de densos bosques
y frutos acuosos, una tierra donde aúllan los sentidos y un mar que en unas
partes susurra misterios y en otras ronca como aquel borracho de Cela que se
dormía en la arena y le prestaba su ronquido a las olas.
Él no ve diferencias entre mares pues el Caribe estaba ahí, dice, al
igual que estaba el mar Egeo, y las islas caribeñas se repartían por la humedad
del mismo modo que lo hacen las griegas. ¿Qué cambia de uno al otro?, según él
que hasta hace quinientos años no habíamos mirado hacia allí; según yo,
millones de libros escritos...
A cuestas con su paganismo, Walcott considera, en una afirmación que
nos aturde, que hay más misticismo en un bosque que en una catedral, que pueden
encontrarse más elementos sagrados en un paisaje que en el fresco aire del
interior de un templo, pues el primero es el lugar de los mitos y el templo no
deja de ser una obra producto de la vanidad humana.
Probablemente tenga razón, pues lo sagrado es lo que está dedicado a
Dios y al culto divino, y lo que es digno de veneración y respeto por su
destino o su uso, y no hay duda de que selvas y ríos mantienen una relación
inmediata con la divinidad y en ellos, de existir alguna, sólo cabría la
vanidad divina que únicamente Lord Byron se atrevería a justificar.
Columnas vegetales, pilares arbóreos, basílicas de hojas y palmas,
capillas de troncos… como allá en el Ñancahuazú, y en medio el ser humano
improbable, buscando.
“Son los europeos los que
veneran las ruinas”, ¿sólo los europeos?, no sé, pero quizá por ello la
primera obra de teatro que Walcott ha estrenado en español, ha sido Una odisea antillana, la historia de un
Ulises caribeño que representa al inmigrante, guiado por un poeta homérico,
Billy Blue, un negro ciego que canta blues acompañado de una banda de músicos
del Caribe, porque esta “Odisea” es al final de todo, un musical en el que se
cruzan cinco lenguas.
La historia de Ulises es la historia de un hombre cualquiera que
pretende volver a casa, aunque regresar sea demasiado complicado, hasta el
punto de que es un deseo imposible que necesita más de veinte años para
cumplirse.
Walcott renunció a la posibilidad de dejar la cátedra de Literatura de
la Universidad de Boston y aspirar a la de Poesía de Oxford, tras una campaña
de desprestigio a la que le sometieron algunas antiguas alumnas.
Se jubiló, volvió a casa y allí se ha refugiado. “Yo vivo solo al borde del agua / sin esposa ni hijos”.
No
hace demasiado que la editorial Vaso Roto (México-España) publicó una amplia
antología de su poesía, con el inquietante titulo de Pleno verano. Inquietante
porque no deja de ser curioso que esas dos palabras le abracen precisamente a él,
una persona que nunca ha pretendido que el verano fuese el paraíso.
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