El gran libro de las brujas y de las piedras
Extraña reseña de un aún más extraño tratado sobre la brujería, escrito por un reputado medievalista.
Ricard Bellveser
Las piedras, según qué piedras, tienen poderes
curativos tan intensos, eficaces y acreditados como las plantas. Poderes
curativos, iluminativos, afrodisíacos, sedantes, estimulantes o eufóricos, según
se quiera.
No hablo solo de piedras colgando del cuello
por medio de un hilo sobre el pecho o de piedras en anillos, collares,
diademas, rosarios, cuentas o pulseras, sino bebidas o comidas en polvo, arena,
molidas como granos o incluso sorbidas y untadas. Existe una tradición que está
bien registrada en extraños códices y libros ocultos, que hablan de esta fuerza
poco conocida.
Ciertamente, las piedras, entre los objetos
inanimados, como los burros entre los mamíferos, están muy desprestigiadas. A
las primeras se las presenta como sinónimo de dureza insensible o de algo
inservible y a los segundos como animales de carga, tercos y poco inteligentes,
cuando en ningún caso es así como
demostraron el poeta Rafael Alberti entre los segundos y los grandes arquitectos,
los escultores y los ingenieros entre las primeras.
Pero lo más curioso son sus propiedades
curativas. Según la tradición curandera -recogida por el profesor Rafael M.
Mérida en su El gran libro de las brujas”
(RBA)- algunas tienen notables efectos
curativos, así la piedra “algueña”, que es de color pardo, si se
da a beber con un poco de vino “alivia la hidropesía y el mal de hígado y de
bazo”, pero si se quema “es buena para la enfermedad llamada alopecia, que se
caen los cabellos”.
La piedra “beruth”,
procedente de Egipto, tiene la virtud de que cuando la muelen y colocan su
polvo sobre las úlceras, éstas se curan y si se ponen “sobre la llaga en que
hay carne podrida, se quita de la misma manera”, aunque lo más importante es
“que si la lleva consigo un hombre muy grueso, adelgazará enseguida, sin que le
haga daño. Por esto es buena para los hombres demasiado gordos que quieren
adelgazar pronto y sin esfuerzo”.
Muy chocante es la piedra “abarquiá”, que se obtiene en las minas
de azufre africanas, pues “tienen tal virtud que cuando alguna mujer la lleva
consigo, se enciende tanto por codicia de varón, que no se puede contener sin
gran esfuerzo”.
Hay más con funciones afrodisíacas, la “lurita”, que se encuentra en cuevas muy
profundas, hace crecer en el hombre “la voluntad de yacer con mujer y a ella
con varón”, aunque la viagra picapiedra
es la llamada “tarmicón” cuya virtud
es que si el hombre se la introduce en la boca “se le endereza el miembro
varonil y yacerá con la mujer cuantas veces quisiera, que no se le bajará ni
enflaquecerá, ni le hará mal”. Bueno, bueno, bueno…
Las hay con poderes cicatrizantes,
beneficiosas para el estómago y la digestión, para la artritis, para el corazón
o para los dientes y para casi todo. El “jaspe
verde” que se encuentra en la isla de Çarandin, “alivia las enfermedades
digestivas y también las del estómago, pues por su naturaleza quita los dolores
de estos lugares y los sana enseguida”.
Otra variedad de jaspe es el “belyniz” que tiene la virtud de que
“quita el dolor que se hace en la media cabeza, al que llaman en árabe jaqueca y en latín migraña”.
Las piedras pueden competir con las plantas en
bondad, en eficacia, en poderes curativos, ocultos y en eternidad, hasta el
punto de que al final, ya lo verán, se venderán en farmacias. Es este un libro
que se lee boquiabierto, porque uno no llega a creerse todo cuanto encuentra en
él.
Creo que no lo he dicho pero el autor de El gran libro de las brujas es el
profesor Rafael M. Mérida, doctor en filología hispánica, apreciado
medievalista, profesor en la Universidad de Barcelona, en la Rice University de
Houston y catedrático asociado en el departamento de Estudios Hispánicos de la
Universidad de Puerto Rico.
Digo todo esto porque no se trata de un busca
famas, o un aficionado, sino de una persona de buena formación académica que
escribió este libro atraído por las hechicerías, encantamientos y brujerías.
Brujas las hay de todo tipo, pero tiene un
interés especial su historia desde el mundo antiguo y clásico hasta hoy, el
alarde con el que ejecutan las tareas de todas las magias, blanca y negra,
ortodoxa y heterodoxa, pues de siempre sospechamos que las brujas son
depositarias de saberes ocultos que nos son negados a los demás, saberes
oscuros y eficaces que se transmiten entre ellas de un desconocido modo, al ser
saberes femeninos. El brujo, el
varón, es diferente y se dedica a otra cosa.
Las brujas son seres fascinantes, que producen
una enorme inquietud, hasta el punto de que el poder teológico las ha combatido
con saña al no haber sabido qué hacer con ellas y con sus conocimientos.
Brujas las ha habido siempre y las sigue
habiendo, como sucede con los oficios de hadas y magos, nigromantes y
maléficos, encantadores, hechiceros, trasgos, visionarios… y esto fue así hasta
la aparición de la Santa Inquisición que, en España, al autor no le parece
especialmente severa en comparación con las de otros países y territorios. Lo
que hay que leer.
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