jueves, 13 de marzo de 2014

Desde la butaca

Milena y la honestidad del intelectual


Semblanza y evocación de Milena Jesenská, valiente mujer intelectual cuyo legado aún permanece a la sombra de Kafka.



Lupe Cajías / Periodista e historiadora


Entre la noche del 14 de marzo y el amanecer del 15, un fin de semana como el que se aproxima, pero de 1939, Milena Jesenská contempló aterrada desde su ventana la aproximación belicosa del ejército alemán hacia las siete calles que, en forma de estrella, marcan el centro de Praga.
Al clarear el día fue a la redacción del Prítomnost y junto con otros denunció la presencia nazi y las señales del horror que se avecinaba ante la indiferencia del resto de Europa, que no tardaría en caer en el mismo vendaval.

Cartas a Milena
Milena es conocida como el amor imposible de su famoso compatriota Franz Kafka. El autor de Metamorfosis le dedicó decenas de misivas y varios párrafos de su prosa. La historia de sus relaciones fue contada por Max Brod, entre otros, como parte de la compleja biografía de aquel amigo que nunca aceptó el derecho a ser amado.
Cuando Kafka murió en 1924, Milena publicó un necrológico para ese “hombre sabio, asustado por la vida”. “Era tímido, miedoso, dulce y bueno pero los libros que escribió fueron crueles y dolorosos. Veía el mundo repleto de invisibles demonios que combaten y aniquilan al ser humano, indefenso”.
Él escribió sobre ella, entre otras frases muy hermosas: “Milena, la que sabe por experiencia, perennemente, en su propio cuerpo, que sólo es posible salvar a los demás mediante la propia existencia y no de otra forma…”.
Milena y Franz compartieron el dolor por la tortuosa figura paterna en sus vidas. La Carta al padre y La condena fueron conocidas por la muchacha que había sido encerrada en un manicomio por su padre para evitar su casamiento con el judío Ernst Polak, como en París hizo años antes la familia Claudel contra Camile, la amante de Augusto Rodin.
Jan Jesenská la quiso obligar a estudiar medicina sin tomar en cuenta la sensibilidad de ella ante las vísceras y su natural inclinación por las letras y la bohemia.
Milena nació en 1896 en una familia de la antigua burguesía, cultivada. La madre, artista aficionada, murió joven y dejó un vació siempre añorado por la pequeña. El padre ocupó toda la atmósfera y la relación con sus hijos fue tensa, especialmente con la mayor.
La falta de apoyo en su embarazo culminó en un atroz sobreparto que la volvió durante años dependiente de la morfina. Sin embargo, casi cincuentona, Milena entregó a su hija Honza a su padre para protegerla de la persecución nazi y fue él quien recibió su cuerpo salvado de la fosa común.
La sombra inmensa de Kakfa nubló muchas décadas la personalidad de Milena, activista de los inquietos círculos de escritores y filósofos checos y alemanes. Apenas se conocía su muerte en el campo de concentración de Ravensbrück (donde, dicho sea de paso, estuvo la famosa judía comunista Olga Benario, esposa del líder revolucionario brasileño Luis Carlos Prestes, refugiado en Bolivia en 1927).

Militancia y desilusión
Su amiga y confidente, la revolucionaria alemana Margarete Buber-Neumann, se encargó en los años 70 de mostrar al mundo la verdadera dimensión humana de Milena, presa junto a ella como parte de las detenidas políticas.
Ambas habían pertenecido al Partido Comunista y habían salido espantadas ante el modelo estalinista. El marido de Margarete, como otros que se animaron a criticar las purgas soviéticas, fue fusilado y desaparecido.
La melancolía fue uno de los primeros motivos para volcar sus sensaciones en la escritura y Margarete rescató páginas donde Milena describe su vida juvenil, reflejo del movimiento cultural de la Europa central de la época, las novedades como la Bauhaus, los debates filosóficos y, sobre todo, la ilusión por un nuevo mundo cuando triunfó la Revolución de Octubre.

Periodista libertaria
Milena vivió varios años en Alemania y en Austria donde la intensidad de cada momento en esos años formaba parte de la historia de la humanidad. Fue una reportera no dedicada a las páginas sociales sino a la cobertura de los asuntos políticos.
La valentía de su pluma le provocó largas disputas con los comunistas cuando conoció de cerca la persecución a los opositores, a los judíos, a los artistas. Cárcel, manicomio, suicidio fueron crecientes saldos de ese totalitarismo. Margarete y Milena eran espíritus libres que no callaron ante los asesinatos de los librepensantes.
Milena, aun cuando era perseguida por los nazis, comentó que lo peor para Checoslovaquia sería ser “salvada” por los rusos. La historia le dio la razón en 1945, en 1956 y en cinco décadas más.
En el otro frente, combatió con igual firmeza a la Gestapo; después de la ocupación de los Sudetes que precipitaría la Segunda Guerra Mundial denunció sus acciones hasta que fue aislada en un campo de concentración.
Margarete cuenta su calidad humana aun en esas condiciones subhumanas, desde  mantener la mínima limpieza y coquetería femenina para evitar el colapso interno, hasta el apoyo a las más débiles.
Ambas enfrentaron en la propia prisión el deterioro de otras prisioneras, incluyendo la prostitución lésbica, hasta las cofradías fanáticas de las testigos de Jehová y de las comunistas más preocupadas por el dogma que por el otro.
Sin ser judía, denunció desde 1933 el creciente hostigamiento contra ese pueblo contando historias estremecedoras de la muerte civil que se alentaba, contra el pedíatra del barrio, por ser judío; contra los hijos del tendero en el colegio; contra la amiga de la infancia que se dejaba de saludar por ser hebrea. Después vino el holocausto contra ellos y contra los gitanos, además del exterminio de homosexuales, mendigos, políticos.
¿Qué diría hoy Milena, tan humanista, si supiera de las acciones del Estado judío contra familias palestinas, sobre Sabra y Chatila, sobre el nuevo muro para asfixiar Gaza?

Parecería que todos los perseguidos de ayer, en el poder se convierten en peores verdugos y se ensañan contra otros, olvidados de su propia desgracia. Sólo un puñado de pensantes les recuerda el amor fraterno y la dignidad de todo ser humano.

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