Julio Barriga en una fría noche en Sopocachi
A modo de celebrar la aparición de su Poesía reunida (El Cuervo), adelantamos parte de una entrevista de largo aliento con el poeta tarijeño.
Martín Zelaya Sánchez
Noche helada en un tercer piso en la avenida 20 de Octubre.
En el venido-a-menos barrio de Sopocachi donde Julio Barriga trashumó a inicios
de los 80 y al que casi sin falta vuelve en visita anual desde hace ya casi una
década.
Hay unas buenas cervezas en la heladera pero, por el frío,
tiene más éxito el resto de un singani de hace algunas semanas, y hasta un
cuarto ron de dudosa procedencia y calidad.
“Mi abuela recibía vinitos pateros de Camargo y los tenía
ocultos. En su ausencia yo aprovechaba para pegarme mis primeros vaso”,
recuerda el viejo al inicio de la charla cuando, tras aceptar la grabadora al
medio de la mesa, se habla, claro, del trago y su omnipresencia.
“Luego en la adolescencia, era clásico que los niños se
levanten un buen pedo… la familia se reía y no había tanto escándalo como
podría pasar ahora”.
- ¿Eres un escritor
maldito, Julio? ¿Existe tal cosa?, pregunta Marco Montellano, poeta también,
quien tercia en la charla. (En realidad, quien hace de anfitrión esa noche, y
de quien Julio Barriga es mentor desde mediados de la década pasada, cuando
empezó a curtirlo de lecturas y lo aterrizó de desmesuradas expectativas de
vate iniciático: “siempre fue honesto y destrozaba mis tristes versos”, cuenta
Marco. “Pero así empecé a ser riguroso y exigente con lo que escribía”).
“El malditismo existe, es innegable -responde Barriga- pero
quizás yo no soy un escritor maldito, solo soy un escritor kencha… a lo mucho un maldito romántico”.
Y el tema no puede evitarse aunque ganas dan. Si algo no
necesita la literatura boliviana es seguir con los encasillamientos: que si
literatura social, que si literatura con compromiso, que si literatura
regional… y, claro, no son pocos los que ponen en un saco a Arturo Borda, Jaime
Saenz, Víctor Hugo Viscarra y Julio Barriga… pero no por afinidades en su
estética o impronta, claro, sino por su apego a la bohemia y las copas. Como si
eso bastase. Como si eso los hiciera diferentes al resto. Como si…
“Todo eso me interesa un rábano” dice Julio mientras seca el
vaso y se sirve otro, y continúa. “Los grandes malditos son Baudelaire, Artaud,
Rimbaud… No sé si los americanos eran escritores malditos del todo, hablo de
Fante, Bukowski… tal vez. Y en Bolivia yo creo que Borda y Saenz sí lo eran,
pues vivían y escribían con voluntad de destruir, de ir contra todo, de no
conformarse con lo convencional… privilegiando el desorden de los sentidos”.
Y ya pasando a hablar de poesía… “qué versos se te vienen a
la mente, casi sin pensar”. –Creo que Byron:
Por lo tanto nunca más pasearemos
hasta las altas horas de la noche
aunque el corazón siga enamorado,
y aunque siga brillando la luna…
“Lord Byron ya no me gusta casi nada, pero el traductor, en
este poema, hace mucho y nunca me saco los versos de la cabeza. Tengo etapas: a
veces sigo merodeando en Apollinaire, con en el que algunos me encasillan por
completo… a veces porfío con Sofía de Mello”.
Terror de amarte en un sitio tan frágil como el mundo.
Mal de amarte en este lugar de imperfección
donde todo nos quiebra y enmudece
donde todo nos miente y nos separa
Si no le cortamos, recita todo el poema. “A veces me emperro
con Alejandra [Pizarnik], y siempre, ¡siempre!, vuelvo a Amy Winehouse… tengo
algo, tengo siempre un momento y lugar en que todo se parece ya a Amy…”. - ¿Y
si un día te aburres de la Amy, viejo?, tercia Montellano. –“No me hagas
asustar carajo”.
“Mejor seguimos con poemas. ‘De repente pasan más de mil
años’, es un verso que le he chorreado a Eduardo Nogales… esa es la poesía… No
hay poeta al que no le haya chorreado. A Enrique molina, le he sacado estrofas
enteras, y títulos, a otros les he agarrado el tono y la locura… hasta la
boludez, como a los peruanos. Yo pienso
que los mejores poetas son los peruanos… ¿o serán los chilenos? Huidobro y
Vallejo, no sea cuál más que cuál”.
- ¿Y de poetas bolivianos? - “Me quedo con los clásicos
Saenz y Cerruto; después Quino y me gusta MacLean, lo leo con enorme placer al
“Quichi”, más que sus versos, sus prosas. Después, no hay que olvidar a Jorge
Suárez, que tiene poemas bellísimos como ese a la cueca en el que lees y no
puedes evitar casi cantarlo, no puedes no notar el aire, el sonido de cueca…
¿cómo era…?
Medio que logra y medio que no logra acordarse Barriga del
soneto de Suárez. Quizás sí pero ya casi al final de la noche, cuando ya la
grabadora murió y no nos dimos cuenta… o quizás cuando aún aguantaba y registró
al menos una hora más de conversa que en algún momento emergerá, esperemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario