lunes, 26 de septiembre de 2016

Libros

Una chica punk / disparando / escribiendo

Texto que aparece como epílogo en el libro de cuentos Caja de zapatos, de Isabel Suárez, el debut de la editorial Sobras selectas.

Wilmer Urrelo 


Quiero manifestar mi debilidad por los zapatos (y últimamente por el pop romanticón de los sesenta, ochenta y noventa del siglo pasado). Decía que quiero manifestar mi debilidad, concretamente, por los tenis. Los tenis coloridos, livianos, cómodos. Esos que no pueden pasar desapercibidos. Pero no los sencillitos. Antes muerto que sencillo.
Cuando leí el título de este libro, al tiro me vino algo, una idea extraña a la cabeza; algo hizo click en mi cerebro y, pese a que no sé nada de su autora, la imaginé como una chica punk / disparando / escribiendo.
Ahora ahí va la pregunta: ¿qué puede contener una caja de zapatos? En las mías guardo facturas a ser descargadas trimestralmente, algunas libretas con anotaciones de mis dos novelones-ladrillos o cartas nunca enviadas a la Florecita Rockera. Guardo, también, otras cajitas. Las cajitas de metal de mi vicio favorito: las pastillitas de menta marca Altoids.
Y dentro de esas cajitas de metal unas cositas que mejor no les cuento (jódanse).
¿Qué contiene al fin esta Caja de zapatos? Algo complicado en un libro de cuentos es que tenga cierta unidad. En el caso de Caja de zapatos eso se cumple a cabalidad y con una precisión envidiable. Acá esa unidad parece ser la mirada crítica hacia el mundo, hacia el mundo que, en concreto, habitan las mujeres. Y esa unidad también está en esa clase de seres humanos demasiado sensible a su entorno. Mortalmente sensible a su entorno.
Hace unos meses atrás cayó en mis manos un libro sobre Adela Zamudio escrito por Augusto Guzmán. Me refiero a la Zamudio, tan aplaudida ahora por los movimientos feministas, aunque me temo tan poco comprendida en sus profundas contradicciones. Adela Zamudio: biografía de una mujer ilustre, es un libro breve y al parecer muy bien informado. Guzmán enfoca casi toda su atención hacia la recontra usada fama que Zamudio se ganó como la primera feminista de Bolivia. Esta es la postura de chica punk / dispara / escribiendo de Adela Zamudio: se enfrentó a la Iglesia Católica, jamás se casó, se peleó con los hombres de la época y con la literatura de esa época dominada por los machimbres, machetes o macarrones (léase: masculinos). Éstos la miraban con una suerte de simpatía, de “usted escribe bien, pese a ser mujer”; es más, llegó a tal punto esa concepción de “mujer delicada escribiendo sonseritas”, que Soledad (sépase: Adela Zamudio) fue coronada (una corona de verdad y de oro blanco) por el presidente de Bolivia como toda una princesita (léase: el adorno de la realeza; dedúzcase: de la realeza literaria de la época). A esto hay que agregar las otras contradicciones de Zamudio. Los momentos donde aparecía la chica antipunk eran los siguientes: el amor enfermizo-excesivo por su familia, casta, directora de un liceo de señoritas, católica (creyente y encima militante).
Ahora bien, ustedes se preguntarán ¿y qué tiene que ver toda esta vaina con Caja de zapatos? Si bien los años no pasan en vano, al parecer las preocupaciones de las chicas punk / disparando / escribiendo siguen siendo las mismas. Pareciera que el mundo “dominado” por lo macarronil se ha camuflado, se ha vuelto hacia lo políticamente correcto: “que ella primero se realice y después nos casamos”, dice un machete para parecer, precisamente, un no-machete. En el fondo, para la autora en cuestión, este mundo boliviano actual es el mismo al que Adela Zamudio se enfrentó.
Una prueba de lo que digo es el cuento titulado Cebolla problema (quizá el que más me gustó de todos). La historia transcurre al interior de una cocina, el ambiente al que las mujeres fueron (y están) recluidas como una manera de pagar el amor zamudiano por la familia. Ahí hay una cebollita que no sabe lo que le espera. Dice Isabel  Suárez Maldonado: “Vas a cumplir tu cometido: ser alimento. Desde que fuiste un pequeño cebollín tus padres te inculcaron obediencia, estoicismo, recalcando que te quedaras quietecita cuando por fin fueras a ser comida, pero no te sentís lista, querés hacer muchas cosas y te destroza la idea de perecer entre dos panes...”.
Y hay otro, violetamente chica punk / disparando / escribiendo, titulado Días y flores, donde, una vez exterminado el enemigo machetil, la chica punk siente que en el exterior, es decir, afuera “...el mundo es un poquito más lindo”.
No todo, por supuesto, pasa por ahí. También hay otros cuentos notables y de verdadera chica punk / disparando / escribiendo: Belly Party. Dentro del estómago de alguien habita la humanidad toda (aunque para mí es el lugar donde palpita la ciudad de Santa Cruz); ahí, en su cuento, pareciera que se revuelven las más grandes inmundicias después de una borrachera. No me refiero a las físicas ni a las morales; me refiero a las otras inmundicias, a las de los seres humanos en su vida cotidiana. Y, al fin, todo revienta y todo se acaba (como debe ser): “Al final, las leyes de la naturaleza y el Pepto-Bismol llegan a poner orden. En menos de dos horas, sanos y ebrios, nuevos y viejos, catarros y dormilones, salen en filita india, lentos, fastidiosos y en silencio”.
O está, también, El último apagón. Un espacio donde el terror, donde la hecatombe de la humanidad (una vez más) se hace presente. Y no me refiero a la bomba atómica, ni al terrorismo ni tampoco Impuestos Internos. Es el fin o el apagón de esa vainita que usamos todos los días.
En una caja de zapatos pueden guardarse muchas cosas, decía al principio. Pueden guardarse cosas triviales, desesperadas; sensibles, enfermizas o esperanzadoras. Eso pasa en Travesía. Una chica a la que le gusta viajar en los buses (recuerdo de mi vida en tierras orientales: la línea 75, la 35 y la inolvidable 69), y que lo suyo es hacer una travesía por las avenidas y calles de los anillos de Santa Cruz. Una chica que busca un lugar donde venden jugo de cupuazú, y que de esa manera conoce el espantoso mundo del transporte público cruceño. A diferencia de los otros cuentos, en este sí se llega a un final luminoso (por llamarlo de una manera y no caer en la frase telenovelesca). Ahí va la misma: “...mientras el apreciado brebaje [el cupuazú] sube por la bombilla y baja por su garganta, la luz vuelve a las calles, los monstruos vuelven a ser motorizados y las sonrisas iluminan el rostro de los seres humanos”.
Muchas cosas caben en una caja de zapatos, lo repito. Cosas que agradeces, como este libro, porque no te da una lección de igualdad feminista, ni tampoco de machimbre políticamente correcto, sino lo más importante cuando te enfrentas a la ficción: el placer de leer, y nada más.
Nota.- Ah, conozco, también, a una perrita llamada Thayli. Cuadrúpeda que habitó, cuando era apenas una cachorra, al interior de una caja de zapatos.


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