miércoles, 14 de septiembre de 2016

Reseña

Nuestro mundo muerto



Una lectura del nuevo libro de cuentos de Liliana Colanzi que salió con El Cuervo.


Kurmi Soto

Para los que están familiarizados con el trabajo de la escritora cruceña Liliana Colanzi, la aparición de Nuestro mundo muerto en la editorial El Cuervo es más que una excelente noticia, es el eslabón que faltaba.
El público boliviano conoció a Colanzi el año 2010 con Vacaciones permanentes, un hermoso libro (también editado por El Cuervo) que se presenta como una recopilación de cuentos pero que, en realidad, oculta, detrás de la fragmentación, una novela corta. Las Vacaciones… tuvieron gran éxito y no tardaron en aparecer en Argentina (Reina Negra) y España (Tropo).
Sin embargo, la edición chilena del 2014, bautizada como La Ola, trajo consigo una importante novedad. A parte de una selección de cuentos de su primera obra, Liliana Colanzi incluyó cuatro primicias, Alfredito, El ojo, Meteorito y, por supuesto, el texto que le da nombre al libro, La Ola. Nuestro mundo muerto retoma estas piezas y las acompaña, además, de cuatro inéditos que nos dejan entrever el nuevo rumbo que la escritora está tomando.
En este camino, encontramos la profunda impronta de Sara Gallardo que está, en más de una forma, presente en la literatura boliviana. La amistad y el cariño entrañable entre Gallardo y Jesús Urzagasti son bastante conocidos pues, entre muchas otras cosas, ambos compartieron una fascinación por el Chaco que impregnó lo más íntimo de sus novelas. Colanzi tampoco es indiferente a este embeleso y uno de sus nuevos cuentos (que, dicho sea de paso, ganó el prestigioso premio mexicano Aura Estrada) lleva el nombre de esta región.          
Chaco es, sin duda, un texto poderoso ya que, como ella misma dice, “una palabra justa hace temblar la tierra”. Sin embargo, este universo no deja de ser ominoso pues, en medio de las sabias palabras del abuelo (borracho), vemos planear en el cielo unas inquietantes aves de rapiña.
Y es que en la literatura de Colanzi todos parecen ser signos premonitorios de algún cruel pero cotidiano augurio. En Meteorito, por ejemplo, el gigantesco cuerpo celeste cae en San Borja al mismo tiempo que una pareja trasnochada discute. La violencia está velada y aparece simplemente por medio de fugaces destellos, pequeñas pistas que develan una historia aún más profunda de la que está escrita.
El mundo muerto del cual nos habla la joven escritora es también la tierra de Dios y el diablo, el infinito sertón y la selva alucinada. Espacios que no dejan de remitirnos a grandes nombres, pues cómo no ver a Jesús Urzagasti en ese “tronco de todas las historias” que menciona el epígrafe, cómo no sentir a Horacio Quiroga cuando Colanzi nos cuenta, detrás de los ojos de una niña, cómo matan a un chancho y, finalmente, cómo no acordarse de João Guimarães Rosa cuando ella nos habla de la “inmensa soledad del planeta”.

En medio de todos estos nombres, no olvidemos que Liliana brilla por ser mujer, por ser boliviana y por ser cruceña. Por eso mismo, Nuestro mundo muerto es más que una excelente noticia.         

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