lunes, 5 de septiembre de 2016

Patio interior

La pintura y el vacío



Y de la poética china de antaño, damos ahora un breve paseo por el igualmente enigmático y cautivador arte pictórico.


Juan Cristóbal Mac lean E. 

La consideración del paisaje, apenas deslindada de la consideración mayor del tema de la naturaleza, ya sea en filosofía o en poesía, muy bien puede servirnos para entreabrir más esta ventana, esta rendija por la cual procurábamos espiar la poesía china.
Imposible no percatarnos, de pasada, que si cuando considerábamos el romanticismo literario alemán pareció natural que saltásemos hacia el paralelo romanticismo musical, ahora pareciera que, con la misma naturalidad, aquí casi obligatoria, al acercarnos a la poesía china, inevitablemente, vayamos a parar a la pintura china. Su grado de mutua imbricación, en efecto, está-a-la-vista de una forma superlativa. Una misma tinta, un mismo pincel, una misma mano, en un mismo papel o soporte, trazan las líneas que dibujan/desdibujan los trazos, ya sean del paisaje o de los caracteres escritos o compuestos al lado, abajo o arriba y que son el poema. De tal manera, poesía y pintura a veces parecieran indisolubles, y tanto así que, recorriendo notas biográficas, se asombra uno de que la figura del pintor-calígrafo-poeta sea tan recurrente. Como si solo fuera dar un paso, en un sentido u otro, de la palabra al carácter y al paisaje o cruzar de un arte al otro.
Y se nos hacen lejanos y fantásticos esos dibujos y pinturas atisbadas aquí y allá, ilustraciones vistas en grandes libros de arte o en internet y no olvidemos el restaurant chino que porfía con el tema del río y la montaña, los abismos. Mundos que cuesta imaginar pero que, al albur de los libros y las facilidades de orden bibliográfico-virtual de que disponemos hoy[1], pueden ser entrevistos mientras se procura arrancarles algo, en un ejercicio que también logra, en el mejor de los casos y en una curiosa inversión, que seamos nosotros mismos los vistos a lo lejos.
Lo visto a lo lejos es propio, claro está, del paisaje o la pintura del paisaje. Pero antes de perdernos en uno, conviene recordar, muy rápido, ese carácter doble en que se inscribe esta gran pintura: por una parte su lado de sociedad sofisticada y letrada, bordeando la moda y la frivolidad de cortes, con su encanto popular: se congregaban gentíos para ver a pintar a Wu Daozi, que hacia el siglo VIII se agitaba pintando, novedosamente, con solo tinta negra y en libres trazos. Pero también (y de ninguna manera en oposición) estaba el carácter ético (por usar una palabra que nos sale fácil) que rodeaba la misma práctica del pincel, tantos de cuyos practicantes eran cercanos a monasterios y quedan como fuertes nombres del budismo, el taoísmo.
En un apartado  (§ 21) de uno de los dos grandes libros del taoísmo, el Zhuangzi se ve justamente a un pintor que, semidesnudo, no hace nada. Pero ya está pintando, diría Deleuze, a quien le gustaba afirmar que el acto de pintura comienza mucho antes de su materialización.
Aquí se trata de una meditación  o una puesta a punto de carácter espiritual, que sin ella no se producirá el encuentro afortunado entre la tinta y el papel, y entre la tinta y el pincel, y entre el pincel y la mano y entre la mano y el alma en el paisaje. No en vano y comentando al gran pintor Shitao (1693-1707), de quien traduce el “Tratado de pintura”, dice Simon Leys que “antes de pintar, la disciplina del pintor es la de hacerse primero vidente”. Ese hacerse-vidente ya lo conocíamos por las letras (Rimbaud) y en relación con la poesía. ¡Y de pronto suena tanto más natural aplicarlo al pintor!
Pero esa “meditación” que vimos, puesta en el camino del hacerse-vidente, es también un no hacer nada, o un hacer sin fuerza. Famosamente, este es el famoso Wu-wei taoísta, que se sitúa fuera de cualquier acción deliberada aunque se desdobla en eficacia, mientras se divisan las líneas de propensión y potencial que se trazan, ya en una situación, ya en un paisaje. Paralelo a este no-hacer, más ambiguo y englobante, más dinámico que un mero eximirse de actuar, está a su vez el Vacío, no solo como contrapuesto a lo Lleno, sino como un verdadero centro de toda la concepción china en ese lugar que en occidente lo ocupa la filosofía. Pero tal “concepto” (palabra que no resulta adecuada en este contexto) también se traduce, cómo no y muy a ojos vistas, en la pintura.
Uno de los libros de François Cheng dedicado a la pintura justamente se llama Vacío y lleno. El lenguaje pictórico chino. Otro, dedicado a Shitao, se llama El sabor del mundo. Y a la hora de referirse al Vacío, Simon Leys, lo hace de la forma más hermosa posible, comentando esta cita, nada menos que de Stevenson: “Hay sólo un arte: el arte de omitir”.
La omisión y la niebla, la invisible falda de la montaña y los bambués que obstruyen o disponen la visión, el abismo que conoce el risco, el río fluctuante que rodea la sólida montaña, lo alto y lo bajo, el cielo y las nubes, la barca y su desleído horizonte… El paisaje, la pintura de paisaje, que apareció sobre todo alrededor del primer milenio, no en vano, y casi mayoritariamente, incluía poemas, que a su vez hablaban de paisajes.  Aquí por ejemplo éste del clásico poeta-pintor Wang Wei, cuya su versión al francés de F. Cheng, retraducida al castellano, dice así:

En la punta de las ramas, las flores de magnolia.
En la montaña abren sus rojas corolas.
-Una cabaña, cerca del torrente, calmo y vacío.
Una tras otras, las unas se abren, otras caen.

El tema de la montaña, el torrente y las flores, extremadamente delicado, baila en un apenas de lo dicho. Si bien los objetos o cosas aludidas pueden ser muy vistosos y hasta espectaculares, no hay ninguna espectacularidad en los versos mismos ni tampoco en las innumerables pinturas que podrían ilustrarlos.
A esa falta de espectacularidad, a esa alternancia de lo lleno y lo vacío, tan cercana al esbozo y lo inacabado, François Julien la denomina “lo insípido”, apelativo bastante provocador y que da fe de la apertura vacía ante la identidad pre designada. El sabor ata, lo insípido desata, dice Julien y estaremos volviendo brevemente a eso antes de ir cerrando, ya, nuestro periplo por el tan lejano e imaginario Oriente.



[1] El arte pictórico más antiguo y continuo, el chino, está lleno de grandes pintores y calígrafos , que los hay por decenas, y desde dos o tres siglos antes de Cristo. Con sus épocas, sus escuelas, sus corrientes junto a una nutrida obra crítica, no menos antigua, de tratados sobre pintura. Para entrar de lleno al gran arte chino, pictórico y caligráfico, se recomienda ver por Internet estos nombres: Shitao, Mi Fu, Ni Zan, Wang Wei, Guo Xi y los que se van pillando al paso de las búsquedas. ¡Y no son en absoluto desdeñables las pequeñas biografías de Wikipedia! O este sitio: http://www.chinaonlinemuseum.com

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