La pintura y el vacío
Y de la poética china de antaño, damos ahora un breve paseo por el igualmente enigmático y cautivador arte pictórico.
Juan
Cristóbal Mac lean E.
La
consideración del paisaje, apenas deslindada de la consideración mayor del tema
de la naturaleza, ya sea en filosofía o en poesía, muy bien puede servirnos
para entreabrir más esta ventana, esta rendija por la cual procurábamos espiar
la poesía china.
Imposible
no percatarnos, de pasada, que si cuando considerábamos el romanticismo
literario alemán pareció natural que saltásemos hacia el paralelo romanticismo
musical, ahora pareciera que, con la misma naturalidad, aquí casi obligatoria,
al acercarnos a la poesía china, inevitablemente, vayamos a parar a la pintura
china. Su grado de mutua imbricación, en efecto, está-a-la-vista de una forma
superlativa. Una misma tinta, un mismo pincel, una misma mano, en un mismo
papel o soporte, trazan las líneas que dibujan/desdibujan los trazos, ya sean
del paisaje o de los caracteres escritos o compuestos al lado, abajo o arriba y
que son el poema. De tal manera, poesía y pintura a veces parecieran
indisolubles, y tanto así que, recorriendo notas biográficas, se asombra uno de
que la figura del pintor-calígrafo-poeta sea tan recurrente. Como si solo fuera
dar un paso, en un sentido u otro, de la palabra al carácter y al paisaje o
cruzar de un arte al otro.
Y
se nos hacen lejanos y fantásticos esos dibujos y pinturas atisbadas aquí y
allá, ilustraciones vistas en grandes libros de arte o en internet y no
olvidemos el restaurant chino que porfía con el tema del río y la montaña, los
abismos. Mundos que cuesta imaginar pero que, al albur de los libros y las
facilidades de orden bibliográfico-virtual de que disponemos hoy[1],
pueden ser entrevistos mientras se procura arrancarles algo, en un ejercicio
que también logra, en el mejor de los casos y en una curiosa inversión, que
seamos nosotros mismos los vistos a lo lejos.
Lo
visto a lo lejos es propio, claro está, del paisaje o la pintura del paisaje.
Pero antes de perdernos en uno, conviene recordar, muy rápido, ese carácter
doble en que se inscribe esta gran pintura: por una parte su lado de sociedad
sofisticada y letrada, bordeando la moda y la frivolidad de cortes, con su
encanto popular: se congregaban gentíos para ver a pintar a Wu Daozi, que hacia
el siglo VIII se agitaba pintando, novedosamente, con solo tinta negra y en
libres trazos. Pero también (y de ninguna manera en oposición) estaba el carácter
ético (por usar una palabra que nos sale fácil) que rodeaba la misma práctica
del pincel, tantos de cuyos practicantes eran cercanos a monasterios y quedan
como fuertes nombres del budismo, el taoísmo.
En
un apartado (§ 21) de uno de los dos grandes libros
del taoísmo, el Zhuangzi se
ve justamente a un pintor que, semidesnudo, no hace nada. Pero ya está
pintando, diría Deleuze, a quien le gustaba afirmar que el acto de pintura
comienza mucho antes de su materialización.
Aquí se
trata de una meditación o una puesta a
punto de carácter espiritual, que sin ella no se producirá el encuentro
afortunado entre la tinta y el papel, y entre la tinta y el pincel, y entre el
pincel y la mano y entre la mano y el alma en el paisaje. No en vano y
comentando al gran pintor Shitao (1693-1707), de quien traduce el “Tratado de
pintura”, dice Simon Leys que “antes de pintar, la disciplina del pintor es la
de hacerse primero vidente”. Ese hacerse-vidente ya lo conocíamos por las
letras (Rimbaud) y en relación con la poesía. ¡Y de pronto suena tanto más
natural aplicarlo al pintor!
Pero esa
“meditación” que vimos, puesta en el camino del hacerse-vidente, es también un
no hacer nada, o un hacer sin fuerza. Famosamente, este es el famoso Wu-wei taoísta, que se sitúa fuera de
cualquier acción deliberada aunque se desdobla en eficacia, mientras se divisan
las líneas de propensión y potencial que se trazan, ya en una situación, ya en
un paisaje. Paralelo a este no-hacer, más ambiguo y englobante, más dinámico
que un mero eximirse de actuar, está a su vez el Vacío, no solo como
contrapuesto a lo Lleno, sino como un verdadero centro de toda la concepción
china en ese lugar que en occidente lo ocupa la filosofía. Pero tal “concepto”
(palabra que no resulta adecuada en este contexto) también se traduce, cómo no
y muy a ojos vistas, en la pintura.
Uno de
los libros de François Cheng dedicado a la pintura justamente se llama Vacío y lleno. El lenguaje pictórico chino.
Otro, dedicado a Shitao, se llama El
sabor del mundo. Y a la hora de referirse al Vacío, Simon Leys, lo hace de
la forma más hermosa posible, comentando esta cita, nada menos que de
Stevenson: “Hay sólo un arte: el arte de omitir”.
La
omisión y la niebla, la invisible falda de la montaña y los bambués que
obstruyen o disponen la visión, el abismo que conoce el risco, el río
fluctuante que rodea la sólida montaña, lo alto y lo bajo, el cielo y las
nubes, la barca y su desleído horizonte… El paisaje, la pintura de paisaje, que
apareció sobre todo alrededor del primer milenio, no en vano, y casi
mayoritariamente, incluía poemas, que a su vez hablaban de paisajes. Aquí por ejemplo éste del clásico poeta-pintor
Wang Wei, cuya su versión al francés de F. Cheng, retraducida al castellano,
dice así:
En la
punta de las ramas, las flores de magnolia.
En la
montaña abren sus rojas corolas.
-Una
cabaña, cerca del torrente, calmo y vacío.
Una tras
otras, las unas se abren, otras caen.
El tema
de la montaña, el torrente y las flores, extremadamente delicado, baila en un
apenas de lo dicho. Si bien los objetos o cosas aludidas pueden ser muy
vistosos y hasta espectaculares, no hay ninguna espectacularidad en los versos
mismos ni tampoco en las innumerables pinturas que podrían ilustrarlos.
A esa
falta de espectacularidad, a esa alternancia de lo lleno y lo vacío, tan
cercana al esbozo y lo inacabado, François Julien la denomina “lo insípido”,
apelativo bastante provocador y que da fe de la apertura vacía ante la
identidad pre designada. El sabor ata, lo insípido desata, dice Julien y
estaremos volviendo brevemente a eso antes de ir cerrando, ya, nuestro periplo
por el tan lejano e imaginario Oriente.
[1] El arte pictórico más antiguo y continuo, el chino, está lleno de
grandes pintores y calígrafos , que los hay por decenas, y desde dos o tres
siglos antes de Cristo. Con sus épocas, sus escuelas, sus corrientes junto a una
nutrida obra crítica, no menos antigua, de tratados sobre pintura. Para entrar
de lleno al gran arte chino, pictórico y caligráfico, se recomienda ver por
Internet estos nombres: Shitao, Mi Fu, Ni Zan, Wang Wei, Guo Xi y los que se
van pillando al paso de las búsquedas. ¡Y no son en absoluto desdeñables las
pequeñas biografías de Wikipedia! O este sitio: http://www.chinaonlinemuseum.com
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