Nuestro mundo muerto
Una lectura del nuevo libro de cuentos de Liliana Colanzi que salió con El Cuervo.
Kurmi
Soto
Para
los que están familiarizados con el trabajo de la escritora cruceña Liliana
Colanzi, la aparición de Nuestro
mundo muerto en la editorial El Cuervo es más que una excelente
noticia, es el eslabón que faltaba.
El
público boliviano conoció a Colanzi el año 2010 con Vacaciones permanentes,
un hermoso libro (también editado por El Cuervo) que se presenta como una
recopilación de cuentos pero que, en realidad, oculta, detrás de la
fragmentación, una novela corta. Las Vacaciones… tuvieron gran éxito y
no tardaron en aparecer en Argentina (Reina Negra) y España (Tropo).
Sin
embargo, la edición chilena del 2014, bautizada como La Ola, trajo
consigo una importante novedad. A parte de una selección de cuentos de su
primera obra, Liliana Colanzi incluyó cuatro primicias, Alfredito, El ojo, Meteorito y, por supuesto, el texto que le da
nombre al libro, La Ola. Nuestro
mundo muerto retoma estas piezas y las acompaña, además, de cuatro inéditos
que nos dejan entrever el nuevo rumbo que la escritora está tomando.
En
este camino, encontramos la profunda impronta de Sara Gallardo que está, en más
de una forma, presente en la literatura boliviana. La amistad y el cariño
entrañable entre Gallardo y Jesús Urzagasti son bastante conocidos pues, entre
muchas otras cosas, ambos compartieron una fascinación por el Chaco que
impregnó lo más íntimo de sus novelas. Colanzi tampoco es indiferente a este
embeleso y uno de sus nuevos cuentos (que, dicho sea de paso, ganó el
prestigioso premio mexicano Aura Estrada) lleva el nombre de esta región.
Chaco es, sin duda,
un texto poderoso ya que, como ella misma dice, “una palabra justa hace temblar
la tierra”. Sin embargo, este universo no deja de ser ominoso pues, en medio de
las sabias palabras del abuelo (borracho), vemos planear en el cielo unas
inquietantes aves de rapiña.
Y
es que en la literatura de Colanzi todos parecen ser signos premonitorios de
algún cruel pero cotidiano augurio. En Meteorito,
por ejemplo, el gigantesco cuerpo celeste cae en San Borja al mismo tiempo que
una pareja trasnochada discute. La violencia está velada y aparece simplemente
por medio de fugaces destellos, pequeñas pistas que develan una historia aún
más profunda de la que está escrita.
El mundo
muerto del cual nos habla la joven escritora es también la tierra de Dios y
el diablo, el infinito sertón y la selva alucinada. Espacios que no dejan de
remitirnos a grandes nombres, pues cómo no ver a Jesús Urzagasti en ese “tronco
de todas las historias” que menciona el epígrafe, cómo no sentir a Horacio
Quiroga cuando Colanzi nos cuenta, detrás de los ojos de una niña, cómo matan a
un chancho y, finalmente, cómo no acordarse de João Guimarães Rosa cuando ella
nos habla de la “inmensa soledad del planeta”.
En
medio de todos estos nombres, no olvidemos que Liliana brilla por ser mujer,
por ser boliviana y por ser cruceña. Por eso mismo, Nuestro mundo muerto es
más que una excelente noticia.
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