jueves, 6 de marzo de 2014

Ojo de Vid


A la caza de lugares comunes


En el baño, en las salas de espera; en la mejor novela o con la revista religiosa… El autor desafía a recolectar esas muletillas tan difíciles de evitar, que afean cualquier texto.




Ramón Rocha Monroy (El Ojo de Vidrio) / Escritor

Un libro imperdible, aunque a mí se me perdió, es Exégesis de lugares comunes, de León Bloy; pero debo a la conjunción de la biblioteca complutense y el amor de mi hija Raquelita la copia que rescaté del libro de Bloy aunque esté en francés. De modo que alguito podré hablar de él.
El filósofo católico parte de una hipótesis: si decir lugares comunes fuera delito, un silencio minucioso se abatiría sobre el planeta. Bloy pone el oído crítico en la burguesía del siglo XIX, esa middle class portadora del sentido común, construido con fragmentos de las grandes filosofías a tal punto que uno no sabe cuándo está repitiendo una enormidad que a Aristóteles o a Santo Tomás le costaron buenos desvelos.
Es un verdadero diccionario de lugares comunes tan rico en sugestiones como el famoso Diccionario del diablo, de Ambrose Bierce.
Un lugar común es como la parte más trajinada de una alfombra, como el sendero que abre el paso de la gente en una pradera; en un texto, el lugar común es identificable por el uso excesivo que hacen diversos redactores de ciertas frases, giros, muletillas. El oficio de escritor es también el de cazador de lugares comunes. Hay que acabar con ellos.
La caza de lugares comunes es un deporte literario muy divertido. Uno aprende a valorar los libros de autoayuda, las pildoritas de filosofía barata de Paulo Coelho, los volúmenes de metafísica en cuatro lecciones, los manuales de marketing, los que se postulan como puertas al éxito, pero también las columnas de prensa diarias, los ensayos, los memoriales de abogados, los discursos cívicos, las novelas, los libros de poesía, los cuentos… Y, muy en particular, las improvisaciones de los animadores de televisión y de los locutores de radio.
Puede decirse que el lugar común es pato de toda laguna y suele frecuentar los inicios de párrafos con fórmulas hace tiempo desprovistas de sentido tales como: ahora bien, ello no obstante, a mayor abundamiento, por consiguiente, en verdad, sin duda alguna, no hallo palabras para decir…
Una subespecie muy apreciada por los cazadores de este nuevo género son los adverbios: evidentemente, definitivamente… León Bloy apunta un sello de identidad de los lugares comunes: la tendencia a decir absolutos, tal el caso de “definitivamente”, en una existencia en la cual uno duda si la muerte, con ser la muerte, sea definitiva.
(Esta es una anécdota de mi finado amigo Armando Antezana Palacios, el Gordo Ja Ja, que al recibir la noticia de la muerte de alguien preguntaba: “¿Ha muerto? ¿Así, definitivamente?” Uno podía contestarle: “Sí, porque no ha dado más señales de vida”, y él retrucaba: “así nomás es. Últimamente se está muriendo gente que antes no se moría”). ¡Grandes lugares comunes dichos con humor! Y gran sorpresa la mía al leer una respuesta seria y profunda de Borges cuando le preguntan sobre cómo se imagina el más allá de la muerte y señala su aspiración postrera: “Yo quisiera morir, pero definitivamente”.
La caza de lugares comunes puede volver amena la espera del dentista, de la consulta médica, de la cola para obtener visa a Europa, del tiempo que falta para el inicio de un espectáculo. Y para ello basta cualquier texto, desde un boletín de una secta religiosa hasta la novela de moda.
Identificar lugares comunes ayuda a ser más exigente y más creativo en la expresión no sólo literaria sino cotidiana, callejera. Ayuda a buscar “la palabra precisa y la sonrisa perfecta”, como quiere Silvio Rodríguez, en lugar del rutinario y consabido wow, qué de la piut, qué súper o la expresión gringa “fáquin”, que ha contaminado todos los guiones del cine de Hollywood.
Porque no hay película gringa que no contenga, en labios masculinos y femeninos de todas las edades expresiones como: “invítame un fáquin cigarro, fácyu (de ida) y facyú (de vuelta), nos vemos el fáquin viernes, bésame el fáquinass”; o en las películas y canciones mexicanas: “buena la pinche méndiga vieja, híjole qué padre, a toda madre, qué chido, pinche güey…”. Esta última expresión, güey, ¡la usan hasta las chicas hablando entre ellas!

Literatura vs. lugares comunes
Una de las diferencias más importantes entre el lenguaje común y la literatura es, precisamente, la renuncia a los lugares comunes y a los tópicos que transmiten una visión adocenada y simplista de las relaciones entre los seres humanos.
Tiene un valor pedagógico para el lector porque influye en su conciencia generándole una ética de libertad de pensamiento, que comienza por liberarse de los lugares comunes.
Cada idioma es una concepción del mundo, y cada expresión es un fragmento de esa concepción. Por eso se llama “sentido común”. Hay fragmentos de las filosofías más importantes en el habla cotidiana que impiden cambiar la concepción del mundo.
Un ama de casa que dice “ningún extremo es bueno”, no se da cuenta de la enormidad que está diciendo, pues repite la vieja concepción del “aurea mediocritas” de la filosofía grecorromana, y aun la de Confucio, de muchos siglos antes.
Cazar lugares comunes es, por tanto, contribuir al cambio de mentalidad de los lectores. Es recoger los usos de la calle para ponerlos en evidencia y desmontarlos ya sea descubriendo su origen o la fragilidad de su significado.
Las obras de Borges, Leopoldo Marechal, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez son páginas impecables en principio porque han sido purgadas de lugares comunes a través de la ironía, el humor o simplemente el buen humor con que han sido escritas.
Los lugares comunes son históricos. Cada época estrena los suyos. Las ciencias sociales tienen la culpa de muchos. Un buen trabajo de tesis podría ser explorar en los medios de cada época la presencia de determinados conceptos como el de “desarrollo”, “marco de referencia”, “coherencia”…
Los lugares comunes son históricos y a veces envejecen al punto de volver a tornarse novedosos. Es el caso del Diccionario de lugares comunes de Gustave Flaubert, que ahora tienen un valor anecdótico.

James Joyce, en su Ulises, se inspiró en Flaubert para hacer un largo recuento de lugares comunes en la lengua inglesa. Pero quizá la obra más interesante y más actual sea Exégesis de lugares comunes de León Bloy, un libro imperdible. 

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