jueves, 20 de marzo de 2014

La palabra teleférica

Un día triunfal


Juan Pablo Piñeiro, el “Piñas”, debuta en su columna mensual con un bello texto que remite al incomparable Fernando Pessoa.




Juan Pablo Piñeiro

Una cosa es hacerse dictar algo al oído con un espíritu y otra muy distinta es tener un día triunfal. Con esto no quiero decir que lo que tenga que decir cualquier espíritu sea poca cosa, aunque  a veces, hay que aceptarlo, lo que les gusta a varios de nuestros amigos invisibles es chacotear un poco y pueden llegar incluso al extremo de gastarnos una broma. Más les vale.
En cambio un día triunfal puede ver la luz solamente si  ha sido gestado en la oscuridad durante un tiempo que excede a los días, a los años o a los siglos o que, paradójicamente, incluso puede  llegar a ser de mayor brevedad.
Si el tiempo es algo desconocido y relativo en nuestro mundo, cómo serán los tiempos de otros confines. Esos mundos que crepitan en otros hornos, con otros compases y que otras conciencias lo perciben sin entenderlo. Nadie sabe dónde brota un día triunfal, lo importante es que viene de otro sistema tan diametralmente opuesto a este, que tranquilamente puede llegar a ser el mismo. Finalmente por algo dicen que no se sabe cuánto mide el universo pero se puede afirmar con certeza que la parte más grande es del mismo tamaño que la más pequeña.
Bueno, el 8 de marzo pasado se cumplió lo que podríamos llamar a la manera de Jaime Saenz, el centenario de una visión. Hace un siglo un poeta solitario de 26 años estaba parado frente a su cómoda escribiendo sin pausa una de las mayores obras de poesía de occidente.
En realidad no sólo fue una, fueron tres: la Oda triunfal de Alvaro de Campos, los Poemas Oblicuos de Fernando Pessoa y el Guardador de rebaños de Alberto caeiro. Todo de un tirón, como si nada.
Años más tarde Fernando Pessoa revelaría  a su amigo Adolfo Caisas Monteiro, mediante carta, el origen de estos consagrados poetas: “Un día en el que finalmente me había dado por vencido -fue el 8 de marzo de 1914- me acerqué a una cómoda alta y, tomando un manojo de papeles, comencé a escribir de pie, como escribo siempre que puedo. Escribí más de 30 poemas seguidos, en una especie de éxtasis cuya naturaleza no conseguiría definir. Fue el día triunfal de mi vida, y nunca podré tener otro igual”.
Para los que no conocen a Fernando Pessoa habría que contarles que nació en Lisboa en 1888 y que llevó una vida discreta y solitaria, trabajando la mayor parte del tiempo como traductor de correspondencia comercial. Por algo Octavio Paz dijo que “nada en su vida es sorprendente, nada excepto sus poemas”.
Y tenía razón, sus poemas son extraordinarios, especialmente por la invención estética de los heterónimos. En otras palabras Pessoa escribió bajo diferentes nombres (más de 72), siendo los más importantes Alvaro de Campos, Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Bernardo Soares y el mismo Fernando Pessoa.
Si solamente hubiera utilizado esos nombres para escribir, se podría haber dicho que se trataba de pseudónimos. Pero no, lo maravilloso fue que cada uno de estos poetas tenía una escritura propia, la cual muchas veces incluso se contradecía con la de otros poetas de su creación.
Por eso para definir mejor a todos estos sujetos utiliza la palabra heterónimo, complejizando a fondo el concepto de ficción. En su poema autopsicografía se puede leer lo siguiente: “El poeta es un fingidor/que llega a fingir tan completamente/ que finge que es dolor/ el dolor que en verdad siente”.
Tuve la suerte de conocer a Fernando Pessoa en la universidad a través de un curso monográfico sobre su poesía dictado por mi querido maestro Jesús Urzagasti. No creo que haya mejor forma de conocerlo.
A Jesús naturalmente le encantaba toda la obra del lisboeta, pero había un poema del Guardador de rebaños de Alberto Caeiro, que tocaba sus fibras más profundas. Ese poema comienza diciendo lo siguiente: “El Tajo es más bello que el río que corre por mi aldea/ pero el Tajo no es más bello que el río que corre por mi aldea/ porque el Tajo no es el río que corre por mi aldea”. Por algo será que le gustaba tanto este poema, quizás porque en el fondo plasmaba su propia apuesta literaria, escribir desde nuestra aldea, escribir desde nuestro país.
El día triunfal de Pessoa ha cumplido un siglo y en Lisboa se ha organizado la semana pasada un encuentro de escritores en honor al centenario de este éxtasis creativo, en el cual el poeta no solamente escribió la parte más importante de su obra en una jornada, sino que además lo hizo de pie. Quizás porque para recibir en su casa a espíritus de la envergadura de Caeiro, debía hacerlo con toda la solemnidad del caso, firme y dispuesto a los dictados del otro mundo.
Por eso es tan sugerente aquella foto suya en la que aparece bebiendo solo, y también de pie, en la vinatería de Alberto Ferreira. Esa foto se la dedicaría a Ophelia Quiróz con la siguiente leyenda: “Fernando Pessoa, en flagrante delito”.
El día triunfal de Pessoa es también un flagrante delito porque pone de cabeza los preceptos más importantes de la creación literaria, en especial la existencia de un autor. ¿Cómo es posible que se pueda escribir en una sola jornada semejante obra?
Lo más llamativo es que dos años antes nacía la primera novela corta del mayor narrador europeo del siglo XX, Franz Kafka. La condena fue escrita en 8 horas la noche del 22 de septiembre de 1912. Fue una noche triunfal. Una novela en una noche. Pessoa y Kafka, tienen mucho más en común: ambos fueron discretos funcionarios públicos que se dedicaban a la literatura en la noche, ambos publicaron poco en vida y ambos dejaron una obra que todavía no se ha desentrañado por completo. Maravilla de maravillas.

Actualmente la crítica literaria especializada, incapaz de entender estos fenómenos, afirma que el día triunfal de Pessoa es una más de sus invenciones. Argumentan que existen pruebas de que esos poemas fueron escritos a lo largo de los años y no en un día como contó el propio creador. Para ellos decir que todo fue recibido seguramente es quitarle valor al trabajo del autor. Cuando sería más fácil entender que dicha obra fue trabajada durante años pero que nació en un día al dictado de espíritus que como en Muerte por el tacto de Jaime Saenz podrían decir lo siguiente: “Yo me quedo en ti porque así es mágico y porque basta un instante para confirmarme por el tacto”. 

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